La Clase del 89' (Mycroft y t...

By MSCordoba

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Mycroft Holmes es el mejor promedio del instituto Dallington. Los valores de amistad y afecto no resultan rel... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 61,5
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Cartas
Epílogo
Nota de autora
Anuncio importante

Capítulo 45

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By MSCordoba

Principios de Diciembre.

El frío no daba tregua en la capital londinense. Poco a poco las lluvias torrenciales dieron paso a las primeras nevadas, anticipando así la llegada del invierno.

Anabeth salió del instituto. Sintió como el aire helado le cortaba el rostro. Ajustó su bufanda y comenzó a caminar. Como de costumbre, Mycroft se encontraba al pie de las escaleras esperándola.

El joven elevó la mirada al cielo, el cual se encontraba completamente despejado. Aun así, el sol no brillaba con la suficiente fuerza como para derretir la nieve acumulada a los costados de la calle y en los tejados.

"Hoy tampoco podré comprobar mi teoría." Pensó el pelirrojo, mirando con disgusto el cielo azul.

— ¿Nos vamos? —habló la castaña, una vez que se encontraba a su lado.

— Después de ti. —hizo una pausa, antes de añadir—. Supongo que hoy tampoco aceptarás mi propuesta.

— Nop. —tarareó, sonriendo un poco al hacerlo.

Mycroft elevó una ceja con extrañeza.

— Estás particularmente alegre el día de hoy. ¿A qué se debe? 

Comenzaron a caminar.

— ¿No es obvio? Hoy dimos nuestro último A-Level. ¡Somos libres!

— "Libre" es un término relativo. Aun debemos seguir asistiendo a clases. —le recordó.

— No seas aguafiestas. Quizá para ti no signifique nada, pero para el resto de los mortales representa un alivio.

— ¿En serio, Anabeth? ¿Los exámenes te resultaron difíciles? —sonrió de lado, observándola con una expresión escéptica.

La joven apretó los labios y desvió la mirada.

— Okey, okey. Sí fueron fáciles. —admitió, odiando tener que darle la razón a su amigo—. Pero eso no quita el hecho de que estuve muy estresada este último mes.

— Solo porque tú lo quisiste de ese modo. —le pinchó—. Te dije que pasarías con honores.

— Aún no nos entregan las notas.

— Lo sé, pero eso no significa que no tengo razón.

Anabeth rodó los ojos, ya acostumbrada a los comentarios egocéntricos de su amigo.

— Sí, sí. Lo que tú digas. —agitó su mano en un gesto despreocupado—. No voy a cantar victoria hasta que me entreguen mis calificaciones.

— Eres consciente de que, sin importar cuanto lo pospongas, tarde o temprano terminarás dándome la razón, ¿verdad?

— Cállate.

Mycroft sonrió con suficiencia, regresando su vista al frente.

Siguieron caminando bajo los débiles rayos del sol hasta llegar al hogar de la castaña. En esta ocasión, el auto de la familia Holmes no se encontraba estacionado frente a la propiedad.

Anabeth abrió la puerta de su casa, dejándolo pasar. Dejaron sus mochilas y abrigos en la sala y tomaron asiento en el sofá.

— Ya dominas a la perfección Everybody wants to rule the World. ¿Hay alguna otra canción que quieras tocar?

Mycroft la observó. Sin poder evitarlo, una pequeña sonrisa se asomó por la comisura de su labio. Había extrañado sus lecciones de batería. Luego del regreso a clases, ya no pudo ir a la casa de los Smith con la misma regularidad. 

Ahora solo tocaban de vez en cuando. No había un día u horario específico. Tan solo se reunían cuando sus horarios se los permitían y Mycroft no se veía en la obligación de cuidar a Sherlock.

Hoy era uno de esos días.

Luego de pensarlo por unos segundos, el pelirrojo finalmente habló.

— De hecho... Sí. Tengo una en mente. 

— Bien. ¿Y cuál es? —dijo entusiasta.

Mycroft se removió en su lugar con incomodidad.

— No lo sé. —confesó.

"No lo sé." Me gusta ese nombre. —habló con sarcasmo, ganándose una mirada de reprimenda.

— Es... una canción que escuché en tu fiesta de cumpleaños.

Anabeth asintió una vez.

— Okey... Tengo una lista en mente. Pero vas a tener que ser más específico.

El joven suspiró con resignación. Procuró que el sentimiento de vergüenza no se reflejara en su rostro.

— Es la canción con la que bailamos. —se aseguró de mantener un tono de voz indiferente—. Tenía un buen ritmo. 

Mycroft desvió la mirada, esperando escuchar alguna carcajada, broma o comentario sarcástico al respecto. Al ver que nada de eso pasaba, volteó a ver a su amiga.

Anabeth permaneció en silencio, manteniendo la vista fija en el suelo.

— Agh, mierda. —masculló entre dientes, llevando las manos a sus cienes en un intento por hacer memoria—. ¿Sabes si el cantante era hombre o mujer?

— ¿¡No te acuerdas?! —la observó, en una mezcla de asombro e indignación.

— ¡Y yo que sé! —dijo a la defensiva—. Pasaron tres meses desde mi cumpleaños.

— Tienes memoria fotográfica.

— Exacto. Fotográfica, no auditiva.

— No puedo creerlo...

Anabeth rodó los ojos con fastidio.

— Bueno, vayamos por partes. —juntó las palmas de sus manos, volviendo a serenarse—. ¿Cantante hombre o mujer?

Mycroft apretó los labios en una fina línea. No podía creer que en serio no se acordara. Meditó por unos instantes antes de responder la pregunta.

— Hombre.

— Okey... Eso reduce la lista. ¿Sabes el nombre del cantante o banda?

— No.

— ¿Nombre de la canción?

— Si supiera esas cosas no te estaría preguntando. —dijo con obviedad. Anabeth enarcó una ceja, esperando su respuesta—. No tengo idea.

— No me estás siendo de mucha ayuda, Mycroft. —lo miró con diversión—. ¿Te sabes alguna parte de la letra? ¿O la melodía al menos?

Al decir eso, las cejas del pelirrojo se elevaron ligeramente.

— Recuerdo haber almacenado un fragmento de la canción en mi mente. —dijo, luego de unos instantes—. Dame un momento.

Mycroft cerró sus ojos, adentrándose en su palacio mental. En menos de un instante se vio a sí mismo de pie frente a una casa de piedra. Era la réplica exacta de su antiguo hogar en Musgrave. Lo había escogido por practicidad. Después de todo, era un lugar grande y amplio con muchas habitaciones.

Se adentró en la casa y recorrió sus fríos pasillos. Cada cuarto había sido seleccionado meticulosamente para almacenar datos específicos. Nada estaba fuera de lugar. Toda la información almacenada allí dentro tenía algún propósito. Y si no la tenía, era llevada al ático donde eventualmente sería borrada de su memoria.

Mycroft, sabiendo perfectamente hacia dónde ir, subió las escaleras de dos en dos hasta llegar a la planta alta. Caminó por el largo corredor, pasando por delante de la habitación de sus padres; el cuarto de Sherlock; el de Eurus, que siempre mantenía cerrado con candado; hasta que finalmente se detuvo frente a una puerta que antiguamente correspondía al cuarto de invitados. 

Solo que ahora esa puerta cumplía otra función dentro de su mente. Era la habitación de Anabeth.

Giró el picaporte y entró. El interior había sido reformado para recrear una réplica exacta del dormitorio de su amiga, incluyendo el desorden que siempre había en él. Por alguna razón, ese era el ambiente más cálido de la casa.

Los ojos de Mycroft recorrieron el lugar. Todo lo que sabía de Anabeth y sus recuerdos junto a ella quedaban almacenados dentro de ese cuarto.

Se acercó a la biblioteca y rebuscó entre los libros, cassettes y discos de vinilo. No tardó mucho en encontrar el disco de su interés. Lo extrajo con cuidado del estante y lo colocó en el tocadiscos, reproduciendo la melodía deseada.

"Te encontré."

Todo ese proceso mental le había llevado menos de cinco segundos.

We're soul alone... And soul really matters to me. —tarareó por lo bajo, recitando la letra—. You're out of touch. I'm out of time. But I'm out of my head when you're not around.

Mycroft se detuvo a medio verso cuando reparó en la sonrisa ladeada en el rostro de su amiga.

— ¿Qué es tan gracioso?

Anabeth mordió su labio, en un intento por contener la risa.

— La canción se llama Out of Touch, de Hall y Oates. —informó, sin borrar la sonrisa de su rostro—. Y por supuesto que la recuerdo. Siempre recuerdo todo.

— ¿Y por qué diablos no lo dijiste desde el principio? —la observó, en una mezcla de confusión y molestia.

Ella se encogió de hombros sin culpas.

— Solo quería escucharte cantar. 

Mycroft le aventó un cojín.

— ¡Hey! ¿Por qué fue eso?

— Eres una idiota. —se cruzó de brazos, manteniendo su expresión ofendida.

— No entiendo por qué te enojas. Encima que cantas tan lindo... —se detuvo a media oración y elevó sus manos para cubrirse. El joven le aventó un segundo cojín.

— Esta conversación jamás tuvo lugar. ¿Entendido?

— Okey. —elevó ambas manos a modo de rendición.

"Pero el recuerdo me lo llevaré a la tumba." Se dijo la ojimiel, satisfecha consigo misma.

— Sí. Sé cómo tocar Out of Touch. —habló, ahora sin ánimo de bromas—. Si quieres te enseño.

— Si no es mucha molestia...

Anabeth asintió y se puso de pie. Ya se había divertido suficiente molestando a su amigo por ese día. Su semblante volvió a la seriedad, adoptando su papel de profesora.

— Entonces arriba. Esa batería no se va a tocar sola. —indicó, girando sobre sus talones en dirección hacia el garaje.

Mycroft negó con la cabeza y se levantó del sofá, siguiendo los pasos de la castaña.

***

Su pie pisaba el pedal con fuerza haciendo sonar el bombo. Sus brazos se movieron instintivamente por encima de los tambores, creando una compleja sucesión de golpes. Su mente solo se concentraba en cronometrar los tiempos, dejando que el resto de su cuerpo se moviera de manera autónoma.

Anabeth se encontraba a un metro de él. Sus dedos rasgaban las cuerdas de la guitarra con suavidad, recreando la tonada pegadiza. Mientras llevaba a cabo esa tarea, le echó un rápido vistazo a su compañero. Mycroft cabeceaba ligeramente al ritmo de la canción. Sus ojos estaban cerrados y sus labios se curvaban hacia arriba en una sonrisa genuina.

"Me pregunto si es realmente consciente de que está sonriendo." Se dijo la chica para sus adentros. Era una vista sumamente curiosa y se alegraba de poder ser testigo de ella.

Frente a ese instrumento no había un joven frío y calculador. No había un genio con expresión de acero. Frente a esa batería, había solo un joven que buscaba expresarse a través de la música. Este joven cometía errores, insultaba por lo bajo cuando los golpes no salían como quería, era mucho más expresivo, más auténtico.

"Más humano."

Al terminar, Mycroft observó a su compañera sin borrar la sonrisa de su rostro. Había logrado tocar la canción de principio a fin. El quinto intento había sido el bueno.

Anabeth asintió con una expresión de aprobación y orgullo en su rostro. Siempre lo hacía cuando Mycroft lograba dominar algún ritmo o canción nueva. Era uno de los momentos más reconfortantes de las lecciones.

De repente, se escucharon aplausos y silbidos provenientes de la puerta. Mycroft y Anabeth regresaron a la realidad y voltearon a ver, estupefactos, al hombre que se encontraba a sus espaldas.

— ¡Estuvieron geniales! —Walter entró al garaje. Miró a ambos chicos con entusiasmo.

— Veo que llegaste temprano. —habló su hija, dejando la guitarra a un costado.

El hombre asintió.

— Logré escaparme temprano del estudio. —explicó brevemente, para así volver al tema de su interés—. Oigan chicos, ¿les puedo pedir alguna de los Rolling Stones?

La joven soltó una risita piadosa. Mycroft, por el contrario, permaneció inmóvil en su lugar. Tocar frente a Anabeth era una cosa, ¿pero frente al señor Smith? No necesitó un espejo para saber que se había sonrojado.

— Aún no hemos llegado a ese nivel, pa. Apenas vamos por Hall y Oates.

El hombre agachó la cabeza en fingida decepción. La chica rodó los ojos y negó con diversión. Su padre era tan fanático de los Rolling Stones como lo era ella de Michael Jackson.

— Entiendo. —el hombre enderezó su postura y se frotó las manos—. ¡Bueno! Si ustedes se aprenden Start Me Up, no duden en llamarme. —y diciendo eso salió del garaje, tan abruptamente como entró.

— ¡No presiones! —exclamó la castaña desde su lugar.

Walter volvió a asomar su cabeza por el marco de la puerta.

— Vayan practicando. La quiero de regalo de cumpleaños. —exigió, para luego desaparecer de su vista.

Anabeth chasqueó la lengua e hizo un ademán con la mano, restándole importancia al asunto.

— No le hagas caso. —al no recibir una respuesta, volteó a ver a su amigo—. ¿Mycroft?

— Lo siento. —volviendo en sí—. La presencia de tu padre me tomó por sorpresa.

— No te gusta tocar con público, ¿eh? —el pelirrojo negó con la cabeza—. Sí... Conozco el sentimiento. Creo que podrías empezar tocando frente algún familiar. Es bueno para quitarte la timidez.

— ¿Y quién insinuó algo sobre tocar frente a otras personas? —elevó una ceja con diversión.

Anabeth se encogió de hombros.

— No sé... Quizá en algún momento desees tocar frente a tu familia. Ya sabes... Mostrarles lo que sabes hacer.

— ¡Por supuesto que no!

Anabeth elevó ambas cejas, sorprendida por la reacción de su amigo. Mycroft carraspeó, corrigiendo su expresión. No fue consciente de que había elevado la voz más de la cuenta.

— ...O tal vez no. 

— Mis disculpas. No fue mi intención gritarte. —se calmó.

Anabeth frunció el entrecejo, extrañada. El grito era lo menos. Lo que le intrigó fue la emoción que se escondía detrás de este. Fue extraño. Por regla Mycroft era muy meticuloso cuando se expresaba. Sus palabras siempre eran dichas con tranquilidad y seguridad, sin importar la situación en la que se encontrara.

Quizá por eso ese pequeño estallido emocional le resultó tan inusual, por no decir preocupante.

— Mycroft, voy a hacerte una pregunta y te ruego que seas honesto. —el joven se mantuvo expectante. Al ver que tenía toda su atención, ella prosiguió—. ¿Tu familia sabe que tocas la batería?

— No. —su rostro, como de costumbre, permaneció carente de emoción.

— ¿No les insinuaste siquiera...?

Recibió un segundo gesto negativo.

Anabeth apretó los labios, procesando esa nueva información. Otra vez, tuvo el presentimiento de que algo no andaba del todo bien.

— ¿Por qué ocultarlo? —habló suavemente, procurando no sonar intrusiva—. Sherlock toca el violín y tus padres no parecen tener problemas con ello. Quizá la batería no sea un instrumento muy refinado, pero no tiene nada de malo.

— Sé que no tiene nada de malo. —se apresuró a decir—. Y antes de que lo insinúes, no. Mis padres no se molestarían si les dijera que toco. De hecho, lo verían con buenos ojos.

— ¿Entonces?

Mycroft bajó la mirada. Su expresión de acero pareció flaquear por un segundo.

— No deseo generar expectativas en mis padres. —habló con voz queda.

Se produjo un silencio entre ellos. Anabeth tan solo se abstuvo a mirarlo, esperando pacientemente a que continuara con su explicación. Porque había más. Mucho más. Pero sabía que, si quería respuestas, debería dejar que el joven fuera a su ritmo.

Mycroft le agradeció internamente por darle su espacio. Luego de meditarlo por unos segundos, finalmente decidió hablar.

— Jamás cruzó por mi mente aprender a tocar un instrumento por mi cuenta. Honestamente, no veía un fin práctico en ello.

El joven desvió su mirada hacia los tambores.

— Pero claramente me equivoqué. Cuando me obligaste a sentarme frente a la batería y me enseñaste ese ritmo básico... Fue una experiencia completamente nueva para mí. —sonrió a medias—. Por primera vez tuve deseos de aprender algo, no por obligación o necesidad. Sino porque me resultaba interesante adquirir ese conocimiento. —hizo una pausa, pensando con cuidado sus siguientes palabras—. Sé que no es apropiado en un hijo ocultarles cosas a sus padres, pero no quiero que esta actividad... Que este pasatiempo se convierta en una tarea a superar. No deseo ser el mejor baterista, ni sentirme en la obligación de mejorar mis habilidades para complacerlos.

Anabeth escuchó a su amigo con atención. Si bien Mycroft mantenía una actitud tranquila y desinteresada, ella podía ver un deje de melancolía detrás de esos ojos azules.

— Tocar la batería se ha convertido en una actividad sumamente gratificante para mí. Al principio fui reacio ante la idea. Pero fue porque nunca pensé que podría tocar un instrumento de este tipo. —una pequeña sonrisa se coló por la comisura de su labio. Era una sonrisa genuina—. Y contra todo pronóstico, me hallé a mí mismo disfrutando de nuestra dinámica. Me siento cómodo al saber que puedo cometer un error y eso no será relevante. Tú solo me corriges y volvemos a empezar. Y yo... —titubeó por un instante, antes de agregar—...prefiero mantenerlo de ese modo.

"Sin críticas ni comentarios. Sin sentir la mirada de mi madre sobre mi hombro, diciéndome que puedo mejorar." Se dijo para sus adentros. Pero ese pensamiento no saldría por sus labios.

— Bueno... Me alegra saber que disfrutas de nuestras clases. —Anabeth sonrió. Era muy inusual oír a su amigo hablar de esa forma. Se sentía feliz y halagada por sus palabras, pero pronto su sonrisa se desvaneció—. ¿Tú te encuentras bien? —lo miró con preocupación. Después de todo, no podía simplemente ignorar el resto de la conversación.

— ¿Por qué no habría de estarlo? —elevó una ceja—. Tan solo narré hechos. Los cuales eran bastante evidentes, por cierto. —expresó con obviedad.

Anabeth apretó los labios, no muy convencida. Sabía que esa mirada confiada y sonrisa soberbia tan solo eran una fachada. Una vez más, Mycroft había vuelto a encerrarse en sí mismo, como una tortuga que se oculta bajo su duro caparazón.

Tal parece que no podría sonsacarle nada más por ese día.

— Haré de cuenta que te creo. —soltó al fin. No iba a hostigar a su amigo si él no quería hablar. Pero tampoco fingiría ignorancia—. Y solo diré que... Si quieres hablar, mi puerta siempre está abierta.

— ¿Hablar de qué?

Anabeth se encogió de hombros en un gesto despreocupado.

— Del clima, la escuela, lo que quieras.

— Lo tendré en cuenta.

Cruzaron miradas. Hielo contra miel, miel contra hielo. No se necesitaron palabras para entender el verdadero significado de esa oración.

— Chicos, ¿quieren merendar? —se escucha la voz de Walter desde la cocina, haciendo que los jóvenes rompan el contacto visual.

— ¡Yo quiero! —Anabeth se puso de pie—. Mycroft, ¿vienes?

— Guardo las baquetas y te sigo.

— Okey, apaga la luz cuando salgas.

Una vez que Anabeth desapareció de su vista, Mycroft bajó la mirada hacia los palillos de madera. Permaneció unos instantes observándolos, recordando su conversación con la castaña.

<<...si quieres hablar, mi puerta siempre está abierta. >>

El joven sonrió genuinamente hacia las baquetas.

"Gracias, Anabeth."

Se puso de pie y colocó los palillos en su lugar sobre el estante. Le echó una última mirada a la batería y apagó la luz.

***

Anabeth se recostó a lo largo del sofá y tomó el control remoto. Mycroft se había ido hace más de una hora.

Ahora sin la compañía del pelirrojo, la joven decidió malgastar su tiempo frente a la televisión hasta que fuera la hora de la cena.

Cuando finalmente encontró una película decente, el teléfono comenzó a sonar.

— ¡Annie, el teléfono! —exclamó su padre desde la otra punta de la casa.

— ¡Ya voy! —gritó de vuelta, removiéndose de su cómodo lugar para alcanzar el aparato—. ¿Hola?

— Hola, Anne. ¿Cómo estás?

La chica elevó ambas cejas con asombro, reconociendo la voz al instante.

— ¿Dan? —habló, sin ocultar la sorpresa en su voz—. Hola... Sí, estoy bien. ¿Cómo conseguiste mi número?

— Francis me lo dio. No le digas que te dije. —se apresuró a decir. Anabeth pudo percibir un titubeo en la voz del rubio—. ¿Hi-hice mal? ¿Llamo en otro momento? —preguntó con timidez.

Anabeth se mordió el labio y negó con la cabeza. No estaba molesta con el muchacho ni mucho menos. Aun así, no podía evitar sentir cierta incomodidad al hablar con él. Procuró mantenerse casual.

— Nah, está bien. Y no te preocupes, puedo hablar. ¿Y bien? ¿A qué debo tu llamada? —comentó con diversión, yendo directo al grano.

Ya podía imaginarse la sonrisa nerviosa de Dan desde el otro lado de la línea.

— Escucha, Anne... Sé que dijiste que no eres una chica de relaciones, pero me preguntaba si podríamos salir... ¡No como una cita! —agregó, atropelladamente—. Regreso a la ciudad el próximo fin de semana y me gustaría verte. Podemos quedar en algún lugar. Solo charlar y caminar, si quieres.

Anabeth se frotó la frente con cansancio. El hecho de que Dan se comportara de una manera sumamente adorable no le ayudaba en lo absoluto.

"¿Por qué ahora?"

Suspiró, serenando su mente. Tenía que pensar con claridad.

"No importa que tan difícil sea, debo hacer las cosas bien."

— ¿Cuándo llegarás a la ciudad?

Pudo percibir una mezcla de alegría y alivio en la voz del rubio.

— Viernes al mediodía. Pero primero debo dejar mi equipaje en lo de mis padres y arreglar un par de asuntos. —hizo una pausa, antes de añadir—. Hay una cafetería frente al Wetherby. ¿Te parece bien vernos allí a las 4? Deberé estar libre para ese entonces.

— Sí. Ahí estaré. Pero no es una cita, ¿sí? —se mantuvo amigable, pero firme.

— Claro, no hay problema. —Dan pareció titubear por un instante. Anabeth tuvo serias dudas de que el chico tomara en serio sus palabras—. Nos vemos, Anne.

— Adiós, Dan. —colgó.

La joven se hundió en el sofá, luciendo pensativa.

"Sin importar lo incómodo que sea esto, debo hacerlo. Es lo correcto." 

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