DIECIOCHO

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Mi corazón saltaba acelerado. Concentré todas mis fuerzas en que Alberto no notara mi cambio de ánimo por la llegada de Augusto. En el fondo de mí, algo me molestaba ¿Por qué había hecho esto sin avisarme? ¿Por qué me mantuvo angustiada de esta manera?

Durante el camino a la casa de la familia de Alberto, se mantuvo una conversación agradable. Augusto comentó acerca de su retorno a Chile. Había llegado hace unos días al país. Por internet hizo los contactos con una corredora para buscar un departamento y poder vivir. Alberto le había ofrecido quedarse en casa, pero Augusto rechazó la propuesta. Creo que tenerlo en casa habría sido algo en extremo peligroso.

Al llegar a la casa de mis suegros, no hubo mayores oportunidades de conversar con Augusto, intentaba pensar en la forma de acercarme a él y ver cómo estableceríamos una comunicación fluida ahora que estaba en Chile. Se me ocurrió salir a fumar. Alberto no me acompañaría pues él no fuma, así que solo necesitaba un poco de la astucia que Augusto me había demostrado antes de mi boda, para que decidiera acompañarme. Y lo hizo.

—¿Quieres fuego? —dijo ofreciéndome el encendedor.

—Claro, es lo que necesito en este momento —contesté con una sonrisa.

Encendí mi cigarro, él hizo lo mismo. Nos mirábamos sin decir nada. Estaba algo inquieta, con el miedo de que alguien pudiera escuchar lo que tenía que decirle. Miré a todos lados y nadie estaba cerca.

—No podemos hablar con tranquilidad ahora, pero tenemos que vernos —afirmé.

—Por supuesto —respondió Augusto.

—¿Cuándo?

—Cuándo tú quieras.

—Mañana a las 5 de la tarde ¿Te parece?

—Perfecto ¿Vendrás a mi departamento? —interrogó.

—Claro.

—Te he extrañado, más de lo que imaginas—. Aquellas palabras aceleraban aún más mis latidos.

—No deberíamos hablar de esto acá, es muy arriesgado —increpé.

—Por ti corro cualquier riesgo y lo sabes. Espero que tú también hagas lo mismo.

—Lo estoy haciendo en este momento.

—Te mandaré un mensaje con mi número y la dirección exacta de mi departamento.

—Está bien —asentí.

La sonrisa en el rostro de Augusto estaba causando verdaderos estragos en mi interior. Una parte de mí quería abrazarlo, besarlo, hacer el amor en ese mismo instante con él, dejando atrás todo lo que se opone a nuestro romance. Pero otra parte de mí estaba disgustada por lo que me había hecho pasar. Apagué mi cigarro y decidí entrar. Necesitaba calmar el fuego interior que este hombre estaba generando en mí.

Estuvimos toda la tarde en la casa de mis suegros, luego fuimos a dejar a Augusto y volvimos a casa. Mi cuerpo aún seguía encendido por el deseo que me había generado Augusto. No podía creer que tan solo con verlo generara tanto en mí. Alberto comenzó a buscarme, a acariciarme, pero mi mente y mi alma ahora estaban con Augusto, no podía dejar de pensar en él, en lo que posiblemente ocurriría al día siguiente.

Intenté fingir que estaba cansada, que había sido un día agotador, pero Alberto no se dio por vencido y antes de que pudiera seguir negándome ya me había desnudado. Tuvimos sexo, pero aunque mi cuerpo estaba en manos de mi marido, mis labios solo querían gritar el nombre de Augusto. Por ahora debía callar, pero ya tendría tiempo de estar con él, no en mi imaginación, no en mis sueños, ahora sí debería ser real.

Hace varios días que no lograba dormir tan bien, tal vez era el deseo exacerbado y vehemente de que las horas avanzaran lo más rápido posible para estar cerca de Augusto otra vez, o quizás por la tranquilidad de saber que nada se podría interponer entre nosotros ahora, aunque es bastante estúpido pensar en lo segundo.

Dije a Alberto que durante la tarde iría al centro comercial a hacer algunas compras y que me demoraría. Así que él decidió salir con sus amigos durante la tarde. Todo marchaba a la perfección, no tenía que dar muchas excusas y de seguro Alberto estaría bastante ocupado como para pensar en lo que yo iba a estar haciendo.

Me arreglé sutilmente para que mi Alberto no sospechara nada y le pedí que me fuera a dejar al centro comercial una hora antes, lo que me daría tiempo de hacer algunas compras rápidas para justificar que pasaría toda la tarde fuera de casa. Alberto no sospechaba nada y no tenía por qué hacerlo, mi plan era perfecto.

Me bajé del auto y en menos de media hora había comprado algunos vestidos, jeans y blusas. No me probé nada, simplemente pagué y me fui rápido de ahí.

Busqué un taxi y me fui en dirección al departamento de Augusto. En veinte minutos ya estaba en la entrada del edificio. El conserje del edificio avisó de mi llegada y tomé el ascensor. Parecía que el tiempo transcurriera más lento de lo normal, estaba tan ansiosa y a la vez preocupada de que nadie me fuera a descubrir.

El ascensor se abrió en el piso 14. Caminé apresurada hasta la puerta del departamento de Augusto. Me detuve, respiré profundo y luego toqué el timbre. Había llegado al fin el momento que tanto había esperado.

Arriésgate por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora