CINCO

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Dormía plácidamente, cuando sentí que alguien me movía con poca delicadeza. No quería abrir mis ojos, no quería despertar, supongo que era el efecto del cansancio y de todo lo que había bebido la noche anterior.

—Zoe, despierta, vamos, despierta rápido —decía una voz.

—No quiero aún es muy temprano —respondí con voz adormecida.

—No puedes seguir durmiendo, vamos, levántate rápido —insistía la voz.

—Déjame tranquila.

—Zoe, apúrate, viene mi tío, se acaba de bajar del taxi.

—¿Qué tío?

La palabra tío dio vueltas en mi cabeza y abrí los ojos, miré alrededor y vi al Augusto a mi lado semidesnudo. Me di cuenta de que no estaba en mi habitación y me costaba comprender lo que estaba ocurriendo.

—¿Qué hago acá? —pregunto.

—¿Qué es lo que crees? —preguntó sarcástico.

No lo podía creer, en mi memoria había vagos recuerdos de la noche anterior. Pero sentía que no era tiempo de ponerme a pensar. Me pasó la una toalla y crucé la puerta lo más rápido posible y entré en el baño.

Alberto entró en silencio en la habitación y se acostó sin decir nada. De seguro, y para consuelo mío, venía más que ebrio, tanto que ni siquiera se preguntó por qué no estaba en la habitación.

Salí del baño y vi a Alberto aún vestido, roncando sobre la cama. Lo cubrí y salí al jardín, intentando recordar todo lo que había ocurrido durante la noche. La ropa mojada aún estaba cerca de la piscina, decidí recogerla y echarla al lavado, quitar toda evidencia de la locura cometida en la noche anterior. Pensar en la posibilidad de que mi futuro marido supiera lo que había hecho con su sobrino, me volvía loca. Pero ¿Qué había hecho realmente? Recuerdo lo del baile, lo de la piscina y después... ¿Qué fue lo que fue lo que hice después?

Una idea me consolaba, sabía que Alberto la había pasado bastante bien, que tampoco había perdido el tiempo en su despedida de soltero, las marcas de labial en su camisa lo delataban, tenía los botones mal abrochados y había llegado mucho después que yo.

Miré el reloj y vi que eran las 9.45 de la mañana, realmente no había dormido mucho, pero del susto ya se me habían quitado las ganas de dormir. Entré en la cocina y decidí prepararme un café bien cargado para recuperar mis energías, sacarme la sensación de ebriedad del cuerpo.

En mi mente las imágenes de la noche anterior no paraban de aparecer. Comencé a recordar el beso en la puerta de la habitación de invitados, el cuerpo desnudo de Augusto, sus caricias, sus besos, su lengua recorriendo cada parte de mi cuerpo. ¡Esto es una locura, una verdadera locura!

No entendía por qué lo había hecho. Desde que había estado con Alberto, jamás lo había traicionado, mucho menos habría pensado hacerlo con alguien de su familia. ¿Pero en qué estaba pensado si tiene 9 años menos que yo? Si esto se llega a saber será realmente un desastre.

—Está bueno el café —interrumpió una voz en la cocina.

Miré a todos lados, para asegurarme de que no hubiese nadie más que Augusto cerca. Me paré y me acerqué rápidamente hacia él y le increpé:

—Estás verdaderamente loco ¿Cómo se te ocurre hacerle esto a tu tío? Debes jurarme que no dirás nada, por favor, júramelo —ordené.

—Por lo visto ya recuerdas todo. Pero te diré algo, no soy yo el que se va a casar con él, no estuve solo en lo que hice, así que también debes hacerte cargo.

—Estaba ebria y aprovechaste la ocasión, eso no es justo —reclamo.

—Lo sé, pero aun así lo disfrutaste tanto como yo.

—¡Cállate, no digas eso!

—No te preocupes, no diré nada, siempre y cuando pueda seguir disfrutando de ti.

—Olvídalo —dije gritando —no volverá a ocurrir, eso fue una locura. Tú te irás pronto y todo quedará en el recuerdo.

—Claro —dijo con una sonrisa sarcástica y se marchó.

No quería seguir discutiendo con él, pero aquella risa me dejaba una sensación extraña. Era evidente que algo se traía entre manos. Pero ahora lo único que quería era descansar. Debía recuperar fuerzas para el día de mi matrimonio.

Decidí acostarme en la habitación que estaba sola, pues Alberto estaba en medio de la cama y no quería molestarlo. Cerré los ojos y nuevamente las imágenes de la noche anterior volvían a mi mente. ¿Sentimiento de culpa?

Definitivamente sentía culpa, pero no estaba segura de estar arrepentida.

Hacerlo con Augusto fue exquisito, me llenó de sensaciones que tenía olvidadas, esa mezcla entre adrenalina y pasión, entre lo prohibido y el deseo irrefrenable llamaron poderosamente mi atención la noche anterior.

«¿Por qué habrá dicho eso de seguir disfrutando de mí? Creía que le había dejado claro que solo era por una noche, por mi despedida de soltera, además él solo vino al matrimonio y después se debe ir».

Decidí cerrar los ojos y dejar de pensar, intentar olvidar y creer que todo lo que había ocurrido no era más que un sueño, un dulce y apasionado sueño, que mi imaginación se empeñaba en creer que era verdad.



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