2: Manhattan

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La nueva casa, un apartamento de veinte pisos, era un espacio enorme. De tres habitaciones, dos baños, una amplia cocina y una sala de estar lo suficientemente grande para poder bailar o instalar los más grandes muebles. Las ventanas estaban provistas de dos grandes y rectangulares puertas antiguas al estilo europeo y los balcones ofrecían la más hermosa vista a la ciudad. Manhattan era un lugar que brillaba con luz propia, lo cual agradó y encantó a nuestros protagonistas. Como David había mandado a amoblar cada rincón del departamento con días de anticipación, solamente faltaba poner los últimos detalles: las pertenencias de las niñas, los instrumentos y más las pertenecías de él que no eran pocas.

_ Es maravilloso, no puedo creer que al fin estemos aquí en Nueva York - señaló Lucy con aires de grandeza, orgullosa de comenzar una vida nueva en otra ciudad y otro país.

_ Tendré una habitación para mí sola y no la compartiré contigo - bromeó Laurie, dándole dos golpes a la cintura de su hermana con su codo.

_ ¡Au, eso duele! - gimió Lucy devolviéndole los golpes a su hermana.

_ Niñas, no peleen por tonterías. En lugar de eso, comiencen a desempacar sus cosas en sus respectivas recamaras, mientras yo parto con la cocina - les ordenó su padre con firmeza.

_ Está bien, papá - respondieron las niñas a coro.

La primera en llegar a su dormitorio fue Lucy, quien no tardó en colocar sus vestidos en su armario. Como su habitación era muy espaciosa, tuvo la oportunidad de apilar cada disco de vinilo que tenía, más los libros, que su padre le había comprado en su niñez, en su estantería. Siendo una joven que mantenía el orden en su espacio privado, le tomó dos horas en ordenar perfectamente cada una de sus pertenencias. Cuando estuvo a punto de terminar, sólo le faltó un detalle: El retrato de sus padres y ella cuando pequeña en los brazos de su adorada madre.  

_ ¿Dónde te pondré? - se preguntaba la joven mientras buscaba un lugar donde debería estar ubicado aquel vivo recuerdo que tenía de su progenitora.

Entre tanto, la pequeña Laurie no sabía muy bien donde colocar sus juguetes. Buscarle un sitio seguro a sus miles de muñecas Barbie no era una tarea fácil. No se percató de que su padre estaba de pie detrás de ella, justo en la puerta de su habitación.

_ ¿Disculpe, señorita, puedo entrar? - le preguntó caballerosamente.

_ Por supuesto que sí, sir - le respondió la niña sonriendo sorpresivamente y haciendo una reverencia.

_ Veo que tienes problemas para ordenar tus juguetes, ven deja que te ayude un poco - le dijo David, arrodillándose para poder ayudar a su pequeña.

_ Sé cuidadoso con mis Barbies, papá, no las vayas a romper - le advirtió la niña con tono desafiante.

_ Descuida, Laurie - la tranquilizó - no le haré ni un solo rasguño a tus muñecas. ¿Acaso se te olvida que fue papi el que te las obsequió?

_ Bueno, ya que lo dices, de acuerdo - le dijo la niña.

_ Y si quieres hacerlo más divertido. ¿Te parece si hacemos una carrera?

_ El primero que termine de ordenar las muñecas se ganará un premio - sugirió Laurie ansiosa de empezar.

_ ¡Excelente idea! - exclamó su padre lleno de júbilo.

_ En sus marcas, listos, ya - anunció la niña mientras corría al estante a depositar las primeras muñecas.

_ Oye, no estaba listo. Eso no se vale - contestó David con aires de frustración.

_ Es una carrera y voy ganando - dijo Laurie victoriosa.

_ Eso está por verse. No soy fácil de vencer, pequeña niña - repuso su papá, mientras colocaba con rapidez una segunda fila de muñecas.

Suspirando tranquilamente y con aires de alivio, Lucy al fin pudo encontrarle un lugar útil a su querido retrato. La mesita que estaba al lado de su cama era el lugar perfecto para poner un retrato familiar y sin dudarlo colocó el cuadro en aquel mueble. Se recostó a los segundos y cerró los ojos por un momento para poder respirar el nuevo aroma que se sentía en su nueva casa. Cuando estuvo a punto de dejarse llevar por el letargo, fue sorprendida por su padre y su hermana, quienes con muecas de sorpresa asustaron a la joven, quien despertó de golpe.

_ Casi me matan de un infarto - dijo la joven llevándose una mano al corazón.

_ Lo siento, Lucy - dijo Laurie - ¿me perdonas?

_ Ven aquí - ordenó Lucy.

La niña se acercó despacio, se sentó en el borde de la cama y sin dudarlo los delgados brazos de su hermana mayor la agarraron de la cintura, para luego resumir ese gesto en un cálido abrazo.

_ Tú sabes que sí, te quiero mucho traviesa - le dijo Lucy entre risas.

_ Y yo también las quiero mucho - agregó David con una sonrisa, corriendo hacia sus hijas para estrecharlas entre sus brazos.

_ Papá - dijo Laurie - me debes el premio, porque yo gané. ¿No te acuerdas?

_ ¿Qué premio? - preguntó Lucy confusa.

_ Es que le prometí a tu hermanita que le daría un premio si ganaba la carrera de quién ordenaba más rápido la habitación y como ella ganó, tendré que cumplir mi promesa - contestó su papá, en eso desvió la mirada y luego hizo la siguiente propuesta - ¿Qué les parece si salimos a tomar un rico helado?

_ ¡Genial! - gritaron las niñas a coro.

_ Lávense las manos y arréglense para que salgamos luego. Miren que aquí el horario no es como el de Londres - les advirtió, mientras se enderezaba y salía de la habitación para ir en busca de las cosas que necesitaba para poder salir a disfrutar de una maravillosa tarde con sus hijas.

_ ¡No demoren! - les gritó desde el pasillo.

_ ¡Ok! - le dijeron desde la habitación de Lucy.





Ella no es mejor que yoWhere stories live. Discover now