Capítulo XXV Pecado. Parte I

4K 300 226
                                    

La luz del quinqué que encendió Maurice me despertó. Era de noche, nos habíamos quedado dormidos. Él estaba vestido y salió dejándome en tinieblas. Me levanté y encendí otra lámpara. La inquietud me dominó. ¿Cómo podía marcharse de esa forma? ¿Acaso se había arrepentido?

—¡No puede hacerme eso! —exclamé mientras volvía a vestirme.

Lo primero que pensé fue seguirlo y reclamarle su comportamiento. Al imaginar lo que podría responderme, me paralicé. Terminé sentado a la orilla de la cama, con una garra despiadada arañándome el pecho por dentro.

Al poco rato Maurice volvió trayendo una botella de vino y una cesta con pan.

—¿Fuiste por comida? —pregunté como un tonto, sonriendo aliviado.

—Me dio hambre y supuse que a ti también. Como no cenamos...

—Me has asustado. Creí que te habías arrepentido.

—¿Por qué te gusta mortificarte de esa forma? —gruñó mirándome como si yo fuera idiota.

—No es por gusto, es un defecto que tengo —respondí avergonzado.

—Empieza a corregirte, sufres más de lo necesario.

Le di la razón. Tomé la cesta y la coloqué sobre la mesa. Nos sentamos a disfrutar de una frugal cena. Para mí fue el banquete más delicioso que recuerdo haber probado en mi vida. Reímos, hablamos de trivialidades, compartimos el pan y el vino. Fuimos felices con tan poco gracias a que nos teníamos el uno al otro. Nunca me había sentido tan pleno.

—Huyamos juntos, Maurice —propuse tomándolo de la mano—. Vamos a donde mi familia y la tuya no puedan separarnos.

Bajó la cabeza y contempló nuestras manos enlazadas. Estrechó más la mía y volvió a mirarme.

—¿A dónde iríamos?

—A cualquier lugar que quieras. Crearemos nuestro propio mundo, uno en el que podamos estar juntos. Incluso el Paraguay estará bien, ese es tu paraíso.

—Mi paraíso es donde tú estés, Vassili.

Me conmovió. No pude contenerme y lo besé. Nuestros besos habían cambiado, ahora eran lentos, llenos de promesas e insinuaciones y, sobretodo, interminables.

—Entonces, está decidido, huiremos juntos —dije resuelto—. Prometo aprender a vestirme solo.

Rió y llenó la habitación de vida.

—De acuerdo —respondió feliz—, pero será después que acabe el año que Raffaele ha pedido. No nos perdonará si nos vamos antes.

—Él está muy entretenido con Miguel.

—Se lo prometí... —insistió preocupado.

—¡Ah qué remedio! Sé que no rompes tus promesas.

—Así es, por eso te prometo esto, Vassili: te amaré hasta el día de mi muerte e incluso después de este —declaró solemne.

—No hables de muerte, por favor, dijiste que nadie va a morir.

Volvió a reír.

—Sólo quiero decir que te amo.

—Y yo a ti, vida mía.

Volvimos a besarnos y casi olvidamos de qué estábamos hablando, hasta que recordé algunos de nuestros problemas.

—Tendremos que ser muy prudentes para que tu tía no nos descubra. Y para que no termines casado sin que te des cuenta.

Engendrando el Amanecer IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora