La Clase del 89' (Mycroft y t...

By MSCordoba

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Mycroft Holmes es el mejor promedio del instituto Dallington. Los valores de amistad y afecto no resultan rel... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 61,5
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Cartas
Epílogo
Nota de autora
Anuncio importante

Capítulo 38

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By MSCordoba

Principios de octubre.

Anabeth y Mycroft se encontraban en el comedor de la escuela. Tomaron asiento en una de las mesas que se encontraban al fondo del lugar, apartada de la multitud. Afuera, llovía a cantaros y todo apuntaba a que la tormenta no cesaría hasta dentro de una hora o dos. Era el clima habitual durante esa época del año.

El joven dirigió su mirada hacia la puerta que daba al patio e hizo una mueca de disgusto. Detestaba cuando no podía ir a leer debajo del roble. Era el único lugar del instituto donde podía hallar paz, lejos del mar estudiantil. Por desgracia, la biblioteca no era una opción puesto que siempre estaba cerrada luego del horario del almuerzo.

— Juguemos a algo. —dijo la castaña, sacudiendo las migas de pan de la mesa.

Mycroft sale de su ensimismamiento, regresando su atención hacia la joven. Se encogió de hombros. Supuso que un poco de distracción no le vendría mal. Sería una forma de pasar el tiempo.

— ¿Qué sugieres?

— Mmm... —sus ojos recorren el comedor, en busca de algo con lo que entretenerse. De pronto, su mirada se centra en un par de jóvenes sentados a solo un par de metros de ellos—. Ya sé. ¿Qué te parece deducir al estudiante?

Mycroft sonrió con suficiencia.

— Yo siempre gano.

— Lo sé. —se encoje de hombros—. Pero me resulta entretenido verte revelar la vida de un completo desconocido.

— Intentando apelar a mi ego... ¿Es esta alguna especie de manipulación? —inquiere elevando una ceja con suspicacia.

— Quizá... ¿funcionó?

— Sí. ¿Por quién quieres empezar?

Anabeth reprimió una risa.

"Okey, eso fue fácil."

— ¿Qué te parece la rubia de allá? La de trenzas.

El genio dirige su mirada a la joven mencionada. En menos de cinco segundos, dice su veredicto.

— Nueva. De segundo año. Diestra. De buena posición económica. Extrovertida y sufre de alergias. 

— Genial.

El chico negó con la cabeza, dando a entender que el alago no era necesario.

— Ahora es tu turno. Dime como lo hice.

— ¿Para qué? Si ambos sabemos...

— No... —canturrea con diversión—. Quiero saber si eres capaz de seguir mi razonamiento. Tómalo como un ejercicio. Es bueno que entrenes tu mente.

Anabeth rueda los ojos con cansancio. Aun así, acepta el desafío de buena gana. Comienza a observar a la chica rubia.

— A ver... Diestra porqué está sosteniendo su lata de refresco con la mano derecha, buena posición económica porque todo su uniforme es nuevo y de marca, al igual que su mochila, reloj y pendientes. Nueva porque nunca antes la he visto por acá y... —entrecerrando los ojos para ver mejor—. Lleva la blusa con cuello reglamentaria por debajo de la chaqueta y todos saben que solo los nuevos cumplen con esa patética regla del código de vestimenta. Se nota que es extrovertida porque está hablando con otras cuatro jóvenes. Así que damos por supuesto que es rápida entablando amistades para ser nueva. Le resulta fácil socializar.

— Vas por buen camino. ¿Algo más?

— Por último, en los 20 minutos que estuvimos aquí sentados, se ha rascado el codo y los antebrazos reiteradamente. Posiblemente algún sarpullido que es, en el caso más probable, producido por alergias. —dice esto último con una sonrisa triunfal.

Mycroft sonríe de lado, sin duda impresionado con el progreso de su amiga.

— Tu demostración fue impecable, o lo sería si no fuese porque olvidaste un único detalle.

— Maldita sea, Mycroft. Le acerté a casi todas. Dame un poco de crédito por ello.

— Hay una gran diferencia entre casi todas y todas.

— Oh, vamos. ¿Cómo diablos voy a saber que esa chica es de segundo año? Estamos como a 10 metros de distancia. No puedo calcularle la edad por el rostro.

— Anabeth, no seas tonta. Hay otras formas de saberlo sin necesidad de ver su rostro.

— Entonces ilumíname.

— ¿Ves su libro de texto? ¿El que ha estado frente a ella todo este tiempo?

— No me vengas a decir que leíste el año de curso en la tapa.

El chico rió por lo bajo.

— Sensacional, Anabeth. Acabas de dejar en claro el método que claramente no usé para averiguar su año de curso. —dice con un tono exageradamente condescendiente—. La realidad es mucho más elemental que todo eso. Ese libro de tapa verde de biología...

— ...es el mismo que usábamos nosotros en segundo año. —completa la frase por él.

— Me sorprende que tardaras tanto en recordarlo.

Mycroft sonrió con suficiencia al ver la cara de consternación de Anabeth. Sus ojos entrecerrados y sus labios apretados en una fina línea era una mueca bastante divertida a los ojos del pelirrojo.

— Te odio. —habló con voz queda, aceptando que su deducción fue correcta.

— Gané justamente.

— No. No lo hiciste.

La sonrisa socarrona del genio desapareció tan pronto como escuchó esas palabras.

— Por supuesto que sí. Mis observaciones fueron perfectas.

— Cierto. Pero no dedujiste todo.

— ¿Insinúas que pasé algo por alto?

— Sí. Sus gustos. —contestó con simpleza—. Le gustan las bandas The Police y los Rolling Stones. También es fan de la saga Star Wars.

Mycroft parpadeó un par de veces, dirigiendo su mirada primero a la rubia y luego a su compañera. Anabeth sonrió de lado, sin mostrar intenciones de revelar sus métodos.

— Explícate. —habló luego de una larga pausa, produciendo que la sonrisa de la chica se ensanchara.

— ¿Ves los pines que tiene en su mochila? —señalando en su dirección—. Reconozco los logos de las bandas y el casco de Darth Vader.

Mycroft cayó en cuenta del detalle, maldiciendo internamente por no haberlo visto antes.

— Yo no sé de esas cosas. —habló con recelo.

— No tienes excusa, Holmes. —negó con diversión—. Puedo perdonarte que no sepas quienes son The Police o Darth Vader, pero estuviste en mi cuarto muchas veces y has visto mis posters de Los Rolling Stones junto con su logo. Me sorprende que no lo recordaras. —insinuó con malicia, devolviéndole la cortesía.

— Bien. —rodó los ojos con fastidio—. Tienes un punto.

— Excelente. —se removió en su asiento, adoptando una mejor posición—. Mi turno. ¿A quién quieres que deduzca?

El semblante molesto del pelirrojo se desvaneció. A pesar de sus pequeñas riñas, debía admitir que amaba este juego. Sus ojos azules hicieron un recorrido por el comedor, en búsqueda de su siguiente víctima.

***

La campana sonó, marcando así el final del receso. Anabeth se despidió del pelirrojo, deseándole suerte en su clase de debate. Sin esperar una respuesta, se encaminó hacia los probadores donde la esperaban el resto de sus compañeras de equipo.

La joven comenzó a hacer sus estiramientos, preparándose para el partido. Ese día jugarían contra el Wetherby. Sería un fuerte contrincante. Todos los años debían enfrentarse a ese colegio en las finales de los torneos, pero la ojimiel no estaba nerviosa. Ella tenía fe de que podrían superarlo, como en años anteriores.

— Anne, ¿estás lista? —una de sus compañeras llamó su atención.

La castaña inhaló profundamente, focalizando su mente en un solo objetivo.

"Ganaremos."

— Lista. Reúne al equipo.

— Sí, capitana.

— Laura, te dije que dejaras de llamarme así. —rodó los ojos con cansancio. 

Siempre se le hizo raro que la llamaran "capitana". Ella simplemente había aceptado tomar el puesto porque nadie tenía mejores capacidades de liderazgo. En otras palabras, nadie tenía ganas de lidiar con la responsabilidad que conllevaba el cargo. 

— ¿Y perderme la oportunidad de molestarte? No, gracias.

Anabeth le aventó una toalla. Ambas rieron y salieron de los vestidores. La ojimiel se reunió con el resto del equipo. Luego de hacer unos últimos ajustes estratégicos y de decir unas cuantas palabras de aliento, salieron al partido.

Dentro del gimnasio, había unas cuantas familias sentadas en las gradas, apoyando a uno u otro colegio. Las jugadoras tomaron sus posiciones detrás de la red y el árbitro hizo sonar el silbato, marcando el inicio del juego.

El partido se desenvolvió con normalidad. Los minutos pasaron volando, entre pases, rotaciones y bloqueos. El marcador estaba muy cerrado. Cualquiera de los dos colegios podría sacar la ventaja de un momento a otro.

Luego de una hora de juego, el Wetherby tenía el saque. El balón es lanzado y cruza la red sin inconvenientes. El equipo de Anabeth devuelve el ataque. Mientras la esfera formaba un arco en el aire en dirección al equipo rival, la ojimiel observó a sus contrincantes. 

Ella se tomó unos instantes para reparar en las posiciones de sus rivales, en el contacto visual entre ellas, su lenguaje corporal. Solo tarda unos instantes en descubrir su jugada y predecir hacia donde dirigirían la pelota.

"Una oportunidad." Se dijo la joven al descubrir un hueco en la defensa.

Cuando el Wetherby da su tercer golpe, la ojimiel corre a toda velocidad hacia el frente de la red y salta bloqueando el pase. El equipo contrario no tiene tiempo para responder al contraataque inesperado. La pelota toca el suelo, marcando el final del set, así como del partido.

— ¡Dallington gana! —gritó el árbitro, haciendo sonar su silbato.

Se escucha la ovación del público, así como del equipo vencedor. Pero Anabeth no presta atención a las voces de su entorno.

Toda su atención se concentró en el dolor punzante en su tobillo izquierdo.

"Mierda."

— ¡Anne, estuviste genial! —Laura se acercó corriendo hacia su capitana irradiando felicidad, como era de esperarse.

— Agh... Dame un momento. —murmuró la ojimiel, irguiendo su postura. Constató que podía apoyar el pie. Eso era buena señal.

Laura se percató de la expresión adolorida de su amiga. Su sonrisa se borró al instante.

— ¿Qué pasó?

— No es nada. Solo... Caí mal.

— ¿Puedes caminar? —se acercó a ella—. ¿Quieres que llame al profesor? —dijo al tiempo que pasó el brazo de la castaña sobre sus hombros y la aferró de la cintura para que pudiera sostenerse.

— Si, puedo pararme y no. No es necesario. No es un esguince. —intentó calmarla—. Solo fue un tirón.

— ¿Segura?

— Lau, si fuera un esguince estaría llorando del dolor. Créeme, estoy bien. Solo necesito sentarme un minuto.

La más alta la observó, no muy convencida con esa respuesta. Aun así, obedeció. La llevó hasta las gradas.

— Te guste o no, hablaré con el profesor. Al menos tiene que saber que no debe exigirte demasiado en el próximo entrenamiento. Tú preocúpate por descansar.

Anabeth rodó los ojos. Laura era demasiado sobreprotectora. Le recordaba a su padre.

— De acuerdo. Gracias. —cedió al fin, esperando que eso la tranquilizara.

La castaña vio partir a su amiga y volvió su vista hacia su tobillo. No estaba inflamado, así que esa era otra buena señal. Aun sentía una ligera molestia en la zona, pero nada con lo que no pudiera lidiar. Estimó que estaría completamente recuperada en un día o dos a lo mucho.

Cerró los ojos e hizo respiraciones pausadas, regulando su respiración. Después de todo, había jugado por más de una hora. Podía sentir su pulso acelerado, así como el calor en sus mejillas a causa del esfuerzo físico.

— Muy buen partido, Anne. —habló una voz a su lado.

Anabeth abrió los ojos de golpe, reconociendo la voz familiar. No supo decir si pasaron minutos o solo unos cuantos segundos. Volteó a ver al muchacho, aun sin poder salir de su asombro.

Unos ojos verdes esmeralda le devolvieron la mirada.

— ¿Dan? —sonrió un poco, recordando al joven de rizos—. Hola. ¿Qué haces aquí? Creí que habías empezado la universidad.

— Cierto. Pero me hice una escapada para ver a mi hermanita. Vine con mis padres, que están por allá. —explicó, señalando a una pareja de mediana edad a la distancia—. ¿Puedo?

Anabeth hizo un ademán con la mano, dejando que el chico tomara asiento junto a ella.

— Espera... —dijo ella, cayendo en cuenta de algo—. Me dijiste que antes estudiabas en el Wetherby. Supongo que tu hermana...

— Era tu rival. Sí. —sonrió un poco más—. Me sorprende que aún lo recuerdes. —dijo con genuina sorpresa.

— ¿Qué puedo decir? Me generaste una buena impresión. —se encogió de hombros, restándole importancia al asunto.

En realidad, ella era capaz de retener fragmentos de conversaciones durante años, así como también podía reconocer rostros de personas que había visto solo una vez. Pero Dan no tenía por qué saber eso.

— Y... —continuó, tensando la mandíbula en fingida incomodidad—. Espero que no me guardes rencor por el resultado del partido. 

— Olvídate de eso. —descartó la idea al instante—. Mi hermana es muy buena, la mejor de su equipo. Pero ustedes fueron mejores. Eso es todo. —se encogió de hombros—. Por cierto, esa última jugada que hiciste... Fue brillante.

— Gracias. —sonrió de lado—. Espero que tu hermana no te escuche. No quisiera que se enojara contigo por hablar con la competencia. —bromeó, haciéndolo reír. 

— Nah. —bajó la cabeza, sin borrar la sonrisa de su rostro—. Deja que se enoje. De todas formas, estamos peleados.

— ¿Por qué? —preguntó, en una mezcla de curiosidad y diversión.

— La desgraciada se comió todos los waffles en el desayuno. No me dejó ni uno. Así que estamos peleados. —explicó con simpleza, haciendo que la castaña apretara los labios, reprimiendo una sonrisa.

Anabeth inmediatamente recordó las peleas infantiles entre los hermanos Holmes.

"Supongo que todos los hermanos son iguales en ese aspecto."

— No sé por qué... Pero me imaginé que sería algo así. —volvió su vista al frente.

— Y puedo preguntar... —imitó su postura, fijando su mirada en el equipo ganador—. ¿Por qué no estás celebrando con tus compañeras? Eres su capitana después de todo.

— Necesitaba descansar. —mintió. Dan no necesitaba saber sobre su pequeña lesión. No quería que se preocupara por nimiedades. Tampoco deseaba romper la atmósfera tranquila que los envolvía—. En un minuto volveré con ellas.

— Entiendo. —el rubio volteó a ver a su familia, la cual ya estaba a punto de partir—. Bueno, debo irme. Felicidades, de nuevo.

— Gracias. Adiós, Dan. —sonrió genuinamente.

El joven universitario le guiñó un ojo y se alejó, en dirección a la salida donde su familia lo esperaba. Cuando la castaña se aseguró de que Dan estaba fuera del radar, decidió ponerse de pie. Como esperaba, la molestia en su tobillo persistió, pero al menos podía caminar.

Se dirigió hacia los probadores, donde recibió una calurosa bienvenida por parte de sus compañeras. Anabeth mantuvo su sonrisa en todo momento, ocultando su dolencia. Se duchó, cambió y salió del lugar lo más rápido posible, evitando recargar demasiado peso sobre su pierna izquierda.

Cruzó los pasillos del instituto, dirigiéndose a la salida. Al cruzar la puerta principal, observó con cansancio las escaleras de la entrada.

— Mierda. —murmuró por lo bajo.

Se aferró a la barandilla y comenzó a bajar. Un escalón a la vez.

— ¿Quieres que te ayude? —habló el pelirrojo a sus espaldas.

Anabeth se sobresaltó al oírlo.

— Ay, por Dios. ¿Podrías dejar de asustarme?

— Yo no hago tal cosa. —el genio elevó una ceja con extrañeza.

— Eres demasiado silencioso al caminar. Y siempre te apareces por la espalda.

— O tú eres demasiado distraída. —agregó con cierto deje de diversión en su rostro—. ¿Nos vamos?

— Lo siento. Hoy no puedo ir a tu casa. Tengo que reposar. —señalando su tobillo.

"Hoy no habrá partidos de ajedrez, me temo." Se dijo la ojimiel para sus adentros, decepcionada.

— ¿Qué te ocurrió? —Mycroft frunció el entrecejo, luciendo genuinamente preocupado.

— Un pequeño tirón. No es nada grave. Gajes del deporte. —dijo sin más, bajando otro escalón—. Y contestando a tu pregunta, no. No necesito que me ayudes. Puedo manejarlo.

Mycroft observó a su compañera con fingido desinterés. Se encogió de hombros y bajó hasta la acera, dejando a la castaña atrás.

Anabeth continuó avanzando un paso a la vez, sintiendo la mirada del pelirrojo sobre su hombro en momento. Se detuvo, agachó la cabeza e inhaló profundamente.

— Mejor toma una fotografía. Te durará más. —añadió con marcado sarcasmo.

Mycroft se hallaba parado al pie de la escalera. Se había recargado contra la barandilla y cruzado de brazos, mientras contemplaba el lento descenso de su amiga.

El pelirrojo entrecerró los ojos con diversión.

— Solo estoy esperando a que dejes tu orgullo de lado y aceptes mi ayuda.

— Mejor búscate una silla, porque esto va a tardar.

— Tengo toda la tarde a mi disposición.

El joven mantuvo su sonrisa socarrona mientras contemplaba a la castaña bajar los últimos peldaños.

— ¿Qué? ¿Jamás viste a una persona cojear? —gruñó cuando llegó al nivel del suelo.

Mycroft rodó los ojos ante la actitud infantil de su compañera. Aun así, decidió apiadarse de ella. Se acercó y le tendió el brazo para proporcionarle un punto de apoyo.

Anabeth hizo caso omiso al gesto y siguió de largo, caminando por cuenta propia en dirección a su casa. Tan solo pronunció un <<Nos vemos mañana>> al aire mientras se alejaba a paso lento pero decidido.

El pelirrojo bufó molesto.

"Chica testaruda."

Giró sobre sus talones y se dirigió al auto.

Anabeth siguió caminando. Agradeció que la tormenta hubiera terminado. El cielo aún seguía nublado y atentaba con volver a precipitarse de un momento a otro. La joven rezó porque la tempestad se aguantara otra media hora. Odiaría llegar empapada... de nuevo.

Apenas recorrió unos 50 metros, cuando el auto de los Holmes se apareció a su costado. Ella se detuvo en seco y el vehículo hizo lo mismo, estacionándose a su lado.

— Sube. —ordenó el pelirrojo abriendo la puerta trasera.

— Mycroft, en serio te agradezco, pero ya te dije que...

— Por una vez, Anabeth. Deja de ser testaruda y súbete. —le interrumpió usando un tono terminante. Al ver la reticencia de la chica, añadió— No lo volveré a repetir.

La joven suspiró con cansancio. Elevó ambas manos en señal de rendición.

— Si lo dices de esa manera tan amable, pues... —soltó en tono burlón, subiéndose al vehículo.

Mycroft retrocedió dejando el asiento libre y Anabeth se acomodó a su lado, cerrando la puerta tras de sí. Saludó a Larry mientras se colocó el cinturón. El hombre le devolvió el saludo antes de sumarse de nuevo al tráfico de Londres.

— De todas formas... —continuó hablando con tranquilidad—. Es curioso que me critiques por ser testaruda, considerando que tú eres el más testarudo de los dos.

— ¡Oye! —renegó el genio a su lado—. Te estoy haciendo un favor.

— Solo fue un tirón. No estoy inválida. —dijo con cansancio, recostando su cabeza en el respaldar del asiento.

— Anabeth, podrías haberte roto el tobillo y tu contestación hubiese sido exactamente la misma. —objetó, conociendo la tendencia de la joven por minimizar el nivel de daño de sus lesiones.

Ella sonrió de lado con picardía.

— Me conoces bien.

El genio rodó los ojos con aburrimiento, dirigiendo su vista al frente.

— No era para que lo tomaras como un halago. Solo una tonta testaruda decidiría caminar un kilómetro con una herida en su tobillo. —dijo en un tono plano. 

— Y solo un tonto testarudo ofrecería su ayuda dos veces para luego perseguir a una chica con su auto porque no es capaz de aceptar un "no" por respuesta.

Ambos jóvenes cruzan miradas desafiantes. Hielo vs miel, miel vs hielo. Sin poder evitarlo ambos rieron al unísono, desviando sus ojos hacia sus respectivas ventanillas. Se produjo un silencio cómodo en el auto.

"Supongo que los dos somos igual de testarudos." Pensó el pelirrojo para sus adentros.

Ninguno de los dos pronunció una palabra por el resto del viaje, el cual fue breve. En menos de tres minutos, el hogar de la joven se hizo visible a la distancia. Luego de unos segundos, Larry giró el volante, estacionándose frente a la propiedad.

— Gracias, Larry. Lamento que Mycroft te haya hecho traerme. —habló la joven, desabrochándose el cinturón.

Sabía que en realidad el pobre hombre solo estaba haciendo su trabajo, pero aun así ella sentía que debía disculparse. Larry asintió con cortesía.  

— No es como si me dejaras otra opción. —murmuró el genio, manteniendo la vista al frente como quien no quiere la cosa.

— Y eso fue muy gentil de tu parte. 

Anabeth se acercó para darle un rápido beso en su mejilla. Solo que Mycroft no vio venir el gesto. Había girado su cabeza con claras intenciones de objetar, cuando recibió el beso en la comisura de su labio, desplazando así cualquier argumento que se hubiera formado en su cabeza.

La joven se separó de él con la misma rapidez con la que se acercó. Mycroft pudo observar, por su expresión relajada, que ella no se había percatado de lo cerca que estuvieron sus labios de tocarse. Él no hizo ningún comentario al respecto.

— Gracias... Por tomarte la molestia de traerme.

El pelirrojo pudo ver sincera gratitud en el rostro de la ojimiel. Pero solo eso. Gratitud. Nada en su lenguaje corporal daba indicios de segundas intenciones o señales de nerviosismo.

Él, desconfiando de su capacidad oratoria, solo se abstuvo a asentir con la cabeza, manteniendo su expresión de acero en todo momento.

Antes de salir, Larry llamó la atención de la chica.

— Ah, señorita Smith, se me olvidaba...

— ¿Mmm?

Ambos jóvenes voltearon a ver al hombre tras el volante.

— La señora Holmes quiere invitarla a cenar este fin de semana. ¿Estará usted disponible?

Mycroft abrió la boca y luego la cerró, observando a su chofer en una mezcla de perplejidad e indignación. Sabía que su madre deseaba que trajera a Anabeth a cenar. Fue un pedido que él claramente no obedeció. Pero jamás predijo que la mujer tomaría el asunto en sus propias manos.

Pellizcó el puente de su nariz con frustración. En esos momentos deseó que se lo tragara la tierra.

— Emm... —Anabeth parpadeó un par de veces. La invitación la había tomado por sorpresa—. S-sí. Está bien. De todas formas, debíamos juntarnos para hacer el proyecto de historia. ¿Tú estás de acuerdo? —ahora dirigiéndose al pelirrojo.

El joven se encogió de hombros con resignación. Después de todo, ya no tenía voz ni voto en ese asunto.

— Como quieras. —soltó al fin, manteniendo una expresión indiferente.

— Sábado entonces. —acordó la castaña—. Salude a Margaret a de mi parte.

El hombre asintió, complacido de poder transmitirle el mensaje a su empleadora. 

— Hasta entonces. —se despidió la joven. Se apeó del vehículo y caminó hacia la casa, aun cojeando un poco en el proceso.

Cuando Larry vio que la muchacha ingresaba a su hogar, giró el volante y volvió a la carretera, alejándose de la propiedad.

— ¡¿Por qué le dijiste eso?! —estalló el joven, luego de cruzar la siguiente intersección.

— Fueron órdenes expresas de tu madre. —el chofer se encogió de hombros.

Mycroft soltó un gruñido mientras se refregaba el rostro con cansancio. El hombre lo miró por el espejo retrovisor, sintiéndose un poco mal por el chico.

— ¿No puedes hablar con ella y aclarar... ya sabes... cualquier mal entendido? —consultó con timidez.

— Larry, lo he intentado. Créeme que lo hice. Pero hablar con mi madre es el equivalente a hablar con una pared.

"No, no es lo mismo. La pared no me humillaría tanto." Se dijo el joven con amargura.

— Lo lamento, Mycroft. —se disculpó, genuinamente apenado.

El joven retiró las manos de su rostro y se cruzó de brazos, hundiéndose sobre su asiento.

— No es tu culpa. Solo seguiste órdenes. —habló con voz queda.

No mortificaría a Larry por cumplir con su trabajo. Desgraciadamente, en la escala de mando, su madre era la máxima autoridad.

— Si sirve de algo, tu amiga no pareció muy preocupada por la cena. —agregó, en un intento por consolar al muchacho.

Mycroft se encogió de hombros, desviando su mirada hacia la ventanilla.

— Cualquier compromiso que incluya comida está bien para ella. —sonrió a medias con eso.

Inevitablemente volvió a pensar en la ojimiel. Era cierto que Anabeth no se hacía muchos problemas por ese tipo de eventos. Después de todo, se llevaba bien con su familia. Mycroft no supo determinar si eso simplificaba o complicaba las cosas.

Por un lado, le brindaba mayor libertad. Podía ir a la casa de Anabeth en cualquier momento sin dar explicaciones y su madre luciría complacida con la idea. Pero a su vez, debía soportar estos actos humillantes, así como esas molestas sonrisas insinuantes que su madre no tenía ningún reparo en mostrar. 

"Todo por ese tonto lápiz labial." Se maldijo el joven recordando esa infame mañana de domingo. Si su madre antes había sido poco sutil, ahora se había vuelto tan obvia como un faro en la noche. Y las escasas, pero notorias muestras de afecto de la ojimiel no habían aportado en lo absoluto.

Sin poder evitarlo, su mente lo retrotrajo a unos instantes atrás. Al momento del beso.

"Eso estuvo cerca." Pensó el joven, de repente tomando conciencia del incidente. Su nerviosismo se acrecentó. "Peligrosamente cerca."

Por un breve instante se preguntó qué hubiera pasado si hubiese girado la cabeza unos centímetros de más, concretando la unión de sus labios. ¿Cómo hubiera reaccionado ella? ¿Cómo hubiera reaccionado él mismo ante ese pequeño desliz?

"Pero eso no ocurrió." Aseveró, desplazando el hipotético escenario de su mente. Se sentía avergonzado de tan siquiera imaginarlo. "Ni ocurrirá." Afirmó, aferrándose a ese pensamiento como un mantra.

El joven permaneció en silencio por el resto del viaje.

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