Son muy raras las veces en las que el destino hace de las suyas.
Un verano del dos mil nueve, éramos niños mojándonos en el muelle, pidiendo a las lanchas que nos lleven a navegar. Luego de nueve años, ya de adultos, nos reencontrábamos en Navidad bajo el techo de una parada de bus.
Y meses después del encuentro, él soltaba un simple y directo 'quiero pescar'.
Ambos estábamos desparramados en la alfombra, viendo una película con una trama tonta que no recuerdo.
No me tomé en serio lo que dijo y seguí con la vista fija en la televisión. Sin embargo, tiró un zapato a mi estómago para que le prestara atención.
'Es en serio'.
Así zarpamos un día de agosto, a mitad de año. Yo conducía y él movía la cabeza al ritmo de alguna canción en la radio.
Eran los últimos días de las vacaciones de invierno, y curiosamente, no salimos de casa en absoluto. Nuestros días se basaron en permanecer acostados, viendo series con un tazón de palomitas en una mano y una bolsa de dulces en la otra. Hasta que surgió su propuesta, al menos.
Sorprendentemente, ambos éramos vecinos. ¿Coincidencia? Yo vivía un piso abajo del suyo, en el 142; no sé si eso te suena. A pesar de ello, parecía que me hubiera mudado a su departamento por la cantidad de tiempo que pasábamos allí.
Se convirtió nuevamente en una parte esencial de cada uno de mis días, como si nunca se hubiera ido del pueblo. Desayunábamos juntos, almorzábamos juntos, cenábamos juntos y también lo llevaba al trabajo.
Era una rutina divertida, siempre acompañada de música o bromas. No quería romperla por nada del mundo; sentía que nuestra amistad estaba creciendo a pasos agigantados.
También le comenté a mamá sobre nosotros, y se la escuchó muy contenta por teléfono. Después de escuchar mis lamentos durante dos años por ese niño que se fue y nunca volvió, probablemente estaba aliviada. Dijo que ambos deberíamos visitarla el próximo verano, y la idea nos emocionó demasiado.
En ese momento, habíamos formado un cómodo círculo de amigos. Él me presentó a los suyos, con quienes había pasado la Navidad. Eran un agradable grupo de ocho chicos, a los que se sumaron mis dos amigos y yo. Congeniábamos demasiado bien, a pesar de lo poco que nos conocíamos.
En ocasiones, nos decían que parecíamos casados, y nosotros bromeábamos al respecto, dejando atrás la etapa de vergüenza por esas tonterías.
No sé si puedas entenderlo, si has sentido algo así con alguien recientemente o si recuerdas haber experimentado algo similar en el pasado.
Pero era como si
estuvieras en casa,
como si alguien
estuviera ahí para ti
más que nadie.
Él fue como una brisa fresca en un año difícil lejos de casa, de esas que te hacen suspirar relajado, y no puedo dejar de pensar en lo agradecido que estoy por haber conocido a alguien que me haya hecho sentir así en este mundo lleno de personas.
Aunque funcionábamos bien, no significa que no hubiera peleas, porque las tuvimos. Solían ser disputas tontas, como cuando me decía 'no puedes dejar los platos sucios' y yo respondía 'los lavaré después'.
Entonces, él cruzaba los brazos, apoyando su peso en una pierna y colocándose frente a la puerta, y yo realmente no tenía escapatoria. Terminaba lavando los cubiertos mientras él vigilaba sentado sobre la mesada.
Al final, le revolvía los cabellos y reía de su expresión.
No sabía qué había sido del niño castaño y tímido de lindos ojos; al parecer, los roles se habían invertido. Pero le encantaba, de cualquier forma.
A veces, simplemente nos reuníamos para ver televisión y terminábamos enredados en el sillón de la sala. Otras veces, subíamos a la azotea y contemplábamos las estrellas abrazados a tres gruesas frazadas.
Aunque se sintiera así, no todo era perfecto.
En algunas noches, lo escuchaba llorar.
Sabía que le frustraba no poder comunicarse como quería, especialmente en su trabajo como columnista. Muchos de sus proyectos eran rechazados porque requerían una voz que le de "color", y gran parte de lo que escribía para sí mismo resultaba ininteligible, incluso para mí.
Se desahogaba así, escribiendo párrafos que solo él comprendía.
Ahora, comprendo mucho de lo que gritaba en aquellos textos, solo ahora.
Durante ese tiempo, aprendí muchas pequeñas cosas, como que al cenar fideos, comía siempre alrededor antes de ir al centro, o que no podía conciliar el sueño sin la lámpara encendida, o abrazado a algo. Además del hábito terrible de tirar los labios hacia abajo cada que algo le disgustaba.
A pesar de esos detalles, su mayor miedo seguía siendo el silencio. Siempre traté de opacarlo, ya fuera poniendo música o inventando historias para contarle, y me agradecía mucho por ello.
Es posible que hayas notado que los únicos recuerdos de esa época son todos acerca de él. No obstante, no me importa nada más, por más insano que suene.
Estoy genuinamente feliz de que así sea.
'Dime que has visto eso'.
Soltó aquella tarde, frunciendo el ceño con la caña en la mano. Sostenía un gran pescado, con el beanie de costado y tapándole una ceja.
Su imagen desaliñada por el esfuerzo lo hacía lucir tierno.
'¡Deja de verme así! Dijiste que ibas a tomarme una foto cuando casi estuviera fuera del agua...'
Todos a su alrededor estaban encantados con su personalidad brillante y bromista.
Me alegró darme cuenta que ya no tenía que esconderse detrás de mí para defenderse de cualquiera, sea más alto o más fuerte. Aún así, siempre fue alguien fácil de lastimar.
Si tan solo se hubiera dado cuenta de la cantidad de personas que se giraban para admirarlo cuando pasaba; tenía una presencia hermosa.
Era algo natural en él,
ahora lo sé.
Causar esa impresión, digo.
Mientras le pasaba un brazo por los hombros y él trataba de huir a toda costa, el pez se removió, provocándome un susto que llevó a las burlas, como siempre.
Incluso cuando llegamos a ese momento emotivo y lleno de música triste, mientras observábamos el río, él seguía burlándose a escondidas. Poco disimulado, al parecer.
En el camino de vuelta, mientras yo cantaba y él fingía tener una batería en el asiento, pensé demasiado. Incluso ahora, pienso más de lo que dicen que debería.
¿No piensas en ello también?
Oh cierto, a veces lo olvido.
En fin, era el año más tranquilo, todo marchaba bien.
Ambos éramos felices, y nuestros amigos y familiares también lo eran.
Como dije, un día podíamos estar viendo películas de comedia en su departamento y al siguiente diría 'hey, quiero volar a Marte' y yo tan solo respondería 'está bien'.
Lo estaba, simplemente porque lo seguiría a cualquier parte, en cualquier plan y a cualquier hora.
Igualmente,
aunque aún me costaba
admitirlo en voz alta,
él, en todo momento él, tenía la sonrisa más bonita.