Epílogo.

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—Hadrien, estoy cansada de esto —me quejé por enésima ocasión mientras caminábamos hacia el despacho.

—Es la última reunión, después de aquí nos tomáremos unos días para nosotros, lo prometo.

Ya había escuchado eso antes.

Solté un bufido e hice una mueca de inconformidad; estaba harta, llevábamos meses viajando a diferentes ciudades y países y todo por culpa del estúpido de Anthony, aunque bien, no podía atribuirle todo a ese bastardo que ahora debía de estar ardiendo en el infierno.

En esta ocasión nos encontrábamos en Italia, hablaríamos con los vampiros que Hadrien dejaría a cargo de la ciudad, ya que habían ocurrido problemas, y muy graves, y todo ello tenía que ver sobre algunas personas de las cuales yo ni siquiera tenía idea de que existieran y con eso me refiero a cazadores. Sí, como esas películas de vampiros donde se muestran humanos con armas tratando de acabar con nuestra especie, algo que no pude creer al principio, pero al encontrarnos en medio de una de las calles de España con vampiros decapitados frente a mí, cambié de opinión.

Con Hadrien nos habíamos dedicado a tratar de poner algo de orden después de todo el alboroto que causó Anthony; en cada ciudad del mundo se dejó a vampiros de su entera confianza y también los que él consideraba los más poderosos para que de alguna manera resguardaran y mantuvieran el orden, dado que no sólo los cazadores eran el problema, había regresado la enemistad con los licántropos; no entendía la razón, pero volvían a ser un problema y Hadrien no había querido tocar ese tema conmigo. Y la verdad tampoco insistí, suficiente tenía ya con lo que ocurría ahora.

Hadrien se detuvo por un segundo y abrió la puerta sin tocar, él carecía un poco de modales, o digamos que ser el Gobernador le hacía pensar que podía hacer lo que se le viniera en gana... Aunque bien, en parte era así, sin embargo, eso no evitaba que quedara mal en ocasiones incluso al importarle un reverendo carajo.

Dentro del despacho estaban dos mujeres y un hombre, los tres igualmente apuestos, peligrosos e intimidantes, aunque no para mí.

—Gobernador —habló uno de ellos.

—Buenas noches —saludó Hadrien, teniendo un poco de modales esta vez—. Ya conocen a mi esposa, Gabrielle —explicó, antes que nada; los tres asintieron y luego se volvió a verme—. Ellos son Gael, Amira y Andrea.

Ambas mujeres poseían una belleza sin igual, además de mantener una mirada asesina y salvaje en todo momento, como si fuesen dos asesinas de tiempo completo. Sin embargo, llamó mi atención que la vampira de nombre Andrea no le quitaba los ojos de encima a mi esposo.

Entorné los ojos y la idea de que ellos dos habían tenido algo cruzó por mi cabeza y no deseché ese pensamiento que tampoco daba indicios de querer salirse de ella.

—Seré rápido —prosiguió—. Gael, te quedarás aquí con Amira, ambos estarán a cargo de la ciudad y sus alrededores —ellos asintieron—, los cazadores están aumentando considerablemente, así que deben de tener cuidado con los Pub que sirven como centros de distribución de sangre.

—Por supuesto, Gobernador —respondieron al unísono. Luego se volvió a ver a Andrea que cruzada de brazos esperaba paciente la orden que Hadrien le daría.

—Andrea, tú vendrás conmigo a Pennsylvania, te necesito cerca por el tema de los licántropos.

Hice una mueca que no pasó desapercibida para ella, y me alegrara que supiera lo mucho que me desagradaba la idea de que Hadrien tuviera que compartir tiempo con ella.

—Como órdenes, Hadrien —dijo con una pequeña sonrisa de suficiencia. Solté un gruñido cuando lo llamó por su nombre, era obvio que había confianza entre ellos.

A tu lado ©Where stories live. Discover now