VEINTINUEVE

12.4K 828 32
                                    

Carolina me permitió quedarme el tiempo que fuera necesario hasta que me fuera de Chile. En este momento valoraba mucho su amistad, pero tuve que contarle que Alberto me estaba engañando y que me iría de la casa.

Ella no lo podía creer y eso que no le había contado con quién estaba siendo infiel. Pero yo no tenía mucho que decir del asunto, si de infidelidad se trataba, la mía era tan extrema como la de Alberto, estábamos en igualdad de condiciones, aunque eso él no lo sabía. Habría sido un verdadero escándalo para su familia, aunque pienso que tarde o temprano se terminarán por enterar de lo mío con Augusto. No obstante, en el fondo de mí, espero que sea tarde, muy tarde.

Carolina fue a mi casa a buscar mis cosas junto con Mía. A Marcela no le vi ni la sombra en esos días. Cuando conversé con Augusto sobre lo que había pasado, estaba tan alegre como yo, así que solo me restaba arreglar algunos documentos antes de partir.

Alberto intentó conversar conmigo, pedirme perdón. Me dijo que había sido un error, que yo soy la única mujer que ama y que lamentaba haberme tratado mal y echarme la culpa por lo que había ocurrido con el embarazo. Un día llegó a mi trabajo con un ramo de flores, otras veces me mandaba extensos mensajes pidiéndome que no lo abandonara, que pensara en lo que diría su familia, en lo que dirían en su trabajo y el mismo discurso recurrente de siempre: lo único que importa es mantener su imagen de hombre que perfecto. Pero yo ya tenía una resolución tomada y no la abandonaría.

Lamentablemente, no podía esperar para divorciarme de él, pues es un trámite largo y no quería tener que enfrentarlo ni una sola vez más, ya encontraría una forma de arreglar ese problema.

Todo había ocurrido antes de lo planeado, estaba nerviosa, pero quería que el tiempo pasara rápido para ver a Augusto. Mis amigas me acompañaron al aeropuerto para despedirse y entre lágrimas de emoción y pena subí al avión.

El viaje fue agotador, intenté dormir para poder sentir que el tiempo avanzaba más rápido, pero no, estaba tan ansiosa que solo pensaba en la posibilidad de ver a Augusto esperándome en el aeropuerto. Miraba a cada rato la hora y pensaba en el tiempo que faltaba para el aterrizaje.

Al llegar, recojo mis maletas y luego salgo a buscar a mi hombre, que debe estar esperando en algún lado. Me cuesta tanto creer que sea verdad, que al fin sea de verdad y que ya no tendremos que escondernos de nadie, que podremos besarnos en público y nadie cuestionará lo que estamos haciendo.

Me abro paso entre la gente, mirando a todos lados si es que está Augusto, pero no lo veo, supongo que se ha retrasado. Me siento a esperar mientras se me acercan algunos taxistas para ofrecer sus servicios. Tenía tanta ilusión de verlo de inmediato, pero no aparece. Le envío un mensaje para decirle que lo estoy esperando, pero no contesta. Comienzo a preocuparme por él, a pensar que le puede haber pasado algo, si él tenía tantas ganas de verme como yo a él.

La espera se vuelve desesperante, cuando de pronto siento una mano en mi hombro y una voz conocida pronuncia mi nombre.

—Zoe —dijo Augusto.

—Por dios, Augusto, me estaba comenzando a preocupar, creí que no vendrías —dije y lo abracé.

—Jamás te dejaría sola. Tuve un pequeño problema pero ya lo resolví, lamento que hayas tenido que esperar tanto.

—No importa, ya estás aquí, ya estamos juntos, mi amor, juntos al fin.

—Sí, mi amor, pero ahora quiero hacer algo.

—¿Qué cosa?

—Esto.

Sonrió y luego se acercó a mis labios dejándome sentir un cálido y apasionado beso frente a una enorme cantidad de personas que nos miraban. Estaba con él al fin, abrazados, besándonos, sin importar todo lo que había pasado antes, éramos los dos, dejando que nuestro amor fluyera como siempre habíamos querido.

Tomamos un taxi y nos dirigimos a la casa de Augusto. En el camino conversamos del viaje y de lo feliz que estábamos de poder vivir juntos. Yo simplemente quería llegar y hacer el amor con Augusto, mi cuerpo ardía en deseos después de aquel apasionado beso en el aeropuerto.

Al llegar, Augusto me enseñó la casa y me dijo que prepararía algo de comer mientras yo acomodaba mis cosas. Si bien, era mucho más pequeña que mi casa con Alberto, tenía todo lo que necesitaba y eso era una sola cosa: Augusto.

Después de comer Augusto y yo nos fuimos a la habitación. De nuestro rostro no se podían borrar las sonrisas y la felicidad de vernos. Nos miramos con complicidad, ambos sabíamos lo que queríamos, después de un par de meses esperando el reencuentro solo faltaba concretar nuestro amor en la que sería nuestra cama por mucho tiempo.

Augusto me tomó por la cintura y me acercó a él. Con ambas manos tomé su rostro y lo acerqué a mí para besarlo. Sus manos bajaron hasta mis glúteos y comenzaron a apretarlos. Mis dedos se enredaron en su cabello y casi sin darnos cuenta comenzamos a quitarnos la ropa, que en un momento como este solo estaba estorbando.

Me dejé llevar por el deseo arrollador que tenía, quería besar cada parte de Augusto, sentirlo mío más que nunca y eso hice. Nos recostamos en la cama, me coloqué sobre él y besé su cuerpo, aquel abdomen perfectamente marcado que tanto me había provocado la primera vez, ahora estaba frente a mí, haciendo que mi cuerpo ardiera. Sus manos acariciaban mi espalda, mientras mi boca se entretenía besando su cuerpo.

El placer aumentaba con cada caricia, con cada beso que nos dábamos, teníamos todo el tiempo del mundo para amarnos, pero no era suficiente, no queríamos esperar. Me tomó de los brazos y me colocó en la cama otra vez. Besó mis pechos mientras sus dedos se colmaban con la humedad de mi sexo.

—Augusto, necesito que me penetres, ahora —pronuncié entre jadeos.

—Claro mi amor, como tú digas.

Acercó su erección a mi sexo y deslizó su pene en mí. Tomándose su tiempo, con toda calma comenzó a penetrarme, haciendo que me desesperara de deseo.

—Por favor, hazlo fuerte.

Sonrío y empezó a embestirme con fuerza, haciendo que los gemidos fueran cada vez más intensos, más prolongados. Extrañaba con todo mi ser la forma de hacer el amor de Augusto, sólo él podía excitarme de esta forma en tan poco tiempo. Sentía que mi cuerpo se amoldaba para recibirlo, cada vez más profundo y con más deseo. Extasiados por el placer, nuestros cuerpos se entregaron a un intenso orgasmo que en vez de dejarnos sin fuerzas, nos hacía desearnos más.

Luego de hacer el amor hasta cansarnos, nos dormimos abrazados, tal como había soñado que debería haber sido nuestro encuentro. Sin límites, sin complicaciones, sin nada que nos detuviera más que el cansancio. Ahora ya no había nada que se interpusiera entre nosotros, seríamos uno, hasta que la vida decidiera otra cosa para nosotros.

FIN.

Arriésgate por míWhere stories live. Discover now