extra I; Kent

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La alarma de mi celular empezó a sonar con una estruendosa canción. Solo la apago deslizando el botón, es demasiado temprano y no me apetece levantarme, pero debo de hacerlo, porque en unas horas va a salir mi vuelo directo a Rusia, y la revisión de las maletas es tedioso.

Lo que por fin me da por levantarme de la cama es sentir la lengua húmeda de Grissy sobre mi rostro, coloco mi mano en su hocico e intento empujarlo, me va a llenar de gérmenes.

—Ya —gimoteo en forma de súplica—. Está bien, está bien, ya me voy a levantar —accedo desanimado, abriendo un ojo.

La poca luz que se filtra por las ventanas me dice que todavía está oscuro, por lo que doy un aplauso, indicando que se encienda la luz a la vez que me siento aun en la cama, con las piernas extendidas.

—Te voy a extrañar —confirmo, al ver a mi gran perro sentado a un lado de la cama, su cola no deja de agitarla, lo que me provoca que sonría—. Bien, puedes —permito, palmeando el colchón.

Grissy sin argüir dio un brinco, sentándose donde le indiqué. Por segunda vez, su lengua vuelve a estamparse sobre mi rostro, suspiro con cansancio al percatarme que no lo voy a ver cada día. Él ama a todos en la casa, desde mis padres, Batman y los empleados, y se ha ganado su cariño. Sin embargo, estoy seguro de que me va a extrañar, justo como lo voy a hacer.

Pero, cuando ya esté más familiarizado con el país, me lo voy a llevar.

Me levanto de la cama, bajo las tres escaleras, arrastrando mis pies hacia el cuarto de baño, porque debo de tomar una breve ducha. Me despojo de todas mis prendas y cuando el agua está a temperatura ambiente para mi cuerpo, doy un paso hasta llegar.

No me toma mucho tiempo cuando salgo con una toalla blanca envuelta en mi cadera. Tomo el único hidratante que dejé afuera para el rostro, luego el protector solar.

Al ser un viaje largo, opto por vestirme con un conjunto deportivo de color negro con unos tenis. Siento una opresión sobre mi pecho al ver el armario sin ni una prenda.

La verdad es que me emociona hacer una maestría en Moscú, aprender un segundo idioma, pero en el interior estoy un poco... Muy aterrorizado.

Mamá es quien abre la puerta de mi habitación sin llamar antes, tiene sus ojos rojizos, parece que ha estado llorando toda la noche.

—¿Qué es lo que te pasa, mamá? ¿Estás bien? ¿Qué te duele? —Doy un brinco grande hasta llegar a mi mamá, que se tira a mis brazos— ¿Mamá?

—Hoy es el gran día en que mi bebé por fin se va —musita más para ella misma, pero la escuché.

—¡Mamá, tengo veinticuatro años! —resoplo con indignación.

—Podrás tener noventa y seguirás siendo mi bebé. —Aleja su cara de mi pecho y me observa fijamente—. Estuve toda la noche mentalizándome en esto, pero he terminado llorando.

Abrazo a mi madre con fuerza, aspirando el aroma floreado de su cabeza, intentando memorizar su olor en lo más profundo de mis recuerdos. Tampoco entiendo porque me estoy contagiando tanto, si sé que le puedo llamar y ella iría a Rusia sin pensarlo dos veces.

—Tenemos que irnos ya, que tu padre y tu abuelo han madrugado más temprano que tú, y ya están en la camioneta, porque no quieren perder el vuelo. —Rueda los ojos con diversión, toma la mochila que está sobre la mesa y agarra mi mano, encaminándome hacia afuera.

—Mamá —replico, haciendo un mohín con mis labios.

Ella se detiene en seco.

—¿Qué?

Mi pizzera es una idiotaWhere stories live. Discover now