uno; Talitha

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Martes

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Martes

Ato mi corta cabellera oscura en una alta cola de caballo mientras entro a la pizzería del trabajo.

—Hola Louis —saludo mientras alzo la mano, intentando hacerlo al estilo militar, acompañado de una deslumbrante sonrisa que sé que contagia a todo el mundo

—Taly ¿cómo estás? —replica el hombre robusto mientras limpia unas mesas a lado de la ventana.

—Perfecta, gracias. Hoy fue un día maravilloso; en que fui al hospital como voluntariado para distraer a los niños—narro, recordando cada momento y no puedo evitar soltar un profundo suspiro con satisfacción.

Louis sacude su cabeza en forma de negación.

—No sé como te organizas para hacer tantas cosas.—resopla, dejando su tarea por unos segundos para mirarme.

—Administración, mi querido Louis.—Me encojo de hombros, restándole importancia. 

Jenna, una de las que prepara la pizza atendió el teléfono un par de veces, con pedidos a domicilio.

Esa es una de mis tareas; llevar la pizza a su destino. Pero, odio la ley de todas las pizzerías.

"Si su pizza no llega en treinta minutos, es gratis"

A veces, el tráfico me retrasa. Además, ¿por qué no cuentan todos los otros factores como si no logra dar con la dirección? Aunque es algo absurdo debido a que siempre uso el GPS.

—Tienes un encargo antes de la pizza de siempre —informa Jenna dándole dos cajas de pizza.

La pizza de siempre, no es de siempre. Solo son los martes, viernes y sábado sin falta. Toma ese apodo ya que desde hace un mes siempre es la misma rutina con esa dirección.

Me despido de mis compañeros para subirme a la motocicleta de la pizzería cuando puse el encargo en la caja de carga.

Llego  rápido a mi primera parada donde me recibe una niña de diez años.

—¡Taly! —exclama con alegría.

Susan es una niña de mi comunidad cristiana por lo que se avienta a mis brazos para formar un abrazo, la chiquita me paga por petición mía, ya que luego se me va a hacer tarde en mi siguiente parada.

Desafortunadamente el tráfico está horrible, por lo que me retrasa. Llego con cinco minutos de retraso a la casa de pizza de siempre. Nunca me ha terminado de gustar esa enorme casa que se siente fría, vacía, me pone la piel de gallina, por lo que un escalofrío me recorre de pies a cabeza.

El portón de metal se desliza del lado derecho cuando llamo y digo que traigo la pizza, no puedo evitar tragar en seco, siempre me pasa; a pesar de ser una rutina, se supone que debería de estar acostumbrada. Me río en mi interior, porque no es así, siempre suponemos las cosas, pero no debería ser de esa manera porque luego nos desilusionamos.

Avanzo con lentitud hasta quedar en frente de la puerta. Tomo la caja y subo las escaleras para tocar el timbre.

La puerta de madera se abre para dejar ver a un hombre mucho más alto que yo, su nariz es respingada con labios delgados. Tiene unos ojos azules muy bonitos, a comparación de los míos que son oscuros y necesito rímel para mantener mis pestañas largas.

—Llegas tarde, ¿no se supone que es gratis luego de media hora? —reprocha sin siquiera verme.

Estoy indignada ¿qué se cree este hombre?, ¿dónde está el respeto? A mí siempre me educaron que cuando estoy hablando con una persona, debería de estar viéndola a los ojos. Pero él no, me daba la sensación que él creía que yo era insuficiente para ser digna de mirarme, por lo que siento mi cara hervir. 

Entrego la pizza y dibujo en mi rostro una de mis mejores sonrisas falsas para alivianar la tensión que circula en el medio ambiente. El rubio sigue con su misma postura con un rostro prepotente.

—Sí, pero hubo un accidente que me retasó, dispénseme.

—Entonces es gratis —afirma mientras acomoda sus cabellos dorados con una mano mientras que con la otra sostiene la pizza.

—No, no puedo dársela, porque no fue mi culpa.

No, porque luego ese dinero va a descontarse de mi salario, y ese dinero lo necesito para mis proyectos.

Por primera vez, el grosero alza la mirada que me borra de inmediato la sonrisa debido a lo frívolo que se ve.

Es mi primer inconveniente en esa casa, ya que antes llego con anticipación y una de las muchachas que trabajaba ahí me atendía, lo supongo por el uniforme que llevaba. 

¿Qué tanto dinero era para un millonario doce dólares?

Aparentemente, una millonada. Sonrío con ironía de mis pensamientos.

—Tu deber es traerme mi pizza. —Su voz era más fría que el hielo en el Polo Norte—. El cliente siempre tiene la razón —refuta en una posición rígida.

Cuento hasta el número seis internamente para tranquilizarme, tengo que estar serena. Pero mi temperamento es tan fuerte como mi voluntad, por lo que decidió atacar con amabilidad.

—Me parece bien, queridísimo cliente. Un cliente tan frío como el invierno necesita queso gratis para derretirlo un poco, aunque eso puede ser imposible, pero creo que Dios puede ceder milagros. Gracias por su no compra.

Sin decir más me giro sobre mi propio eje para marcharme de ese lugar, escucho un gruñido en la parte de atrás, esta estupefacto. Me siento satisfecha, ya que apuesto a que jamás le han dejado a ese hombre con la boca abierta. Sin embargo, esa sensación culmina rápido, porque cuenta que pudimos perder un cliente por mi comportamiento.

No obstante, considero que ningún humano debe perder su dignidad sin importar la situación. Así que al final del día prefiero cortar mi brazo a servirle a un hombre que no vale ni un centavo como persona.

Mi pizzera es una idiotaWhere stories live. Discover now