DOS

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La noche estaba tibia, agradable. Nos sentamos en la banca que estaba junto a la ventana, mirando a la piscina. Encendimos cada uno un cigarro, sin decir nada. El silencio envolvía la noche y disfrutaba de ello, de este pequeño momento de tranquilidad, después de haber sido el centro de la fiesta. Luego recordé lo que había ocurrido en la cocina, no había tenido tiempo de presentarme y tampoco sabía el nombre del sobrino de Alberto, definitivamente había reaccionado pésimo.

—¿Cómo te llamas? —pregunté.

—Augusto, ¿no te acuerdas de mí?

—La verdad es que en este momento no podría acordarme de mucho, lo siento —respondí.

—Te entiendo—. Hizo una pausa, mientras dejaba salir una bocanada de humo—. Sabes, tampoco me acordaba mucho de ti, en persona eres más linda que en fotos.

—Gracias —dije, sin tomar en cuenta sus palabras. Solo pensaba en terminar mi cigarrillo.

—Deberías estar celebrando tu despedida, aún es temprano para que hayas regresado a casa.

—Lo sé, ahora lo lamento, solo me sentí algo mareada y pensé que lo mejor era volver, pero ahora ya me siento mejor.

—Entonces, sigamos celebrando.

—¿Cómo? —pregunté ingenua.

—Espérame.

Desapareció de mi vista por un rato. Ya había acabado mi cigarro y no quería imaginar los planes que Augusto tenía, ahora solo quería descansar, volver a mi habitación y dejar de lado el bochornoso primer encuentro con el sobrino. A los minutos volvió con dos copas en la mano y una botella de champán.

—Supongo que ya estás en condiciones de seguir bebiendo —afirmó mientras llenaba mi copa —será tu último día de soltera, no puedo permitir que termine de esta forma —agregó.

—Está bien, supongo que una copa más no marcará la diferencia. Luego nos vamos a dormir a dormir, ya es tarde y mañana tengo mucho que preparar para la boda.

Supongo que fui bastante ilusa al decir esto. Era obvio que no sería solo una copa, pues cada vez se vaciaba, él volvía a llenarla. Comencé a sentirme más animada, embargada de una sensación de risa y de descontrol que era superior a mí.

—¿Estás pasándola bien? —me preguntó.

—De maravilla, aunque no es una despedida tradicional, no es como la fiesta que mis amigas habían preparado.

—¿Por qué?

—Creo que falta algo, ni siquiera pude disfrutar del baile de... —me detuve antes de terminar la frase, recordando que estaba con el sobrino de mi futuro marido. Augusto se puso a reír, sabía perfectamente lo que quería decir. Pero desvié la conversación a otros temas.

—¿Cuántos años tienes? —pregunté para desviar la conversación a algo más neutro.

—20 ¿y tú... futura tía?

—29, futuro sobrino.

Alberto era mayor que yo por 10 años, y Augusto era hijo de la hermana mayor, eso justificaba la poca diferencia de edad que había entre él y yo. Recuerdo haber visto fotos de Augusto cuando aún vivía en Santiago y tenía no más de 15 años. Ahora había cambiado, de aquel chiquillo delgado y desaliñado no había nada. Era ya un hombre, intelectual, con gusto por el arte y la música, con su cabello castaño ondulado y despeinado, eso no había cambiado. Sus ojos cafés contrastaban con su piel pálida y su cuerpo ya no era el de un adolescente, lo había podido comprobar hace algunos momentos atrás, en el episodio de la cocina.

—Has cambiado bastante —le digo.

—Gracias —responde —creo que mi tío tiene muy buen gusto, de seguro serán muy felices juntos.

—Estoy segura de ello, no puede ser de otra forma.

Seguimos bebiendo y conversando de muchos temas, hasta que mi estado de embriaguez me sobrepasaba.

—Creo que debo irme a dormir, ya ha sido suficiente.

—Vamos, quédate otro rato, mi tío no va a llegar aún.

—Pero ya no puedo seguir bebiendo —afirmo.

—No es necesario que lo hagas, pero te perderás el baile.

—¿Qué baile?

—Todas las despedidas de soltera tienen un baile —agrega.

—¿Y quién va a bailar? —pregunto ingenua.

Antes de responder, toma el celular, comienza a buscar música y se para frente a mí. Veo su cuerpo moviéndose sutilmente cerca de mí. Disfruto del espectáculo, no tengo fuerzas para cuestionar nada. Su voz suave me dice que disfrute de mis últimos momentos de soltera.

Comienza a quitarse la camisa y queda solo con el pantalón puesto. Toma una de mis manos y las desliza por su abdomen. Todo mi cuerpo se torna un huracán de sensaciones, comienzo a reaccionar, a sentir que quiero tocar más de lo que me está permitiendo. Debe ser el alcohol el que está causando estragos en mi voluntad.

Me pongo de pie para acompañar su baile, mientras siento el suave susurro de su aliento recorrer mi cuello. Una de sus manos dibuja un camino desde mi pecho hasta mis caderas.

Entre tanto movimiento mi cabeza comienza a dar vueltas de nuevo y sin fuerzas para resistirme a nada me lanza a la piscina y él conmigo. El calor que hace un rato me inspirara se transformó de inmediato en frío.

—Esto te hará sentir mejor, un poco de agua fría para despertar —señaló Augusto.

Quería protestar, gritar, pero no conseguía nada, estábamos solos, completamente mojados y ebrios. 

Arriésgate por míWhere stories live. Discover now