VEINTIDÓS

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La situación era aterradora, todo lo que había soñado, por un momento, se desvanecía entre mis manos. La pobre y vaga ilusión de felicidad al lado de Augusto no era más que eso: ilusión, algo que nunca se concretaría. Es probable que me lo mereciera, tal vez mi destino era cruel conmigo por traicionar al único hombre que ha estado incondicionalmente a mi lado. Al parecer la vida siempre se encarga de recordarnos que cada elección que uno tome tiene consecuencias y estas son las mías.

Pensaba en la posibilidad de huir con Augusto, alejarme de todo este proyecto de vida, sin embargo, ya no podía pensar solo en mí; había algo que me detenía. Esa posibilidad casi resoluta de que el hijo es de Alberto. Si fuera así, alejar a mi hijo o hija de su padre sería un error irrefutable.

Al menos Alberto ha decido mantener en silencio por algunos días la noticia de nuestro bebé, al menos hasta que vaya al ginecólogo para asegurarme de que todo está bien. Eso me da algo de tiempo para pensar en posibilidades.

Quizás no debería haberme dejado llevar por el deseo, fui tan débil, tan tonta. Pero claro está que la rutina deja espacios vacíos para que uno busque momentos de locura, de desenfreno. Y apareció él, Augusto, con su hermosa sonrisa, con su cuerpo perfecto, tan seductor, sabiendo exactamente qué era lo que yo necesitaba ¡Y cómo lo necesitaba!

Alberto hoy llegó con algunas prendas de bebé, las primeras, y es que le hace mucha ilusión ser padre ¿Y a quién no estando en su lugar? Claro está que a mí no me hacía la mujer más feliz del mundo.

Por otro lado, Augusto me ha llamado, pero he desviado la llamada, no puedo hablar con él, no puedo enfrentarlo, no quiero ni imaginar cómo va a reaccionar cuando se entere de lo que pasó. Simplemente le envié un mensaje diciendo que necesitaba estar sola un tiempo, que no todo iba bien en mi vida y que por favor me diera algo de espacio.

La respuesta no tardó en llegar, él entendió que Alberto estaba sospechado de nosotros y dijo que se distanciaría unos días, todo con tal de proteger lo nuestro. Pero ¿Qué es lo nuestro ahora? Nada más que pasado, un lindo pasado que me deja como la mala de la película, sin ser capaz de enfrentar las consecuencias de mis actos, sin dar la cara, dejando que Augusto y Alberto crean que todo está bien.

Llevar esta carga sobre mis hombros era demasiado para mí, sentía que debía desahogarme, buscar a alguien que me escuchara. No tenía claro si era una buena idea hablar con una de mis amigas, pues también son amigas de Alberto, pero apelaría a su amistad para calmar por un rato este sentimiento desesperado de no saber qué hacer.

Llamé a Marcela y quedamos de juntarnos en una cafetería en el Barrio Bellavista, necesitaba estar lejos de mi casa para poder conversar con toda tranquilidad.

Llegué antes que ella y me senté a esperar impaciente su llegada. Luego de cinco minutos ella se acercó y quedó sorprendida al verme. Creo que todo el mundo se daba cuenta de que algo me pasaba, no podía pasar desapercibida, hasta la mesera me preguntó si me sentía bien. Quería gritarle y decirle que no era su problema. Pero claro estaba que no era su problema, era yo, era este bebé inoportuno creciendo en mi interior.

―¿Te pasa algo? ¿Te sientes bien? ―preguntó confusa Marcela

―La verdad es que todo está mal ―contesté ―pero es una larga historia, pero partamos por tomarnos un café y hablemos de lo que se pueda contar. Después, por favor, vámonos a algún lugar donde podamos conversar sin que nadie nos escuche.

Luego de recibir nuestros cafés y de conversar respecto de la vida de Marcela, le dije que estaba embarazada. La noticia le llegó sin anestesia, el asombro en su cara era palpable. Se paró de inmediato y me abrazó, dijo lo que todo el mundo dice en estas ocasiones, habló de lo feliz que debía estar yo y más aún Alberto. Pero al ver que mis expresiones no cambiaban, se sentó otra vez a interrogarme.

Arriésgate por míWhere stories live. Discover now