『 capítulo vi: PRESIDIARIA. 』
SEPTIEMBRE DE 1959.
—SEÑORES Y SEÑORITA abran sus libros en la página 21 de la introducción.—John Keating habló a sus alumnos en el frente de la sala. John se sentó en la parte superior de su escritorio para que Eliza pudiera sentarse cómodamente y al mismo para que se escondiera rápidamente en su oficina si uno de los maestros o director entraba en el aula inesperadamente.
—Neil Perry.—Eliza dijo sonriendo, mientras miraba al chico acomodar sus anteojos sobre su nariz.—El primer párrafo del prefacio es todo suyo. Titulado: Para entender la poesía.
Neil la observó con los ojos muy abiertos, pero no obstante, sonrió. Bajó la mirada hacia su libro y comenzó a leer.
—"Para entender la poesía" por el Dr. J. Evans Pritchard, PhD. Debemos familiarizarnos con su ritmo, rima y metáforas y luego hacer dos preguntas. Primero, cuán artísticamente se presenta el objetivo del poema. Y segundo, cuán importante es dicho objetivo. La primera mide la perfección del poema y la segunda a su importancia. Respondidas estas preguntas la grandeza del poema es un asunto relativamente simple. Si la perfección es una línea horizontal y la importancia es una línea vertical...—Neil junto a los otro chicos dirigió su mirada a la pizarra, en donde John dibujaba gráficos.—...al calcular el área total del poema obtenemos la grandeza del poema. Un soneto de Byron puede ser muy alto en lo vertical pero no mucho en lo horizontal. Un soneto de Shakespeare puede ser muy alto tanto en lo horizontal como en lo vertical. Dando como resultado una gran área total. Por tanto, este soneto es realmente grandioso. Al estudiar la poesía en este libro utilice este método. Si su habilidad para analizar poemas de este manera crece también crecerá su entendimiento y disfrute de la poesía.
El sr. Keating se volvió hacia sus alumnos una vez que terminó el diagrama. Rodeó la mesa para poder ver tanto a sus alumnos como a su sobrina.
—Excremento.—dijo Keating después de un momento de silencio.—Eso pienso del Sr. J. Evans Pritchard.—anunció descaradamente.—No estamos instalando una cañería. Estamos hablando de poesía. ¿Cómo puedes describir poesía como si fuera música de American Bandstand?—preguntó, sus labios se curvaron en una sonrisa mientras se burlaba.—Me gusta Byron. Le di un 42, pero no le puedo seguir el ritmo.
Eliza notó que Charlie, estando casi al final de los asientos, se emocionaba ante la mención de la banda American Bandstand y el descarado despreció de John por el libro que todos los otros maestros utilizarían sin dudarlo. Ella sonrió levemente, volviendo la mirada hacia su texto.
—Ahora quiero que arranquen esa página.
Los estudiantes guardaron silencio.
—Vamos.—insistió.—¡Arranquen la página completa! Ya me oyeron. Arránquenla. ¡Arránquenla!
Los estudiantes continuaron sentados, inmóviles.
Charlie fue el primero en hacerlo. Realmente no le importaba si era un truco. Tomó el borde del papel y arrancó la página de forma dramática para que toda la clase lo escuchara. Todos los chicos se voltearon hacia él, mientras sostenía el papel entre sus dedos con una sonrisa petulante en sus labios.
—Gracias, señor Dalton.—John aplaudió volviéndose hacia la clase.—Arranquen toda la introducción. Quiero que sea historia antigua. Que no quede nada. Arránquenla. Arranquen. Adiós, J. Evans Pritchard, Ph.D. Arranquen, eliminen, desechen. Arránquenla. Sólo quiero oír cómo arrancan al Sr. Pritchard.—John Keating dijo, despertando así la rebeldía de sus alumnos que rasgaban la página de sus libros.
Eliza notó una cabeza pelirroja entre el mar de estudiantes que parecía estar entre la angustia y las palabras.
—No es la biblia.—Eliza le habló a Cameron entre risas.—El infierno es para aquellos que pecan y no se arrepienten, no para aquellos que tienen una opinión.
Cameron la observó por un largo momento antes de comenzar lentamente a arrancar la página de su libro con la ayuda de una regla.
John caminó con fluidez hacia su pequeña oficina en busca de un bote de basura para que los estudiantes botaran el papel ahí. Algunos de los chicos habían comenzado a tirarse los papeles por el aire y, hasta involucraron a Eliza en sus travesuras, tirándoles bolitas de papel que ella devolvió con más fuerza.
Eliza tuvo suerte de que Charlie le pegara con una bolita de papel en el costado de la cabeza, ya que cuando se giró para mirarlo pudo ver una sombra bajo la puerta. Inmediatamente, la manija de la puerta comenzó a girar y Eliza solo tuvo un segundo para esconderse bajo el escritorio. Los chicos y John ya tendrían grandes problemas por arrancar hojas de sus libros y Eliza solo agravaría el problema.
—¿Qué diablos está pasando aquí?—gritó el maestro, su tono autoritario detuvo inmediatamente las acciones de los chicos.
—¡No oigo que estén arrancando!—John exclamó cuando salió de su oficina; pudo ver a Eliza escondida en su escritorio.
—Sr. Keating.—saludó el hombre desde la puerta; se escuchaba sorpresa en su voz.
—Sr. McAllister.—John asintió.
—Lo siento. No sabía que estaba aquí.—el hombre se disculpó.
—Lo estoy.
—Ah, si. Disculpe.—el principal se despidió y salió de la habitación aturdido.
El aula permaneció en silencio por unos segundos más, hasta que Charlie interrumpió el silencio.—¡Oye, presidiaria, los guardias ya se fueron!
Eliza asomó la cabeza por encima del escritorio; solo su cabello castaño oscuro y sus brillantes ojos verdes se pudieron ver mientras verificaba que el señor McAllister se hubiera ido. Sus ojos se posaron sobre Charlie y le dedicó una sonrisa tímida.
—Gracias sr. Dalton. No te preocupes, cariño.—John le habló a su sobrina, colocando una mano sobre su hombro.—¡Sigan arrancando páginas, caballeros! Esto es una batalla. Una guerra. Y las pérdidas pueden ser sus almas y sus corazones.—Keating le dijo a sus muchachos.—Ejércitos de académicos midiendo poesía. No tendremos nada de eso aquí. No más de J. Evans Pritchard. En mi clase. Aprenderán a pensar por ustedes mismos. Aprenderán a saborear la palabra y el lenguaje.
Una vez que los chicos se deshicieron de la basura, se acomodaron en sus pupitres para escuchar a Keating sin interrupción.
—No importa lo que les digan. Las palabras y las ideas pueden cambiar el mundo. Veo esa mirada en los ojos del sr. Pitts. Como si la literatura del siglo XIX no tuviera nada que ver con los negocios o la medicina, ¿no? Quizás. El Sr. Hopkins puede estar de acuerdo y decir "Sí simplemente deberíamos estudiar al Sr. Pritchard y aprender sobre la rima y la métrica e irnos en paz para lograr lo que ambicionamos".
El sr. Keating miró a sus muchachos en la habitación y sonrió.
—Les tengo un secreto. Agrúpense. ¡Agrúpense!—John dijo a la clase, agrupándolos en medio de la sala.
Eliza se acercó a Knox y se acurrucó junto a él y los muchachos mientras su tío se ponía en cuclillas, diciendo así que él no estaba por encima que ninguno de ellos.
—No leemos y escribimos poesía porque es bonita. Leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la raza humana; y la raza humana está llena de pasión. La medicina, el derecho, el comercio, la ingeniería... son carreras nobles y necesarias para dignificar la vida humana. Pero la poesía, la belleza, el romanticismo, el amor son los que nos mantienen vivos.—el hombre hizo un pausa y siguió.—Para citar a Whitman..."Oh, yo Oh, vida de las preguntas de estos trenes eternos y recurrentes de los sin fe de las ciudades llenas de tontos. ¿Qué buenas intenciones traen, Oh, yo Oh, vida?" Respuesta: ustedes están aquí. Que la vida existe y la identidad. Que el juego poderoso continúa y con un verso.
Los muchachos guardaron silencio, reflexionando sus palabras.
Keating miró a Todd, y habló, aunque las próximas palabras que salieron de su boca estaban dirigidas para todos.—¿Cuál será su verso?
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