seis; Kent

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Martes

—¡Le parezco guapo, guapo! —festejo más que emocionado, la primera parte del plan, aparentemente, estaba dando frutos.

—No te escuché, ¿qué es lo que dijiste? —pregunta Newt, un poco confundido.

Deja el celular de lado, alzando la cabeza en mi dirección, para ahora sí, prestarme atención.

—Que mi repartidora cree que soy guapo, como un Dios griego —repito una vez más con fastidio. Por lo general, odio repetir mis palabras, pero debo de confesar que me encanta el chisme, no obstante, nunca lo confesaré en voz en mi vida, eso definitivamente arruinaría mi reputación—, y ahora que la primera etapa esta completada, lo más sensato sería, por supuesto, que la confundiera con mis palabras cautivadoras, que ninguna mujer jamás se podría resistir.

A uno como hombre, nos enamoramos con la mirada. En cambio, una mujer por el oído. Es una teoría que he comprobado más de un millón de veces con las personas a mi alrededor. Aunque claro, siempre va a existir sus excepciones.

—Tú eres el mejor, jugando con las palabras. Ni el mismísimo Romeo podría llegarte a la suela de tu zapato —me adula mi mejor amigo.

Su rostro es burlesco, a veces, le gusta tirarme al león.

—¿Y tú, por qué te burlas?, ¿es que acaso tengo changos en mi perfecto rostro? Digo, igual y tengo la cola de un mono, tapando mi insuperable nariz respingada, y no lo sé —interfiero con indignación, no puedo creer que Newt me estuviera diciendo eso.

Idiota.

—No amigo, lo que pasa es que, tú me dijiste que creías que te había escondido algo, y por un intento de desesperación, para distraerte, dijo que eres guapo. —Encoge sus hombros, como si no fuera relevante aquella alegación.

Me aviento a la gran cama, dejo caer mi cabeza sobre mi esponjosa de almohadas de pavorreal, más que cómoda.

Recuerdo aquella noche, una pulga peluda estaba en su espalda. Ella se sintió temerosa, sus ojos marrones se abrieron de par en par, y tan pronto me gritó lo que gritó, salió disparada a su motocicleta para perderse de mi mirada.

Está bien, cabe una diminuta posibilidad que lo que dijo Newt fuera verdad. Pero, casi inexistente.

Entonces, en mi pecho se instala un sentimiento de curiosidad, de averiguar la razón porque ella traía a su mascota al trabajo, lo cual, era muy antihigiénico. Y para rematar, yo me comí aquella pizza que al día siguiente intenté sacarlo de mi cuerpo mediante al ardor del ejercicio.

—Ya llamé a la pizza, ya sabes, que, si en media hora la pizza no está, es gratis.

Asiento con la cabeza, soltando un bufido, aun pensando en aquella repartidora.

—¿En qué piensas? —indaga, acercándose a mi cama para tomar el control remoto y encender la televisión, donde pone música, se sienta en un extremo de mi cama.

—Pues creo que la etapa de darle celos a la chica va a cambiar, porque puedo molestarla con su pulga.

—¡Perfecto! ¿Qué piensas decir?

—Darle un ultimátum, debe de tiene una cita conmigo o pongo una mala referencia de ella, por llevar a su mascota el trabajo. —Suelto un suspiro con afinación—. Entonces en la cita, le voy a demostrar que soy un hombre honesto, con honor, maravilloso, inteligente.

—¿Inteligente? —carcajea Newt, sacudiendo la cabeza—. No eres tan inteligente como crees.

Eso hiere mi ego, pero decido no darle mucha importancia.

—Imbécil, deja que termine: y cuando ella se enamore, le voy a romper el corazón.

Newt suelta el aire contenido en sus pulmones, para soltar una gran carcajada histérica. Anonado, tomo una almohada que está a lado para arrojarla en el rostro de mi mejor amigo, grito de emoción al ver que le di en su rostro. Además, tenía que vengarme por llamarme idiota.

—No, pues si así son los amigos, no quiero saber cómo son los enemigos —vuelve a reír, agarra la almohada para dejarla sobre su regazo—. Oye, por cierto, Victoria me preguntó porque estabas más distante, y el otro día te vio con Ana o algo así.

Crispo desconcertado, no me gusta las escenas de celos, lo odio más que una espinilla en este perfecto rostro de Dios griego, esculpido por nada más y nada menos que Cupido.

—Ella sabe que no debe de hacer eso, cuando yo la busco, es porque quiero. Generalmente es quien llevo a los eventos sofisticados de mis padres. Que, por cierto, mis padres planearon una fiesta en dos semanas. Tengo que invitarla —musito más para mí mismo, que una explicación para Newt.

En ese momento, una de las sirvientas, toca con nerviosismo la entrada. Me avisa que la pizza está entrando a la propiedad, que si quería que ella recogiera la pizza o yo. Le informe que yo, inmediatamente brinco de mi cama, yo tenía que hacer esperar a mi repartidora por pura maldad que recorre por mis venas.

Cuando abro la puerta, veo a la linda repartidora, esta vez su cabello no estaba suelto y llevaba una gorra color rosa, su playera a botones del mismo color. Su sonrisa es invaluable, lo que me proyectaba sus ojos era culpabilidad debido a su entrecejo encarnado.

—Buenas noches. —Ella me entrega la pizza—, son doce dólares. —Extiende su mano, gustosa por recibir el dinero.

—No, tengo una pregunta ¿Por qué trajiste a tu perro al trabajo? Esto puede perjudicarte.

—Tengo otras entregas que hacer, por favor —suplica, su labio inferior tiembla.

—Responde o digo que llevas animales a las entregas de pizza —reto, de manera intimidante.

—Bien, lo acababa de encontrar y estaba cojo ¿Feliz? —contesta brava, sus ojos de abren de tal manera que van a salir de órbita.

—Sí, dos cosas más: ¿Cómo te llamas?

—Talitha —respondió de mala gana, sin más opción.

—Mucho gusto, yo soy Kent —extiendo mi mano con cinismo para que la apriete y ella lo hace de mala gana, ya que la tengo amenazada—. Y la otra cosa es que quiero una cita contigo.

—Bien —escupe con molestia—, pero yo elijo a donde ir.

Por un despiste mío, ella me arrebata los dólares.

—¡Y yo te busco, no te preocupes, tengo tu número! —grita desde su motocicleta.

Estoy confundido, ¿a qué hora se movió? Arranca sin siquiera darme unos minutos más, una vez más, huyo de mis garras. Entonces, Talitha es una chica muy astuta.

Pero esto no se queda así, a mí nadie me deja con la boca abierta por segunda vez y vive para contarlo. 

Mi pizzera es una idiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora