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¿Ah, sí? Yo también quería jugar

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¿Ah, sí? Yo también quería jugar. Como el tiempo estaba en nuestra contra y, con cuidado de que su pierna derecha estuviera en reposo todo el rato, metí mis pulgares en su pantalón. Recogí tanto sus bóxers como sus pantalones hacia abajo, hasta que poco a poco se bajó todo hasta los talones. Ahora que, por segunda vez, le veía en todo su esplendor, me sentía como la primera vez. Como esa vez en la Quechua, a oscuras. Cuando hicimos el amor por primera vez, con miedo, con deseo, con una pasión incontenida que ni yo pensaba que tenía. Kain me gustaba, pero no sabía hasta qué punto.

Y Kain era ahora todo agonía, adorabilidad, y decidí no hacerle esperar más. Me quité mis shorts y mis bragas, lanzándolas a cualquier parte, y sentí su mano acariciando mi mejilla derecha. Esta vez la sentía más íntima, más cercana que las anteriores.

Sonrió pícaramente, probablemente se le estaría pasando algo excitante por la cabeza. Y tenía muchas ganas de saber de qué se trataba.

—Date la vuelta.

Y a esa voz ronca, acompañada de sus caricias en mis caderas, la obedecí, presa de la excitación y de mis ganas de él.

Su dureza estaba contra la parte baja de mis glúteos, y noté la punta húmeda entre ellos. No sabía qué iba a hacer, pero sí sabía que lo íbamos a pasar muy bien. Su mano ascendió hasta mis pechos, apretándolos y haciendo que apretara con mi mano la suya, incitándole a que no parara. Su tacto en esa parte sensible y dura de mi cuerpo era deliciosa. Rodeó con la yema de sus dedos mis pezones, dándome un placer exquisito.

Y, al igual que aquella noche en la que nos perdimos, nos masturbamos. Pero no a nosotros mismos, sino al otro. Bajé mi mano a su miembro, caliente y duro, y giré mi cabeza para ver su reacción. Su rostro era de placer puro, y me besó los labios lentamente mientras mi mano estimulaba su miembro.

Su cálida respiración contra mi mejilla me enviaba escalofríos y, con su brazo encima del mío, llevó su mano a mi intimidad. Se hizo camino hasta abajo, lentamente, mientras yo intentaba centrarme en llevar el mismo ritmo por su miembro. Con la misma velocidad y de arriba abajo, sin parar. Pero dicha tarea comenzó a ser ciertamente difícil cuando encontró mi clítoris y se me escapó un gemido. Otro, cuando encontró mi punto de placer máximo, rozándolo sin parar. Llevó su otra mano a mi boca para tapármela cuando voy a gemir de nuevo.

—Shh, Noor... ahora es cuando tienes que estar en silencio —me dijo en un susurro, con un tono divertido latente en su voz.

—Kain, no... no puedo evitarlo —dije yo, la chica que hablaba poco pero que, ahora, no era dueña de su cuerpo, sino que su cuerpo era quien marcaba esta vez las pautas.

Oí cómo gruñó en mi oreja, no sé si porque mi mano frotando su miembro aumentaba tanto sus ganas de hacer el amor o porque el sentir que me hacía proferir gemidos aun cuando no debíamos hacer ruido le ponía a cien.

—Noor... tengo muchas ganas de hacerlo...

Al ver sus intenciones, mordí mi labio inferior y me pegué a él mientras frotaba su miembro sin parar. Su mano seguía estimulando mi entrepierna, y él debía notar mi respiración agitada en la parte interior de su brazo. Y su glande en esos momentos acarició mi apertura mientras yo cerraba los ojos, disfrutando de su roce. Mi intimidad palpitaba, ansiando abrazar su miembro, y pronto él complació mis deseos de la manera en la que solo él sabe hacerlo. Con ternura, apasionada y de golpe. Y lo cierto es que gracias a que estaba abierta y tremendamente excitada, fue una bienvenida calurosa, ardiente y animada. Calurosa porque nuestros cuerpos estaban en llamas. Incluso antes de empezar sudábamos, fruto del esfuerzo que había hecho nuestro cuerpo para convertir movimientos en sensaciones exquisitas. Ardiente porque al entrar en contacto su miembro con mi intimidad sentí como si saltaran chispas de ahí abajo. Llevaba muchos días con mi cuerpo caliente por él, con mi intimidad húmeda al pensar en cómo quería volver a sentir su cuerpo moviéndose rítmicamente con el mío. El sexo es un placer del que la mayoría de hombres y mujeres queremos disfrutar prácticamente a diario. Y yo no iba a ser menos. Tenía épocas en mi vida en las que era muy fogosa y me gustaba disfrutar de buenos orgasmos junto a un hombre que calentara hasta mi alma. Y Kain... Kain era ese hombre...

Nos tumbamos uno al lado del otro, cansados, felices... todo era perfecto, hasta que tocan en la puerta.

—¡Kaaaain! ¿Todo bien?

El corazón me iba rapidísimo. Pronto reaccioné y procuré vestirme lo más rápido posible.

—Diosss —murmuré lo más bajo que pude, mientras cogía las braguitas para ponérmelas.

—Todo bien, sólo que estaba guardando el anuncio y se me han caído unas carpetas.

—Bueno, la cena está lista. Y vamos a empezar sin tiiii.

—No vuelvo a hacer algo así en la vida —afirmé, abriendo la ventana de su habitación.

—Y lo excitante que ha sido, ¿qué? —susurró Kain, abrazándome desde atrás. Una ráfaga de puro amor me inundó cuando lo hizo. Sin embargo, le di un codazo sin querer en su brazo con las prisas. Me revolví entre sus brazos procurando no reírme.

—Auch, qué violenta te pone el sexo —bromeó, mientras me soltaba.

—No es cierto. No me gusta hacerlo en circunstancias así —dije saliendo por la ventana y sintiéndome Romeo.

—Entonces para la próxima, que sea en una biblioteca, de esas en las que tú andas encerrada siempre, contra una estanteria...

—¡Kain! —le regañé, alejándome de su casa y agradeciendo que su habitación estuviera en el primer piso. Eso sí, imaginarlo me puso muy caliente... otra vez. Malditas hormonas.

PerdidosWhere stories live. Discover now