La Clase del 89' (Mycroft y t...

By MSCordoba

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Mycroft Holmes es el mejor promedio del instituto Dallington. Los valores de amistad y afecto no resultan rel... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 61
Capítulo 61,5
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Cartas
Epílogo
Nota de autora
Anuncio importante

Capítulo 60

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By MSCordoba

Anabeth caminó a paso ligero por los pasillos del colegio. Llevaba un grueso diccionario bajo su brazo. Dobló en la siguiente esquina y entró a la pequeña biblioteca.

Se acercó al enorme librero de la derecha y, una vez frente a él, su dedo comenzó a desplazarse por el lomo de los libros, buscando el de su interés. 

Al no encontrar el que deseaba, se acercó al escritorio de la bibliotecaria y colocó el grueso volumen sobre la mesa.

— Hola Ross. —le sonrió de forma amena.

— Anne. —la anciana saludó con la cabeza—. ¿Qué traes ahí?

— Un diccionario de francés. Es para devolverlo. Y quisiera hacer otro retiro.

— No hay problema. Necesito tu...

Antes de que se lo dijera, Anabeth le tendió su credencial de estudiante.

— Gracias. —tomó el rectángulo plastificado—. ¿Y qué llevarás hoy?

— Otro más de estos. —palmeó el grueso volumen.

La anciana la miró con curiosidad.

— Es el tercero en esta semana. ¿Estás probando nuevos idiomas?

— Algo así. —una sonrisa ladeada tiró de su rostro—. Me ayudan bastante.

— Me parece bien. ¿Y cuál necesitas?

La chica pensó por unos segundos antes de hablar.

— Me estaba fijando en el librero... No tienen de latín, ¿o sí?

— No, lo siento. No trabajamos con lenguas muertas.

— Lástima, ¿portugués?

— Ese sí.

— Portugués entonces.

Ross rodea el escritorio. Sus ojos cafés se desplazan rápidamente por la fila de los libros hasta hallar el correcto. Extiende el brazo y lo toma, entregándoselo a la castaña.

— Aquí tienes. Ya sabes que tienes que devolverlo dentro de...

— Un mes. —respondió por ella—. Prometo devolvértelo en la semana.

— Sé que siempre lo haces, pero ya sabes. —se encogió de hombros en gesto despreocupado—. Es el protocolo.

— No hay cuidado. Gracias Ross. —colocó el diccionario bajo su brazo—. Hasta pronto.

— Hasta luego, querida.

Anabeth le sonrió gratamente y salió de la biblioteca. Se dirigió a su casillero y dejó el diccionario con el resto de sus libros. Permanecería allí arrumbado hasta la hora de salida.

***

Tocó la campana. Las aulas comenzaron a vaciarse mientras que los pasillos se atestaban de estudiantes.

Luego de una lenta y apretujada caminata, la joven finalmente salió por la puerta principal, junto con el resto de la multitud. Respiró profundamente, aspirando el cálido aire de mayo.

— Vivir en un mundo de peces dorados puede tornarse asfixiante, ¿no crees?

Anabeth elevó ambas cejas y volteó a ver a su amigo, quien se encontraba recargado contra la pared de brazos cruzados, a un costado de la entrada.

— ¿Cómo... carajo haces para salir siempre antes que yo? —negó con la cabeza, consternada.

Había sido la primera en salir del aula. No era posible que Mycroft se le adelantara. Tendría que haberlo visto en el pasillo.

— ¿Usas un pasadizo secreto o qué?

— ¿De verdad quieres saber? —elevó una ceja al tiempo que esbozaba una sonrisa a medias.

Anabeth rodó los ojos.

— Nah. No te hagas el enigmático conmigo, Holmes. No te sale. —giró sobre sus talones y comenzó a caminar, alejándose del pelirrojo.

Mycroft bufó con fastidio. Se despegó de la pared y bajó las escaleras, apretando el paso para alcanzar a su amiga.

— Siempre te quejas de que salgo antes que tú, pero cuando te doy la oportunidad de saber cómo lo hago, te niegas. Eres muy contradictoria.

— Nop. —tarareó, sonriendo con diversión—. Solo soy demasiado orgullosa como para rogar una respuesta.

— Más bien testaruda. Pero, ¿quién soy yo para contradecir tu juicio sobre ti misma? —inquirió con falsa modestia, ganándose un golpecito en el brazo a modo de reproche.

— No me molestes. —le advirtió, sin borrar su sonrisa ladeada—. Que tú también eres bien cabeza dura cuando quieres.

Cruzaron miradas. Hielos vs miel. Miel vs hielo. El duelo terminó con un par de sonrisas y sus ojos posándose de vuelta en el camino. Mycroft y Anabeth continuaron avanzando, disfrutando de su compañía silenciosa.

Cuando se encontraban a solo veinte metros de la parada, la ojimiel soltó un gemido desganado.

— ¿Hoy también?

— Tenemos un acuerdo. —se mantuvo impasible. 

— Ya sé. Ya sé. ¿Pero no podemos hacer una excepción?

— No.

Anabeth soltó una maldición entre dientes y se unió a su amigo bajo la parada. Mycroft la miró de reojo. A pesar de su resistencia, ella se encontraba tranquila. Sus palabras anteriores no eran dichas en serio. En realidad, para estas alturas, el subir o no al autobús le daba casi igual.

El vehículo rojo se hizo visible a la distancia. Esta vez fue Anabeth quien extendió el brazo para detener el transporte. Había comenzado a hacerlo estas últimas semanas, lo que había representado un gran avance.

— ¿Lista? —consultó el pelirrojo, parándose a su lado.

Anabeth se encogió de hombros, resignada.

— ¿Me queda de otra?

Mycroft negó con la cabeza.

— Adelante. —hizo un ademán con la mano, cediéndole el paso.

Las compuertas se abrieron y la chica subió. Sacó su billetera y pagó su boleto. Ese había otro avance y de los que más se sentía orgullosa. Después de todo, siempre se había sentido culpable de que Mycroft pagara por ambos, sin importar lo que él dijera al respecto.

"Hablando de Mycroft..."

Miró sobre su hombro, descubriendo que él no estaba a sus espaldas. Ni siquiera había subido. Anabeth giró sobre sus talones y se apresuró hacia la puerta.

Su amigo seguía parado en la acera. Sus ojos, contrarios a los de ella, reflejaban tranquilidad.

— ¿Mycroft qué estás...? —su oración fue interrumpida por el ruido de las compuertas al cerrarse—. ¡Mycroft!

— Buen viaje, Anabeth.

— ¡¿Qué?! E-Espera. —los ojos de Anabeth se abrieron con alarma al comprender lo que su amigo pretendía—. ¡Infeliz, no me dejes aquí!

— Ya estás lista.

El conductor pisó el acelerador, rompiendo así el contacto visual entre los adolescentes.

Anabeth tragó saliva con dificultad, mientras observaba como su amigo quedaba atrás. Tomó una profunda bocanada de aire. De nuevo, tuvo la sensación de que sus pies se volvían de plomo, siéndole sumamente difícil avanzar por el estrecho pasillo.

"Mierda, Anne. Ya no eres una niña. Has hecho esto decenas de veces." Se reprendió a sí misma.

El autobús frenó bruscamente en una bocacalle. Anabeth cerró los ojos con fuerza, tragándose el susto. Maldijo al chofer y a toda su familia por su poco tacto al volante. 

"Tengo que hacerlo."

Se obligó a sí misma a abrir los ojos para buscar un lugar libre. Caminó hasta el final del corredor y tomó asiento en el fondo, al lado de la ventanilla.

Ocho cuadras.

Recargó su espalda contra el respaldar del asiento. Procuró hacer respiraciones pausadas, en un intento por despejar su mente y mantenerse en calma. Algo que resultaba imposible cuando no tenía una compañía que la distrajera.

"Voy a matar a Mycroft por esto."

En esos momentos deseaba estrangularlo con su corbata. ¿O quizá ahorcarlo con sus propias manos? Le resultaba difícil decidir cuál de las dos opciones era la más apropiada.

Siete cuadras.

Podía sentir la tensión en cada fibra de sus músculos. Instintivamente, sus ojos se posaron sobre los otros pasajeros, intentando deducir cualquier cosa que pudiera sobre ellos. Necesitaba desesperadamente algo con qué entretenerse. De lo contrario, comenzaría a hiperventilar.

Seis cuadras.

Eso no estaba funcionando. Podía hacer deducciones, sí. Pero ahora que no había ningún reto o competencia de por medio, no tenían un propósito.

Seguía teniendo el control de sí misma, de su cuerpo y mente. Pero podía sentir la angustia asomándose en la lejanía. Se sentía al borde del abismo. Un recuerdo en falso y caería sin precedentes.

Cinco cuadras.

En eso, una idea cruzó por su mente. Abrió su mochila y se apresuró a sacar su walkman. Se colocó los auriculares y apretó el botón de Play sin importarle en cuál canción se encontrara la cinta.

Tardó unos instantes en reconocer la melodía. Se trataba de Material Girl, de Madonna. Subió el volumen, cubriendo así el ruido del motor y de los pasajeros. Esa acción no había desplazado su miedo interno, pero ya era algo.

Cuatro cuadras.

Focalizó su atención en la letra; en los instrumentos, en los acordes, el ritmo, en toda la composición. Tarareó sus estrofas por lo bajo, contando los segundos para salir de allí.

Tres cuadras.

Respiró profundamente, ralentizando su pulso. Tenía que hacer a un lado el miedo y pensar de manera racional. Ya había hecho ese mismo viaje decenas de veces y había salido ilesa en todas ellas. Las sacudidas, las frenadas bruscas, todo lo que le generaba pánico tan solo eran exageraciones de su mente.

Dos cuadras.

Anabeth observó por la ventana, sabiendo que ya se encontraba cerca de casa. Su mano temblorosa se aferró al pasamanos. Sus dedos se enroscaron en un firme apretón y se puso de pie. Tragó saliva y caminó por el pasillo, un paso a la vez.

Una cuadra.

Presionó el botón de la puerta y aguardó. La música seguía sonando atronadora en sus oídos, pero no le importó demasiado. Al llegar a la esquina, el autobús se detuvo por completo y abrió sus puertas.

Ella contempló la acera y, contrario a lo que hubiera hecho meses atrás, descendió sin prisas. No se abalanzó hacia la salida ni saltó los escalones. Simplemente se bajó, como cualquier otro pasajero.

Soltó un largo suspiro, aliviada. Miró a un lado y al otro y luego a sus pies, firmes en la acera. Rio débilmente, aun sin poder creer lo que había hecho.

"Lo logré. Realmente lo logré."

— Pude viajar. —murmuró en un hilo de voz.

"Sin ataques de pánico. Sin piernas temblorosas."

— ¡Ja! ¡Toma eso fobia! —celebró, dando un brinco—. ¡En tu maldita cara!

Caminó felizmente por la acera, cantando y bailando con gracia al ritmo de la música. Cuando estuvo a unos quince metros de su hogar, escuchó unos bocinazos. Abrió los ojos al instante, descubriendo a Larry sentado frente al volante. Al parecer, tocar la bocina era su modo de felicitación.

Cuando sus miradas se encontraron, el chofer le sonrió y se apeó del vehículo.

— Felicidades, señorita Smith.

— Anne, por favor. —se acercó al hombre—. Y gracias.

— Anne... —se corrigió, sin borrar la sonrisa cordial de su rostro—. Y no hay de qué.

— Supongo que es tonto preguntar, pero... —vaciló un poco antes de hablar—. ¿Desde cuándo sabes lo de mi fobia?

— Desde que Mycroft me pidió que ya no fuera a buscarlo al colegio. —al ver que la chica desviaba la mirada con algo de incomodidad, agregó—. Fui yo quien pidió una explicación acerca de nuestro nuevo recorrido. Mycroft no tuvo otra opción. Aun así, solo me dijo lo esencial.

— Entiendo. —Anabeth se encogió de hombros, resignada.

— Si sirve de algo, cuentas con mi completa discreción.

La joven levantó la mirada y sonrió en agradecimiento.

— Gracias, Larry. —hizo una pequeña pausa, antes de añadir—. Y si soy honesta... de todas las personas que conozco, me tranquiliza que seas tú quien lo sepa.

Anabeth observó por el rabillo del ojo la acera, la cual se encontraba desierta como era habitual a esa hora del día.

— Larry... ¿te molesta si espero contigo?

— Eso depende. ¿Te molesta el jazz? —comentó con diversión.

La joven rio por lo bajo.

— Para nada.

— Misma respuesta.

***

Mycroft caminó a paso ligero, dejando que sus pies lo guiaran de manera casi inconsciente por las calles de Londres. Su mente tenía asuntos más apremiantes que atender.

El joven frunció el entrecejo con preocupación al recordar a su amiga. Esa última mirada angustiada que le dirigieron esos ojos color miel lo habían dejado bastante intranquilo.

"Quizá me precipité en mi decisión." Reflexionó.

Él nunca fallaba en sus predicciones. Estaba noventa y dos por ciento seguro de que Anabeth podría manejarlo.

"¿Pero y si eso no es así?" Cuestionó, recordando ese molesto ocho por ciento. "¿Y si me equivoqué y aún sigue siendo dependiente?"

Contempló el sin fin de posibilidades y sus correspondientes consecuencias, las cuales eran en su mayoría desalentadoras. No quería que Anabeth volviera a padecer un ataque de pánico, o que saliera corriendo por los pasillos fuera de sí, poniendo en riesgo su integridad física, así como la del resto de los pasajeros.

Desplazó esos molestos pensamientos de su cabeza, los cuales no lo estaban ayudando. Se halló a sí mismo apretando el paso, impaciente por llegar a la casa de Anabeth. Esta se había convertido en la prueba final de su experimento. Necesitaba saber su resolución a toda costa.

