Capítulo 31

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Dos días después me encontraba en Milton, dentro de la mansión en la que alguna vez estuve con Hadrien, a quien pacientemente esperaba en uno de los tantos pasillos. Se encontraba hablando con los miembros del consejo porque al parecer algo iba mal con los licántropos; no sabía nada más, Hadrien me mantenía al margen de todo lo relacionado a ellos y a los cazadores, quizá buscando de aquel modo protegerme. Como si el mantenerme ignorante fuese una estupenda idea o al menos fuese a servir de algo.

Suspiré por enésima ocasión y fijé de nuevo la vista en el cuadro que tenía frente a mis ojos, un cuadro muy antiguo donde se alzaba majestuoso un castillo encima de una colina, tan parecido al castillo de Drácula, que curiosa me pregunté si alguna vez habría existido.

—¡Tú! —Gritó una voz chillona que conocía muy bien, por desgracia.

Dirigí mi vista hacia la vampira que venía caminando hacia mí a toda prisa; su vestido rojo sangre entallado al cuerpo y que le cubría los pies, la hacía ver peligrosa e imponente. No obstante, en mí no producía en menor temor, en cambio, de mi interior emergía un coraje inmenso y el deseo latente de arrancarle la cabeza.

—Que no te cruce por la cabeza, niña estúpida, que me importa que estés casada con Hadrien —espetó deteniéndose a escasos metros de mí, levantando su esquelético brazo mientras me señalaba con su dedo—. Después de todo, no me importa ser su amante mientras siga teniéndolo en mi cama.

Sus palabras lograron enfurecerme más de lo que ya me encontraba, apreté las manos en puño escuchando como mis huesos cedían ante mi fuerza. De verdad que esta mujer no tenía vergüenza.

Entonces sin pensármelo dos veces llevé mi mano a su mejilla y le solté una bofetada que le volvió el rostro hacia un lado, sintiéndome regocijante al poder descargar un poco el coraje que llevaba reprimido por un buen tiempo. Aun no olvidaba que ella mató a Luz, que se metió con Hadrien y que me lastimó sin tentarse un momento el corazón, si es que lo tenía.

—No permitiré que vuelvas a faltarme el respeto, ahora tú y yo no somos iguales —le aclaré altanera, disfrutando por primera vez de la posición que Hadrien me otorgó al hacerme su esposa, y no me importaba haber sonado engreída y soberbia, de algo tenía que servir ser la gobernadora.

De pronto, en un parpadeo y sin que pudiera esperármelo, su mano se cerró alrededor de mi cuello mientras me empujaba contra la pared bruscamente.

Respondí a su ataque y la golpeé con todas mis fuerzas en su abdomen con una de mis piernas, lanzándola contra la pared de enfrente provocando que ésta se rompiera.

—Maldita —siseó incorporándose, decidida a lanzarse de nuevo sobre mí.

Incorporé mi cuerpo y me preparé para recibir su golpe, más no fue necesario, ya que Hadrien salió de la nada y siendo del todo, menos delicado, la sujetó fuertemente del cuello mientras la empujaba contra la pared, levantándola unos centímetros del suelo.

—¡Te lo advertí, Amelia! —Le gritó furioso— Parece que no escarmentaste en el calabozo después de lo de Luz, que vienes y buscas recibir más. ¡No vuelvas a acercarte a mi esposa! —agregó, dejándome sorprendida; yo ignoraba por completo que él hubiese hecho algo para castigarla por mi gatita.

—¡No me importa lo que tú digas! ¡Voy a matarla! —Le gritó de vuelta.

Hadrien gruñó, la atrajo contra su cuerpo y volvió a azotarla contra la pared, esta vez con más fuerza; y, sin embargo, no sentí ni un ápice de lástima por ella, se lo merecía por perra.

—No te atrevas a tocarla o te juro que voy a olvidarme que alguna vez fuiste mi esposa —le advirtió.

Entonces los ojos de Amelia se llenaron de lágrimas y yo ciertamente me sentí como una intrusa al estar contemplando el dolor y el amor con el que ella lo miraba; era como si saliera sobrando, como si la única que merecía estar ahí fuese ella.

A tu lado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora