Diez; Kent

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Viernes

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Viernes

Arrojo el celular a la cama con mucha frustración, ¡el número que me dio esa repartidora idiota es falso, completamente falso! ¿Quién se cree ella para engañarme de esa manera? No importa, estoy bien, porque voy a hacer que ella venga, y esta vez, me dé su número correcto.

Se me cae la toalla que esta amarrada en mi cadera, pues estoy recién duchado con algunas gotas que empiezan a descender de mi cabello hasta mis mejillas. Realmente no me interesa en lo más mínimo estar desnudo en medio de mi habitación, además hay que admitir que tengo un muy buen cuerpo que sería la envidia de medio mundo sino es todo. Me corrijo, por supuesto que soy la envidia de todo el mundo.

Mis padres van a llegar temprano a la casa, debido a que van a hacer una fiesta para sus socios, más bien, una cena, y tengo que estar presente para representar la imagen perfecta de la familia ante los ojos de sus socios. Debo de confesar que es un muy estúpido y repetitivo cliché, pero ¿qué puedo decir?

Tomo una vez más el celular para invitar a Victoria, mis padres la adoran por representar a la típica mujer educada de la alta sociedad con un vocabulario corto, pero hermosísima ante los ojos de cualquiera. Y no la quería invitar, pero mis padres presionan para que lo haga así, y no me queda otro remedio más que obedecer porque si no me quitan todas las tarjetas y no podré gastar en mi muy adorada y deliciosa pizza de pepearon.

Las sirvientas me pusieron con anticipación mi traje negro junto con mi corbata roja y mi camisa de botones blanca, aunque yo les pedí el traje azul marino ¡Azul marino! ¿Es que es mucho pedir que tu servidumbre te atienda bien?

Grito con desesperación, colocándome los calzoncillos antes de que una de las señoras abriera la puerta, parecía que la fuera a matar con esos ojos que me echa.

—¿Qué le sucede, joven? —Su voz tiembla y no es capaz de sostenerme la mirada, se encoge en su lugar para desaparecer.

—Te dije que el traje lo quería ¡azul marino, no negro!

—Pero su, su papá me ha dicho que lo quiere, quiere negro para estar iguales —titubea, mordiendo su labio inferior—. Me lo ha ordenado.

Cruzo mis brazos con indignación, ¿quién se cree ese viejo para llevarme la contraria? Ordenando a las sirvientas que no me hagan caso. De mala gana empiezo a vestirme con el traje negro, como ya dije: no quiero que me quiten la tarjeta negra. Más, aun así, estoy muy molesto con ese hombre.

Arreglo mi cabello con un poco de fijador, cuando estoy listo, decido jugar un par de rondas con mis videojuegos, tomo asiento en el sillón y empiezo a disfrutar. El timbre de mi celular me sorprende por lo que brinco, soltando el control de mis manos y perdiendo la partida ¡estaba tan cerca de pasar al siguiente nivel!

Reviso mi celular para ver un mensaje de Victoria, diciendo que ya está a punto de llegar a la casa para la cena. En ese momento, apago el televisor y salgo de mi muy cómoda habitación para ver a mi superficial madre pintándose los labios con rojo.

—¡Hola mi amor, te ves muy guapo!

Sonrío con superioridad, pues no me ha dicho nada que yo no sepa.

—Tú también mamá, te ves muy guapa. —Me acerco para depositarle un beso en la frente, pues, aunque lleva tacones a juego con su vestido rojo lleno de lentejuelas y muy ajustado, no es más alta que yo.

Mi papá aparece en segundo plano con Victoria, ella se arroja a mis brazos y no me queda otra opción más que sostenerla. Aplico un poco de fuerza para colocarla a la par mía. Los cuatro mantenemos un par de oraciones antes que toquen el timbre, ¡se me olvidó que había pedido pizza!

Ahora sí que me la vas a pagar muchachita caradura, sin vergüenza.

Abro la puerta, esta vez debo de tener labia, mucho para poder endulzarle el oído.

—Vaya, vaya —repito, cruzando mis brazos sobre el pecho—. Mira a quien tenemos aquí, la muchacha que me dio mal su número telefónico.

—Ah, ¿me querías llamar? Pues cualquiera tiene un error. Como sea, ¿no crees que estás muy formal para solo haber pedido una pizza?

—No, es que mis padres van a hacer una especie de fiesta, cena. Aun así, no quería perder la oportunidad de verte para que me des tu número, es más ¡Dame tu celular! —exijo mientras extiendo mi mano para que ella, con toda la amabilidad que pueda existir, le lo entregue—. Anda, que no te voy a morder si tu no quieres. —Guiño mi ojo coqueto, ¡esta táctica de coqueteo jamás ha fallado!

—Es que deje mi celular en el trabajo y...

La puerta se abre de golpe, interrumpiendo mi coqueteo para ver a mi novia, vestida con el vestido lila que se amolda a su cuerpo como un guante, parecía que fue hecho para ella.

—¡Mi amor! —chilla con su voz aguda—, ¿por qué te tardas tanto?, ¿no ves que ya casi empieza la fiesta y tú has comprado ¡pizza!? —Abre sus ojos como platos, frunciendo el entrecejo.

¿Por qué me acaba de llamar "mi amor"? ¡Me va a espantar a la chica!

—Son doce dólares, ¿podrían pagarme? Es que tengo otras entregas que hacer —responde la pizzera, mirando fijamente a Victoria.

Victoria le paga sin rechinar, suficiente para que la repartidora se gire sobre sus talones para salir huyendo, como la cobarde que es sin siquiera despedirse ni desear una buena noche.

¡Es que a mí nadie me dice que no, serás mía!   

Mi pizzera es una idiotaWhere stories live. Discover now