quince; Talitha

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Sábado

Sujeto la correa de mi mochila sobre mi hombro para caminar por el pasillo infestada de compañeros, saco mi celular para revisar el horario que jamás me puedo aprender para dirigirme a mi siguiente clase cuando siento un peso extra sobre mi espalda y una voz extremadamente aguda sobre mi oído.

—¡Taly! —clama para plantarme con fuerza un beso en mi moflete derecho, dejándome llena de babas.

—Hanna, un día te voy a llenar yo de babas tu cara y no te va a gustar —advierto, acusándola con mi dedo índice una vez que está a la par mía—. Te voy a dejar más babosa que un caracol. —Arrugo el entrecejo, posando uno de mis dedos sobre mi lengua para extenderla a la mejilla de mi amiga castaña.

—No me molesta tu baba —provoca, sacando su lengua infantilmente, moviendo su inexistente trasero de lado a lado—. Tonta, estoy feliz, ¿vas a venir a mi casa? Porque nunca pasa que tú tengas un día libre de todas tus responsabilidades en viernes. Podemos ir a un restaurante o al cine...

Después de estar toda la semana fuera de casa, un día en el hogar es justo y necesario. Así que niego con la cabeza, mi día de descanso iba a estar floja, y podría notarse, porque estoy usando unos pantalones holgados con una blusa enorme que ataba con un nudo debajo de mi pecho.

—Entonces mi mamá va a venir por nosotras, ahora resulta que solo porque tú vas a mi casa se digna en venir por mí, que no fuera al revés que me mandaba en autobús —refunfuña ella, atando su larga melena en una alta cola de caballo.

Ruedo los ojos para tomar la muñeca de mi mejor amiga y dirigirnos hacia nuestra última clase del día, en las matemáticas no soy precisamente buena, me toca esmerarme de más para tener una calificación apenas aprobatoria. A pesar de todo lo anterior, siempre tomo asiento en medio, a lado de mi mejor amiga parlanchina, Hanna.

—¿Qué pasa con el fastidio del rubio? —pregunta Hanna, inclinándose hacia a mí, una vez que el profesor robusto y de la tercera edad ingresó al aula.

—¿Cómo a que te refieres con la pregunta? Cállate y déjame prestar atención. —Golpeo mis labios con la pluma un par de veces para simular que se calle.

Me congelo cuando siento la asesina del profesor cuando deja de explicar una ecuación en el pizarrón, intento escabullirme al presionar al azar unos botones de la calculadora científica, para según comprobar el resultado que estaba anotando.

No sé si fue porque estaba hastiado de mi comportamiento o realmente pensó que estaba haciendo el ejercicio en colaboración, pero no dijo ni una sola palabra.

Tiempo después, el maestro deja unos ejercicios de tarea, para finalmente dejarnos libres por el resto del fin de semana.

Hanna me muerde el dorso de la mano antes de enroscar su brazo con el mío. Ella es curiosamente extraña, siempre busca morderme con sutileza, pero no lo entiendo ni lo entenderé. Dice que inició cuando la obligué a adoptar un gato, que la mordió con fuerza, y como venganza, ella mordió la oreja del gato y fue como un amor instantáneo.

Dueña y mascota empezaron a congeniar desde ese momento, a pesar que su amor es más agresivo que tierno, actualmente son inseparables.

—¿Y el niñato rico ese que te trató mal a los niños del hospital? —Posa sus ojos miel sobre mí, juntando sus cejas de forma seria.

—¿Por qué me lo tienes que recordar? Sabes que no me lo trago ni con un vaso de agua —bufo, rodando los ojos—. No puedo creer como miró a aquellos angelitos, tan despectivamente que me daban ganas de que un dinosaurio. —Siento un nudo en mi garganta solo con recordar aquella asquerosa mirada.

Mi pizzera es una idiotaWhere stories live. Discover now