Capítulo XXIV El Corazón Agitado. Parte II

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En mi defensa puedo decir que muchas cosas me distraían e impedían hacer una sana reflexión: las intrigas de Madame Severine, los secretos de la familia Alençon, las exigencias de mi padre y, para colmo de males, el descubrimiento de una nueva rival.

Marie-Ángelique me inquietaba. Desde que sospeché que estaba enamorada de Maurice, desarrollé una animadversión violenta hacia ella. La consideraba más peligrosa que Virginie. Maurice pasaba varias horas a la semana enseñándole y la tenía a su alrededor cada día.

Además, era amable con ella y no mantenía la distancia que debía existir entre un noble y una simple sirvienta. Incluso llegué a sospechar que la menuda muchacha le gustaba, porque tenía rasgos semejantes a Virginie. Se podría decir que era del tipo de mujer en la que él se fijaría. Los celos me destrozaban las entrañas.

Recuerdo que estando en los jardines, durante una práctica de esgrima en la que Maurice y Miguel demostraban sus habilidades, ella nos trajo de beber y se quedó embelesada mirando a su mentor. Moderando mi voz, para que los contendientes no me oyeran, la regañé y la envié a la cocina.

—Siempre eres amable con la servidumbre, Vassili —me dijo Raffaele, quien se encontraba sentado a mi lado, contemplando embelesado también—. ¿Por qué has tratado así a esa chica?

—Perdía el tiempo —respondí excusándome.

—Reconoce que ha sido porque estás celoso.

—¿Lo has notado?

—Por supuesto, eres transparente para mí.

—Espero no serlo para Maurice.

—Él es muy denso y está enamorado de ti, seguramente no se ha dado cuenta. Sin embargo, si haces llorar a una de sus pupilas, no creas que le va a hacer mucha gracia. Él odia que los grandes opriman a los pequeños. Ya sabes que no ve el mundo como lo vemos todos, él piensa que una sirvienta y una reina son igualmente dignas de respeto.

—Sí, lo sé bien.

—Mayor razón para no meterte con la chica.

—¡Voy a morir de celos! ¡No sé qué hacer!

—Deja de lloriquear y lánzate con tu ejército a tomar el castillo.

—¿Qué?

—¡Llévatelo a la cama de una buena vez! Últimamente ni siquiera lo intentas...

—Quiero que antes se convenza de que puede confiar en mí.

—¡Vassili, tú no eres de fiar! Confiar en ti será el peor error que Maurice pueda cometer en su vida —se burló—. Es mejor que sepa en qué se mete y no te crea ni una palabra.

—¡Tú eres peor que yo!

—Yo ya lo he asumido, pero tú no. Tú haces toda clase de cosas y esperas que te declaren inocente.

Su risa se elevó y me dejó el orgullo herido. Era cierto que yo no demostraba ser un modelo de fidelidad, pero estaba seguro de que podía cambiar si me lo proponía. Repetía una y otra vez ese discurso en mi cabeza tratando de convencerme de que no era el libertino que realmente era.

Me acodé en la mesa que habían colocado en el jardín para que disfrutáramos de una merienda, y dejé mis pensamientos divagar mientras observaba a Maurice enfrentar a su primo. ¡Qué exquisito me parecía! Su grácil figura moviéndose con agilidad y vigor me fascinaba. Pronto una sonrisa se dibujó en mis labios y olvidé todas mis preocupaciones.

Pensé en lo maravilloso que sería poder eternizar ese momento; ser capaz de contemplar cada vez que quisiera aquella estampa de virilidad y belleza. Era una lástima no tener talento para el dibujo y la pintura.

Engendrando el Amanecer IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora