Capítulo XVII Equivocándome con Alevosía Parte II

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—Un nombre muy pintoresco, tanto como "El Palacio de las Ninfas". Supongo que le llamaste así por el exceso de ventanas.

—No fue por las ventanas, sino por el techo. Vamos, seguramente te gustará.

Se hizo a un lado para que yo entrara primero. Al atravesar la puerta, encontré una sola estancia, más grande que cualquier habitación del palacio. Lo primero que llamó mi atención de esta fue el exceso de luz; como si no fuera suficiente con las ventanas, en el centro del techo se encontraba una cristalera hexagonal. Un detalle que no había visto nunca en otro lugar.

También reparé en la escasez de muebles, apenas una cama grande, una cómoda, una mesa y algunas sillas. En la única pared sin ventanas, frente a la puerta, se enseñoreaba un enorme cuadro cubierto por un manto blanco.

—Hace años que no vengo aquí —comentó Raffaele mientras recorría el lugar con una gran sonrisa en su rostro—. Hice que Asmun y mis hombres la limpiaran. No quiero que la vieja Agnes se entere, para que este sea nuestro refugio.

—¿Por eso el largo rodeo?

—Toda precaución es poca. Agnes es difícil de engañar y se lo cuenta todo a la bruja de Severine.

Retiró el manto del cuadro revelando la imagen de una mujer pelirroja, tan hermosa que me  dejó sin aliento.

—Se parece mucho a Maurice —exclamé embelesado—. Pero no es madame Sophie.

—¡Qué bueno que las distingues! Es mi tía Sophie, a quien todos llamaban Petite. Es la única ninfa que no tenía el corazón enfermo, o al menos eso espero.

—¿Este lugar le pertenecía?

—No, esta es mi habitación. Mi padre la hizo construir porque, después de la muerte de mi madre, no quise volver a dormir en el palacio. El arquitecto tuvo que esforzarse para hacer realidad todos mis caprichos infantiles.

Imaginé a Raffaele de niño, destrozado después del suicidio de su madre, y al duque tratando de brindarle algo de consuelo. Sentí la tentación de preguntar si había presenciado aquel acto de locura, descarté la idea temiendo abrir heridas que seguramente no estaban cicatrizadas. Además, él se veía tan feliz en ese momento que no quería empañar su sonrisa.

—Mi tía Petite me cuidó —continuó diciendo con una expresión de nostalgia y cariño, mientras acariciaba con su mano la superficie del cuadro—. Pasaba todo el día conmigo, era un ángel de dulzura.  De no ser por ella, seguramente yo no habría sobrevivido a la pena y mi padre tampoco. Cuando murió, dos años después, sentí que estaba maldito, que toda la gente que amaba iba a morir y un día me quedaría solo. Creo que por eso estoy tan apegado a mi padre y a mis primos. Todo el tiempo tengo miedo de que les pase algo, en especial Maurice, quien tiene un gran talento para enfermar o sufrir accidentes.

—Me contó que tu abuelo quiso matarlo.

—¡No me recuerdes eso! El viejo degenerado aparentaba ser una persona decente la mayor parte del tiempo. Solía portarse muy bien conmigo, diciéndome que estaba orgulloso de mí y que yo sería un gran duque. Pero a Maurice no lo toleraba, cada vez que lo veía comenzaba a  gritarle que era un demonio. No me preguntes por qué, creo que odiaba a Théophane.

—También oí decir que tu abuelo abusaba de las jóvenes que servían en el palacio.

—Puedes creer todo lo que digan de él. Era un usurero, libertino, déspota y al final terminó completamente loco. Pero dejémoslo en el olvido.

Volvió a hablarme de su hermosa tía. La describió como la compañera de juegos que todo niño anhela; era fácil suponer que  la joven alcahueteó a su pequeño sobrino. Raffaele parecía transformarse en alguien más joven y libre de preocupaciones mientras compartía sus recuerdos y disfrutábamos los bocadillos que nos habían dejado en la mesa. Por desgracia, todas las anécdotas conducían al triste momento en que se extinguió la vida de aquella mujer maravillosa.

Engendrando el Amanecer IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora