Capitulo 38

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Cierro los puños y les golpeo con fuerza. No entiendo por qué actúan así, no les he hecho nada ni he cometido ninguna imprudencia que pudiera delatarme. Mis manos no son suficientes para defenderme y tengo que utilizar las piernas. Necesito llegar hasta ella como sea y nadie lo puede impedir.

De pronto, un golpe impacta en mi mentón. Por unos segundos me siento mareado y comienzo a verlo todo borroso. Aprovechan mi confusión y consiguen inmovilizarme. Me tumban boca abajo y antes de que pueda gritarles, uno de ellos tapa mi boca con un pañuelo mientras los demás me atan las manos a la espalda.

Hablan en árabe y lo único que entiendo es el nombre de Sara. Entre los cuatro me arrastran hasta detrás de la tarima y por señas intentan decirme algo. Al ver mi desconcierto, desisten. En un descuido intento escapar, pero antes de dar dos pasos me derriban de nuevo.

Desde el suelo puedo ver como el jeque toca a Sara sin ningún tipo de pudor delante de todos. El miedo que refleja su rostro impide que me dé por vencido y saco fuerzas para continuar. Trato de levantarme desesperadamente, pero alguien clava una rodilla en mi espalda. Ignoro el dolor y utilizo toda mi fuerza para seguir intentándolo, pero es imposible. Varias gotas de sudor resbalan por mi frente y me siento fatigado. Mi respiración es demasiado rápida y me falta el aire debido al pañuelo que cubre mi boca.

El más bajito camina hasta el montón de gente y vuelve con alguien vestido con una túnica blanca. Hablan por el camino y me señalan. Cuando llegan, el de la túnica se dirige a ellos en su idioma y me levantan. Se coloca delante de mí y me mira.

—Izan, ¿verdad? —dice con un raro acento y mis ojos se abren con sorpresa. ¿Cómo demonios sabe mi nombre?—. Oh, disculpa —sonríe—, deja que te quite esto. —Saca el pañuelo de mi boca y noto alivio al instante—. Lamento mucho todo lo que ha pasado, pero debes entender que era necesario.

—¿De qué hablas? —pregunto con desprecio.

—Mi nombre es Asad y soy uno de los hijos del jeque.

—Me importa una mierda. ¡Soltadme! —grito y vuelven a echarse sobre mí para amordazarme de nuevo.

—Amigo... si no me escuchas nos pondrás en peligro. —Forcejeo sin hacer caso a lo que dice—. Izan, debes calmarte. —Sigo intentando que me suelten. Lo único que quiero es llegar hasta Sara antes de que sea demasiado tarde—. El comisario Torres nos pidió que le hiciéramos este favor. —Mis ojos se abren y quedo paralizado. No puedo creer lo que acabo de oír—. Oh vaya, debí empezar por ahí. ¿Puedo quitarte esto? —Hace un gesto tocando mi pañuelo y asiento—. Nada de gritos, ¿de acuerdo? —Vuelvo a mover la cabeza de manera afirmativa y retira el pañuelo de mi boca por segunda vez.

—¿Qué sabes del comisario? —Necesito información.

—Él nos pidió que viniéramos hoy aquí.

—¿Qué? —No entiendo nada.

Antes de contestarme, habla a los cuatro hombres cuando se asegura de que ya no intento escapar y estos me sueltan.

—Nuestra misión es ganar la subasta y llevarnos a la chica.

—Pero... ¿Cómo sabía el comisario que la subasta era hoy? —Acaricio mis muñecas para que me vuelva el riego a las manos. Las cuerdas estaban demasiado apretadas.

—Tú le avisaste.

—¿Yo? ¿Cuándo? —Esto es muy extraño.

—Te lo explicaremos todo cuando llegue el momento. —Mete la mano en su bolsillo y saca un papel—. Debes confiar en nosotros y seguir comportándote como estás haciendo hasta ahora. —Me entrega la hoja—. Aquí hay una dirección. Busca la manera de salir sin levantar sospechas y ven a buscarnos. En el momento en que saquemos a Sara de este lugar el futuro de las demás mujeres dependerá de tus actos. ¿Entendido?

La Marca de Sara - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora