En busca de aliados, la travesía de Felipe

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Felipe creyó que le había tocado la más fácil de todas las tareas, según él, llegaría al emplazamiento donde se encontraban los elfos rebeldes y el pueblo de Khim, y tras demostrar que era el portador de la luz, las cosas serían pan comido: todos a cargar las armas y a luchar contra el enemigo.

Sin embargo, en cuanto llegó al emplazamiento vio que no podía estar más equivocado: la miseria y abandono de reflejaban en los rostros de todos, una especie de pena se extendía por todo el campamento, donde las carpas no habían sido reemplazadas por cabañas, a pesar del tiempo transcurrido, y donde solo se veían algunas ricas y bien establecidas viviendas.

Consternado por lo que veía, el muchacho decidió acercarse a cualquier habitante que encontrara y preguntar por Dwen o Indramin esperando alguna respuesta ante aquella especie de feudo medieval que veía con horror.

Las cosas, sin embargo, no fueron tan sencillas, la sola mención de aquellos nombres hacía que los habitantes de aquel emplazamiento, elfo, elfa, silfo o hada, simplemente voltearan la cara, e incluso negaran saber que alguno de ellos existiera.

— Preguntas demasiado joven elfo — un anciano silfo se le había acercado tras la milésima vez que alguien se negaba a darle información — ¿por qué alguien como tu busca a aquellos forajidos?

— ¿Forajidos? — Felipe no daba crédito a sus oídos — ellos eran quienes comandaban este emplazamiento cuando partimos, ¿cómo es que ahora son forajidos?

— ¿Cuándo se fueron? — El anciano esquivó la pregunta de Felipe — ¿eres parte de aquel grupo que partió en busca de la luz? — interrogó con una especie de esperanza creciente.

— ¿Esto responde tu pregunta anciano? — Felipe extendió la mano y emitió un suave brillo, único truco aprendido hasta el momento.

— ¿Podrá ser que lo consiguieron? — El anciano se preguntaba a sí mismo — ¿poseemos ahora el signo de la luz? — interrogó nuevamente a Felipe

— Por eso estoy aquí anciano, porque debemos… — Felipe intentaba dar su mensaje.

— Entonces no hay tiempo que perder — el anciano cortó la frase del joven —debes seguirme.

— ¿Seguirte? — Felipe comenzaba a hartase del anciano —¿ al menos sabes dónde se encuentra Indramin o Dwen?

— ¿Y con quién crees que hablas? — repentinamente la voz del anciano había cambiado, se había vuelto más firme y la apariencia del anciano había desaparecido dejando tan solo una capa el suelo — ¿con un silfo cualquiera acaso? — Dwen hablaba mientras mostraba su verdadera identidad — Los estuvimos esperando demasiado tiempo y, ahora,  debemos arreglar algunas cosas antes de poder partir— El silfo hablaba autoritariamente sin esperar objeción alguna.

Sin tener otro remedio, Felipe siguió al silfo mientras este se internaba en un bosque cercano.

—0—

Tanto Dwen como Indramin habían puesto al corriente a Felipe sobre la situación: un grupo de elfos, silfos y hadas habían estado corriendo el rumor sobre la muerte de aquellos que habían partido en la búsqueda del signo de la luz.

Gracias a diversos artilugios y una campaña constante de desinformación, lograron introducir dicha idea dentro de las mentes y corazones, de los ciudadanos de aquel emplazamiento difundiendo la tristeza, miedo y preocupación entre sus habitantes.

Poco a poco fueron ganando más y más adeptos, a los cuales prometieron protección en contra de Linwëlin, la supuesta portadora de la luz, y de sus esbirros. De ese modo fueron ganando partidarios respecto a sus políticas de gobierno en esta nueva nación, dentro de la cual Indramin y Dwen fueron perdiendo sus propios partidarios, pues ellos siempre proponían esperar el retorno de los enviados.

Nathalie y los Portadores de los ElementosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora