VEINTISÉIS

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Cada día sin Augusto ha sido un dolor constante, implacable, difícil de apagar. Su partida me ha dejado desolada, no hay un solo día que no llore por su ausencia. Alberto siempre habla de él, sin comprender por qué ha decidido volver a Argentina si recién había llegado. Cuando él lo menciona yo trato de cambiar de tema, solo escuchar su nombre me duele y me dan ganas de llorar otra vez.

He ido al ginecólogo y dice que mi bebé está en perfecto estado, ya tengo 8 semanas de embarazo y creo que es lo único en este momento que le está dando sentido a mi vida.

Extraño con todas mis fuerzas a Augusto y no puedo evitar mirar sus fotos en Facebook, sentirme tentada a escribirle, a llamarle, pero no, no puedo hacerlo, hablar con él sería abrir aún más las heridas, darle esperanzas de algo que no va a ocurrir.

De pronto mientras tengo un momento de soledad en mi trabajo, decido ver su Facebook otra vez, consolarme con ver aquellos hermosos ojos en una fotografía, recordar, aunque duela aquellos besos que me sacaban de este planeta y me transportaban a un universo paralelo lleno de deseo, de amor.

Me arrepiento tanto, me siento culpable y más que culpable una estúpida y cobarde que deja ir el verdadero amor por no saber luchar como corresponde por lo que de verdad quiero y necesito en mi vida.

Cada momento con Augusto invade mi mente y no puedo dejar de pensar en ese penoso último encuentro, en las dolorosas palabras de despedida. Saber que tendré que enfrentar esto sola, que jamás sentiré los brazos de Augusto consolándome cuando lo necesito. No, definitivamente no, esto no puede acabar así, ninguna historia de amor debería acabar de esta forma.

Dos meses, Augusto me dio dos meses para tomar una decisión y yo ni siquiera he podido dejar de pensar que es una locura, que después de lo que le he hecho él siga dándome una oportunidad. Me ha demostrado que pese a todo él me ama, tal vez más que yo a él.

Fue capaz de dejar su mundo por mí, ponerse contra su familia por tenerme y yo... ¿Qué he hecho yo? ¿Qué pasaría si el hijo fuera de Augusto realmente? Sé que Alberto no se merece que yo esté pensando en esto, pero ¿Qué ha hecho Alberto para que yo quiera estar con él más que con Augusto? La respuesta es obvia.

Mi amiga Marcela, me dice que hice lo que tenía que hacer, que ella en mi lugar hubiese hecho lo mismo. Ahora siento que he sido tan tonta al escucharla, que ella simplemente dice eso porque está enamorada de su marido y con él todo es perfecto. Además es amiga de Alberto y no quiere verlo sufrir, no ha pensado en lo que realmente quiero yo, en lo que realmente estoy sintiendo yo.

Me duele la cabeza de tanto pensar y darle vueltas al asunto. Sé lo que tengo que hacer y no me voy a arrepentir.

Salgo de mi trabajo con una idea fija en mi mente: aceptar la propuesta de Augusto, no puedo seguir permitiendo que otros decidan por mí, postergar mi propia felicidad por los demás. Aún soy joven y quiero vivir, sé que Augusto puede ser un gran padre y en cualquier parte del mundo en que estemos, si estamos juntos todo saldrá bien.

Regreso a casa, busco entre mis cosas algo de dinero, iré a comprar pasajes para viajar a estar con Augusto. Antes de salir me percato de que Alberto ha llegado a la casa y mis planes se ven interrumpidos por él. Le sirvo algo de comer y luego le pido el auto para ir a hacer algunas compras. Él me dice que me puede llevar, que me acompañará, así se asegura de que nuestro bebé esté bien.

«Claro, ahora lo único que te importa es el bebé»

Le digo que no, que no es necesario, que todo estará bien y que volveré pronto a casa. Busco las llaves que están sobre el mueble y salgo apresurada, con una sonrisa en mi cara que hace mucho tiempo no tenía.

Puse algo de música y comencé a cantar, tener esta idea fija, aunque fuera una locura, me hacía muy feliz. Una vez que tuviera los pasajes a Buenos Aires, todo se acabaría, sería el comienzo de una nueva vida, sin preocuparme de esconder lo que realmente siento.

Mi celular empieza a sonar, bajo la vista para ver quién me está llamando y veo que es Marcela quien me llama. Levanto la vista y me doy cuenta de que el semáforo está en rojo y la gente cruzando. Presiono el freno con todas mis fuerzas para alcanzar a detenerme antes de terminar atropellando a alguien. Pero el golpe es fuerte, los ojos de los transeúntes se clavan con odio en mí.

Mi mirada de dolor hace que uno de ellos se acerque a preguntarme si estoy bien. Yo simplemente asiento y espero que el semáforo cambie. Un fuerte dolor en mi vientre me hace sentir que en realidad todo está mal, el golpe fue demasiado brusco y estaba sin cinturón de seguridad.

Decidí dar la vuelta y dirigirme a la clínica, quería descartar cualquier lesión. Mientras esperaba que me atendieran llamé a Alberto y le conté lo sucedido.

—Hola amor —contestó Alberto.

—Amor, estoy en la clínica.

—¿Por qué? ¿te pasó algo?

—Un pequeño accidente.

—¿Qué? Pero Zoe, me ofrecí para acompañarte, eres muy porfiada. ¿Dónde estás? ¿Qué te pasó? —preguntó desesperado.

—Estoy bien, creo, no fue nada grave, estoy en la clínica Las Condes, esperando que me atiendan, acabo de llegar.

—Voy para allá —cortó la llamada.

La voz de desesperación de Alberto me anunciaba que tendríamos una discusión sobre mi seguridad y que a futuro no podría salir sola. El dolor en mi vientre no pasaba, además me había golpeado la cabeza y sentía que todo me daba vueltas, que pronto.

Alguien a mi lado me preguntó si estaba bien, si me pasaba algo, pero solo respondí que me sentía mal, que necesitaba sentarme. Unos minutos después me llamaron para atenderme, conté al médico lo ocurrido y creo que debo haberme desmayado pues mis recuerdos son muy vagos.

Al estar consciente nuevamente, Alberto estaba a mi lado. Su cara de preocupación me hizo saber que nada estaba bien.

—Amor, ¿Cómo te sientes?

—Con algo de dolor. ¿Qué dijo el médico?

—Nada aún, estamos a la espera de los resultados de los exámenes y luego ya podremos irnos.

—¿Y el bebé?

—Ruego que esté bien, aunque el médico no ha dicho nada al respecto. Zoe, por dios, dime qué fue lo que pasó exactamente.

Le conté lo de la llamada mientras manejaba y el resto de los detalles. Alberto estaba enojado, lo podía percibir en su rostro.

—Zoe, te lo dije, te dije que te acompañaba, ahora no eres solo tú, también está nuestro bebé, además ibas sin cinturón ¿Qué estabas pensando?

Antes de que respondiera, entró el médico y nos quedamos en silencio nuevamente.

—Doctor, díganos ¿Está bien mi mujer?

—Les vengo a informar que la paciente deberá quedarse en la clínica al menos un día más.

—¿Por qué? Algo anda mal.

—Ella tiene algunos hematomas, nada severo, pero, lamento esto, pero tengo que informárselos, el bebé que estaban esperando...

La noticia del médico era devastadora, no pude evitar llorar, el sentimiento de culpa me invadía, otra vez me había equivocado y estaba segura de que Alberto jamás me lo iba a perdonar, mi bebé había pagado las consecuencias de mis actos y ahora debían intervenirme.

Alberto me abrazó fuerte, podía percibir su dolor, tan fuerte como el mío. El médico nos vio en nuestro sufrimiento y trató de calmarnos.

—Tranquilos, son jóvenes, podrán volver a intentarlo —se retiró de la sala.

Ahora no podía pensar en nada más, había sido no sólo una mujer descuidada, sino una mala madre, una mala esposa, una mujer egoísta que solo pensaba en mí. Había quitado toda ilusión, no solo a Augusto, ahora también a Alberto, quien nada tenía que ver con mis problemas de indecisión y locura.


Arriésgate por míWhere stories live. Discover now