Antes del Infierno Parte I

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El pequeño Raffaele despertó; tardó unos segundos en darse cuenta de dónde se encontraba, el carruaje seguía avanzando. Enderezó su cuerpo y volvió a sentarse, llevaba horas durmiendo con la cabeza recostada en las piernas de su padre. Durante todo ese tiempo, el Duque no había movido su mano, sujetándolo con firmeza y amabilidad.

—¿Cuándo llegaremos? —preguntó somnoliento.

—En cuanto rodeemos esa colina. Falta muy poco.

—¡¿De verdad?!

—Ven, no quites la vista de la ventana, verás aparecer la Villa del Duque de Meriño en cualquier momento.

Su padre le ayudó a sentarse en sus piernas y lo sujetó mientras él asomaba la cabeza y dejaba que el viento alborotara sus largos cabellos. Sintió su corazón palpitar lleno de emoción al pensar que finalmente vería a su querido primo.

—¿Maurice se acordará de nosotros?

—Por supuesto, no ha pasado tanto tiempo desde que vino a este lugar.

—Espero que haya crecido un poco.

—No lo molestes con eso. No todos los niños pueden ser tan altos como tú.

—Es que es tan pequeño como un cachorrito.

Philippe miró a su hijo y suspiró; recordó que había intentado atar por el cuello a su primo para enseñarle a seguirlo a todos lados. Los dos niños juntos significaban gritos, peleas y caos. Sin embargo, a la vez eran sinónimo de ingenio, risas y una gran ternura. Deseaba aquel reencuentro con todo su corazón.

—¡Padre, ahí está la villa!

—Déjame arreglarte un poco. Trata de causar una buena impresión a tus tías.

—¿Cómo es la tía Pauline? ¿Se parece a tía Thérese, a tía Severine o a tía Petite? Ojalá se parezca a tía Petite.

—Ya lo verás. Aunque... es mejor que no esperes que sea como Petite.

La voz llena de calidez de Philippe, disimuló la tristeza que lo embargó al recordar la tensa relación que mantenía con sus hermanas mayores. Raffaele dejó que lo acicalara en silencio; cada vez que recordaba la pérdida de su querida tía Petite le ocurría lo mismo que a un reloj que se ha quedado sin cuerda.

El carruaje se detuvo. Los sirvientes de la villa y los que acompañaban al Duque de Alençon se pusieron en movimiento. Philippe esperó, aunque el viaje había tomado días necesitaba un momento más antes de enfrentar la tormenta. Las nubes negras ya se mostraban amenazadoras en los ojos de sus dos hermanas.

La Marquesa Thérese de Gaucourt y la duquesa Pauline de Meriño aguardaban bajo el dintel de la puerta a su hermano menor. Al verlo bajar del carruaje las dos retrocedieron un paso sin querer, era impresionante por su altura y elegancia: El perfecto heredero que había recuperado la fortuna y el honor de un apellido que su padre había precipitado a la miseria. Aún así, las dos le odiaban y temían.

Engendrando el Amanecer IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora