cincuenta y dos; Kent (final)

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Viernes

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Viernes

Vuelvo a levantar la barra de metal con un peso extra de sesenta kilos con mis brazos. La sostengo en el aire por unos segundos más antes de perder la fuerza de mis brazos y dejarlo otra vez sobre el soporte. Suspiro con pesadez, sintiendo como las gotas de sudor están resbalando por mi frente. Observo el techo por unos segundos, con los brazos caído, que mis nudillos están tocando el suelo.

No pasan ni tres segundos cuando siento como si alguien estuviese estrujando mi corazón con fuerza, así que, para dejar de sentir, me obligo a levantar la pesa por más tiempo, es como si el dolor fuese de mi corazón hacia los brazos, y me alivia por unos momentos.

Escucho como la puerta del gimnasio se abre, supongo que es una mujer de la limpieza, debido a que hace poco le pedí toallas secas. Los pasos de la persona se escuchan lento, así que veo por el rabillo a Jeremy.

—Descansa —ordena con un semblante tan serio que me hela toda la sangre.

Dejo de aplicar fuerza en los brazos, y al mismo tiempo que la barra toca el soporte, mis brazos caen nuevamente, sin fuerza. Voy a inhalar cuando siento un bastón de madera caer sobre mi estómago que me saca el aire de los pulmones.

—No te fuerces más, ¿no ves que estás agotado? —masculla él con frustración, posando el bastón sobre el suelo, apoyando ambas manos—. Te has ejercitado más de lo que tu cuerpo, debes de parar.

—Si paro... —Paso saliva al sentir mi voz cortada.

—... ¿Se te va a partir el corazón? —completa Jeremy, fijando sus ojos marrones y cansado sobre mí.

Muerdo mi labio inferior y permanezco callado, me es un poco incómodo hablar de esto.

—Es tu primer corazón roto, ¿verdad? —Dibuja una media sonrisa, parece que se está mofando un poco.

Aprieto la nariz sin querer darle la razón, aunque es verdad.

—Por eso te disfrázate de pizza hace unos días —insiste, haciendo una mueca y soltando una carcajada—. Parecías un ridículo, ni te podías mover ¿Por qué te disfrazaste de eso?

—La verdad yo quería un gran oso marrón, pero la pizza fue más fácil de conseguir en diez minutos —resoplo con indignación—, quería parecer honesto.

—La honestidad no se gana con un disfraz. —Aprieta los ojos por unos instantes—. La honestidad se gana con hechos y no con palabras ni disfrazándote de una pizza, la comida favorita de ella es el pescado, ¿y por qué de un oso? —pregunta, arrugando el entrecejo y parece que está a punto de dar un beso al alzar sus delgados labios arrugados.

—Pues porque le digo osita... —replico, girando mis grandes ojos hacia arriba.

—¿Y por qué ese animal? —Jeremy busca con sus ojos algo dentro del gimnasio que contiene siete máquinas para hacer ejercicio.

Mi pizzera es una idiotaWhere stories live. Discover now