Tiempo y Existencia. Enterrad...

By DulceNada

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Savanna ni se imaginaba que salir a bailar una noche con su mejor amiga y socia, Mika, sería el fin de su vid... More

1. IMPREVISTOS
2. SUEÑO DE VERANO
3. ¿PRESENTIMIENTO, DUDA O CONFUSIÓN?
4. NADIE ESTA SOLO
5. CHARLA DE CHICAS
6. ENCUENTRO
7. SÍ...NO...TAL VEZ
8. PRIMERAS IMPRESIONES
9. CUESTIONES DE OPINION
10. INESPERADO
11. VISITANTES NOCTURNOS
12. SONRIE Y MIENTE...OTRA VEZ
13. EL DIABLO BAILA A NUESTRO ALREDEDOR
14. PASADO, PRESENTE Y FUTURO
15. DOBLE CITA
16. EL CRIMEN DE UN NIÑO
17. VERDADES
18. ELECCIONES
19. PREPARATIVOS
20. MASCARADA
21. DESEOS PECAMINOSOS
22. SOMBRAS DE LO INCORRECTO
23. ENREDADERA DE ESPINAS
24. A VECES REALMENTE TERRIBLES COSAS SUCEDEN A REALMENTE INCREIBLES PERSONAS
25. SORPRESAS, SORPRESAS
26. ESCAPADA
27. DOS SON COMPAÑÍA, TRES MULTITUD
28. ALQUIMIA DE EMOCIONES
29. EN COMPAÑÍA PELIGROSA
30. VISITAS DE ÚLTIMO MOMENTO
31. DOS GOTAS DE AGUA
32. CAMINO DE NO RETORNO
33. CONFLICTOS Y DILEMAS
34. IDEAS Y SENTIMIENTOS
35. ¿NUDOS O PALPITACIONES?
36. CERCA
37. CARENCIA CONTRA DESEO
38. LANA
39. CAMINOS CRUZADOS
40. LA PRUEBA DE FUEGO
41. AHORA Y SIEMPRE
42. CAFÉ CON SAL
43. AVIONES DE PAPEL
44. TERCERO INVISIBLE
45. VERDAD O PESADILLAS
46. REGRESO
47. MOSAICO DE CORAZONES ROTOS
48. REALIDADES
49. CADENA DE EVENTOS
50. ARBOL GENEALOGICO
51. HASTA EL FINAL
52. PUNTO CIEGO
54. ECLIPSE

53. ALTA TRAICION

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By DulceNada

La cabeza me daba vueltas. Mi lengua estaba pegada a mi seco paladar como un desierto. Abrí los ojos y parpadeé despejando la neblina. Me moví y me sentí restringida. Miré a mi alrededor, y estaba amordazada a una silla de lujo. Mis muñecas estaban sujetas con apretadas bridas al posabrazos caoba lustroso, cortando mi piel.

Una suave música resonaba en el fondo. Me era familiar, pero no podía poner mi mente en ello. Forcejeé con las tiras y cortaron aún más profundo mi piel. Mechones marrones golpearon mi rostro, y me quedé quieta.

¿Qué...Qué era?

Mi cabello estaba corto sobre mis hombros y no era mi color. Lo habían tinturado en castaño oscuro. Alcé la mirada alrededor pasmada, buscando al responsable.

El salón era un lujo increíble. Las paredes empapeladas en bordo con detalles en dorado, un sillón de la época de Luis XV en el mismo tono que las paredes.

De pronto, la puerta frente a mí se abrió. Un hombre delgado y muy alto, entró. Sus finos labios estaban estirados en una sonrisa cariñosa pero incluso tan drogada como estaba, podía ver a través de su fachada de confianza como un jarrón de cristal. Sus ojos verdes azulados miraban a mí como un tiburón a su presa.

-Bueno, bueno...estamos despertando. Pensamos que dormirías toda la mañana.-canturreó acercándose. Su voz era clara y limpia como de un locutor. Vestía un saco pesado marrón y una polera azul oscuro al igual que el pañuelo decorativo en su bolsillo del pecho. Sus pantalones de cachemir y ese peinado pulcro no podían ocultar su enferma y perversa alma.- No sabes lo emocionados que están todos aquí de verte. ¿No me reconoces?- preguntó inclinándose ligeramente, mirándome con curiosidad. Al ver que no obtenía respuesta, sus labios se arrugaron apenados.- Oh, es tan triste. No te culpo. Fue tu mamá, lo sé. Todo es su culpa, si tan sólo hubiese aceptado el destino que teníamos. El destino que estaba escrito para ti. Nada de esto hubiese ocurrido. No tenía porqué actuar tan descabelladamente. Sólo tenía que aceptar lo inevitable. Qué puedo decir, se lo buscó. No era necesario poner las cosas tan difíciles, y mira...igual te tenemos.-dijo con un regocijo que me dio ganas de partirle la silla en la cabeza. Torciendo ligeramente su rostro afilado y puntiagudo, continuó. -Ahora, dime. ¿Sabes quién soy? -

Desde luego, era lo que repudiaba, era el veneno de este mundo.

-Por supuesto...-su rostro se iluminó en una sonrisa triunfal.- Eres el imbécil que quiere jugar con el mundo.-

Mis palabras amargaron su sonrisa destellante, y su mirada se tornó dura y fría.

-Discúlpate.-exigió.

-Disculpa si te ofendí cuando te llamé imbécil, pensé que ya lo sabías.-su rostro se ensombreció, y me sentí orgullosa de verlo enfurecerse.

Se incorporó exhalando decepcionado. -Esto es culpa de tu madre.-

-Gracias...es una de las tantas cosas buenas que saqué de ella, como la fuerza para dejar atrás a un desgraciado infeliz.- su mandíbula se apretó, y sabía que había tocado otra vena sensible.

No lo vi venir, fue tan rápido. Levantó su brazo, y en menos de un segundo, impactó su mano en mi mejilla con tal fuerza que mis dientes castañearon.- ¡Ayy!- grité.

Mi cabeza se giró bruscamente hacia la derecha por el golpe. Mi corto cabello adulterado cubrió mi rostro. Sentí mi mejilla hincharse y latir. Sabor metálico cubrió mi lengua. Me sujetó del mentón alzando mi rostro, forzándolo a que mirara sus ojos vacíos.

-Más vale que aprendas algunos modales ya que estás aquí. - sus dedos se apretaron dolorosamente, y me soltó de golpe.-Aunque no será de mucha utilidad dado que no llegarás a la mañana siguiente...como tampoco tu amiguito.-

-¿Dónde está? ¿Está vivo? ¡Respóndeme, maldita sea!-eso me ganó otra bofetada. Mis manos se cerraron con fuerza en los posabrazos clavando mis uñas. Apretando los dientes, le miré con llamas en los ojos.

-No, no. No hay porqué ser así. No te preocupes, todo terminará, cumplirás tu objetivo, y todo el dolor y amargura de todos estos años llegará a su fin. Es tu destino.-

-Estás totalmente demente.- una delgada y diminuta sonrisa curvaba sus labios diciendo que no le importaba.- Sabes, mamá no te dejó porque descubrió lo que planeabas hacer. Te dejó porque descubrió lo tan falso y vacío que estás, y no quería pudrirse por dentro como tú. Ella sabía que tú nunca le podrías dar lo que nunca has recibido.- sus labios apretados en una delgada línea tensa se abrieron en una sonrisa burlona, y extendió sus brazos señalando a su alrededor.

-¿El qué? Lo tengo todo.-

-No, no lo tienes. Nunca tuviste a mamá porque jamás has podido ser capaz de sentir algo por alguien. Estás hueco por dentro como una muñeca de porcelana, y lo peor es que tú mismo lo sabes, eres tan consciente de ello que debes taparlo con riquezas y poder, mansiones y posesiones, pero eso es lo que nos diferencia. Crees que puedes manipular y manejar a la gente con dinero y moviendo hilos, pero no es así. Porque al final cuando todo se vaya para el drenaje, estarás solo y ninguno de tus amigos de plástico estará para consolarte.-

La máscara burlona de su rostro se transformó en una mirada llena de fría furia. El silencio se hizo de nuevo. Los latidos de mi corazón golpeaban fuertemente mi pecho resonando en mis oídos. Un segundo después, retomó esa postura calmada y sosegada.

-Espero que te sientas mejor diciendo tonterías, porque tu hora ya está aquí.-dijo, y se giró hacia la puerta. La abrió, pero antes de irse me miró sobre su hombro con una sonrisa petulante. -Bienvenida a casa, niña.- y atravesó la puerta.

Lágrimas cayeron por mis mejillas. Aún no sabía qué le había pasado a Sebastian. Tenía que lograr romper estas cintas. Mi mirada se posó en mi mano izquierda. La sangre seca de Sebastian la cubría. Finalmente pude identificar la melodía en el cuarto. Era la canción favorita de mamá. "Cuando calienta el sol". Era tan enfermizo.

Retorcí mis muñecas bajo la dura cinta blanca y sangre marcó mi piel. Unos minutos más tarde la puerta volvió abrirse, y una mujer entró.

Llevaba un vestido bata kimono azulado, anudado en la cintura. Las amplias mangas de murciélago tocaban sus codos mostrando piel dorada de su delgado antebrazo con una pulsera, que podía atreverme a suponer de diamantes, alrededor de su muñeca. Su cabello rubio oxigenado estaba en un recogido alto. Sus largas piernas se mostraban a través los picos a cada lado del vestido. Su aire sofisticado y elegante no podía ocultar su cruel naturaleza.

Su rostro estaba blanco, sin emoción, como si estuviera aburrida de la vida, pero en sus ojos podía ver que guardaba una profunda maldad.

Caminó hacia mí, y me paralicé. Alzó su mano delgada, y con un pequeño abrecartas de bronce con diminutas piedras incrustadas en azul, deslizándolo debajo de las cintas, me liberó.

-Vamos.- su voz calma como su andar, me ponía los pelos de punta. Se detuvo en la puerta y al ver que no me movía me miró sobre su hombro: -¿No quieres ver a tus amigos?-

El corazón saltó de mi pecho. Me puse de pie de inmediato, y mis piernas flaquearon. Trastabillé, pero logré mantenerme de pie. Con las piernas atrofiadas me arrastré detrás de ella, que había comenzado a abrir paso el camino.

El corredor era tan largo como el estómago de una ballena y lujoso como se podía esperar. Mis zapatos resonaban en el mármol negro del suelo. Las paredes estaban cubiertas de más empapelado bordo. Enormes retratos de sujetos en poses magistrales colgaban de las paredes. Nos detuvimos frente a otra puerta, y la abrió.

Se hizo a un lado para que yo entrara.

Caminé dentro, y miré alrededor buscando a Sebastian, pero el gigante dormitorio estaba vacío. Sólo había una cama del mismo estilo de Luis XV en dorado y con recovecos cubierto con una manta rosa pálido, sobre la que dormía un largo vestido blanco perla de gala. Junto a una ventana había una mesita tocador de caoba rubia con un montón de productos de maquillaje.

-Cámbiate.- dijo, y me giré. Desde la puerta agregó:- Si quieres ver a tus amigos, no harás nada raro. Tres minutos.- fueron sus últimas palabras sin vida antes de que cerrara la puerta enorme de madera robusta con tallados.

Mis ojos se deslizaron alrededor de la habitación buscando una ruta de escape, pero sólo estaba la ventana.

En una rápida zancada me acerqué, y abrí las alas. El cielo se había tornado oscuro, la tormenta parecía que había apaciguado por unos momentos. Sólo caía una débil lluvia, helando el aire. Vapor blanco salía de mi boca de lo frío que estaba. Miré a abajo, y el vértigo me golpeó, angostando mi visión. Estábamos en el cuarto piso y la lisa pared de ladrillos grises estaba resbaladiza con la lluvia. No había modo de escapar por ella.

Me volví impotente, y mi mirada se posó en la mesa con todos los instrumentos y productos para embellecer. Mi mentó actuó rápido. Tomé la puntiaguda lima de unos quince centímetros. Sería una buena arma, pero ¿dónde la ocultaría?

En mi cuerpo no era posible, de seguro me revisarían, y se me encendió la luz.

Apoyé la mitad del cuerpo de la lima en el borde de la mesa, y con un rápido golpe, quebré la mitad sobresaliente en el aire. Cayó al suelo, y me sonreí.

El resorte del picaporte abriéndose rechinó, y me apresuré. Metí el trozo de lima en mi boca, y recé por no tragarla. Pateé el resto en el suelo, contra la pared en el segundo que abría la puerta.

Sus gélidos ojos índigo se posaron en mí, y se entrecerraron ligeramente al ver que no estaba vestida. Su mirada se deslizó detrás de mí a la ventana abierta, y tranquilamente se acercó.

Contuve la respiración.

Cuando se detuvo a centímetros de mí, una diminuta casi invisible inclinación elevó la comisura de su labio izquierdo en una sonrisa, y sus esqueléticos dedos se cerraron alrededor de mi antebrazo, clavando sus rojas uñas en mi carne como patas de arañas.

Un segundo después, sentí un dolor punzante en mi brazo y sangre caliente salió a borbotones. Retorció el abrecartas que había utilizado antes, en medio de mi brazo generando que más sangre saliera. Apreté mis labios evitando que la lima saliera de mi boca. No podía respirar, el dolor era demasiado intenso.

En otro movimiento veloz deslizó la larga cuchilla fuera de mi carne y sangre saltó ensuciando su vestido pero no pareció importarle. Cubrí la herida, pero la sangre continuaba borboteando, filtrándose por mis dedos, bajando por mi brazo derramándose sobre el suelo.

-Ahora, cámbiate.-dijo mientras yo resoplaba por aire.

Me sujetó nuevamente del brazo y alzó el abrecartas amenazante al ver que no me movía.- Está bien, está bien.-exclamé, y bajó el brazo pero no se movió del lugar.

Me arrastré hacia la cama, y bajo su mirada me descambié.

El vestido perlado se ensució de mis huellas de sangre. Con un terrible dolor logré ponérmelo. Mis brazos quedaron al descubierto luciendo la herida. La tela se ceñía a mi cuerpo cayendo en una falda fluida por mis piernas, abriéndose en un tajo desde mis rodillas. El escote de tortuga mantenía el medallón oculto bajo la tela de raso.

Era escalofriante lo preciso que era el talle. Pasé mi pies dentro de unos tacones de cristal trasparente, y me puse de pie. La sangre continuaba cayendo por mi brazo. Necesitaba hacer un torniquete o me vaciaría en segundos.

Me sujetó con fuerza del brazo herido, y casi me trago el trozo de metal en mi boca al gemir de dolor. Me arrastró a la silla frente a la mesita tocador, y comenzó a maquillarme.

No comprendía por qué hacían esto, si iba a morir. Si no les valía nada.

Una vez terminó con mi rostro, volvimos al corredor. Mi visión había comenzado a perder contornos mientras la seguía. Me apoyé en la pared sintiendo perder fuerzas. Cada respiro era una batalla. Mis pulmones parecían cargados de arena mojada. El aliento se desvanecía más de lo que recuperaba. Doblamos en la esquina al final del largo corredor, y nos detuvimos de nuevo. Golpeó suavemente con sus nudillos la puerta, y la voz masculina contestó: -Pase.-

Entramos, y ella dijo: -Terminamos.-

Frankfruzzel se encontraba sentado detrás de un escritorio de mármol oscuro refinado. Levantó la vista de su libro y sus ojos se posaron en mi brazo herido. Suspiró.

-¿No pudiste contenerte?-le dijo con calma.

-No obedeció.-contestó con voz susurrante y monótona a mi lado.

-Muy bien, puedes retirarte.-la despidió. Se volvió en sus tacones de alto diseñador, y salió del cuarto. Se levantó del sillón y caminando a mí con una sonrisa, dijo:- Estás hermosa, Lana.-

-He hecho lo que me pidieron...-

-A medias, sí.-

-Quiero verlos. ¿Dónde están? ¿Dónde está Sebastian? ¿Dónde está Sisi?- balanceó su dedo índice en el aire en negativa.

-Primero es lo primero. Sí, están todos aquí, tus amigos, pero...-

-¿Pero...qué?-

Apretó los labios inconforme como si estuviera lidiando con un niño pequeño, y con calma continuó: -Te llevaré a ellos, pero debes darme algo a cambio.- le miré confundida. ¿Qué más podía darle si ya me tenía aquí? - El collar. ¿Dónde está?-

Me quedé mirando a sus ojos expectantes y ansiosos. Hice todos mis esfuerzos para que la sonrisa no se dibujara.

-No lo sé.-

-No te creo.-contestó. Su mirada se achicó, estudiándome.

-Te lo juro, no lo sé.- dije manteniendo mi cara de póker. Esto era una buena señal. Significaba que el repuesto no era igual de fuerte que el original, y estábamos en ventaja.

Sus ojos era clínicos y calculadores, intentado ver a través de la manta de mi mentira.

-Sabes, a diferencia de tu mamá, bueno, tu madre adoptiva, no sabes mentir. Eso lo debes haber sacado de tu padre, era demasiado honesto para su bien.-dijo, y lágrimas de rabia se amontonaron en mis ojos.

-No tengo idea dónde puede estar. Quiero verlos...¡Ahora!-dije con fiereza.

Hizo una mueca pensativa.

-No lo sé...no pareces muy interesada en su bienestar. Después de todo me estás mintiendo.-

-No lo estoy, te estoy diciendo la verdad. - pero su mirada me decía que no creía mi acto.-Por favor, si me llevas con ellos, si los dejas libres, haré todo lo que me pidas.-

-Por supuesto que lo harás, no tienes más opción. Nos lo debes.- el enojo brotó de nuevo como lava en mi pecho, pero lo mantuve abajo. Masticando las palabras, dije:

-Sí, sí, lo haré, por supuesto. No me opondré en nada, no escucharás ni una queja de mí, haré todo lo que me pidan, pero déjame verlos, por favor.- odié mostrarme de esta manera delante de él.

Me escrutó un largo segundo con esos ojos fríos y huecos antes de decir: -Muy bien, vamos.- caminó hacia la puerta, pero antes de salir se giró encontrando mi mirada.-Pero si no cumples tu palabra, dalos por muertos.- asentí, pero su mirada dura y sombría no se movió.

- Sí.- dije, y complacido, salimos.

Mientras caminaba detrás de él, habló:- Me disculpo en nombre de Maya, es un poco...impaciente, pero te curaremos enseguida.-

-Quiero verlos primero.-fue mi respuesta, y volteando su rostro sobre su hombro me dio una mirada represiva.

-¿Acaso no dijiste que no ibas a replicar nada?-

-Sí, perdón.-dije tragándome el orgullo. Caminamos hasta el final del corredor, y abrió otra puerta igual a las otras.

Era otro dormitorio. Un hombre de mediana edad estaba sentado en un sillón leyendo un gran tomo antiguo, un Vademécum(1). Alzó la mirada a nosotros, y dijo:

-Canciller Frankfruzzel, ¿en qué puedo ayudarle?- su rostro redondo apuntó a mí y sonrió. -¿Es ella su hija?-

-Sí, así es. Mi niña.-su respuesta feliz me hizo apretar tan fuerte los dientes que casi se quiebran.

-Después de tanto tiempo, es un enorme placer conocerle al fin.-dijo poniéndose de pie acercándose. Al ver mi mano en mi brazo herido y enchastrado con sangre, dijo: -¿Qué ha sucedido?-

-Maya.-

Se movió por el cuarto hacia un maletín negro de médico sobre su escritorio, y lo abrió. Iba igual de bien vestido que Frankfruzzel. Chaqueta de vestir abotonada, pantalones de gala, su cabello oscuro bien arreglado.

De espaldas a nosotros, dijo: - Esa chica...-sacudió levemente su cabeza.- Le he dicho que su temperamento no le hará conseguir ninguna pareja.- se giró a medias haciéndome señal para que me sentara en la cama.- Ven, te curaré.- Frankfruzzel me dio una mirada dura para que obedeciera, y me acerqué despacio al sujeto. Me senté sobre la manta marrón satinada, y tomó asiento a mi lado. Despegué mis dedos de la herida con un horrible sonido de pegote, y la examinó. -No es gran cosa. Atravesó de lado, sin tocar el hueso.-

Dio unos toques con un algodón con un líquido marrón rojizo que me hizo arder, y luego tomó una larga aguja con un grueso hilo de una bandeja de metal de sus piernas. Posando sus ojos lodo en mí, dijo:- Te va a doler. Toma, muérdelo.-me dio una tira de veinte centímetros de un duro y grueso material similar al cuero. Abrí la boca, y lo mordí. Cuando la aguja penetró mi piel, lo apreté con tal fuerza el cuero que mi mandíbula se quejó.

El hilo se movía a través de mi carne como si estuviera sacándome las venas. La sangre continuaba saliendo sin cesar. Mi nariz resoplaba sin poder tomar suficiente del aire. Era extremadamente doloroso. Hizo siete puntos y la sangre dejó de salir. La cabeza me daba vueltas, y no podía ver bien del dolor. -Listo, ha sido rápido.-podía oír la sonrisa en su voz, y sacó el cuero de mi boca.

-Esa es mi niña.-dijo Frankfruzzel orgulloso. Le di una mirada mortal mientras el hombre pegaba una venda en mi brazo. Su rostro brillaba como un padre en la graduación de su hijo.

-Terminamos, Canciller.-dijo el doctor levantándose.

-Muy bien, gracias.- contestó, y me hizo seña con su mano para que me levantara.- Hasta más tarde.-

Una vez fuera, en silencio le seguí como una zombi, débil y sin fuerzas. Nos volvimos a detener frente a una puerta, y la abrió. Entramos, y mis ojos se abrieron enormes.

Sebastian.

Estaba sentado en una silla, amordazado con las mismas cintas blancas igual que yo. Su rostro estaba completamente magullado. Su ojo izquierdo estaba cerrado de lo tan hinchado y morado se encontraba. Su labio estaba roto. Sangre caía por su mentón a su cuello, humedeciendo la remera de bordo. Un trapo cubría su boca. Me llevé una mano a la boca sofocando el grito. Mi mirada se posó en la persona sentada en otra silla a su lado.

Sisi. Su pálido y frágil rostro tenía un corte profundo sobre su ceja izquierda con sangre seca cayendo, y estaba sobre su lado derecho, inconsciente, también amordazada.

-No es para tanto, están bien.-dijo Frankfruzzel.

Pero lo que no sabía era que mi mano en mi boca estaba haciendo algo más que cubrir mi horror. Mientras él estaba de espaldas a mí, moví con mi lengua la lima a mis dedos y la escondí entre mis dedo índice y medio.

El ojo bueno de Sebastian me encontró y comenzó a forcejear con las cintas. Me lancé a él.

-Detente.-me ordenó su voz dura pero sosegada. Amagué, pero me detuve. Sebastian me observó con atención.

Sin dejar de mirar a Sebastian, supliqué: -Por favor.-

Después de una pausa, contestó:-Veinte segundos.-

Me arrojé, y mis rodillas golpearon el duro suelo jalando del vestido. Lo abracé fuertemente contra mi pecho con mi brazo derecho mientras con mi mano izquierda apretaba la de Sisi. Su rostro se frotó contra mi mejilla acariciando con su nariz mi cuello. Con mi mano detrás del respaldo de la silla deslicé el trozo de lima en sus dedos. Lo tomó, y susurré. -No lo saben.-

Me aparté encontrando su mirada. Me miró confundido tratando de comprender.

-Bien, bien, suficiente.-dijo Frankfruzzel.

Bajé la mirada a mi medallón debajo de mi vestido. Su ojo subió de nuevo trabándose en los míos, y su mirada se entornó entendiendo. -Te amo.- susurré.

-¿O, prefieres que...?- Frankfruzzel volvió a hablar, e inmediatamente me levanté, ganándome un terrible dolor en mis rodillas.

Retrocedí hasta su lado, y podía ver el ojo de Sebastian observar con detenimiento cada movimiento, tratando de comprender la situación.

-Grandioso, hemos terminado aquí. Continuemos con lo importante.-dijo, y se giró hacia la puerta. Con una última mirada a Sebastian, que se había quedado quieto observándonos alejarnos, me volteé y me hizo salir primero.

Desde el corredor miré a la inconsciente Sisi y el rostro preocupado de Sebastian, desaparecer detrás de la puerta.

-Muy bien, he cumplido, ahora te toca a ti. ¿Cuándo los dejarás ir?-dije mientras bajábamos las escaleras. Al no responder, continúe. -Dijiste que los liberarías.-

-Lo haré. Cuando todo se termine.-

-No. Ahora.-espeté con fuerza. Se detuvo en el rellano del siguiente piso y me dio una mirada severa. Bajando la mirada en voz baja, dije: -Por favor.- clavé mis uñas aún más fuerte en mis manos.

-¿Recuerdo mal, o dijiste que te comportarías?-su tono burlón me fastidió, pero me lo tragué.

-Lo haré, lo haré, pero, por favor...-

Reanudando el camino a la siguiente escalinata, dijo: -¿Qué diferencia hace antes o después? Los puedo encontrar y matar en cualquier momento. Pero si te portas como debes, tal vez los dejé ir antes de que empiece todo. ¿Ves que no soy tan malo?- me mordí la lengua tan fuerte que reventó en sangre.

Caminamos por otro pasillo. No tenía idea de cuántos pisos tenía esta mansión, ni en dónde me encontraba. Cada camino que tomábamos nos enredábamos en más corredores largos y fríos. Los gigantescos ventanales estaban cerrados y la fuerte ventisca golpeaba los cristales intentando entrar.

-Entonces, ¿vas en serio con él?- su voz volvió mi atención a él. Me miró sobre el hombro y soltó una carcajada. -¿Qué? Soy tu padre, quiero saber con quién se relaciona mi hija.-

-No.- puede que este obligada a responderle, pero no a ser honesta.

-¿y, tú has...dormido con él?- preguntó, y lo miré estupefacta y asqueada. No pensaba responder a esa pregunta aunque me abriera las venas y le echara sal dentro. Volvió a soltar otra jocosa carcajada.- Está bien, está bien. Respeto eso.-

Sí, lo único.

-¿Por qué me has hecho esto?-pregunté con un insano sentido morboso de la curiosidad, pero debía saber.

-No entiendo, mi pequeña.-respondió mientras nos movíamos por este laberinto de corredores, haciéndome desear haber dejado migajas de pan.

-Esto, la ropa, el maquillaje, ¿para qué me has arreglado si ya sabemos lo que va a pasar? Me vas a matar.-

-Oh, no, cariño, no te vamos a matar.- hizo una pausa, y se volvió mirándome solemnemente.- Te vas a entregar. Vas a pagar tu deuda. La deuda que tienes con nosotros.-

-¿Pero, por qué yo?-

-Porque tú, mi niña, lo llevas en ti.-

-¿Mi sangre? ¿Es por mi linaje familiar?-

Me dio una sonrisa dulce que me dio escalofríos.

-Veo que has estado haciendo algo de investigación. ¿Me pregunto quién te habrá ayudado? ¿Darla? Bueno, no importa, pero sí y no.-dijo retomando de nuevo el camino.- Llevas en tu sangre mucha pureza, bondad, coraje y eso, como todos nosotros, se lo puedes agradecer a tus bisabuelos. Leonora era la tátaraabuela de tu padre, era una noble y...mágica enfermera, sí...- se rió. - no era nada de bruja, sólo...tenía una buena forma de tratar a la gente, los calmaba en su lecho de muerte. Sabía qué decirles, cómo calmar sus penas y dolores. Todos la amaban. Y tu tátaraabuelo de parte de tu madre, era un condecorado soltado, salvó vidas, rescató a sus compañeros de batallas perdidas y fue premiado con medallas de honor. Ellos tuvieron sus descendientes. Tu mamá y tu papá, y ellos a ti y tu hermano. Lo que no sabíamos era que lo que necesitábamos se encontraba en su sangre.-su carcajada resonó entre estas paredes produciendo eco. -De saberlo, no hubiera sido necesario recurrir a tan drásticas medidas.-

Era hilarante cómo le gustaba distorsionar la verdad para que coincidiera con su retorcida mente.

-¿Drásticas medidas?- salté iracunda, y se volteó al darse cuenta que no le seguía, mirándome con rostro apacible. -Los asesinaste, los asesinaste a todos. Conmigo fallaste, pero aquí estás de vuelta haciéndolo.-

-Era sólo daño colateral y, además, tú estás bien. Has tenido una larga vida. Más que el resto de tu familia, es más de lo que se merecen.-

-¿"De lo que se merecen"? ¡No tenías ningún derecho a hacer eso, a sacarles sus vidas!-

-Por supuesto que sí, era mi deber. Alguien debía hacer algo. Eran necesarias estas medidas, pero tu padre no quería. Era débil. Demasiado bueno, bondadoso, no quería ver la realidad cómo era. Creía que sus buenas intenciones cambiarían el mundo, y todos iban alabándole a su pasar. No era suficiente. Era un ignorante. Un simple cobarde que no se atrevía a hacer lo que debía. Él no lo hizo. Yo sí.-

Su delirio de grandeza le cegaba haciendo correr helada la sangre por sus venas, sin una pizca de remordimiento, y lo que es peor, guardaba rencor a una persona muerta.

-¿Y toda esa sangre derramada, crees que lo vale? ¿Crees que vale tener marcado tu asiento en el infierno?- espeté con dureza.

-Tan mortalmente acertada. Pero no te preocupes por mí, porque jamás moriré. Ahora preocúpate por ti, estate atenta a las doceavas campanadas, serán tu señal.-dijo sonriéndose, y se volvió retomando su caminar. No sé cómo me contuve de lanzarme encima de él y arrancarle la cabeza.

-¿No tienes conciencia? ¿No temes vivir de este modo?-dije después de un momento. - Si vives de esta manera...son sólo espejos. Vives entre sombras. -sin voltearse soltó otra carcajada jocosa. Suspiré. -¿Por qué cortarme el pelo y teñirlo?-

Esta vez se detuvo, y se volvió mirándome con esos ojos dulce. -Porque no eras tú. Oh, pobre niña, ¿no te recuerdas a ti misma? Esos rizos despeinados oscuros siempre sobre tu pequeño rostro.-

-¿Yo? ¿Quién soy?-

-La hija de mi mejor amigo. A quien rescaté. Es una pena que no puedas recordarte a ti misma.- dijo apenado, y reanudó su andar doblando en la esquina. Ya me sentía mareada y nauseabunda de tantas vueltas y de hablar con él.

-A quien eliminaste como una mosca y ahora vas a terminar el trabajo.-dije indignada y rabiosa haciéndole detener. Volvió a girarse mirándome con angustia.

-No, no, no. Lo has entendido todo mal. Han estado jugando con tu pequeña cabeza.-llenó de aire sus pulmones y continuó.- