CAPÍTULO 1

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APRIL

Como ya era tradición todos los veranos, me apunté a los cursillos de surf que organizaban en los meses de Julio, estos se impartían en la playa que se ubicaba a escasos metros de mi casa.

Me agradaban bastante esas prácticas, ya que, de esa manera podía conocer a gente nueva que probablemente me había cruzado unas veinte veces como mínimo merodeando por la isla, pero que nunca me había atrevido a hablarles. Y esta era la oportunidad perfecta que me brindaban todos los veranos estos cursillos.

Aunque siendo sincera no solo me apuntaba por hacer amistades que digamos.

Si no qué gracia tendría.

Solo por ver la que se organizaba por culpa de los monitores, merecía la pena pagar por venir.

En un principio solo quise acceder a esto del surf para intentar ligar, o esa era mi intención, pero a decir verdad ninguno de los monitores con los que me tocó los veranos pasados habían tenido algo que me enganchase, ni siquiera que me atrayese, simplemente eran guapos, pero no tenían ese atractivo tan peculiar, y la gran mayoría de ellos, por no generalizar, tenían mentalidades bastante bajas como para tener algo serio con alguno de ellos.

Lo sabía por experiencia, aparte de gilipollas no solían ser muy extrovertidos, incluso carecían de simpatía o de cercanía ante sus alumnos.

Así que básicamente yo me dedicaba a observar el escándalo que montaban el resto de compañeros quejándose de que los monitores eran muy serios y de que se aburrían mucho en sus clases.

Y por esa misma razón el club tomó la decisión de cambiar al personal anualmente, de esa forma muchos jóvenes que estudiaban durante el año y en verano querían ganarse un sueldo para pagar parte de sus estudios, podrían tener la oportunidad de tener un puesto fijo durante aproximadamente tres meses.

Pero también, todo sea dicho, la gran mayoría de ellos, antes de acabar con el contrato decidían dejar el puesto. Y así comenzó el club a pedir unas fianzas antes de darles el puesto.

Por una parte les entendía a la perfección, tener que lidiar con un grupo de adolescentes con las hormonas subidas, niños de unos siete u ocho años que no dejaban de llorar porque el agua estaba fría o por gente como yo que lo único a lo que se dedicaba era a contemplar el espectáculo mientras se descojonaba, no, no tenía que serles muy fácil de sobrellevar.

Pero ellos solitos se lo ganaban, si pusiesen de su parte, como por ejemplo llevar las clases de una forma más dinámica o aportando algo de diversión a estas prácticas, les iría bastante mejor.

Hasta ahora ningún monitor había sido mínimamente cordial con sus alumnos o válido para el puesto, simplemente no estaban hechos para ello.

Pero entonces lo vi llegar.

Él era alto, rubio e iba con el cabello despeinado y con una gorra colocada hacia atrás, su frente estaba cubierta por diversos mechones de color miel.

Aún estando a metros de distancia hicimos contacto visual durante apenas segundos, hasta que en un gesto nervioso, fingió picarle la nuca y seguidamente desvío sus ojos a sus chanclas.

Mi vocecita interna decía; «Gané».

Aunque él apartó su mirada de la mía yo no pude hacerlo, sus ojos azules como el océano se habían apoderado de mí por completo. Creando una sensación de confortabilidad y de paz interior. Eran como la calma en una agitada marea. O al menos, eso me producían.

Parecía el típico chulo que se creía por encima de todos, solo que una vez llegado a donde nos encontrábamos empezó a bromear y a charlar fluidamente con nosotros sobre la importancia de disfrutar estos días que estuviésemos con él, y no sé qué me pasó, pero mi corazón empezó a latir aceleradamente.

Todo era demasiado bonitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora