Capitulo 4

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Cuatro horas después terminamos con el papeleo. Cuando salimos, cada uno se dirige a su coche y volvemos a la casa. Hay un vehículo aparcado en doble fila y no puedo salir del aparcamiento. Toco el claxon continuamente, y por fin, 10 minutos después, acude el dueño. No parece muy contento y lo retira protestando. Qué difícil es circular algunas veces con conductores tan idiotas. Con lo fácil que es hacer las cosas bien desde el principio...

Pongo un poco de música para calmarme y conduzco hasta mi lugar de trabajo. Al llegar veo que el jefe está en la puerta mirando a todos lados y me inquieto. Temo que me caiga una bronca por haber llegado tarde.

—Siento la demora —digo mientras camino hacia él. No contesta—. Alguien aparcó obstaculizándome y no pude llegar antes.

—Está bien. Entra. —Se retira y camino hacia el interior. Trato de no mover demasiado las caderas cuando noto que viene detrás.

—Papá. —Oigo al chico de ayer hablar a mi espalda y acelero el paso. Mientras le entretiene puedo llegar a la cocina sin sentir su intimidante mirada en mi trasero.

—¿Qué quieres? —Su tono es serio. Parece que le ha molestado que le interrumpan.

—Vengo del taller. No me dejan sacar el coche de allí si no está a mi nombre. Tendrás que ir tú a recogerlo

—¡Estoy hasta los cojones de tener que solucionar tus mierdas!
—Le oigo gritar al padre.

—¡Ya te dije que no fue mi culpa! —replica el hijo—. La idiota de la que te hablé se me echó encima y no pude hacer nada. Debieron regalarle el carné en una tómbola.

«Cómo están los conductores en Madrid últimamente», me digo. Parece que no es solo a mí a quien le pasan este tipo de cosas. Cada vez que pienso en cómo me gritó el gilipollas del otro día después de preocuparme por él... me cabrea.

Dejo de oírles cuando me alejo. Entro en la cocina y un rico olor abre mi apetito haciéndome sentir hambre al instante.

—Hola, Ana —saludo—. ¿Qué preparas?

—Estofado de carne —sonríe. Me acerco a la olla e inspiro profundamente.

—Huele delicioso.

—Es para el hijo del jefe —susurra—. ¿Le has visto? Es guapísimo. —Abre los ojos para exagerar su frase.

—Le he oído hablar pero todavía no he tenido oportunidad de verle la cara.

—Creo que practica algún tipo de deporte. Tiene unos músculos impresionantes y me ha dicho que necesita proteínas para mantenerlos.

—¿En serio? —Siento curiosidad.

—Oh, sí... —Vuelve a abrir los ojos—. No me importaría llevarme a uno de esos a la cama.

—¡Qué burra! —Me sonrojo.

—¿Burra? ¿Acaso tú no te acuestas con los tipos que te gustan?

—No. —Vuelvo a sonrojarme—. Todavía no he practicado sexo con nadie.

—¿¡Eres virgen a los veinte!? —dice con sorpresa.

—Estoy esperando al indicado. —Me encojo de hombros.

—Uff... has leído muchos libros, reina. Los príncipes azules no existen.

—Me gusta pensar que sí —sonrío y comienzo a preparar algunas cosas.

Diez minutos después, el guiso está listo.

—¿Por qué no se lo llevas tú? —Levanta las cejas pícaramente y me acerca la bandeja—. Está esperando en el salón. —Lo pienso por un segundo, pero finalmente acepto. Quiero verle y saber si es tan guapo como asegura.

La Marca de Sara - (GRATIS)Where stories live. Discover now