Antes del Infierno V

1.2K 176 42
                                    

Don Miguel no consiguió un puesto permanente en la Corte, Carlos III prefirió rodearse de ministros extranjeros. Como se había ganado el aprecio de su majestad, decidió permanecer en su mansión de Madrid, esperando cualquier oportunidad.

Su hijo ya no sentía ningún entusiasmo por visitar la Corte, pero estaba decidido a abrirse camino en esta. El tener poder y fortuna, había adquirido un nuevo significado para él, quería ser alguien que pudiera ayudar a su primo en el futuro. Decidió que iniciaría su carrera militar al año siguiente, El duque de Meriño mandó a celebrar en secreto una misa de acción de gracias después que se lo confió. Lo cierto es que sus dolores de cabeza con su hijo no habían terminado.

Para el joven, el mundo entero empezó a ser algo opaco al no tener a Raffaele cerca, empezó a mostrarse desanimado y huraño; incluso dejó de asistir a fiestas porque todos los nobles que lo rodeaban le parecían poca cosa comparados con su primo. Pasaba las horas recordando cada gesto amable que este había tenido con él.

Vio claramente que durante los meses que pasaron juntos, Raffaele se había consagrado a hacerlo feliz sin pedir nada a cambio, experimentó tal necesidad de volver a estar a su lado, que por más vueltas que dio al asunto, no pudo sacar otra conclusión: Se había enamorado. Ahora tendría que vivir con su ausencia y la duda de si aquellos sentimientos eran recíprocos o si para su primo, todo había sido un juego.

Al verlo melancólico, su padre creyó que se trataba de cansancio y le propuso regresar a la villa. Además, ahora la terrible madame Pauline, amenazaba con presentarse en la Corte porque se aburría en el campo. Aceptó ir a acompañarla esperando que un cambio de ambiente le ayudara a olvidar, pero fue inútil. Su propia madre temió que estuviera enfermo.

A finales de año llegó una carta de Raffaele, le contaba que había comprado una pequeña propiedad al sur de España para descansar, nada más. Miguel no dudó un momento, regresó a Madrid y esperó la primera oportunidad para ir en su busca.

No le importaba si para éste lo que habían compartido había sido un entretenimiento, no podía vivir con un vacío constante en el pecho y si Raffaele no correspondía a sus sentimientos, lo seduciría de la manera que fuera. La vida daba demasiadas sorpresas desagradables como para perder el tiempo lejos de la persona amada.

Se le ocurrió decir que quería visitar a su medio hermano, quien administraba las tierras que los Meriño poseían cerca de Andalucía. Don Miguel lo dejó partir muy complacido, la reunión fraterna no duró mucho. Después de una semana, partió en busca de su primo.

No envió ninguna carta anunciando su visita, sorprendió a Raffaele junto a una pequeña y hermosa casa de campo, cepillando un brioso caballo negro. Lo reconoció desde lejos, tenía el cabello recogido y su amplia espalda desnuda y empapada de sudor. Al acercarse, comprobó que no se había afeitado en varios días, era la imagen del descuido.

—Oh mi querido Raffaele, ¿en qué te has convertido? —dijo riendo mientras su primo lo contemplaba sorprendido.

—En un ermitaño que espera paciente una epifanía, y ésta al fin ha ocurrido.

Lo decía en serio. Miguel, todavía sobre su caballo, se le asemejaba a un dios con el sol brillante sobre su cabeza, luciendo un amplio sombrero y un elegante traje negro y dorado. ¡Jamás vio nada más glorioso!

—¿Por qué no me pediste que viniera a verte? —preguntó el recién llegado después de desmontar.

—Porque quería dejarte libre de decidir lo que quisieras.

—No mientas, querías darte el gusto de verme hacer lo que deseabas sin necesidad de pedírmelo.

—¡Qué bien me conoces!

Los dos rieron. Raffaele se inclinó para besarlo, pero Miguel lo detuvo y miró a todos lados.

—No te preocupes Miguel. Los vecinos indiscretos están a kilómetros de distancia y en la casa mantengo apenas dos sirvientes: una anciana, que jamás sale de la cocina, y un hombre mudo, que nunca levanta la cabeza. Muy conveniente, ¿no crees? Me alegro que también hayas venido solo.

—Reconozco que te has pensado bien las cosas —se quitó el sombrero y lo besó.

—Por cierto, ¿dónde está tu equipaje? No me digas que no piensas quedarte conmigo.

—Mi hermano lo enviará después. No quise perder tiempo.

Raffaele sonrió. Acarició el rostro de su primo contemplándolo con ternura.

—Mi dulce y hermoso Miguel, no podía soportar estar lejos de ti. He querido decirte algo por mucho tiempo, yo te...

—¡Calla! —exigió el español poniendo un dedo sobre los labios de su primo—. ¡No te atrevas a decir nada más!

—Pero es la verdad...

—He venido hasta aquí para decirlo primero. Raffaele: gracias a ti al fin me siento feliz de haber nacido —declaró vehemente—. Te amo con todo lo que soy y estoy seguro de que nunca amaré a nadie como te amo a ti.

—¡Oh mi amado, no puedo decir lo feliz que me haces! —exclamó sujetando las manos de Miguel para besarlas lleno de emoción—. Tenía tanto miedo de que no me correspondieras.

—¡Qué tonto eres! ¡Lo que más deseo en la vida es ser completamente tuyo! —afirmó radiante de felicidad.

—¡Yo ya te pertenezco por completo y así será hasta el fin de los tiempos!

Los dos se fundieron en un abrazo: ya no había sombras a su alrededor. El sol los bañaba de luz y calor mientras sentían la vida como una vibrante sinfonía.

Miguel al fin pudo abandonar el miedo de ser él mismo y Raffaele dejó de sentirse abrumado por ser quien era; comenzaban los luminosos días en los que la semilla de su amor, plantada durante su infancia, creció con la fuerza de algo completamente inesperado y dichoso.

Engendrando el Amanecer IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora