VEINTITRÉS

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Tras reflexionar incansablemente decidí que lo más sensato y más doloroso era sacrificar mi amor por Augusto, no tenía otra salida. Mi amiga estaba en lo cierto, yo sabía que en el fondo era la mejor opción para mí y mi bebé. Desde el inicio esto fue una locura, nunca estuvo bien y quizá el universo, el destino, dios o lo que sea que exista había decidido por mí, me estaba haciendo ver el grave error que había cometido al engañar a Alberto, estaba pagando mis culpas, mi fracasos como esposa. Pese a ello, siento que hice lo correcto, siempre he creído que lo correcto es lo que nos manda el corazón y yo sólo le hice caso y ahora las consecuencias las debo pagar en silencio. Ya me habían dicho que ser madre implicaba sacrificios, pero esto era más de lo que alguna vez habría imaginado. Sé que en otras circunstancias jamás habría desistido de estar con Augusto.

Para mí no queda más que la resignación, concentrar mis fuerzas en lo que estoy viviendo, sí, porque ahora mi vida tendría un sentido distinto, no sería solo yo, tengo una enorme responsabilidad y lo que yo quiera para mí, simplemente no importa.

Decidí salir de compras, necesitaba despejar mi mente de tantas ideas contrarias que me hacen cuestionar lo que soy y lo que debo ser, lo que otros imponen al rol de mujer, de madre, de esposa, de pensar en qué los sentimientos en nuestra sociedad siempre quedan relegados a un espacio inferior, pues lo que importa es lo que los otros esperan de nosotros.

Miré en las tiendas ropa de bebé, imaginé cómo sería, si sería una niña o un niño e imaginaba verla o verlo crecer y en cada una de las imágenes que cruzaron por mi mente solo estaba Augusto. Por mucho que pusiera mi mente fría en lo que debía hacer, mi corazón me seguía traicionando y demostrándome que es más fuerte que lo que yo le estoy tratando de imponer.

Luego de dar unas cuantas vueltas por todas las tiendas infantiles que encontré, decidí que no debía comprar nada aún, era demasiado pronto, sé que debo admitirlo, pero aún es muy pronto para fingir que todo está perfecto, que seré la madre perfecta e ilusionada que todos esperan.

Opté por sentarme a ver la gente pasar, matar el tiempo de alguna forma, desconectarme del mundo. Inconscientemente tomé mi teléfono y estaba a punto de marcar el número de Augusto, hace varios días que no lo veía, había respetado perfectamente lo que le había pedido. Pero debía decirle lo que estaba pasando, antes de que se enterar por otros medios.

Busqué fuerza en mi interior para tratar de enfrentarlo, pero no la encontré. Guardé mi celular y me puse a caminar hasta estar cansada, que mis pensamientos se concentraran en el en el dolor de mis pies y no en el dolor de mi alma.

Después de varias horas fuera de casa, decidí que era hora de volver, tratar de envolverme en la lectura de algún libro clásico del siglo XIX, es la mejor época literaria para los momentos como este.

Al llegar, un extraño bullicio se percibía desde fuera de la casa.

«Tan fuerte que tiene la televisión Alberto»

Busqué entre mis cosas las llaves y abrí la puerta. Quedé pasmada al darme cuenta que era lo que estaba ocurriendo y antes de poder reaccionar, los brazos de Alberto me rodearon con ternura.

—Bienvenida —dijo Alberto y me besó en los labios.

Luego cada uno de los integrantes de su familia se acercaron para saludarme, entre ellos Augusto. Mi corazón comenzó a apresurarse, sabía lo que significaba esta reunión familiar, Alberto daría a conocer la noticia, a lo grande, como él acostumbraba hacer todo. En este momento mi odio hacia él estaba empezando a crecer.

—¿Qué pasa amor, no te gustó la sorpresa? —preguntó al ver mi cara de pánico.

—Podrías haberme avisado, no estoy para emociones fuertes —increpé.

—Tranquila, si sólo es mi familia, además sabes la ilusión que me hace lo que está pasando entre nosotros.

Quería escapar de aquel lugar, no tener que ver la cara de Augusto, no en este momento, pero en primer plano vería su reacción y su dolor, sin poder abrazarlo y decirle cuánto siento haber sido tan descuidada.

Le pedí tiempo a Alberto para cambiarme de ropa y traté de que Augusto no notara que me estaba apartando del grupo, no quería que saliera tras de mí y generara un problema mayor, no sería capaz de enfrentarlo sin llorar, sin derrumbarme frente a él y sin sentirme culpable de haberlo ilusionado. Por suerte no me siguió, creo que tomaba bastante en serio el hecho de apartarse. ¿O quizás Alberto ya había dicho algo? No, eso no, no podía haberlo hecho sin mí.

Traté de aplazar lo que más podía el momento de contarles a todos lo de mi embarazo, me tomé más de veinte minutos en cambiarme ropa, hasta que Alberto llegó a la habitación a buscarme.

Al llegar miré alrededor y mi mirada chocó con la sonrisa de Augusto, tan dulce, tan radiante como siempre ¿Cómo podía romperle el corazón de esta forma? Él no se lo merece, aunque siendo bien sincera, Alberto tampoco se merecía mi traición.

Alberto invitó a todos a levantar sus copas para hacer un brindis. Sentía que mi cuerpo se iba a desvanecer. Me tuve que sostener del brazo de Alberto para poder seguir en pie. Pidió silencio y comenzó a hablar:

—Se preguntarán qué locura me hizo juntarlos un día viernes en la noche en mi casa. Quiero compartir con ustedes la mejor noticia que he tenido estos últimos días...

Todos miraban con una sonrisa y expectantes a las palabras de Alberto. Augusto en cambio, estaba serio, sabía que sus palabras no anunciarían nada bueno. Su mirada estaba clavada en mí y eso me hacía estar más nerviosa aún. Creía que en cualquier momento me desmayaría.

—No quiero extenderme tanto —continuó —Así lo que les tengo que decir es que Zoe y yo vamos a ser padres.

Arriésgate por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora