CAPÍTULO 39

62 5 1
                                    

EMILY

— ¿Y por casualidad no sabrás dónde viven ahora, verdad? —pregunté después de que Connor me contase todo sobre su infancia, sobre sus padres, sobre aquellos chicos que le hacían bullying —a causa de que su madre destrozase todo cuanto tenía, pero aun así, eso no tenía nada que ver con que esos hijos de puta juzgasen a Connor de una manera tan despiadada y cruel—, sobre su amistad desde pequeño con April...

— Sé por dónde vas...

— Hijos de puta malnacidos... —maldije por lo bajo, pero aun así el pelinegro lo escuchó y se rio por ello— Ojalá hubiese podido estar ahí, ojalá te hubiese conocido antes. Prometo que yo, sí que me hubiera acercado a ti y en la vida te juzgaría por tu ropa o por el entorno que te rodeaba. Yo te hubiese ayudado. Hubiese golpeado a aquellos que se atreviesen a tocarte un pelo y hubiese...

— Tranquila fiera. Lo sé rubita, sé que de haber estado junto a mí hubieses sido la única en defenderme, y la única en no juzgarme. Pero aun así, el destino sabía que nuestros caminos debían de juntarse, y así lo han hecho. Me basta con eso —suspiró y me pasó una mano por la entrepierna.

— Pero..., no es justo.

— Nada en este mundo es justo.

— Pero ellos merecen...

— Sé lo que merecen, pero supongo que con el paso de los años han podido cambiar y evolucionar en cuanto a su manera de pensar y su manera de afrontar la vida...

— Mmmm..., me suena a que alguien se está describiendo a sí mismo. ¿Me equivoco? —me senté sobre sus rodillas y este apoyó el mentón sobre mi cabeza.

— No lo sé, ¿tú qué crees?

— Yo creo que la gente no cambia, las personas son como son y ya, solo que les da miedo sacar eso que llevan dentro a la luz. Y puede que, a veces, las personas de buen corazón, esas que parecen que nunca cometerán un error en su vida. La caguen, sí, pero en el fondo todo tiene su justificación. Y hay que saber apreciar quién merece una segunda oportunidad y quién no. Quién tiene un corazón inmenso, y quién ha nacido lleno de odio. Solo tienes que saber diferenciar.

— Creo que aquellos que se reían de mi ropa destrozada, en el fondo no eran malas personas... Quiero creer que con el tiempo han madurado.

— Porque ellos en el fondo, en el muy muy fondo, lo más probables es que tuviesen un buen corazón. Solo que se dejarían guiar por el cabecilla del grupo e iban todos como tontos a por la presa fácil. Aunque no sé porqué se metían contigo la verdad...

— Ya te lo he contado Em... Ellos juzgaban mi ropa y...

— No. Eso no. Me refiero a que no sé cómo serías de pequeño, me muero de ganas por ver un baby Connor la verdad.... —me reí mientras este resoplaba—... pero yo no me metería contigo ni de coña, de ser ellos. Tú más que nadie sabes el efecto que..., bueno eso, el efecto que causas en las personas.

— ¿El efecto que qué...? ¿Y qué efecto se supone que causo en las personas, rubita? —no pude ver su rostro, pero pude asegurar que estaría enarcando las cejas mientras soltaba una risa burlona.

— Bueno..., todo tú en general digamos que..., bueno eso... —paré y dije esto último en un susurro casi imperceptible—. Que impones joder...

— Mmmmm... Está bien saberlo. ¿Así que yo también causo eso en ti...? —me giró, haciéndome quedar sentada sobre su regazo, con mis piernas alrededor de su caderas. Cara a cara, con las mejillas ardiéndome, semejantes a las ardientes llamas, y aquella mirada cual analizaba cada parte de mi rostro provocando que me ruborizase más aún. Si es que eso era posible.

Todo era demasiado bonitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora