La Clase del 89' (Mycroft y t...

By MSCordoba

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Mycroft Holmes es el mejor promedio del instituto Dallington. Los valores de amistad y afecto no resultan rel... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 61,5
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Cartas
Epílogo
Nota de autora
Anuncio importante

Capítulo 50

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By MSCordoba

Viernes. Ultimo día de clases antes del receso invernal.

Esa había sido una buena semana. La castaña logró, por segunda vez, hacer uso del transporte público. Si bien su fobia no disminuyó en lo más mínimo —aún no llegaba a recorrer más de dos cuadras arriba del autobús—, en esta ocasión no sufrió un ataque de pánico tan grave como la vez anterior, lo que ya era otro avance importante.

Por otro lado, las notas de los exámenes de mitad de año fueron entregadas, siendo Mycroft y Anabeth los promedios más altos de la clase. Finalmente, la castaña pudo respirar tranquila. Estaba verdaderamente feliz por los resultados obtenidos. La única contra de todo aquello era que ahora el pelirrojo no dejaba pasar la oportunidad para alardear que él había tenido la razón desde el principio.

Anabeth tan solo se abstenía a rodar los ojos y hacer oídos sordos a los comentarios de su amigo, aunque secretamente daba gracias que él haya estado en lo correcto. Pero jamás diría eso en voz alta. No necesitaba darle más pretextos para alimentar su ego.

Ese último día, Mycroft y Anabeth caminaron tranquilamente por las frías calles de Londres. Milagrosamente, no había ni una nube en el cielo y el viento estaba calmo, por lo que las bajas temperaturas no representaban una molestia.

Esta vez, los jóvenes no se detuvieron en la parada de autobús. Anabeth se encontraba de muy buen humor y había dejado en claro que no deseaba arruinarlo rememorando sus viejos traumas de la infancia.

<< Quiero terminar bien la semana. >> Había dicho.

Mycroft, en esta ocasión, decidió respetar su deseo por lo que siguieron de largo. Podría conformarse caminando hombro con hombro junto a ella, disfrutando de su compañía silenciosa.

Luego de unos minutos, finalmente los jóvenes divisaron desde la esquina el auto familiar de los Holmes. Como de costumbre, Larry aguardaba sentado tras el volante con la radio encendida. La emisora, que transmitía una pieza de jazz, fue silenciada cuando el chofer los vio caminando por la acera.

Mycroft y Anabeth llegaron a la propiedad. La joven volteó a verlo y le sonrió.

— Aquí me despido. Que tengas una feliz Navidad.

El genio rodó los ojos con cansancio.

— ¿Por qué le das tanta importancia? No veo el propósito de celebrar una tradición diseñada para aumentar el consumismo en la sociedad.

— Lo siento, me olvidé que estaba hablando con el Grinch. —dijo sarcástica—. Al menos dime algo como "igualmente" o "felices fiestas". No es tan difícil.

Mycroft la observó con aburrimiento. La sonrisa de Anabeth se ensanchó la ver la mueca apática de su amigo.

— Agh... Igualmente. Y feliz Año Nuevo. —dijo de mala gana, para luego sonreír falsamente.

— Tu espíritu navideño deja mucho que desear, Holmes.

— Oh, ¿tengo espíritu navideño? No me había dado cuenta. —comentó con sarcasmo, ganándose un pequeño golpe juguetón en el brazo.

— Idiota. —susurró con diversión, sonsacándole una media sonrisa.

Una vez que dieron por terminada su pequeña charla, el joven giró sobre sus talones, abrió la puerta y se detuvo antes de introducirse en el auto.

— Eso me recuerda... —volteó a verla—. Detesto los saludos por las festividades, así que nada de llamadas. ¿De acuerdo?

— Okey... —pronunció lentamente, antes de agregar—. Aun así, nos veremos durante la semana. No te olvides que nos quedan cosas pendientes por hacer.

Movió sus manos en el aire como si blandiera unas baquetas imaginarias. Prefirió no decir <<continuar con nuestras clases de batería>> por temor a que Larry los escuchara. Mycroft comprendió el gesto al instante y asintió, complacido.

— Ya arreglaremos ese asunto. —prometió, introduciéndose en el interior del vehículo.

— ¡Más te vale!

Unos instantes después, la puerta se cerró y el motor arrancó. Anabeth despidió a los dos ocupantes del vehículo y observó desde la acera como este comenzaba a alejarse bajando la calle.

Giró sobre sus talones y se dirigió hacia la puerta.

Rebuscó entre los bolsillos de su abrigo hasta encontrar la llave y la introdujo en la cerradura. Se sorprendió al ver que, con solo una media vuelta, la puerta cedió sin más. Frunció el entrecejo, extrañada.

"Qué raro. Recuerdo haber cerrado con dos vueltas."

El auto de su padre no estaba, por lo que él aún no había regresado del estudio.

"¿Quizá la tía Lulú pasó por aquí esta mañana?" Frunció los labios, con desconfianza. "Sería raro. Ella sabe que la casa está vacía por la mañana. Además... No creo que ella sea tan despistada como para dejar la puerta sin llave."

Tragó saliva, repentinamente nerviosa. Con cautela, entró en la propiedad. Sus ojos se abrieron de par a par al descubrir a alguien sentado plácidamente en el sillón de la sala.

— ¿¡Pero qué...?! —caminó a grandes zancadas, colocándose frente al intruso—. Sherlock, ¿se puede saber qué diablos haces en mi casa?

El niño retiró las manos antes colocadas bajo su mentón y abrió los ojos, contemplando a la castaña.

— Investigo.

— Investigas... —se cruzó de brazos y lo observó de hito en hito, sin borrar la expresión seria de su rostro—. ¿Y se puede saber qué exactamente?

— El motivo detrás de que mi hermano comenzara a llegar a casa más tarde de lo habitual.

— ¿Qué? —lo miró con incredulidad.

— Su rutina de instituto es inalterable. O al menos lo era hasta hace un mes atrás, cuando comenzó a llegar en horarios irregulares. —explicó—. Eso era algo sumamente inusual y naturalmente llamó mi atención. Por lo que decidí descubrir la causa detrás de esos retrasos. Ahora ya lo sé.

La joven oyó sus palabras, pero sin haber escuchado realmente. En esos momentos, su mente estaba inmersa en otra clase de pensamientos.

"Maldita sea, Mini-Holmes. ¿Cómo se te ocurre entrar así? Me diste un susto de muerte."

Llevó su mano al puente de la nariz y lo pellizcó, respirando profundamente para serenarse. No fue la curiosidad del niño lo que le molestó, sino el miedo que le había causado al hacerle creer que un extraño había ingresado en la propiedad. Supuso, o quiso creer, que el menor no lo había hecho con esa intención.

— ¿Y no era más fácil simplemente preguntarle? —dijo con obviedad, regresando su atención a la conversación.

— ¿Para oír mentiras o evasivas? No, gracias. Además, me daba algo que hacer. —se encogió de hombros—. Me quedé sin químicos así que no puedo hacer experimentos hasta que madre se digne a ir a la farmacia.

La joven liberó todo el aire contenido en sus pulmones en un largo suspiro. Comenzó a moverse por la sala, descolgándose la mochila de los hombros y se quitó el abrigo. Finalmente se tumbó boca abajo a lo largo del sofá. Todo bajo la atenta mirada del menor.

— ¿Creíste que era un ladrón?

— ¿Tú que crees? —elevó la mirada, solo lo suficiente para encontrarse con esos ojos verde-azulados que la veían con diversión.

— Reconfórtate con saber que la mayoría de las personas no son capaces de detectar una intrusión en sus hogares sino hasta que es demasiado tarde.

— ¿Acaso estás intentando... levantarme el ánimo, Mini-Holmes? —insinuó en un tono suspicaz, solo para fastidiarlo.

Sherlock elevó una ceja.

— No dejes que se te suban los sumos a la cabeza, Smith. —dijo con desdén—. Tan solo lo dije porque no me resulta conveniente que estés malhumorada, considerando que eres la dueña de casa.

— Ajá... —sonrió, sin creer ni una sola palabra de lo que dijo—. Tienes razón, soy la dueña de casa. Y como tal, tengo derecho a interrogarte.

El niño rodó los ojos. A pesar de su descontento guardó silencio, permitiendo que ella prosiguiera.

— ¿Realmente te interesa lo que haga tu hermano después de clases?

— No.

— ¿Entonces? ¿Por qué viniste hasta aquí? —lo miró con curiosidad—. ¿Por qué tomarse la molestia siquiera?

— Como dije, estaba aburrido.

Anabeth apretó los labios en una fina línea.

"¿Por qué no me sorprende?" Se dijo sarcásticamente para sus adentros.

Se removió en el sofá, recostando su cabeza en el apoyabrazos. Una vez acomodada, siguió con su interrogatorio.

— ¿Cómo entraste?

— Usé la llave de repuesto.

— ¿Bajo la piedra?

El menor asintió.

— Considerando que no tienes macetas ni adornos de jardín, no quedaban muchas opciones. Me tomó menos de dos minutos voltear la piedra correcta.

"Nota mental, cambiar de lugar la copia de la llave."

— ¿Alguien sabe que te encuentras aquí?

El rizado negó con la cabeza.

— Sherlock... —le dirigió una mirada de reprimenda.

— ¿Qué? No podría hacer una investigación decente si el sujeto que investigo sabe que es investigado.

Al escuchar el razonamiento lógico del niño, Anabeth pasó ambas manos por su rostro en un gesto de pura frustración.

"¿Sabes que es lo peor de todo? Lo dices de una forma tan... inocente, que ni siquiera puedo regañarte por eso."

— ¿Cuándo tiempo llevas en mi sala?

— Media hora aproximadamente.

Ella asintió, calculando los tiempos de viaje.

— ¿Cómo llegaste? No creo que Larry te haya traído, ni mucho menos dejado que te cueles en mi hogar.

— Obviamente. —soltó con desdén—. Me escabullí de casa y pedí un taxi. Le pagué al conductor una buena suma para que siguiera a Larry. Sospechaba que mi hermano no era recogido en la puerta del instituto. Y como pude comprobar, estaba en lo correcto.

— ¿Se puede saber qué clase de taxista recibe dinero de un niño y acata una orden como esa?

— Uno que tiene tres hijos, una hipoteca que pagar y muy poco sentido de la moral. —relata con calma, para mayor desconcierto de la castaña.

Al ver que ella había terminado con su interrogatorio, tomó la palabra.

— Ahora me toca a mí hacer las preguntas.

Anabeth elevó ligeramente ambas cejas y sonrió, encogiéndose de hombros.

— Adelante.

— ¿Por qué mi hermano se tomaría la molestia de acompañarte hasta la puerta de tu casa a pie? No tiene sentido.

Ella no se sorprendió por la pregunta. De hecho, la estaba esperando. Su respuesta fue inmediata.

— Sé que esto sonará extraño. —humedeció sus labios, pensativa—. Desde hace un par de semanas surgió esta... rutina, por decirlo de algún modo. Mycroft me espera a la salida del colegio y me acompaña hasta mi casa. Solo eso. Luego se va. —habló sin prisas, manteniéndolo simple y conciso.

Sonrió de lado al ver la mueca de desconcierto en el rostro de Sherlock. Sin dudas su respuesta lo había tomado completamente desprevenido.

— Hmm... Eso explica por qué Larry se estacionó frente a tu puerta. —meditó el niño, más para sí mismo que para su interlocutora—. ¿Siempre es así?

— Sí.

Sherlock elevó una ceja, consternado.

— ¿Y específicamente de qué hablan en sus... caminatas?

La joven rio por lo bajo.

— Ay Mini-Holmes, no sabía que eras una chismosa.

— No desvíes el tema, Smith.

— Es que en realidad no hay mucho de qué hablar. —dijo con sinceridad—. La mayoría de las veces caminamos en silencio. —se encogió de hombros, restándole importancia al asunto.

Sherlock bajó la mirada y frunció el entrecejo, extrañado. Incluso desde su lugar, Anabeth podía ver los engranajes en la mente del menor funcionar a su máxima capacidad, en un intento por hacer sentido a lo que ella le decía.

— ¿A qué se debe esta perturbación de su rutina? Mi hermano nunca estaría a favor de una actividad que incluyera actividad física. No veo un motivo claro por el cual decidiera aceptar este arreglo.

— A ver, a ver. Aclaremos algo. —lo detuvo ahí mismo—. Él no aceptó nada. Él fue el que empezó a acompañarme. Y sin mi consentimiento. —elevó el dedo índice para resaltar su punto—. Al principio era para fastidiarme. Luego me acostumbré. Ahora que la caminata se volvió rutina, ya no lo veo como algo desagradable.

Anabeth mantuvo la vista fija en el rizado en todo momento. Procuró decir la verdad, pero no toda la verdad. No iba a revelar, bajo ninguna circunstancia, algo relacionado a su fobia. Esa parte de sí misma, la parte vulnerable, solo podría ser vista por el pelirrojo. Así mismo, tampoco revelaría las verdaderas intenciones de Mycroft detrás de su extraño acuerdo. No daría, bajo ninguna circunstancia, pistas u otros indicios de ese lado atento y gentil que se ocultaba detrás de la máscara de hielo.

Fue por ese motivo que decidió cerrar la boca. Ese asunto era demasiado personal como para ser compartido con otra persona, incluso si se trataba de Sherlock. Simplemente era algo que solo quedaría entre Mycroft y ella. Nadie más.

El niño escaneó el rostro de la castaña buscando señales de falsedad. Para su sorpresa y mayor desconcierto, las palabras de la joven eran verídicas. Eso, en vez de arrojar alguna luz, tan solo creó más preguntas.

— ¿Por qué haría algo así?

— ¡Ja! Cuando tengas la respuesta, avísame. Yo también quisiera saberlo. —dijo despreocupadamente.

"Sería mejor que se lo preguntaras a él. Pero como sé que no lo harás, deberás conformarte con lo que tienes, lo que no es mucho. Lo siento Mini-Holmes, pero de mis labios no saldrá nada más."

Anabeth se puso de pie y se dirigió a la cocina en busca de algo para beber. Mientras se servía un vaso de agua, reparó en el reloj de pared que marcaban las dos y media pasadas.

"Mycroft ya debe estar en casa. Será mejor que lo llame."

La joven bebió el líquido en segundos y regresó sobre sus pasos hacia la sala. Tomó el teléfono y comenzó a marcar los dígitos. Sherlock reconoció el número al instante. Extendió su brazo y apretó el interruptor, cortando la llamada.

— ¿Qué haces? —inquirió, observando a la chica con molestia.

— Si Mycroft o tus padres descubren que te escapaste, van a estar muy preocupados. Es mejor avisarles que estás conmigo. Créeme. Serán menos problemas para ti como para mí.

Sherlock hizo un puchero y se cruzó de brazos, removiéndose en el sillón con incomodidad. Anabeth lo ignoró y volvió a llamar.

Luego de dos timbres, se escuchó la voz del pelirrojo desde el otro lado de la línea.

— Residencia Holmes.

Anabeth pudo percibir una pizca de ansiedad detrás de esas palabras.

"Ya debió descubrir que Sherlock no está en su cuarto."

— Mycroft, soy yo.

— Ah, Anabeth... —su tono se aplanó con algo de desilusión. Claramente esa no era la voz que quería escuchar—. Lo siento, temo que no es un buen momento.

— Es por Sherlock, ¿verdad?

— Sí. ¿Cómo...?

— Tranquilo. Está acá conmigo. Ya estaba en casa cuando llegué. Se encuentra bien.

Se produjo una pausa en la conversación. La chica casi podía imaginarse al joven refregándose el rostro en una mezcla de cansancio y enojo.

— Agh... Lo lamento, Anabeth. —escuchándose mucho más aliviado—. Espero que no te haya causado problemas. En seguida enviaré a Larry a recogerlo.

— Nah, está bien. Según me dijo estaba muy aburrido. Puede quedarse a pasar la tarde.

Sherlock elevó ambas cejas con asombro y observó a la castaña. No pensó que ella omitiría el asunto de su pequeña "investigación". La chica le guiñó un ojo y le sonrió en complicidad.

— E-está bien. —murmuró, dubitativo—. ¿Estás segura que no representa una molestia?

— En absoluto.

— De acuerdo... —habló lentamente—. Larry pasará por él a las cinco, si ese horario no te es inconveniente.

— Perfecto. —se separó el teléfono de la oreja, tapó el auricular y se dirigió hacia el menor—. Sherlock, ¿quieres saludar?

El menor negó con la cabeza.

— Vamos. —volvió a hablar por el aparato—. Espera un momento, Mycroft. Aquí te quieren saludar.

— ¡Te dije que no quiero hacerlo!

— Sí, sí quieres. —sonrió con diversión, acercándole el teléfono al oído.

— Que no quiero. —se inclinó a un costado, alejándose del aparato.

— Sí quieres.

— Que no.

— Que sí.

— No.

— Sí.

— ¡Estoy escuchando todo! —se quejó el pelirrojo a través de la línea.

Anabeth y Sherlock continuaron forcejeando hasta que finalmente la castaña tapó el auricular, se inclinó hacia el rizado y le susurró al oído.

— Si no lo saludas, le diré que estuviste espiándonos. —lo amenazó en voz baja.

— Smith, eres una desgracia. —bufó molesto y tomó de mala gana el teléfono—. Adiós hermano mío. Nos vemos en la cena. —rápidamente colgó antes de que el mayor formulara una respuesta.

Anabeth sonrió, complacida.

— ¿Viste que no era tan difícil, Mini-Holmes?

— Cállate. Te odio.

— Hmm... No creo que me odies si decidiste venir a visitarme.

— No es una visita social. —aseveró, dirigiéndole una mirada hostil—. Necesitaba un puesto de vigilancia.

— Cómo sea. —hizo un ademán con la mano, restándole importancia al asunto—. ¡Bueno! Iré a cambiarme. Mientras tanto, puedes revisar los juegos de mesa que tenemos. Están en el modular. —señaló el mueble con el dedo—. Fíjate si hay algo allí que te interese. En seguida regreso.

Sin esperar una respuesta, Anabeth se dirigió a su habitación. No veía la hora de deshacerse de ese anticuado uniforme.

Tanteó la pared con la mano hasta hallar el interruptor y prendió la luz. Sus ojos hicieron un recorrido visual por el lugar e inmediatamente se detuvo en seco. Agachó la cabeza y soltó un largo suspiro.

— ¡Enano! —exclamó lo suficientemente alto para que el niño la oyera—. ¿Quién te dio permiso de tocar mis cosas?

Sherlock se asomó lentamente por el marco de la puerta. Su expresión, lejos de transmitir preocupación o culpa, reflejaba genuina curiosidad.

— Como dije anteriormente, estaba investigando. —mantuvo su actitud indiferente en todo momento—. Procuré dejar todo tal y como estaba. ¿Cómo supiste que estuve aquí?

Anabeth entró en la habitación. Se acercó al escritorio y lo señaló. Por el semblante en su rostro, Sherlock intuyó que ella no iba a regañarle.

— Fíjate en la superficie. —esperó a que el niño se acercara y prosiguió con su explicación—. Precisamente en la marca de polvo al pie de los libros. Fueron corridos un centímetro a la derecha. Además, recuerdo que al salir esta mañana la puerta del ropero estaba un tantito más abierta de lo que está ahora.

"Es buena." Se dijo el pelinegro de manera apreciativa.

La chica comenzó a desplazarse por el lugar, buscando más diferencias.

— También veo que revisaste la biblioteca. —dijo, acercándose hacia el estante—. Dejaste un surco en el polvo al sacar este libro. —rozó el lomo con la yema de su dedo—. Y los lápices del lapicero estaban acomodados de manera diferente. Cuando me fui no estaban tan inclinados hacia la izquierda.

"Muy buena."

— Entonces, ¿qué podemos concluir de todo esto? —giró sobre sus talones, mirando directo a esas orbes verde-azuladas.

— Que la limpieza no está dentro de tus prioridades. —soltó en tono burlón.

— Además de eso.

Sherlock se encogió de hombros con desinterés.

— Te diré lo que significa. —achicó la distancia y se inclinó hacia delante—. Significa que si vuelves a tocar mis cosas, sin importar los recaudos que tomes, lo sabré. Así que no lo vuelvas a hacer. ¿Entendido? —su mirada, así como su semblante, se habían ensombrecido.

— ¿Es esa una amenaza, Smith? —elevó una ceja.

— Tan solo es un aviso. —irguió su postura—. Pero seguro que serás capaz de leer entre líneas. —sonrió falsamente—. Ahora, largo de mi habitación.

Sherlock rodó los ojos y comenzó a caminar hacia la puerta. Antes de salir, giró sobre sus talones y se dirigió hacia a la castaña con una sonrisa socarrona en su rostro.

— ¡Por cierto! Esas fotos de mi hermano y tú haciendo idioteces fueron muy entretenidas. —inmediatamente salió corriendo de la habitación cerrando la puerta a sus espaldas.

— ¡Enano bastardo! —exclamó, escuchando la risa del niño desde la sala.

Anabeth sonrió para sí, maldiciendo para sus adentros. Las únicas fotografías que tenía con Mycroft eran las que se habían sacado en aquella cabina el día de su cumpleaños.

"Así que también revisó los álbumes de fotos." Se dijo para sus adentros. "Vaya... Cuando investiga, realmente va en serio."

Hizo la idea a un lado y comenzó a cambiarse.

***

— Jaque.

Anabeth eleva ambas cejas al ver la jugada en el tablero. Se agarra el pecho con una expresión de dolor en su rostro.

— ¿Cómo te atreves? ­—exclamó con fingida indignación—. ¿Ahora tengo que sacrificar a la reina para salvar a ese rey inútil?

— Elemental. —sonrió el niño con desdén.

"Justo como lo planeé."

Ella hace un puchero y mueve a su reina, deshaciéndose del caballo enemigo. Como esperaba, su pieza más valiosa es aniquilada por un inmundo peón negro.

"Se abrió una pequeña brecha. Es mi oportunidad."

Anabeth sonrió de lado. Ahora que ese molesto peón ya no estaba en su camino, tomó su alfil y lo trasladó hacia la otra punta del tablero, atacando a su contrincante.

— Jaque mate. —elevó el mentón con orgullo.

Sherlock abrió los ojos de par a par e inspeccionó la jugada minuciosamente.

— Debe haber un error.

— Nada de errores. Te vencí, Mini-Holmes.

El niño se cruzó de brazos y bufó con molestia.

— La última vez que jugamos te gané en seis movimientos. Eras un asco, Smith. ¿O acaso te dejaste vencer?

— Sherlock... Solo jugué contigo una vez y fue hace más de un año. —le recordó—. Desde ese entonces he estado jugando con tu hermano cada semana. Después de tantas derrotas, algo debo haber aprendido. ¿No lo crees?

El niño se cruzó de brazos, aceptando de mala gana la derrota. Anabeth pudo descubrir, durante el transcurso de la tarde, que Sherlock era un pésimo perdedor.

Habían jugado a las damas, seguido de batalla naval y Cluedo. Los resultados en los dos primeros juegos habían sido muy parejos. La ojimiel había demostrado ser tan hábil en las damas como Sherlock lo había sido en batalla naval. Con respecto al tercero, Anabeth se había jurado a sí misma que jamás volvería a jugar Cluedo con Sherlock, no luego de ver como el niño arrojaba el tablero por la ventana gritando que las reglas estaban mal.

Por último, y para cerrar la tarde con broche de oro, habían decidido jugar al ajedrez. La primera partida la había ganado el menor. Anabeth, a fin de recuperar su honor, lo había retado a una revancha siendo ahora ella la vencedora. El marcador estaba uno a uno.

La castaña comenzó a acomodar las piezas, preparando el tablero para la partida definitiva.

— ¿Cómo supiste que atacaría a tu reina? —inquirió el menor con genuina curiosidad.

Anabeth sonrió para sus adentros. Los hermanos eran prácticamente iguales en muchos aspectos. Sus mentes estrategas no eran la excepción. Ella a veces llegaba a sorprenderse de como esas similitudes parecían pasar completamente desapercibidas para ambos Holmes.

— Porque Mycroft hace exactamente lo mismo. Me carga a la reina y a los tres movimientos gana la partida. —contestó con simpleza—. La diferencia es que el desgraciado jamás deja brechas.

Una pequeña sonrisa surcó por el rostro de Sherlock. Comprendía su frustración.

— Debo suponer entonces que jamás le has ganado. —dedujo.

— No, nunca. ¿Y tú?

El niño negó con la cabeza.

— Mierda... —la chica se desplomo sobre su asiento—. Si ni siquiera tú puedes ganarle, ¿qué me queda a mí?

— El problema es la cantidad de movimientos.

— ¿Hmm? ¿A qué te refieres?

— Dependiendo el nivel del ajedrecista, podrá armar jugadas con mayor o menor grado de dificultad. Todo dependerá de cuantos movimientos pueda ver en el tablero antes de mover la primera pieza.

— ¿Cuál es tu nivel?

— Una vez iniciada la partida, soy capaz de adelantarme hasta diez movimientos antes de mover la primera pieza. —y para enfatizar su punto, movió un peón blanco dando comienzo al juego.

Anabeth asintió, luciendo impresionada. Movió un peón negro e hizo un ademán con la mano, en señal de que era su turno. Mientras Sherlock analizaba el tablero contemplando infinidad de jugadas, siguió hablando.

— Y, a juzgar por nuestro partido anterior, sospecho que tú puedes adelantarte entre unas ocho a nueve jugadas. ¿Estoy en lo correcto?

— Honestamente, jamás las he contado. Pero supongo que tienes razón. —esperó a que Sherlock hiciera su movimiento, antes de añadir—. Tengo miedo de preguntar, pero... ¿Cuántos movimientos puede adelantarse Mycroft?

— No puedo saberlo con seguridad. Pero estimo que entre unos quince a veinte movimientos. Quizás sean más.

— Ah, okey. —jadeó, completamente resignada—. Supongo que fue iluso de mi parte pensar que algún día podría ganarle.

— ¿Iluso...? No. ¿Idiota? Sí, definitivamente. —dijo, haciendo uso de ese tono pedante.

— Ja-Ja. Qué simpático. —sonrió falsamente, moviendo su caballo.

En ese momento, el juego es interrumpido por el sonido del timbre.

— Hablando del rey de Roma... —murmura la chica, caminando hacia la puerta.

"Siempre tan puntual."

— Hola de nuevo. —se hizo a un lado, dejándolo pasar.

— Anabeth. —asintió a modo de saludo—. Hermano mío, es hora de partir. —caminó hacia la cocina—. Espero que hayas disfrutado tu tarde de recreación, porque cuando regresemos madre te dirigirá unas palabras sobre tu... conducta escapista.

El niño se cruzó de brazos y bufó molesto, hundiéndose sobre su asiento. Mycroft lo observó con aburrimiento. No iba a caer en esa mirada de cachorro regañado. Su hermanito era perfectamente consciente de los riesgos que corría al escapar de casa. Ahora debería lidiar con las consecuencias.

— Lo siento, Sherlock. —se lamentó la chica. Realmente sentía lástima por él—. Puedes volver cuando quieras. Solo llama antes de venir. ¿Sí?

— Aun no terminamos nuestra partida. —murmuró el menor, contemplando el tablero.

Anabeth sonrió, tomando eso como un sí.

— Ya habrá tiempo para volver a jugar. Aún tengo que ganarte, ¿recuerdas? —insinuó en un tono provocador.

— Eso quisieras, Smith. Obviamente yo seré el vencedor.

— Ya lo veremos, Mini-Holmes. —revolvió sus rizos, solo para molestarlo.

Mycroft sonrió a medias, observando la pequeña batalla verbal entre esos dos.

Luego de unos instantes, el mayor de los Holmes se encontraba parado en el umbral de la puerta despidiéndose de la castaña por segunda vez en el día. Sherlock ya estaba sentado en el asiento trasero del auto, siendo vigilado por Larry por si se le ocurría la idea de volver a escapar.

— Una vez más, me disculpo por lo de hoy. Aunque por lo que veo, han estado divirtiéndose. —comenta el pelirrojo, mirando por sobre el hombro de su amiga los juegos de mesa desperdigados por la sala.

— Así es. Y no te preocupes. Sherlock es bienvenido en esta casa. —sonrió genuinamente—. Y en lo que a mí respecta, él se portó bien. No sé si eso haga alguna diferencia, pero díselo a Margaret ¿sí?

Mycroft agachó la mirada y negó con la cabeza, en una mezcla de diversión y consternación.

— Está bien. Se lo diré. Pero ya dime, Anabeth... ¿Cómo lo haces? ¿Por qué contigo se porta bien? —habló en forma retorica—. Es que eso sale de mi comprensión.

— Quizá porque en el fondo tengo la mentalidad de una niña. Y por eso nos entendemos. —habló sin más, arrancándole una sonrisa al más alto.

— Qué remedio. —suspiró—. Pero supongo que tienes razón. Estoy rodeado de niños. —insinuó, recibiendo un golpe juguetón en el brazo.

Mycroft se despidió y regresó al auto. La castaña contempló desde el marco de la puerta como el vehículo se alejaba rápidamente hasta perderse de vista en la siguiente intersección.

Giró sobre sus talones e ingresó a la propiedad.

***

Walter giró el volante, estacionándose frente a la puerta del garaje. Apagó las luces y quitó la llave del contacto. Se detuvo un momento para inspeccionar su imagen en el espejo retrovisor. Tenía unas enormes ojeras bajo los ojos, sin mencionar su mirada cansada que arrastraba desde hace días.

Inhaló profundamente para serenarse y salió del auto, asegurándose de dejar la alarma puesta. Subió los tres escalones de la entrada y sacó su juego de llaves.

Soltó una maldición mientras intentaba colocar la llave en la cerradura. La pieza de metal golpeaba en los bordes, a causa de sus manos temblorosas. Finalmente, el cuarto intento resultó ser el bueno. Tragó saliva, poniendo sus nervios a raya y entró en la casa.

Su hija se encontraba tumbada en el sofá mirando televisión. Ella volteó a verlo e inmediatamente se puso de pie al ver su semblante.

— ¿Pa? ¿Qué ocurre? —se acercó a él, reparando en sus manos temblorosas.

— Ya me dieron los resultados, Annie.

— ¿Del examen? —Walter asintió—. ¡¿Y?! —sus ojos estaban abiertos de par a par, expectantes.

— Lo logré. —dijo en un susurro—. Conseguí la nota más alta.

Anabeth soltó un grito de alegría y se abalanzó hacia los brazos de su padre. Walter la recibió, estrujándola en un fuerte abrazo.

Ni siquiera él había podido procesar noticia. Podía sentir su cuerpo temblar a causa de la alegría, la emoción y el descargo de todo el estrés e incertidumbres que había acumulado con el correr de los meses.

"Lo conseguí." Se repitió una y otra vez para sus adentros.

Sintió como si toda su angustia, su cansancio y sus preocupaciones fueran piedras que ahora se deslizaban suavemente por su espalda, cayendo a sus pies.

"Conseguí el puesto."

Al fin podía ser libre de esa enorme carga. Podría darle a Anabeth la educación que merecía.

"Todo valió la pena."

Finalmente podría hacer realidad el deseo de Evelyn.

Transcurrieron unos eternos segundos, en los que Walter permaneció allí de pie, balanceándose mientras abrazaba a su hija. Y, aunque le hubiera gustado permanecer así durante la siguiente hora, se forzó a sí mismo a liberarla. No por eso dejó de sonreír.

— Yo... Eh... —Walter pasó una mano por su rostro, en un intento por serenarse. Aún se sentía algo abrumado por la noticia. Apenas si podía formular una oración—. Agh, lo siento. No puedo hablar. Aún sigo algo atontado.

Anabeth sonrió a sabiendas.

— No hay problema. Tómate un momento. Inhala y exhala.

— Estoy bien. Estoy bien. ¿Sabes qué amerita esto? Pizza y helado para celebrar.

— ¿Helado en Diciembre? —Anabeth elevó una ceja con diversión.

— ¿Qué? ¿No quieres? Perfecto, más para mí.

— ¡Por supuesto que quiero!

— Rayos, ya me parecía demasiado bueno para ser verdad. —chasqueó los dedos en fingida decepción.

Anabeth rodó los ojos, aun sin borrar la sonrisa de su rostro.

— ¡Bueno! Haré el llamado. ¿Algún gusto en especial... señor maestro mayor de obras?

Walter sonrió ante el apodo.

— Pepperoni con queso extra.

— Excelente elección.

***

El reloj marcaba las 8:05. Anabeth extendió su brazo, tomando la última rebanada de pizza. Una vez que la caja se encontraba vacía, Walter bajó la tapa y la hizo a un lado.

Tomó un trapo y comenzó a limpiar las migajas, despejando el área para el postre. Mientras se hallaba inmerso en su tarea, no pudo evitar notar los panfletos de universidades arrumbados en uno de los extremos de la mesa.

— Annie. ¿Ya decidiste a qué universidad quieres ir?

La joven dejó de masticar y levantó la mirada, observando a su padre. Tragó con dificultad antes de hablar.

— Mmm, no. Aún no.

— Estabas entre Oxford y Cambridge. ¿Cierto?

Ella suspiró.

— Sí... Pero me resulta muy difícil decidirme por una de las dos. —su expresión, antes alegre, se volvió seria—. Por desgracia, si envío mi solicitud a una, automáticamente dejo de ser candidata para la otra. Todo por la estúpida rivalidad entre universidades. Así que ni siquiera puedo enviar mi solicitud a ambas y dejarlo a la suerte.

Walter asintió y guardó silencio, dejando que su hija continuara desahogando.

— Y para colmo, Erika irá a Cambridge, Mycroft a Oxford y Clara a la escuela de Bellas Artes. Así que tampoco puedo ponerlos a ellos en la balanza. Es sumamente frustrante. —se hundió sobre su asiento y se encogió de hombros, resignada. Luego de una pausa, añadió—. Lo siento. No quiero hablar de eso ahora. Esta noche es para celebrar.

— Espera aquí.

Anabeth elevó una ceja con extrañeza cuando vio a su padre ponerse de pie y salir de la cocina. A los pocos segundos regresó con el maletín de trabajo entre sus manos. Lo abrió y hurgó en el interior, hasta dar con lo que buscaba.

— Ten. —le tendió otro folleto—. Hace días que quería dártelo.

Los ojos de la chica se abrieron de par a par con solo leer la tapa. Se limpió los dedos antes de tomarlo y examinarlo minuciosamente.

— Es una broma, ¿verdad?

— Siempre deseaste ir a Harvard. ¿No es así?

— Pues... Sí. —levantó la mirada, observando a su padre con incredulidad—. Pero está al otro lado del planeta.

— Pronto dejará de estarlo.

— ¿A qué te refieres?

Walter suspiró profundamente y buscó los ojos de su hija. Sabía que esto sería duro, pero debía decírselo.

— Annie, nos mudaremos al finalizar el año escolar.

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