DOCE

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«Vuelvo al baño, ahora porque necesito orinar. Estoy tan apurada que no me preocupo de cerrar la puerta de entrada al camarín. Mientras estoy en el baño, alego con mi interior por lo difícil que es ir al baño vestida de novia. Debería haber escogido un vestido mejor.

Cuando salgo del baño me lavo las manos y reviso que mi maquillaje esté intacto. De pronto veo a Augusto acercarse a mí. Yo, sin saber que decir quedo pasmada frente al espejo. Me toma por la espalda y comienza a darme besos en el cuello. Mi cuerpo entero se derrite en el calor de sus besos y sus manos, que ya están levantando con completa desvergüenza mi vestido de novia, dejando ver la lencería que estaba preparada para Alberto.

Mi cuerpo se estremece, mi corazón apura sus latidos. Sus manos se encuentran con mi sexo y lo acarician. No puedo ni intento resistirme. Sin embargo, mis labios le piden que pare, le dicen que es una locura, mientras mi mano ya está acariciando su erección. Me detengo a verlo en el espejo, excitado, sabiendo que yo soy la que provoca tantas sensaciones en él.

Me doy vuelta, antes de que pueda impedirlo y me abalanzo sobre su cuello. Mis labios buscan los suyos y nos envolvemos en un beso lleno de fuego, de deseo. Sus manos me rodean bajo mis muslos y con fuerza me sube al lavamanos. Continuamos con nuestro juego de deseo y provocación. Hasta que en un arranque consciente recuerdo que no he cerrado la puerta. Miro a aquel lugar y veo a Alberto, de pie junto a la puerta. Una lágrima se asoma en sus ojos.

—Basta —Grita Alberto.

—Alberto, lo siento, yo... yo.

Lo veo acercarse, dispuesto a golpear a su sobrino y comienzo a gritar, con la esperanza de que alguien nos ayude y lo detenga.»

—Zoe ¿Qué te pasa? —dice la voz de Alberto.

—Nada —logro pronunciar.

Siento mi corazón agitado, mi alma angustiada. Miro a mi alrededor y aún vamos en el avión, camino a Punta del Este, a disfrutar de la luna de miel.

—Me quedé dormida y tuve una pesadilla. Aunque no tengo claro que era lo que pasaba. —agregué.

—Tranquila amor, pronto llegaremos a disfrutar de nuestra luna de miel. Ya verás lo felices que seremos juntos. Ahora, mejor mantente despierta y disfruta de la vista.

—Gracias amor.

—Ahora que despertaste, iré al baño.

Alberto se quita el cinturón de seguridad y me deja sola por un instante. El cuestionamiento en mi interior no para. Comienzo a recordar todo lo que ocurrió en la boda. El beso con Augusto en el baño, luego el baile y después no lo vi más durante la fiesta. Según Alberto, tenía su vuelo después de la boda. Seguramente no se atrevió a despedirse para no interrumpir la fiesta.

Nosotros continuamos con nuestra fiesta como correspondía. Después de partir la torta, nos escapamos de la fiesta y nos dirigimos al Marriot para tener nuestra primera noche como marido y mujer.

Alberto, muy tradicional, me cargó en brazos hasta la puerta de la habitación. Le pedí que me dejara un tiempo a solas para poder colocarme algo más cómodo y más sensual. Nuestra primera noche de casados siempre quedaría en nuestros recuerdos y debía ser maravillosa.

—Ya puedes venir —grité a Alberto que había ido al baño, mientras yo me cambiaba de ropa.

—Te vez hermosa, ser mi mujer te asienta —bromeó Alberto.

Se acercó con toda calma a mí. Me tomó de la mano y me hizo dar una vuelta para observarme. Luego me tomó de la cintura y me abrazó.

—Estoy tan feliz de que al fin seas mi mujer, de saber que serás siempre mía —susurró a mis oídos.

—También estoy feliz —dije —te amo.

Luego de pronunciar aquellas palabras, me besó. Comencé a desnudarlo y a detenerme en aquel cuerpo mucho más maduro y que ya conocía bastante bien. Él quitó la poca ropa que llevaba puesta, me tomó en brazos y me llevó a la cama.

Si bien disfrutaba con Alberto, todo con él era bastante tradicional. Mientras me cogía, pensaba en que con Augusto era distinto, generaba otras sensaciones en mí, otras que tal vez sentí con Alberto en algún momento, pero que ya yacían en el recuerdo. Debía acostumbrarme a esto, era lo que tendría de por vida.

A las diez de la mañana tuvimos que levantarnos. Habíamos dormido muy poco, pero el vuelo era a las dos de la tarde y teníamos que ir a buscar nuestras maletas a la casa.

Al llegar, me percaté de inmediato que las cosas de Augusto ya no estaban. Él tampoco. Respiré aliviada, ya no sería una constante tentación para mí y una amenaza para nuestro matrimonio con Alberto. Tal vez esto había terminado aquí, en una loca aventura previa a la boda.

Sin comer y con un dolor de cabeza impresionante, tal vez por el alcohol y por la falta de sueño, nos dirigimos en un taxi al aeropuerto. Estando allá, buscamos una cafetería para tomar desayuno. El café le sentó bastante bien a mi cuerpo.

Seguía preocupada por Augusto, pero no dejaría que eso afectara mi maravillosa luna de miel. Era la primera vez que salía del país y aprovecharía cada instante en aquel lugar que todos decían que era un paraíso.

Al subirme al avión, de inmediato me quedé dormida. Tal vez de mi consciente podía apartar las imágenes y recuerdos de Augusto, pero mi inconsciente me decía a gritos que no sería tan fácil olvidarlo. Aquel sueño, reflejaba mis mayores miedos, pero estoy decidida a olvidar, a mantener todo como una anécdota y a hacer feliz a Alberto.

Luego de varias horas de vuelo, llegamos a nuestro destino. Ya era de noche y con el cansancio que ambos teníamos decidimos quedarnos en el hotel para cenar y descansar. Al día siguiente, comenzaríamos a disfrutar de la estadía en este maravilloso lugar.

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Arriésgate por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora