Capítulo 43

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No tengo escapatoria. Lo ha descubierto todo y no hay nada que pueda decir o hacer para que cambie de idea.

—Adelante —digo con la esperanza de que sea rápido. Es inútil luchar contra corriente.

—Primero vas a contestarme a lo que te pregunte —agarra en un puño mi pelo y tira de él para que lo mire.

—No tengo nada más que decir. Acaba conmigo de una vez si es eso lo que quieres. Siempre has preferido el dinero antes que a tu familia.

—¡La familia no vale nada! —grita nervioso y tira más fuerte de mi cabello—. Lo único que vale en esta vida es tener los bolsillos llenos. Te da poder, te da lujos y más alegrías que cualquier otra cosa en este mundo.

—Así te va... —digo con desprecio—. Nadie se te acerca si no hay billetes de por medio. —Levanta su mano libre y golpea con fuerza mi cara.

—Eres un maldito desagradecido. Debí matarte cuando la perra de tu madre se suicidó.

—¿Y por qué no lo hiciste? Habríamos salido ganando los dos.
—Paso la lengua por mis labios para calmar el dolor—. Ni tú hubieras tenido que cargar conmigo ni yo tendría que haberme avergonzado toda mi vida de ti. Eres un ser despreciable. No eres más que un puto viejo verde... —Antes de acabar la frase golpea mis costillas con su rodilla haciéndome expulsar todo el aire de los pulmones.

—Y ahora me vas a contar hasta dónde sabe la policía de esto.
—Levanto la mirada y le sonrío con sarcasmo.

—Tendrás que descubrirlo tú solito. —De nuevo sus nudillos golpean mi cara y un fuerte dolor se centra en mi pómulo. Es tan intenso que tengo que cerrar los ojos para aguantarlo.

Cuando va a repetir el golpe, el sonido de varios cristales rompiéndose nos hace mirar a todos en la misma dirección. Ana, tratando de arrastrarse, se ha sujetado a un mantel y todo lo que había sobre la mesa ha caído al suelo.

—Jefe —habla uno de los empleados mientras se acerca a ella—, ¿qué hacemos con esta perra? No creo que nos sirva de mucho después de cómo la has dejado. La factura médica nos saldrá por un pico.

—Mátala —dice como si nada—, y entiérrala donde nadie pueda encontrarla.

—Perfecto. —Agarra a Ana de su larga melena y tira de ella para sacarla de la habitación.

—Espera un momento. —Le detiene y camina hacia ellos—. Es tu última oportunidad, perrita. —Se inclina para hablarle—. Es la última vez que te lo pregunto. Eres amiguita de la virgen y has estado conviviendo con ella. ¿Qué te contó? ¿Vendrá alguien a rescataros? —Agarra con fuerza su mentón—. Estoy seguro de que el traidor de mi hijo os ha tenido bien informadas todo este tiempo. —Me mira por un segundo—. Pasaste horas con él en una habitación. ¿Qué sabes? —Ana baja la mirada ignorándole y la zarandea con violencia—. ¡Habla, maldita sea!

Ana, lejos de contestarle, escupe sobre su cara. La vena de su sien comienza a hincharse y espero lo peor. Saca un pañuelo de su bolsillo y antes de secarse con él lanza una patada sobre el rostro de la pobre chica haciendo que su cabeza se sacuda peligrosamente.

—¡NO! —grito e intento soltarme. Le debe de haber ocasionado una fuerte lesión en el cuello. Al ver que me preocupo por ella, vuelve a hacer lo mismo y Ana acaba perdiendo la conciencia—. ¡CABRÓN! —Temo que el segundo golpe haya acabado con su vida—. ¡HIJO DE PUTA! —Forcejeo para desatarme y cuando noto que estoy cerca de conseguirlo alguien pasa una soga por mi cuello.

Tenso mis músculos cuando tiran de ella y el roce comienza a irritarme la piel. A medida que pierdo fuerza, la soga se aprieta más alrededor de mi cuello y empiezo a notar asfixia. Por más que intento agarrarla con mis dedos para aflojarla, es inútil, está tan hundida en la piel que no hay espacio suficiente para ello. Clavan una rodilla en mi espalda para hacer más fuerza y mi tráquea se cierra tanto que mi lengua comienza a estorbarme dentro de la boca. La cuerda me aprieta cada vez más y el aire ya no me entra.

La Marca de Sara - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora