VEINTICUATRO

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Al pronunciar aquellas palabras, las reacciones fueron múltiples, algunos rieron y se acercaron a felicitar, algunos comentaban el hecho y Augusto... mi querido Augusto tomó su copa de champán y la bebió de un solo sorbo. Luego dejó su copa y se acercó a felicitarnos.

Yo tenía un nudo en la garganta, me partía el alma verlo sufrir, porque tenía claro que esta noticia le había llegado como un balde de agua fría, terrible e implacable. Primero se acercó a Alberto y lo abrazó, desconozco lo que le dijo, pero supongo que sus palabras fueron aquellas que se deben decir en este tipo de circunstancias. En seguida se acercó a mí, lo vi dudar un instante, como si quisiera arrancar. Era lógico que me odiara en estas circunstancias, yo debería haber enfrentado esta situación, haberle dicho apenas supe, no seguir alimentando sus esperanzas de estar conmigo.

Cuando estuvo frente de mí, nuestras miradas exhalaban dolor, quería abrazarlo con todas mis fuerzas y dejar que mis sentimientos fluyeran, tanto como las lágrimas que estaba conteniendo, no obstante, forcé una sonrisa y luego lo abracé.

—Debemos conversar —susurró a mis oídos.

—Sí, gracias —respondí.

—Mañana anda a mi departamento, no aceptaré un no por respuesta—. Se separó de mí y lo vi salir de la casa sin decir nada a nadie.

La confusión de emociones que estaba sintiendo es ese momento, me dejaban mantenerme en pie. Así que me senté y la madre de Alberto se acercó a conversar conmigo sobre la importancia de alimentarme y dormir bien, yo apenas escuchaba lo que me decía, respondía con monosílabos y una falsa sonrisa. No podía dejar de mirar la puerta, esperando que Augusto volviera y poder buscar un instante para conversar con él, pero los minutos pasaban y él no regresó.

Yo hice lo mismo por mi parte, me excusé de estar cansada y no sentirme bien y me fui a mi dormitorio. Entré en el baño y dejé que las lágrimas contenidas cayeran.

«¿Hasta cuándo sería capaz de seguir fingiendo una felicidad que no existía?»

Pensaba que hace algunos tenía una vida perfecta, llena de ilusión, llena de estabilidad y que la noticia de ser madre habría sido perfecta en aquellas condiciones. Ahora, por el contrario, mi vida es una farsa, me he dado cuenta de los errores que he cometido y, que desde la llegada de Augusto, mi vida ha sido un huracán de emociones, casi imposibles de controlar.

Sequé mis lágrimas y decidí acostarme, tratar de poner en orden mis ideas y pensar en lo que le diría a Augusto al día siguiente. Me preocupaba su actitud, lo que podría estar haciendo ahora. Si yo estuviera en su lugar, estaría bebiendo el algún bar.

No podía conciliar el sueño, en el salón la fiesta continuaba y la música estaba bastante fuerte como para que me pudieran oír. Decidí llamar a Augusto, para asegurarme de que estaba bien, aunque era estúpido creer que estuviera bien, sabiendo que yo estaba embarazada. Mis manos tiritaban de miedo, pero saqué mis escasas fuerzas y marqué su número. No tardó en contestar, el silencio del otro lado era absoluto, hasta que escuché su voz.

—Hola Zoe...

—Augusto ¿cómo estás?

—No lo sé

—Quedé preocupada por ti, te fuiste sin decir nada.

—Lo siento, pero no podía ser parte esa fiesta, no tengo nada que celebrar.

—Lo siento Augusto, fui...

—Zoe, no quiero hablar ahora, te espero mañana, a las 5 en mi departamento. ¿Puede a esa hora?

—Sí, ahí estaré.

—Nos vemos.

Tras esa frase cortó la llamada. Esta conversación no me dejaba más tranquila, para nada. Quería salir tras de él, abrazarlo y decirle cuánto sentía que esto estuviera ocurriendo de esta forma, aunque de cualquier forma igual iba a doler. Sin embargo, no podía salir, no sin ser vista por toda la familia de mi marido. Lo mejor era quedarme donde estaba y tratar de dormir para que las horas pasaran rápido.

Al despertar el dolor de cabeza no me dejaba, tal vez por haber llorado tanto la noche anterior. Alberto dormía y de seguro seguiría durmiendo por mucho rato, así que me levanté, tomé desayuno y traté de distraerme ordenando mi casa. Mientras escuchaba música y barría, Alberto apareció en la cocina.

—Zoe, desde ahora no quiero que te preocupes de ordenar, quiero que descanses y te preocupes de que nuestro bebé esté lo mejor posible. El lunes buscaré alguien que nos ayude con el aseo de la casa.

—Pero no estoy enferma, puedo hacerlo, me distrae —objeté.

—No, esta vez no, contrataremos a alguien.

No quise seguir discutiendo, no tenía sentido. Alberto terminó con lo que yo estaba haciendo y me pidió que me arreglara para ir a almorzar a nuestro restorán favorito. No estaba de ánimo para ver a nadie, pero no había mejores opciones. Luego del almuerzo Alberto quería que fuéramos al cine. Había armado todo un panorama para la tarde. Yo, en cambio, solo pensaba en que la hora estaba avanzando y quería ver a Augusto. Le dije que lo dejáramos para otro momento, que había quedado de juntarme con unas amigas del trabajo. Él discutió por un rato, diciendo que últimamente no pasamos mucho tiempo juntos, pero le prometí que el domingo estaría disponible para lo que él quisiera, pero que este compromiso era impostergable.

Frente a tal propuesta, no le quedó más que dejarme salir. Estúpidamente me puse a sonreír, como si mi junta con Augusto fuera a ser como antes, claro que no, sería algo triste, pese a ello, me alegraba compartir mi tristeza con él, pues sólo con Augusto puedo ser yo, llorar, reír, amar o lo que sea de forma sincera.

Alberto me dejó su auto para salir. Pensé en ocuparlo, pero luego desistí, pensando en que no sería nada agradable que alguien me viera el auto de Alberto en el edificio de Augusto, lo que menos necesito ahora es generar más problemas, quedar en evidencia. Decidí pedir un taxi y partir.

No quería pensar en todo lo que Augusto me diría, aunque era inevitable. Sabía que no sería una conversación amable, sería nuestra despedida, me ganaría su odio al decirle que había decidido quedarme con Alberto y que estaba lanzando por la borda todo aquello que habíamos construido. Él tendría que entenderlo en algún momento y si me quería de verdad aceptaría mi decisión.

Al llegar a su departamento, me detuve frente a su puerta, pensar en la idea de que sería nuestro último encuentro, que para nosotros todo estaba perdido, me hacía desear con todas mis fuerzas querer volver o quizás olvidarme del mundo y quedarme con él, aunque esto último fuera imposible.

Mi corazón y mi alma se debatían entre lo que debía y quería hacer. Desde el principio fue complicado, pero ahora... ahora era imposible.

Arriésgate por míWhere stories live. Discover now