catorce; Kent

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Martes

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Martes

Las gotas de sudor que se resbalan por mi frente, así que dejo de hacer las lagartijas sobre el suelo acolchonado, girando mi cuerpo para acostarme bocarriba y así extender mi brazo, tomar una toalla blanca pequeña y tocar con delicadeza todo mi rostro, porque después le hago daño.

Solo falta una serie más para terminar con mi rutina de ejercicio, pero escucho como la puerta del gimnasio de mi mansión se abre, después, los tacones de mi mamá hacen eco en todo el lugar hasta llegar a mí.

—Tienes que bañarte, mi amor —ordena mi mamá, agachando su cabeza hasta clavar sus ojos tan azules sobre los míos—. Vamos a ir a una beneficencia al rato.

—¿Quieres que me ponga elegante? —cuestiono mientras me siento, colocando una pierna sobre la otra, situando mis brazos detrás para mayor soporte.

—No, ve más casual que vamos a ir a un hospital para niños con diferentes enfermedades. Va a venir tu novia, ella ya sabe cuál es código de la vestimenta. Tenemos que hacer eso para dar una buena imagen a nuestra cadena de hoteles, además así se pagan los impuestos, y se ayuda a quienes lo necesitan —explica con su tono meloso de siempre para curvar sus labios en una cálida sonrisa.

Arrugo mi nariz inconforme a lo que acabo de escuchar, no me gusta ir a hospitales, porque siento que me van a invadir el cuerpo de sus gérmenes ¿Y si yo me enfermo? No, no, todavía soy muy joven para morir y mis planes no se pueden tirar a la basura, así como así.

¿Qué planes tengo para un futuro? No sé, pero estoy seguro que necesito estar vivo para planificarlo.

—No pongas ese rostro, cielo. Por favor —implora mi madre, peinando su melena rubia llena de volumen atándolo con una liga, dejando el largo caer sobre su espalda—. No estés pensando en eso —regaña, acusándome con el dedo, arrugando el entrecejo y posando una mano en la cadera.

—¡Mamá, es que a mí no me gusta ir para allá! —espeto con molestia, dirigiendo ambas manos a mi rostro—. Por favor, no quiero ir. —Muerdo mi labio inferior en un vago intento de convencerla.

—Es que yo no entiendo porque eres así, ten un poco más de corazón o te voy a penalizar tu Lamborghini. Tú decides.

Una cachetada hubiese dolido menos a quitarme mi bonito carro negro.

—Bien —refuto de mala gana.

Mi mamá se agacha para depositarme un beso sonoro y revolver mi desastre cabello, sin importarle lo mojado que se pudiese encontrar. Se da vuelta sobre sus propios talones para emprender un camino a la salida.

Volvo para retomar mi rutina, debo de estar más sano para que ningún virus del hospital se me pegase. Al terminar, me dirijo al baño y tomar una refrescante ducha fría, envuelvo una toalla en mi cadera para salir y ver un conjunto de ropa sobre la cama. Deduzco que una de las sirvientas lo puso ahí por orden de mi mamá. Antes de vestirme, aplico las cremas hidratantes sobre mi rostro, doy unas palmaditas en mis pómulos muy definidos.

Mi pizzera es una idiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora