Capítulo XXII Vientos de Cambio. Parte III

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—Severine considera que debo echarlo del Palacio —continuó el Duque—. Insiste en que usted es una mala influencia para los niños.

—¿Los niños?

—Me refiero a Raffaele y a mis sobrinos. Debe perdonarme, para mí ellos siguen siendo los mismos pequeños que un día tuve en mis brazos. Como le decía, mi hermana insiste en que lo aleje, pero mi hijo ha jurado quemar el convento de las Agustinas si llego a hacer semejante cosa. Así que me debato entre complacer a mi hermana mayor y dejarla sin techo, o atender a mi instinto y ofrecerle mi amistad.

Después de haber mostrado un semblante serio y un tono severo, sonrió, se levantó y colocó ante mí su mano para que la estrechara. Quedé tan sorprendido que no pude moverme. Soltó una sonora carcajada.

—¡No tenga miedo, no voy a cortarle la mano! —Me puse de pie en el acto y acepté su gesto—. Muchas gracias por todo lo que ha hecho por mis niños, Monsieur Vassili —añadió dándome un fuerte apretón.

—No tiene que agradecerme. Ellos me han ayudado mucho. Pero le advierto que ya no son niños.

—Lo sé bien —se lamentó—. Sobre todo se que Raffaele ya no lo es, y que las cosas que hace no son cualquier juego. Deje que me ilusione y crea que el tiempo no ha pasado tan rápido como realmente lo ha hecho.

Empezó a preguntarme sobre mis planes futuros. Reconocí que no tenía idea de lo que haría con mi propia vida. Él se mostró muy paternal.

—Le conviene ser prudente, Monsieur Vassili. No lo critico por dejar el sacerdocio, Maurice me contó que usted no tiene vocación. Conozco por experiencia lo pesado que puede ser cumplir con las obligaciones impuestas por nuestras familias y respeto su deseo de elegir otra vida, pero eso lo ha convertido en blanco fácil para personas como Severine.

—Su hermana se ha ensañado contra mí sin ningún motivo.

—Ella cree que tiene la facultad de juzgar a los demás. Es una pena.

—Ya me ha indispuesto con mi padre contando toda clase de mentiras —no pude evitar mostrar lo mucho que me irritaba su hermana.

—Lamento escuchar eso. Se ha empeñado en hacer toda una cruzada para destruirlo y siempre ha sido muy tenaz. Quizá yo consiga contrarrestar un poco la mala fama que le ha creado si demuestro en público que soy su amigo. Debería acompañarme a Versalles uno de estos días, Monsieur Vassili.

—No sabe cuánto agradezco su oferta, eso sería de gran ayuda.

—Es lo menos que puedo hacer. Además, usted me haría a la vez un favor si logra que Maurice nos acompañe.

—Él odia Versalles...

—Por eso le pido que me ayude a convencerlo. Por lo que he visto usted parece conocer el arte de mover el corazón de mi querido sobrino —me dedicó una mirada curiosa, haciendo que mi rostro se sintiera en llamas—. Le confieso que estoy muy sorprendido por eso.

Acepté pensando que no perdía nada con intentarlo. Continuamos hablando de los trabajos en la calle San Gabriel. Para cuando llegaron los otros, ya lo había puesto al tanto hasta del último clavo que se había comprado.

Mi corazón latía feliz al escucharlo alabar mi buena administración. Y no podía evitar pensar en lo atractivo y carismático que resultaba. Su aspecto me daba esperanzas de que en veinte años Maurice y sus primos continuarían siendo deliciosos.

Contemplar a los miembros de la familia Alençon reunidos, hablando del pasado, del presente y del futuro, y sentirme parte de ellos, fue un gran impacto para mí. Théophane y el Duque se trataban como viejos camaradas entre los que las cosas no habían ido bien. Philippe se esforzaba por lograr una reconciliación. Su cuñado no dejaba de sacar del baúl de las memorias cosas para reprocharle.

Engendrando el Amanecer IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora