La Clase del 89' (Mycroft y t...

By MSCordoba

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Mycroft Holmes es el mejor promedio del instituto Dallington. Los valores de amistad y afecto no resultan rel... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 61,5
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Cartas
Epílogo
Nota de autora
Anuncio importante

Capítulo 47

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By MSCordoba

Viernes por la mañana.

Anabeth levantó la cabeza, en un intento por prestar atención a la clase de matemáticas. 

— Comiencen a hacer los ejercicios de la página 45. Los corregiremos en la siguiente hora.

Los alumnos abrieron sus manuales en la página indicada, pero solo unos pocos obedecieron a la mujer. El resto comenzó a hablar por lo bajo como si fuera una hora libre.

Anabeth suspendió el lápiz sobre la hoja, dispuesta a cumplir con la consigna. Sus ojos hicieron un recorrido por toda el aula, antes regresar su vista al libro.

Sin importar cuanto lo intentara, su mente simplemente se iba de la clase. Era incapaz de concentrarse y sabía perfectamente a qué se debía.

Hoy era el día en que se reuniría con Dan. Su incertidumbre y ansiedad iban creciendo conforme pasaban las horas. Desde el día anterior, había estado pensando en qué le diría al muchacho y en cómo se lo diría. Aquella iba a ser una reunión incómoda y quería estar mentalmente preparada para cuando ocurriera.

Jugó con el lápiz entre sus dedos, mientras que en su mente analizaba todos los escenarios posibles. Si bien era consciente de que no había forma de predecir cuál sería el desenlace de esa difícil conversación, al menos se aseguraría de tener algún discurso preparado para antes de las 4pm.

Unos golpes en la puerta la sacan de su ensoñación. Voltea la cabeza, al igual que el resto de sus compañeros, hacia el frente del salón.

— Adelante. —dijo la profesora desde su escritorio.

La puerta se abrió, revelando a un hombre de baja estatura. Era rubio, de contextura atlética y mirada seria. Anabeth lo reconoció al instante. Era su entrenador de vóley. El profesor Linnet.

— Disculpa Carol, ¿puedo retirar a dos de tus alumnas? Solo será unos minutos. —consultó Linnet, sin cruzar el umbral de la puerta. Al ver que ella asentía, volvió a hablar— ¿Anabeth Smith y Laura Schuyler?

— Vayan chicas. —indicó la mujer, dándoles el visto bueno para partir.

En seguida, las nombradas se pusieron de pie y siguieron a su entrenador.

Mientras caminaban por el pasillo, Laura se acercó a la ojimiel y le susurró al oído.

— ¿Sabe algo de esto, capitana? 

— No tengo idea... Y ya te dije que dejaras de llamarme así.

— Perdón, capitana. Es la costumbre. —se encogió de hombros, sin mostrar ni un ápice de culpa.

Anabeth rodó los ojos y le dio un suave empujón, apartándola de su persona. Ignoró la sonrisa divertida en el rostro de Laura y siguió andando.

Linnet las condujo hasta su despacho, donde las aguardaba el resto del equipo. Anabeth miró a sus compañeras que, al igual que ella, también desconocían el motivo de la reunión.

— Perdón chicas por tener que reunirlas de forma tan repentina. —Linnet comenzó a hablar—. Me acabaron de avisar, hace menos de veinte minutos, que hoy el colegio suspenderá las actividades deportivas. —anunció con un deje de molestia en su voz. Al parecer, él estaba tan sorprendido como sus alumnas.

El equipo se miró entre sí. Las caras de sorpresa y confusión no se hicieron esperar. Inmediatamente las jugadoras comenzaron a hacer preguntas. El hombre tuvo que poner orden, repitiendo una y otra vez que hablaran de a una. Señaló a una de las chicas que había levantado la mano, dándole la palabra. 

— ¿Entonces hoy nos podemos ir temprano? —habló, esperanzada.

— Sí, saldrán en el mismo horario con el resto de sus compañeros de clase. Siguiente.

Otra chica levantó la mano.

— Profesor... ¿Podría llamar a mi padre? Él siempre viene a buscarme con el auto. —consultó con timidez.

— Ah, gracias Lily. Me hiciste acordar. Pueden usar el teléfono de la escuela para que avisen a sus padres o tutores del cambio de horario. Si no pueden irse solas ni tienen a nadie que las venga a recoger temprano, pueden quedarse en el comedor hasta su horario normal de salida. —aclaró Linnet, para tranquilidad de sus alumnas.

— Profesor. —Anabeth tomó la palabra—. ¿Por qué no tendremos clases?

Linnet soltó un largo suspiro, antes de responder.

— La clase de Evans utilizará el gimnasio para una obra. Fue un cambio a último minuto. No sé por qué. No me dieron los detalles. Y a los directivos no se les ocurrió una mejor idea que decírmelo el mismo día. —explicó con cansancio. No era la primera vez que debía lidiar con la mala gestión de sus superiores.

Anabeth elevó ligeramente las cejas con sorpresa. 

"¡¿Por qué este pedazo de imbécil no me lo dijo?!" Gritó para sus adentros, sintiendo como una ira asesina se apoderaba de cada célula de su cuerpo. 

Asintió una vez y guardó silencio, permitiendo que sus compañeras terminaran de hacer sus preguntas.

Al cabo de unos minutos, como Linnet había prometido, dieron por finalizada la reunión. Las jugadoras fueron liberadas y regresadas a sus respectivos salones.

Anabeth y Laura llegaron a la puerta del aula. Al entrar, la castaña le echó un rápido vistazo al genio sentado al frente de la clase. Para su mala suerte, Mycroft se encontraba tan inmerso en resolver los ejercicios de matemática, que no reparó en su mirada asesina.

— ¿Todo bien, Anne? —preguntó Clara, una vez que se sentó a su lado.

— ¿Hmm? Sí. Todo en orden.

"Solo tengo unas inmensas ganas de hacerme un abrigo de jirafa." Masculló para sus adentros.

Soltó un bufido y comenzó a resolver los ejercicios, dejando que su mente se concentrara en el razonamiento matemático e hiciera a un lado el enojo que sentía en esos momentos.

***

Las familias comenzaron a llenar el salón de actos. Faltaban menos de diez minutos para dar comienzo a la obra y podía sentirse la tensión en el aire.

Mientras los padres buscaban un lugar entre las filas de asientos, detrás del escenario había un gran movimiento de estudiantes y profesores. Los actores caminaban de un lado a otro ensayando sus líneas mientras que otros agregaban los últimos detalles a sus vestuarios. La profesora Evans, quien era la encargada del evento, caminaba de una punta a la otra, cerciorándose de que todos sus alumnos ya estuviesen listos para la función.

Mycroft se encontraba en un cuarto adyacente, que era usado como probador. El lugar contaba con un espejo, unos taburetes de madera y varios percheros, donde colgaban distintas prendas de época y algunos objetos correspondientes a la escenografía. Milagrosamente se encontraba a solas, lo que le permitiría tener unos momentos de paz, lejos de todo el caos que lo rodeaba.

Se asomó por el marco de la puerta, observando desde la distancia el concurrido salón. No tardó mucho en divisar a sus padres y hermanito, sentados en primera fila. A juzgar por la posición de brazos cruzados y su mirada hostil, Sherlock no parecía muy contento de asistir al evento.

"Vaya sorpresa..." Pensó con sarcasmo, regresando al interior de la pequeña habitación. 

Tomó asiento en uno de los taburetes, contemplando el guion que tenía entre sus manos. No necesitaba repasar sus líneas. Ya las había memorizado. Ni siquiera el estrés que representaba actuar en frente de toda esa gente podría hacerle olvidar sus diálogos.

Dejó el libreto sobre uno de los muebles. Aun así, no pudo evitar que la ansiedad se apoderara del él. Supuso que era algo normal, considerando que su personaje saldría al escenario en menos de quince minutos. Se concentró en hacer respiraciones pausadas para controlar sus nervios.

Mientras realizaba esa tarea, una voz sonó a sus espaldas.

— ¿Creíste que te desharías de mi tan fácil?

Mycroft abrió los ojos de golpe y elevó las cejas hasta el cielo al escuchar la pregunta. Ese tono bromista y suspicaz, con un deje de provocación solo podría pertenecer a una persona. La persona menos esperada.

"Anabeth."

— ¿Qué haces aquí? —volteó a verla, sin borrar la expresión de sorpresa de su rostro.

— Solo vine a hacer las pruebas de luces. —rodó los ojos y sonrió de lado—. ¿A ti qué te parece, genio?

Mycroft permaneció en silencio. Anabeth se encontraba recargada contra la pared, manteniendo una actitud despreocupada, como si hubiese estado ahí desde siempre.  

Carraspeó, volviendo a adoptar una expresión neutral.

— Hablaba de qué hacías aquí, en esta habitación. Está reservada solo para los participantes de la función. —explicó con calma. No iba a demostrar lo complacido que estaba de verla.

— Bueno... —ladeó la cabeza a un costado. Su sonrisa se ensanchó—. Jamás he sido una fiel seguidora de las reglas.

"Seguro que no."

— ¿Y bien? ¿Por qué no me dijiste sobre la obra? —fue directo al grano, acercándose a su amigo.

Mycroft elevó una ceja con suspicacia. La pregunta lo había tomado por sorpresa.

— Tenías otro compromiso que atender. No deseaba ser una molestia.

— ¿Cómo supiste...? —guardó silencio al recordar su conversación con las chicas. Golpeó su frente con frustración—. Agh... Nos oíste, ¿cierto?

— En mi defensa, sus gritos no fueron fáciles de ignorar.

— Le compraré un bozal a Clara. —masculló entre dientes y negó con la cabeza.

"¿Cómo no lo pensé?" Se dijo la joven para sus adentros. De repente, levantó la cabeza, al darse cuenta de algo.

— Espera... ¿En serio creíste que no vendría a tu obra por salir con Dan? —lo miró con incredulidad.

Mycroft desvió la mirada hacia un costado. Y eso fue todo lo que Anabeth necesitó para contestar su pregunta.

"Era por eso que el jueves estabas tan callado durante nuestra caminata a casa." Reflexionó la castaña. "Era por eso que te veías tan decaído. Realmente creíste que te haría a un lado..."

— Eres un idiota. —dijo entre risas—. Por supuesto que vendría a verte. ¡Amigos antes que chicos! Esa es mi ley. Además... —sonrió con malicia—. No iba a perderme la oportunidad de verte con vestido.

Mycroft entrecerró los ojos y golpeó el brazo de su amiga juguetonamente a modo de amonestación. No se ofendió realmente. Sabía que las bromas y los comentarios sarcásticos eran su modo de disfrazar su afecto mutuo.

— Supongo que debo compadecerme por Ricitos de oro. Después de todo, lo dejaste plantado. —mintió. En realidad, no se lamentaba en absoluto.

— Existen teléfonos, ¿sabes? Solo le pedí a Erika su número y lo llamé para cancelar. No soy tan desalmada.

"No fue tan difícil. Tan solo pospuse nuestra reunión para el sábado. Pero eso no tienes que saberlo." 

Anabeth se cruzó de brazos y lo observó. Mycroft rodó los ojos. Conocía esa mirada sabionda. 

— Está bien. Quizá mi percepción sobre tus prioridades se distorsionó un poco de la realidad. —reconoció de mala gana—. Debí ponerte en sobre aviso de la obra desde un principio. —esperó que con eso ella se diera por conforme.

— ¿Esa es la forma en la que asumes tus errores, Holmes? —lo miró alzando una ceja.

— Me estás pidiendo demasiado.

— Ay, ay, ay... —negó con la cabeza en fingida decepción—. Ni siquiera sé por qué me sorprendo. Siempre serás una jirafa orgullosa.

Mycroft entrecerró los ojos con suspicacia.

— Y tú siempre serás una pequeña molestia. —le devolvió la cortesía.

La chica rio con ganas, contagiando a su amigo en el proceso. Cualquier rastro de tensión entre ellos había desaparecido.

Mycroft reconoció la voz de Evans a la lejanía, dándole la bienvenida al público. Sabía que no les quedaba mucho tiempo. 

— Ya deberías irte, Anabeth. —advirtió—. Saldré en cinco minutos.

— De acuerdo. —hizo una pausa, antes de añadir—. ¿Nervioso?

— Solo un poco. Nada que no pueda manejar.

— Oye, relájate. —le dio dos golpecitos en el brazo a modo de apoyo—. Solo ve allá y róbales el protagonismo.

— Eso ya lo sé. —manteniendo un semblante egocéntrico.

Anabeth le dio un leve empujón y comenzó a alejarse de él, en dirección hacia la puerta.

— ¡Ánimo! ¡Lo harás bien, preciosa! —gritó desde el umbral con una sonrisa de oreja a oreja.

— Púdrete, Anabeth. —esto solo hizo que la chica soltara una carcajada.

— Lo siento, tenía que decirlo. —habló sin culpas, le guiñó un ojo y desapareció de su vista.

"Chica tonta." Pensó el pelirrojo, dejando que una pequeña sonrisa se colara por la comisura de su labio.

En ese momento Mycroft realizó que, entre bromas e insultos, sus niveles de estrés se habían reducido drásticamente.

"Fue una forma de liberar tensión." Dedujo.

No supo definir si Anabeth lo había hecho adrede o no. Pero sin duda sus efectos habían sido bien recibidos. 

El joven negó, desplazando esos pensamientos de su cabeza. Debía concentrarse. Después de todo, tenía un papel que interpretar.

***

Sherlock se hallaba dentro de su palacio mental, analizando las piezas de un caso en el que había estado trabajando en las últimas semanas. De repente, sintió una prenda caer sobre su regazo, haciéndolo regresar a la realidad. Abrió los ojos de golpe, reconociendo que se trataba de su abrigo, el cual había dejado colgado en el asiento de su derecha adrede, para impedir que algún idiota se sentara a su lado y le ocupara el apoyabrazos.

Levantó la cabeza, listo para soltar algún comentario venenoso hacia el imbécil que le había ocupado el asiento, cuando se topó con el rostro de Anabeth. Ella le sonreía con diversión.

— Hola Sherlock.

— Lárgate Smith, ese era el lugar del abrigo. Devuélveselo. —contestó tajante.

— Aww, no hace falta que me mientas, Mini-Holmes. —habló en un fingido tono dulce—. Con gusto me sentaré a tu lado. Gracias por guardarme el lugar. 

— ¡Madre! Smith me está molestando. —acusó, hundiéndose sobre su asiento haciendo un puchero.

Anabeth sonrió sin poder evitarlo. No podía tomar en serio ese berrinche. No cuando el menor movía sus piernecitas en el aire, sin que estas alcanzaran a tocar el suelo. Era una imagen sumamente tierna como para ofenderse.

— ¿Hmm? —Margaret volteó a ver a su hijo y posteriormente a la joven a su lado—. ¡Anne, querida! Qué gusto verte. Ya decía yo que estabas en alguna parte.

Anabeth, Margaret y Siguer intercambiaron saludos. Todo bajo la molesta mirada del niño, quien aún seguía de brazos cruzados. Cuando dieron por terminadas las presentaciones, Anabeth se volvió hacia el rizado.

— No pongas esa cara, Sherlock. —observando la expresión del niño—. Te cederé el apoyabrazos. ¿Qué dices?

— Bien. —habló con voz queda.

— ¿Por qué estas molesto? 

— No quería venir aquí.

— Vamos Sherlock. Sé que una obra de Oscar Wilde jamás será tan entretenida como hacer explotar cosas. —reconoció—. Pero vas a ver a tu hermano actuar. Tan solo resiste estas dos horas... Por él, ¿sí?

— No es ver la obra lo que me molesta.

— Ah, ¿no? —miró al niño con curiosidad—. ¿Entonces?  

— Quería sacarle fotos a mi hermano. Para alguna futura extorsión, claro. —habló, sin el más mínimo atisbo de culpa—. Pero madre no me dejó traer la cámara. —refunfuñó, cruzándose de brazos.

"Ay, maldita sea. Sabía que me estaba olvidando de algo." Maldijo la joven para sus adentros.

— ¡Y por supuesto que no! —afirmó Margaret, dirigiéndole una mirada de reprimenda a su hijo—. Es tu hermano, Sherlock. Ya lo has molestado suficiente en esta semana. Ahora te quedarás ahí sentado en silencio. Lo verás actuar y le aplaudirás. ¿Entendiste jovencito?

— Sí, madre... —dijo de mala gana, volviendo su vista al frente.

— "¿Molestado?" —Anabeth elevó una ceja, contemplando al niño— ¿Qué fue lo que le hiciste ahora?

— No le hice nada.

— Sherlock... —elevó una ceja, mirándolo con escepticismo.

— Solo me reía de él cada vez que lo oía recitar sus líneas. No es mi culpa que mis padres no tengan sentido del humor. —murmuró para que solo ella pudiera escucharlo.

La joven reprimió su sonrisa. Movió la mano, instando al rizado a que se acercara. Se inclinó hacia él y le susurró al oído.

— ¿Te confieso algo? —Sherlock asintió—. Cuando me dijo que haría de Lady Bracknell, me reí en su cara por unos tres minutos.

Su pequeña confesión había conseguido sonsacarle una sonrisa al menor.

— Yo por cinco.

Cruzaron miradas. Sin poder evitarlo, ambos comenzaron a reírse por lo bajo. 

— Somos unas basuras. —soltó la joven entre risas.

— Corrección, tenemos buen sentido del humor. 

— Somos unas basuras con buen sentido del humor. —aceptó, mordiendo su labio en un intento por reprimir su sonrisa.      

Su pequeña charla se vio interrumpida cuando las luces comenzaron a bajar. El salón quedó completamente a oscuras, con excepción del escenario. Los dos volvieron a sentarse correctamente y guardaron silencio.

La obra había comenzado.

Anabeth, conociendo la historia, logró identificar casi al instante que rol cumpliría cada uno de los actores. No pasó mucho tiempo cuando Mycroft hizo su aparición sobre el escenario.

Caminaba con confianza, interpretando su papel a la perfección. Sus movimientos, meticulosamente ensayados, eran efectuados con gracia y elegancia. Cada frase que salía de sus labios era dicha con claridad y firmeza, agregando la cantidad justa de emoción en cada palabra, pero sin que sonara forzado o exagerado.

Los otros actores también jugaron sus papeles de manera eficiente. Pero, a los ojos de la castaña, ninguno de ellos llegaba a desenvolverse con su misma naturalidad. Era admirable con solo verlo.

Anabeth se acomodó mejor sobre su asiento y, con una sonrisa en sus labios, dejó que su mente se metiera de lleno en la historia.

***

Luego de dar por finalizado el tercer acto, todo el elenco subió al escenario e hicieron una reverencia ante el público.

Los ojos de Mycroft hicieron un recorrido por la sala, hasta posarse en los asientos de la primera fila. Observó a sus padres, aplaudiéndole como era de esperarse. Incluso su hermanito estaba aplaudiendo, más por obligación que por motivación propia, y a su derecha yacía su amiga, de pie con una sonrisa en su rostro, aplaudiendo y silbando con entusiasmo.

Por un instante, sus miradas se encontraron. El joven sonrió genuinamente. Él no necesitaba los aplausos ni los elogios. Con solo verla allí sentada en su lugar ya hubiese sido suficiente para complacerlo.

De pronto, realizó en lo tonto que había sido de su parte no invitarla. Al verla allí de pie entre el público comprendió que, sin importar las circunstancias, Anabeth estaría ahí para él incondicionalmente.

"De la misma forma en la que yo estaré ahí... para ti." Pensó el pelirrojo, sin despegar la mirada de esos ojos color miel.

Finalmente, cayó el telón.    

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