Capítulo 24

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Hoy era otro día, más bien noche. Nos acercábamos a la ciudad, ya podía apreciar las luces de los edificios que cada vez se veían más cerca, como cientos de estrellas en el firmamento, sólo que estas eran artificiales y no tan bellas.

Marco iba conduciendo, yo me encontraba con Hadrien en el asiento trasero con mi mente divagando sobre cualquier cosa, bueno, no, no es verdad, no era sobre cualquier cosa, era sobre Brent.

Tenía la imperiosa necesidad de verlo, de hablar con él, conocerlo más, aunque de ante mano sabía que eso no sería posible por ahora, o al menos si llegaba a suceder él acabaría muerto y no quería lastimarlo, ni que nadie más lo hiciera.

Sonreí un poco al recordar su rostro que se había quedado grabado en mi memoria como una fotografía. Recordaba cada detalle de él, desde su expectante mirada, hasta su sonrisa, pero lo que más me gustaba recordar eran sus ojos, esos ojos azules que se iluminaron al verme.

—¿Por qué sonríes de esa manera? —Me cuestionó Hadrien; lo observé un tanto nerviosa.

—Por nada que te importe. Métete en tus asuntos y no me molestes —espeté tratando de sonar molesta y no nerviosa.

Entonces su mano sujetó la mía, pero no, no era un toque delicado como el que dan los hombres enamorados a la mujer que aman en un acto de cariño o de amor, más bien era el que regalas a tu peor enemigo, al mismo que quieres ver muerto.

—Me lastimas —susurré. Porque a pesar de ser vampiro sentía dolor, lo apreciaba de igual forma.

—Es el punto, Gabrielle. —Lo miré mal—. Debes de controlar tu manera de hablarme, antes que tu pareja, soy tu gobernador.

Fruncí el ceño ¿Pareja? ¿Era en serio? Ridículo que siquiera usara esa palabra para describirnos a los dos. Quise reír, pero sabiendo lo que me convenía, me quedé callada.

—De acuerdo, prometo insultarte solamente cuando estemos a solas —le dije con burla, lo cual no le causó gracia, aunque para ser sinceros a Hadrien nada le causaba gracia, y cuando lo veía sonreír era sólo porque estaba causándome algún tipo de dolor o tortura.

—No colmes mi paciencia, Gabrielle. —Apretó mi mano más fuerte hasta que escuché como esta cedía ante su fuerza, rompiéndose.

—¡Ah! —me quejé inevitablemente. Me había dolido, pero en un segundo la moví y nuevamente estaba como si nada.

—Puedo hacer eso con cada parte de tu cuerpo, me encargaré de que sientas mucho dolor, no me preocupa lastimarte, puesto que, sanas rápido, así que obedece.

—Eres un malnacido, Hadrien. —Frunció los labios y con valentía me le quedé mirando, sosteniéndole la mirada, retándolo a que intentara ponerme una mano encima, para mi alivio no lo hizo.

Apretó las manos en puño y desvió su mirada a la ventanilla del auto, solté un suspiro e hice lo mismo, dando suaves caricias a mi mano, maldiciéndolo en mi cabeza una y otra vez mientras entrábamos a la ciudad y fue ella la que robó mi atención.

Estaba maravillada observando todo, hacia demasiado tiempo que no salía del castillo y sólo me la pasaba rodeada por vampiros.

Presioné mis dedos contra el cristal del vidrio como si de alguna forma pudiera tocar los altos edificios, a las personas que iban y venían incluso al ser tarde. Tuve el deseo de mezclarme entre ellos, sentir el calor que emanaban, olerlos, apreciarlos, saber que tanto había cambiado en mí. Ahora que era vampiro me resultaban sumamente maravillosos, criaturas extraordinarias, como si yo nunca hubiese sido una de ellas.

Momentos después el auto se detuvo afuera de un Pub; presté toda mi atención a Hadrien.

—¿Qué hacemos aquí? Porque sin ofender, no te veo a ti como el tipo de hombre que les gusta divertirse en estos lugares.

A tu lado ©Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon