La Clase del 89' (Mycroft y t...

By MSCordoba

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Mycroft Holmes es el mejor promedio del instituto Dallington. Los valores de amistad y afecto no resultan rel... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 61,5
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Cartas
Epílogo
Nota de autora
Anuncio importante

Capítulo 42

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By MSCordoba

Viernes. 11:58 AM.

— Para la clase que viene tienen que leer el texto de la página 49 y responder el cuestionario. ¿Hay preguntas?

La clase permaneció en silencio. Algunos alumnos negaron con la cabeza. Al ver que nadie habló, el profesor de historia consultó su reloj de pulsera y cerró su manual.

— En ese caso, que tengan buen fin de semana y nos vemos el próximo lunes. —saludó, al tiempo que sonaba la campana, marcando el final de la última hora—. Pueden salir.

Anabeth comenzó a recoger sus cosas. Al ver que su compañera de banco no se movía le dio un ligero empujón.

— Clary, arriba. Ya terminó la clase. —murmuró, sacudiendo a la rubia.

La joven, que hasta ese entonces había dormitado plácidamente sobre el banco, se enderezó de un salto.

— ¿Eh? ¿Qué hora es? —murmuró. Entrecerró los ojos, esperando a que estos se acostumbraran a la luz natural.

— Hora de que nos vayamos. Recoge tus cosas.

— Ah, sí. Ahora voy. —habló aún somnolienta.

Las jóvenes salieron al pasillo y reanudaron su plática.

— Tienes que acostarte más temprano, Clary. No puedes seguir así. —le regañó, observando las prominentes ojeras bajo sus ojos.

— Lo sé. El problema es que, con mis hermanitos jugando, mi casa siempre es un griterío. El único momento donde tengo algo de paz y puedo concentrarme es en la noche.

— En ese caso, ven a mi casa el domingo por la tarde y estudiemos juntas. —sugiere—. Así el lunes estarás más descansada.

— Sí... buena idea. Gracias, Anne. —la rubia hace una pausa, antes de añadir—. ¿Hoy a la tarde estás libre? Así podemos comenzar a repasar.

Anabeth negó con la cabeza.

— Tengo vóley.

— Agh... Cierto. Siempre se me olvida. —abre su casillero, sacando su mochila—. ¡Suerte!

— Gracias. Hasta el domingo.

Las jóvenes se despiden y parten en direcciones opuestas; Clara hacia la salida. Anabeth hacia el comedor.

Luego de un almuerzo rápido, la castaña camina sin prisas hacia la zona más apartada del campus. Como de costumbre, Mycroft ya se encontraba tendido bajo el roble, con un nuevo libro entre sus manos.

Al percibir las pisadas familiares, alza la mirada en su dirección.

— Anabeth.

— Mycroft.

La joven deja su mochila en el césped y toma asiento frente a él.

— Veo que finalmente reparaste la suela de tu zapato. —dedujo el joven, con aire desinteresado.

— Y yo veo que compraste otra novela de Charles Dickens.

— Viniste al colegio en auto, lo que significa que llegabas tarde. ¿Por quedarte dormida, quizá? —elevó una ceja inquisitiva.

— Comiste tostadas con mermelada en el desayuno.

— Mermelada y queso, de hecho. —corrigió.

— Agh, maldita sea. Siempre me falta algo. —chasqueando la lengua.

Mycroft sonrió con suficiencia.

— ¿Y bien? ¿Qué sucede? —preguntó la ojimiel, luego de una pausa.

— ¿De qué hablas?

— El martes pasado, luego del primer recreo. Llegaste tarde a clase.

— ¿Y desde cuándo tú controlas mis horarios?

— No es control. Es solo que si Mycroft Holmes llega tarde una clase, es porque algo grave pasó.

El pelirrojo rodó los ojos. Aun así, ella tenía un punto. Siempre era el primero en llegar al aula, sin excepciones. No era de extrañar que su pequeño retraso llamara su atención.

— Solo hablé con una profesora. Nada de qué preocuparse.

Anabeth lo observó, expectante. Mycroft supo que no dejaría el asunto de lado así nada más.

Suspiró con cansancio.

— Si te cuento, ¿prometes no reírte?

— Haré lo que pueda.

— Anabeth... —advirtió.

— ¿Qué? Solo soy realista.

Mycroft rodó los ojos.

— Qué remedio. El asunto es que... ¿¡No dije nada y ya te estás riendo!? —exclamó indignado, al ver la sonrisa insipiente en sus labios—. No. De ninguna manera hablaré.

— ¡Ay, vamos! Lo siento. Prometo tomármelo en serio. —al ver su reticencia, agregó—. Si me rio, te doy permiso para tirarme hojas en el pelo. —su rostro volvió a adoptar un semblante serio.

Mycroft elevó una ceja con interés. Era un acuerdo justo.

— De acuerdo. —cerró su libro y lo acomodó sobre su regazo—. Como sabrás las universidades, además del rendimiento académico, también prestan especial atención a las actividades realizadas fuera del salón de clases.

Anabeth asiente con la cabeza. Toda su atención se centró en el genio.

— A raíz de ello, mi madre me ha insistido en que tomara alguna clase extracurricular, además de las clases de debate.

— ¿Por qué? ¿Con qué necesidad?

— Un capricho. —se encogió de hombros, sin molestarse en ocultar su fastidio—. Ella fue profesora. No es de extrañar que se vuelva algo quisquillosa con estos temas... En fin. Platiqué con la profesora Evans con la intención de unirme a su clase. He ahí el motivo de mi tardanza.

— Evans... ¿Amelia Evans? Es la profesora de...

— Teatro. —completó la frase por ella—. Correcto.

Anabeth ladeo la cabeza, mirándolo con curiosidad.

— No sabía que te interesara la actuación.

— No me interesa. —remarca—. Era eso o hacer algún deporte. La decisión fue obvia.

— Oh, entiendo. Lástima que no te unieras al equipo de vóley. El grupo de los chicos comparte los entrenamientos con nosotras. Pudimos haber jugado juntos. Piénsalo para la próxima.

— Si... Temo que eso no va a suceder. Antes muerto que hacer ejercicio.

— Te haré una pregunta seria. ¿Qué diablos hacías en las clases de educación física?

Mycroft desvió la mirada hacia un costado, recordando con repulsión sus primeros años de secundaria.

— Sufrir. —dijo, luego de una larga pausa—. Sufrir miserablemente. Tan sencillo como eso.

Anabeth pellizcó el puente de su nariz mientras negaba con la cabeza.

— Okey... Volviendo al tema principal. Clases de teatro, ¿eh? ¿Por qué pensaste que me burlaría? Es una actividad como cualquier otra. —lo miró, regalándole una sonrisa tranquilizadora—. ¡Es más! Considerando mi pánico escénico, creo que soy la persona menos indicada para burlarse. Ya quisiera yo poder pararme arriba de un escenario.

Mycroft la observó detenidamente. Si bien sus palabras fueron sinceras y no había ningún atisbo de burla en ellas, el joven sabía que su promesa no se mantendría en pie por mucho tiempo.

Anabeth reparó en el rostro de su amigo que, lejos de transmitir alegría o alivio, se mostraba escéptico y hasta cierto punto burlesco.

— Hay más, ¿cierto? —dedujo, al ver que el genio permanecía en silencio.

— Haremos una obra, antes de las vacaciones de invierno. Aún desconozco la fecha exacta.

— ¿Ya sabes cuál será?

— La importancia de llamarse Ernesto.

— Oscar Wilde... Sí, la conozco. ¿Y bien? ¿Quién serás? ¿Jack Worthing? ¿Algernon Moncrieff? —se acercó un poco más y aguardó, expectante.

Mycroft inhaló profundamente, aferrándose a esos últimos momentos de dignidad. 

— Lady Bracknell. —calló y aguardó, observando la reacción de su compañera.

Anabeth permaneció en silencio.

"No te rías. No te rías. No te rías." Se repitió como un mantra. "Maldita sea, Mycroft. ¿Cómo esperas que no me ría de ti?" 

— Está... bien. —habló con calma, manteniendo una expresión casual.

Mycroft elevó una ceja con suspicacia.

— ¿No vas a reírte de mí?

— Prometí no reírme. Además, el papel de Bracknell es tan respetable como cualquier otro.

— Entonces... El hecho de que interpretaré a una mujer no es un objeto de burla para ti. —insinuó con cautela.

— Por supuesto que no. El personaje en sí mismo es un símbolo de la respetabilidad victoriana. Creo que es... —flaqueó por un momento, pero se recuperó al instante—. Bastante acorde a tu personalidad, de hecho.

Mycroft entrecerró los ojos, mirándola con escrutinio.

"Lo estás haciendo muy bien, Anabeth. Veamos cuanto resistes."

— ¿En serio? —tarareó, estirando las palabras—. ¿No harás ningún comentario sarcástico al respecto?

— Nada de nada.

— ¿Aun sabiendo que tendré que interpretar a una anciana?

Anabeth apretó los labios, dirigiéndole una mirada asesina.

— Sé lo que estás haciendo, pero no funcionará. —se cruzó de brazos, manteniendo una expresión severa.

— ¿Incluso siendo consciente de que tendré que usar un vestido de época? —insinuó, sonriendo un poco más al hacerlo.

— No me reiré.

— ¿O... tacos?

— Eres una mala persona, Holmes. 

— ¿Qué me dices de la peluca?

— Una muy mala persona. —repitió, con un hilo de voz.

"Desgraciado infeliz. No quiero tener hojas en mi cabello. No otra vez." Se lamentó, sintiendo que ya estaba al borde del colapso.

— Y no tengo que olvidarme del maquillaje. ¿Qué tonos podrías recomendarme? —elevó una ceja, sonriendo con malicia.

Al escuchar eso último, Anabeth no pudo soportarlo más. Estalló en una fuerte carcajada y rodó a un costado, enterrando la mitad de su cara en el prado.

"Maldita sea, Mycroft. De solo imaginarte... No podría superarlo." Pensó, sintiendo como se le saltaban las lágrimas.

Hizo respiraciones pausadas, en un intento por serenarse. Cuando finalmente pareció lograr su cometido y miró a su amigo, inevitablemente volvió a desplomarse, reiniciando el ataque de risa.

Mycroft tamborileó los dedos en la hierba, aguardando pacientemente a que su amiga terminara de carcajearse.

— ¡Coral! ¡Melocotón! ¡Rosa! —exclamó a los cuatro vientos—. ¡Te verás di-vi-na con cualquiera de esos! Ya arrójame todas las hojas que quieras. No me importa nada.

— Debo reconocer que hiciste un gran esfuerzo por contenerte. —halagó—. Sin embargo, rompiste tu promesa. —sonrió triunfal, comenzando a agrupar un montoncito de hojas a su lado.

— No seas malo. Apiádate de esta pobre alma. —rogó, viendo su acción.

— Una promesa es una promesa... —recitó, recogiendo un puñado de hojas en su mano—. Te recomiendo que te des la vuelta. No deseo que ninguna partícula entre en tus ojos.

— Te odio. —masculló entre dientes.

Anabeth se dio media vuelta, dándole la espalda. Agachó la cabeza y cerró los ojos con fuerza.

"Solo acaba con esto rápido."

Mycroft sonrió con diversión, soltando el puñado de hojas en el suelo. Se quedó con una hoja de roble que depositó con sumo cuidado en la cima de su cabeza. Una vez concluida su obra tomó distancia, cerciorándose de que esa imagen quedara grabada en su palacio mental.

— Ya puedes abrir los ojos.

Anabeth enderezó su postura, extrañada al no sentir una lluvia de hojas y ramitas. Instintivamente pasó una mano por su cabello descubriendo que, efectivamente, su cabello estaba libre de vegetación con excepción de una única hoja de roble que cayó desde lo alto de su cabeza.

Liberó todo el aire que no sabía que había estado conteniendo, visiblemente aliviada. Se volvió hacia el pelirrojo.

— Bastardo.

— Creo que el término que buscas es misericordioso.

— Sí... Un misericordioso bastardo.

Mycroft rodó los ojos, volviendo su atención al libro que descansaba sobre su regazo. Lo abrió y continuó su lectura, dando así punto final a la conversación. A pesar de todo, una sonrisa insipiente se asomó por sus labios que fue estratégicamente ocultada tras las páginas del libro.

Anabeth, mientras tanto, se recostó sobre el césped reseco y colocó su mochila bajo su cabeza. Poco a poco sus párpados comenzaron a cerrarse, siendo arrullada por los débiles rayos del sol que se filtraban entre las ramas casi desnudas.

Durante la siguiente hora, los jóvenes se sumergieron en sus mundos. El cómodo silencio se prolongó hasta que la campana marcó el final del receso. 

***

Anabeth se colgó la mochila al hombro y se despidió de sus compañeras de equipo. Caminó a paso ligero por los pasillos casi desiertos en dirección a la salida. No veía la hora de llegar a su casa, quitarse el uniforme y tumbarse en su cama por el resto de la tarde.

Al salir del instituto, se sorprendió de encontrar a Mycroft recargado contra la pared, a solo unos metros de la entrada. Normalmente ella salía un poco más tarde del instituto, por lo que jamás veía al pelirrojo.

"Pero hoy no acordamos vernos." Pensó la castaña, extrañada.

— ¿Por qué sigues aquí? 

— Te estaba esperando. —enderezó su postura.

Sin decir nada, Mycroft tomó su mochila y comenzó a bajar las escaleras. Anabeth lo siguió de cerca, sin comprender el motivo de su presencia.

"Si querías decirme algo, pudimos hablar debajo del roble. No tenías motivos para esperarme afuera del colegio." 

— No te preocupes. No tengo intenciones de pasar la tarde en tu hogar. —aclaró, como si pudiera leerle la mente.

— ¿Entonces? —Anabeth dirigió la mirada hacia la calle. Para su desconcierto, no vio rastro del auto de la familia Holmes—. ¿Larry quedó atrapado en el tráfico?

Mycroft negó con la cabeza.

— A partir de ahora, Larry dejará de recogerme del colegio.

— ¿Le sucedió algo? —habló, denotando preocupación en su voz.

— Nada de eso. Solo le di nuevas instrucciones.

— Mycroft, será mejor que te expliques. Porque a diferencia de ti, yo no sé leer mentes. —exigió, medio en broma, medio en serio.

El joven mantuvo la mirada al frente. Cierto asunto había estado dando vueltas por su cabeza y, luego de meditarlo fríamente por varios días, finalmente había decidido hacer algo al respecto.

— Deseo realizar un experimento contigo Anabeth, si tú me lo permites. —dijo al fin. Su expresión se mantuvo seria en todo momento.

Anabeth elevó una ceja, intrigada.

— ¿Debo asustarme?

— Es probable que lo hagas al inicio. Pero si resulta según planes, podría ser muy beneficioso para ti.

Ella rodó los ojos con cansancio.

— Ya déjate de parsimonias y solo dime.

— Quisiera que tomáramos el autobús, juntos. Hay una parada a una cuadra del instituto cuya línea nos deja en la esquina de tu residencia. 

— Es una broma, ¿verdad? Porque sabes que no haré tal cosa.

— ¿Sola? Jamás. Con un poco de ayuda, existen altas probabilidades de que lo logres.

— Pues lo siento, pero la respuesta es no. No formaré parte de tu experimento.

— Supuse que dirías eso. —habló con calma—. Así que le dije a Larry que a partir de ahora pasaría a recogerme desde la puerta de tu hogar. 

— ¡¿Qué?! —Anabeth detuvo su andar y parpadeó varias veces, indignada—. ¿Vas a acompañarme todos los días a mi casa hasta que decida obedecerte? No puedes estar hablando en serio. —habló en un tono burlón. Al ver que el chico seguía sin responder, su sonrisa ladeada se esfumó—. Mycroft... No puedes hablar en serio.

— ¿No fui lo suficientemente claro? —detuvo su andar y volteó a verla.

— Es que... —ella lo observó de hito en hito, sin poder creer sus palabras—. ¡No voy a subirme a un jodido autobús! Ni siquiera porque tú me lo pidas.

— Lo sé, por eso he decidido que a partir ahora te acompañaré a tu casa. Solo hasta que cambies de parecer. —reanudó su caminata.

— Pero... No puedes... ¡Agh! —se masajeó las cienes. No podía creer que estuvieran teniendo esta discusión. Respiró profundamente hasta serenarse y habló—. Escucha, aprecio el gesto. En serio, es muy lindo de tu parte. Pero no necesito ayuda. Me he estado moviendo por Londres desde los 12 años sin inconvenientes y lo seguiré haciendo. Así que ya puedes detener esta locura. ¿De acuerdo? 

— ¿Locura? —sonrió con desdén mientras caminaba—. ¿Mi idea te parece una locura?

— Pues... ¡Sí!

Al ver que no era escuchada, Anabeth caminó deprisa y se plantó frente al pelirrojo, deteniendo su andar. Mycroft elevó una ceja, manteniendo su expresión de acero. 

Sus miradas se cruzaron. Hielo vs miel, miel vs hielo.

— En lo que a mí concierne... Prefieres caminar bajo la lluvia torrencial, a riesgo de contraer una pulmonía, en vez de tomar un autobús que te deja sana y salva en la esquina de tu casa.

Anabeth abrió la boca para protestar. Mycroft levantó una mano, en señal de que se detuviera. La joven apretó los labios de mala gana y asintió, permitiendo que el joven prosiguiera con su monólogo.

— Y también prefieres andar en tu bicicleta por calles congeladas, expuesta a temperaturas glaciares, en lugar de tomar un autobús. Eso, sí me parece una verdadera locura.

La joven cerró los ojos y suspiró. Le guste o no, su amigo tenía un punto. Pero eso no era motivo suficiente para ceder.

— Mycroft, ¿por qué haces esto? Te agradezco. Pero en serio, no es necesario.

"¿Por qué estoy haciendo esto?"

Esta vez, se tomó unos instantes para responder.

— Porque... —habló, luego de una pausa—. Porque eres mi mejor amiga... No puedo permitir que mi mejor amiga viva con miedo, si puedo hacer algo al respecto. —murmuró, sin dejar de ver directo a esos ojos color miel.

Al decir esto, la expresión de Anabeth se suavizó, enternecida por sus palabras. Mycroft jamás la había llamado de esa manera. Sintió que su voluntad se flaqueaba bajo esa intensa mirada azul. 

Por un breve instante, se planteó la idea de intentarlo.

"¿Podría hacerlo... teniendo a Mycroft a mi lado?"

Pero tan pronto como la idea pasó por su mente, el miedo volvió a abrumarla. Los recuerdos de ese fatídico día la invadieron, como una bruma espesa, nublando ese pequeño rayo de esperanza. Ya se sentía lo suficientemente mal al saber que no era capaz de abordar un estúpido autobús. No quería revivir aquellos recuerdos. No quería volver a sentir el pánico apoderándose de ella. No quería pasar de nuevo por esa humillación. Mucho menos delante de una persona... delante de él.

"Lo siento. No puedo. Por más que quisiera, no puedo permitir que me veas de ese modo... tan vulnerable."

— Aunque digas eso... —habló con suavidad. Su mirada se endureció—. No me siento capaz de hacerlo. Si quieres acompañarme todo el camino a casa... adelante. No te detendré. Pero eso no me hará cambiar de opinión... Lo siento.

Mycroft la escuchó atentamente. No lució molesto o decepcionado. De hecho, había anticipado que esa reacción. Desde un inicio, sabía que no era solo el miedo lo que impedía a Anabeth aceptar su propuesta. Su orgullo y carácter testarudo también entrarían en el juego. Si realmente deseaba ayudarla, debería abordar los tres flancos.

"Jamás dije que fuera fácil. Ni siquiera sé a ciencia cierta si funcionará. Pero no puedes seguir ignorando el problema. Sin importar lo que digas... Ambos sabemos que necesitas ayuda."

— Realmente no esperaba que cedieras a la primera. —confesó—. Pero sé que lo harás, eventualmente.

Anabeth rodó los ojos con fastidio.

— Será mejor que te compres unos buenos zapatos, Holmes. —advirtió—. Porque caminarás mucho este año. —giró sobre sus talones y comenzó a avanzar.

Mycroft guardó silencio y solo se abstuvo a seguirla.

Avanzaron cuadra tras cuadra, manteniendo un ritmo ligero. Durante el trayecto, ninguno de los dos volvió a hablar. Luego de unos minutos, Anabeth divisó el auto de los Holmes aparcado frente a su hogar. Larry aguardaba, sentado en el asiento del conductor con el motor apagado.

"Realmente vas en serio con esto." Se lamentó.

Anabeth bufó con cansancio al ver a Larry en la lejanía. Sabía que el pobre hombre no tenía la culpa de nada. Tan solo estaba cumpliendo órdenes. Aun así, le molestaba verlo allí. Agitó su mano a modo de saludo, esforzándose por sonreír de manera convincente. El hombre hizo un ademán con la cabeza.

— Nos vemos el lunes. —se despidió. A diferencia del saludo anterior, esta vez no se esmeró en lucir amigable.

Sin esperar una respuesta, Anabeth sacó sus llaves e ingresó en la propiedad, dejando al pelirrojo parado en la acera.

A Mycroft no le importó realmente.

"Durante nuestro breve trayecto, no has intentado volver a persuadirme para que cambie de parecer... Simplemente te has resignado" Reflexionó, una vez que se halló en el interior del vehículo. "Ya es un avance."

El joven se recargó sobre su asiento, contemplando por la ventanilla las calles de Londres. No sabía a ciencia cierta qué tan eficaz resultaría su plan ni si lograría el objetivo deseado. Pero había algo de lo que sí estaba seguro. Sin importar lo que sucediera a partir de ahora, estaba decidido a llevar a cabo su plan.

"Hasta el final..."

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