"Ya puedo irme despidiendo de este mundo." Se dijo para sus adentros, en una mezcla de diversión y melancolía. "Porque Anabeth me va a matar cuando me vea. Eso es un hecho."

***

Mycroft divisó el auto familiar a la distancia. Desde lejos pudo ver a Larry tamborileando sus dedos en el volante al compás de alguna melodía.

El pelirrojo avanzó unos metros más, hasta detenerse por completo cuando vio a Anabeth apearse del vehículo.

La joven se cruzó de brazos y se acercó a él, mirándolo de manera hostil.

— ¿Cómo te encuentras? —se animó a preguntar, cuando estuvieron cara a cara.

— ¿Tú como crees que me encuentro? —consultó, elevando una ceja.

Sus miradas se cruzaron. Hielo contra miel. Miel contra hielo. Sus rostros eran completamente neutrales e indescifrables. El genio llevó ambas manos tras su espalda, para ocultar su creciente nerviosismo.

— Si vas a golpearme, te ruego que no sea en la cara. Quisiera ahorrarle un disgusto a madre.

La castaña esbozó una de sus típicas sonrisas ladeadas. Negó con la cabeza y cerró la distancia entre ellos, abrazándolo con fuerza.

— Eres un maldito bastardo, Holmes. —murmuró en su oído—. Pero gracias.

En una sola oración, Mycroft pudo comprender cual había sido el resultado final de la prueba. Le alegró saber que todas las molestias causadas habían rendido frutos. Se permitió sonreír genuinamente por ello.

"Felicidades, Anabeth."

— Me alegro por ti... Ahora, ¿serías tan amable de apartarte de mi persona? Te recuerdo que mi chofer nos está viendo. —añadió fríamente, sin molestarse en corresponder el gesto.

Anabeth rio por lo bajo y lo liberó al fin. Mycroft sintió un ápice de decepción al ver que ella se apartaba de su persona. Se maldijo internamente por ello.

<< El cariño no es una ventaja. >> Repitió por milésima vez en su mente.

Como habrás podido notar, estoy muy feliz por haber logrado hacer mi primer viaje sola. —movió su mano de forma ceremonial—. Aun así...

Sus dedos se contrajeron en un puño y golpeó el brazo del pelirrojo con una fuerza moderada. No fue lo suficientemente fuerte para causar un daño real, pero tampoco estaba dentro de lo que se consideraba como "amistoso".

— Auch... —masculló el más alto, frotando la zona—. Creí que no estabas enojada.

— Eso fue por dejarme sola. —renegó, cruzándose de brazos—. Quizá tus métodos poco ortodoxos resultaran efectivos. Pero no significa que esté de acuerdo con ellos.

— Anabeth, desde el principio te opusiste a mis métodos. Y aun así los seguiste al pie de la letra. —remarcó, mirándola con aburrimiento—. ¿Realmente me recriminarás por eso ahora?

La chica apretó los labios en una delgada línea. Atentó con decir algo, pero prefirió callar. Tuvo que aceptar que su amigo tenía un punto.

— Agh... ¿sabes qué? Olvídalo.

Mycroft esbozó una sonrisa socarrona. Ese había sido un tanto para él.

— Detesto ser el optimista aquí, pero... Anímate. —mientras decía eso, caminó hacia el auto—. Venciste a tu fobia, al fin y al cabo. —abrió la puerta trasera.

— Eso no es cierto. Aún sigo teniendo algo de miedo.

Antes de entrar, el joven se detuvo. Irguió su postura y volteó a verla.

— Vencer no es sinónimo de eliminar. —aclaró—. Sería tonto de mi parte si asumiera eso. Pero fuiste capaz de hacer frente a ese miedo por tus propios medios. Por lógica, lo que prosigue es seguir viajando, hasta que dejes de sentirlo.

— ¿Y tú...?

— Yo ya no puedo ayudarte. —le cortó—. De ahora en adelante, si viajas o no, la decisión quedará en ti. No necesitas mi presencia.

Anabeth asintió con la cabeza lentamente y soltó un suspiro.

— Supongo... Que tienes razón.

— Siempre la tengo. —elevó el mentón con orgullo.

La chica rodó los ojos con diversión, acostumbrada a los comentarios ególatras del pelirrojo. El joven hizo un ademán con la cabeza a modo de despedida y entró al auto, el cual arrancó segundos después. Larry tocó la bocina a modo de despedida antes de alejarse calle abajo, hasta perderse de vista en la siguiente intersección.

"Sí. Siempre la tienes..." Meditó la castaña, ingresando a su hogar. "Y me alegro de que así sea."

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