Capítulo 18.

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Las horas se pasaban lentísimas. Mis ojos ardían con cada mirada que, casualmente, Harry y yo compartíamos. Me dolía demasiado verlo así, pero sabía que me dolería aún más volver a repetir la historia y hacer nuestra partida más difícil. Lily no perdía oprtunidad para preguntarme en cada descanso qué me ocurría, pero sólo seguía diciendo que mi cabeza dolía y estaba cansada.
La hora de salida llegó al fin. Un nudo se formó en mi garganta al saber que no vería a Harry hasta mañana. Todo era cada vez más difícil; mientras más lo evitaba, más lo quería. ¿Y qué podría hacer yo ahora? Nuestros corazones ya estaban destruidos, nuestras miradas reflejaban nostalgia y nuestros futuros no involucraban al otro. Lily y yo fuimos a cambiarnos, sin decir una palabra. Podía sentir la tensión incluso a kilómetros de distancia. Salimos del edificio antes de siquiera darme cuenta. Lo único que quería hacer era voltearme y correr en busca de Harry, pero no sería justo para ninguno de los dos. Nos subimos en un taxi que ni siquiera sabía que había llegado y, sin decir una palabra, entré justo después de mi mejor amiga. Alcé la vista hacia el edificio que se hacía paso ante mis cansados ojos. Ansiaba verlo, aunque sea a la distancia. ¿Por qué estaba siendo tan estúpida? ¿Por qué me rehusaba a darme cuenta de que él era todo lo que yo quería? Si no hubiera pensando tanto, ya hubiera estado bajando en busca de Harry, sin embargo el taxi ya había emprendido su camino... de vuelta a la realidad.

Ya eran las cuatro de la mañana. No podía conciliar en sueño. Apenas cerraba los ojos, lo único que podía hacer era recordar cada detalle de nuestra discusión, la forma en que los ojos se Harry se hacían cristalinos y su voz se quebraba en cada palabra, las cuales no tenían más que seguridad y honestidad. ¿Debía creerle? Por supuesto que debería. Si estuviera mintiendo, ni siquiera hubiera estado de esa forma: llorando y gritando exasperado. ¿Y qué estaba haciendo yo aquí? Ya no iba a dormir, y algo debía hacer para apaciguar mi corazón: correr a sus brazos. Correr a él y pedirle perdón, aun si ya no valía la pena. Me puse de pie de un salto, procurando no hacer ni el más mínimo ruido. Me vestí con jeans, zapatillas y una chaqueta de cuero por encima de la camiseta. Arrastré los pies hasta el baño, en donde lavé mis dientes y arreglé mi cabello en una coleta alta. Bajé las escaleras con cuidado, guardando mi celular y algo de dinero en el bolsillo de la chaqueta, y salí dando un respiro pesado. La brisa de la madrugrada era fresca y los faroles de la calle seguían encendidos en una tenue luz amarilla. Tragué con dificultad, imaginando diversas escenas de lo que podría ocurrir si llegara hasta Harry de esta forma, luego de todo lo que dije. Seguramente él me odiaría. No lo culpaba; después de todo, yo le grité aquella mentira primero. Vi un par de focos acercarse entre la suave neblina, y dos segundos después supe que se trataba de un taxi. Lo hice parar, aun sin saber a dónde quería ir realmente; después de todo, ni siquiera sabía dónde vivía Harry exactamente. El vehículo se detuvo y entré, cerrando con un portazo.
-Oh, lo siento-mascullé, para luego percatarme de que el idioma me traería problemas.
-No hay problema-dijo el chofer.
Solté un respiro de alivio al percatarme de que aquél hablaba el mismo idioma que yo. Sus ojos azules se encontraron con los míos a través del espejo retrovisor. Él no tenía menos de cincuenta años, supuse, debido a las prominentes bolsas debajo de su mirada melancólica y las arrugas en el entrecejo. Le sonreí medio tímida.
-¿Dónde la llevo, señorita?-preguntó amablemente.
-Ugh...-mascullé, pensando en algún lugar-. No lo sé... ¿La Torre Eiffel, quizás?
-La Torre Eiffel será-asintió, antes de emprender rumbo a mi destino.
El viaje iba en silencio, sin el ruido de los demás autos tocando el cláxon o las sirenas de los policías arrancando a toda velocidad. Todo lo que podía oír, aparte del susurro de las ruedas en la calle, era la voz de Harry gritándome un par de groserías, llorando y derrumbando todo a su paso. Tenía un miedo horrible de que algo así sucediera.
-¿Hay algún motivo aparente para que una jovencita como usted viaje a las cuatro de la madrugada al centro de París?-preguntó, y luego carraspeó la garganta-. No es que quiera dármelas de entrometido, pero sus ojos se ven bastante tristes.
Suspiré. ¿En serio se veían así?
-Quizás...-comencé-. Quizás necesito darme un respiro... Y arreglar algunas cosas.
-¿Problemas amorosos?-su mirada volvió a cruzarse con la mía en el espejo por unos segundos.
-Algo así-musité, mirando por la ventana.
-Disculpa si hago muchas preguntas; el café me suelta la lengua. Quizás este viejo debería callarse ya.
-Descuide-reí levemente, irguiéndome en el asiento-. No me molesta en absoluto.
Pasaron los minutos suficientes como para que pudiera contemplar la gran maravilla que era la Torre Eiffel a un par de metros. El conductor no dijo nada, y yo tampoco tenía muchas ganas de hablar. Me despedí dándole el dinero correspondiente y una sonrisa.
-Suerte-sonrió él, mostrando sus dientes de fumador excesivo.
Asentí, percatándome de cómo el nudo en la garganta se hacía cada vez más grande. El taxi se alejó, dejándome sola entre los faroles del gran París y en frente de la Torre. Podía sentir las luces del lugar marcar mi rostro. Me crucé de brazos y miré a todas partes. Bien, ya estaba aquí, ¿y ahora qué? Bajé la vista hasta mis desgastadas zapatillas. ¿Y si caminaba de vuelta a casa, sin más? No, no podía hacer eso cuando ya estaba en el centro. Saqué el celular de mi bolsillo y revisé el último mensaje de texto que había recibido, ese mismo con las siglas "HS" al final. Presioné la opción de llamar al número y clavé el celular en mi oreja. Los cinco timbrazos antes de que Harry contestara me parecieron eternos.
-¿Hola?-habló su voz ronca; estaba durmiendo plácidamente, a diferencia de mí.
-Harry...-susurré, apretando el teléfono entre ambas manos.
-______-su voz fue alterada en menos de un milisegundo-. ¿Qué ocurre? ¿Estás bien?
-No...-mi voz se quebró si previo aviso. No tenía nada planeado, pero sabía que comenzaría a debilitarme en cualquier momento.
-¿Dónde estás? Te iré a buscar-pude sentir un sonido al otro lado, y no dudaba de que estaba ya poniéndose de pie.
-Harry, te necesito-sollocé-. Actué mal. Soy una estúpida. Lo lamento tanto, en serio lo hago. Yo... yo pensé que si me alejaba de ti todo sería más fácil, pero... me equivoqué. Te necesito más de lo que alguna vez hice-callé un segundo, dándome el valor de continuar sin sollozar, aunque aquello fue imposible-. No merezco que me perdones, y te juro que yo tampoco me perdonaré jamás por nunca escucharte. Te amo, ¿sí? Jamás dejé de hacerlo, pero era demasiado cobarde para admitirlo. Tenía miedo de que pasara justamente esto: de que no quisieras volver a verme jamás por querer hacer todo esto más fácil.
-______, por favor, dime dónde estás-dijo con voz severa y autoritaria.
-Yo...-suspiré- no puedo. No debo decirte. Perdón por haberte llamado a estas horas. Adiós.
-¡Ni se te ocurra colgar, maldita sea!-exclamó con voz temblorosa-. Dime dónde mierda estás, ______ Merrick, que necesitamos hablar como se debe ahora, ¿entendido?
-En la Torre Eiffel, ¿sí?-sollocé-. Estoy en la puta Torre Eiffel.
-Bien, no te muevas-y finalizó la llamada.
Miré el celular con indignación. Esta vez no correría. Lo esperaría y arreglaríamos esto de una buena vez. Si él sería capaz de hablar con una persona adulta normal, ¿por qué yo no? Crucé los brazos por encima de mi rostro, ahogando los sollozos en ellos e impidiendo que las lágrimas inundaran toda la ciudad. No pude especular cuánto tiempo estuve llorando, pero para cuando mis ojos estaban desbordando las últimas pequeñas gotas, vi un auto haciendo cambio de luces en mi dirección, y en seguida supe que se trataba de Harry. Corrí hacia él, mientras miré cómo detenía el auto y salía rápidamente de éste. Antes de que pudiera hacer algo, lo vi rodeando sus manos en mi cintura y besando mis labios. La calidez de los suyos fue algo mucho mejor que un manjar hecho por los dioses del Olimpo. Era una adicción pura, una exquisitez, el sabor más perfecto que alguna vez pudo pasar por mi boca. Su lengua entró desesperada, buscando la mía y encontrándola al instante. Rodeé mis temblorosos brazos en su cuello, acercándolo mucho más a mí y dejándonos llevar por la pasión del momento; por el romanticismo puro que venía siendo un verdadero beso de amor a los pies de la Torre Eiffel. Apenas pude separarme de sus labios, sin embargo, cuando lo hice, una sonrisa tensa apareció en ellos.
-Lo siento-musitó, dándome otro casto beso-. Lo siento.
-No digas que lo sientes-susurré-. Esa debería ser yo.
-Lo sé-rió, y fue tal el alivio que me sacó una risa a mí también-. Vamos a casa.
-¿A mi casa?-pregunté, repentinamente horrorizada.
-A la mía, nena-y volvió a besar mis labios.
Era increíble cómo el poder de un sólo beso lograba calmar cada miedo, desesperanza y angustia que podía haber llegado a sentir. Pero era aún más increíble darme cuenta de que lo que había sentido por él jamás se había esfumado..., ni siquiera un poco.

El Arte De Encontrarte (Secuela de LFDA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora