» 012 «

1.5K 83 5
                                    

-¿Os hemos hecho esperar mucho? -inquirió el meticuloso y perfeccionista de mi padre mientras emprendíamos la marcha.

-¡No, no! -Agnes frunció el ceño teatralmente, mientras apretaba el bracito de Cleo. -Nos hemos retrasado porque la pequeña se olvidó su osito de acampada -finalizó, atrayendo a su hija hacia sí.

Noor, cruzando sus dedos delante de su cuerpo, intentaba evitar mi mirada, pero no que las cosas parecieran más raras de lo normal, por lo que me preguntó:

-Oye, Kain ¿cuántos sacos habéis traído?

Supongo que se había olvidado del hecho de que no me contestaba los whatsapps. O tal vez prefiriera hablar conmigo en persona que a través de la pantalla. Me molestaba, no lo niego. Sentía que jugaba conmigo a su antojo, hablándome cuando le apetecía. Pero yo también me divertía, salía con otras chicas e iba a mi bola. Al igual que ella. De todas formas, a pesar de ese sentimiento de soledad que no se marchaba de mí, ella intentaba ir difuminando poco a poco nuestros encuentros... íntimos, así que, queriendo conseguir lo mismo, contesté con educación:

-Tres, ¿vosotros?

-Nosotros también, pero di que Noor y Cleo entran en uno -intervino su madre, palmeando la mochila de Cleo.

Miré a la hermana de Noor, la cual tenía un caminar simpatiquísimo y, efectivamente, llevaba un saco en su espalda que parecía la mitad que ella. Al darme cuenta de que dejar de pensar en chicas me venía bien, vi clara una cosa: en ese momento necesitaba que esa excursión me obligara a pensar en otras cosas, en mi salud, en mi familia, en el encanto del paisaje.

Pasé la mirada del infinito horizonte azul, acariciado por las elevaciones rocosas a nuestro alrededor, y no pude evitar llevar mi mirada a Cleo, quien se ajustaba las tiras de la mochila a cada rato. Tenía unos brazos pequeños y regordetes, como los de su madre, y me hizo gracia su actitud. Por sus narices iba a llevar la mochila.

-¡Vaya, Cleo! Qué fuerte estás -le dije a la niña, apretando con un dedo su bracito.

-Lo sé, ¡y algún día seré tan fuerte que podré llevar toda la mochila!

-Pero por ahora, céntrate en llevar el saco durante la primera parte del camino ¿eh? Que luego me tienes que pasar el relevo -dijo el señor Neveda con una gran sonrisa. Aunque fuera una tontería, estaba orgulloso de que su hija llevara el saco y fuera tan independiente y decidida con tan solo 6 años. Supe eso por su mirada, la de un padre orgulloso. Así que... por eso la mochila parecía tan pesada, ahí estaba el saco de dormir de Noor y Cleo.

Respiré hondo y comenzamos nuestro camino bajo el sol, salido escasas horas atrás, pero que esta vez no era tan fuerte como el anterior sábado. Algunas nubes dispersas ayudaban a sobrellevar el calor, a pesar de que la leve brisa que corría era caliente. Y es que, al acercarse la época veraniega, a ciertas horas del día el calor se hacía insoportable... y eso que yo soy más de verano que de frío. No hay nada mejor como el buen tiempo, estar con amigos, y poder comer al aire libre.

En dirección contraria, un grupo de chicas amenizaron su paso al llegar a nuestra altura, señalándonos con la mirada y revisando móviles y papeles llenos de señalizaciones.

-Disculpen ¿saben dónde está el camping de montaña? -preguntó una de ellas, avanzando unos pasos más que sus compañeras hacia nuestro grupo. Llevaba su pelo rubio recogido y su atuendo no daba mucho a la imaginación. Lo cierto es que lo de no pensar en chicas se empezaba a convertir en una tarea complicada cuando me ponían delante unos cuerpos tan bonitos.

-¿No es a donde vamos, papá? -preguntó mi madre, haciendo que la chica la mirara un tanto... extraño. Por suerte, aparentaba la edad de mi padre y se notaba lo empalagosamente enamorados que estaban ambos.

-Sí, pero nosotros antes tenemos planificado ir a varios sitios. El camping... está yendo hacia abajo, íbais bien.

Una pelirroja con gafas de pasta verdes se acercó a la rubia para ver en su recorrido.

-¿A cuánto queda del aparcamiento? Parece que está cerca.

-No hagáis caso a esos mapas, mienten mucho -explicó Cecilia. Me di cuenta de los ojazos de la rubia al tenerla tan cerca mientras prestaba atención a Cecilia. Eran color miel y almendrados. Vamos, una preciosidad, como para no fijarse en ellos. Lo cierto es que algo me decía que estuviera abierto a todas las posibilidades, porque nunca sabes con quién vas a congeniar. Incluso podría pasar algo emocionante en algún punto muerto de mi vida, ¿quién sabe?-. Más que del aparcamiento, podéis tomar como referencia un árbol caído que hay al bajar la montaña.

-Está enfrente del restaurante, no tiene pérdida -añadí.

-Muchas gracias, familia -dijo la rubia, seguida de las otras 10 chicas. Realmente eran un montón. ¿Dormirían todas juntas y apretaditas en la misma tienda? ¿Y lo harían con pijamas cortos de verano o con braguitas?

Seguí con la mirada al grupo de chicas cuando pasaron a nuestro lado, y otra rubia menos rubia que la rubia que nos preguntó cómo llegar al camping, me dejó enrubiado (palabra made in Kainland) con el guiño de ojo que me dio al pasar.

Pero no fue esa mirada la que me dio escalofríos. Fue otra que estaba a unos metros de mí y me miraba tras el cuerpo de su propia madre, escondiéndose como una niña pequeña cuando me percaté de que estaba analizando mi pequeña sonrisa, para nada propia de mí, que portaba en mi cara. ¿Celos? Me encantaba esa carita de Noor, tan adorable, tan llena de incógnitas, aunque dolida... Tal vez en el fondo le importase ¿un poquito? a pesar de que me demostrara lo contrario... Y tal vez dejar de pensar sobre eso sería una buena idea.

Anduve al lado de nuestras dos familias, hablando y bebiendo de vez en cuando, aunque más bien pensando en idioteces. Como que, cuando tuve a Noor a mi lado, en un momento dado de la mañana, me fijé en que tenía un moratón en el cuello. No, no... no era un moratón, era un chupetón. Y no trataba de ocultarlo, llevaba el pelo liso recogido en una coleta. Bien, sabía qué me quería decir con eso. Estaba saliendo con alguien y por eso se comportaba así conmigo. Por eso se portó de forma tan fría después de ese beso. ¿Tal vez se dejó llevar, pero luego se dio cuenta de que no estaba bien, y por eso reaccionó tan distante? Eso tenía solución. Solo tenía que hacerme con el número de Cris. O quizá tontear con aquella rubia...

Para mi buena suerte, en vez de fijarse en las abundantes rocas del camino para no caerse, mi padre estaba haciendo algo que no lograba ver en la mochila hasta que algo me golpea, como he dicho, para mi buena suerte, en la cara.

-¡Oye tú, Indiana Jones! -exclamé con una mano en la zona del impacto: la frente.

-¡Papá! ¿Qué has hecho? -se quejó mi madre, escrutándome para ver si estaba bien y, aunque le envié una sonrisa de las mías para que no se preocupara, lo que vio en mi frente hizo que mi sonrisa no funcionara.

-¡Alaaa!

-Shh -le reprimió su padre a Cleo-. Es de mala educación señalar.

-¿Qué pasa? -sonreí ignorando lo asustada que parecía Noor al verme, restándole importancia a la sangre entre mis dedos-. ¿Es que estoy a punto de morir?

-Lo siento, Kain -se lamentó mi padre guardando la cuerda en su mochila, por cierto, tenía un gancho puntiagudo que no sé cómo narices acabó en mi frente.

-No es nada, papá, no te preocupes.

-No hay problema, he traído tiritas -añadió mi padre restándole importancia, parando para rebuscar la caja ansiada en la mochila.

-No hay problema, has traído la casa entera -bromeó el señor Neveda.

-Ah, se me olvidaba -dijo tendiéndome las tiritas e ignorando a su amigo mientras, por otro lado, mi madre me ponía un pañuelo en mi frente-. He traído 7 copias de la reserva en el camping por sea caso alguno de nosotros nos perdemos.

Sacó una estrecha carpeta transparente, sin ninguna arruga, y puso las hojas de su interior en la mano para pasárnoslas.

-Gracias.

Mi madre se separó de mí, y esta vez era yo quien cortaba el hilillo de sangre procedente de la herida.

-Ten -formuló Noor, apareciendo de la nada delante de mí con una cajita de tiritas. La caja que estaba sujetando hacía unos segundos. Miré al suelo, en donde no había nada, y luego a su mano, antes de que se pusiera a reír.

PerdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora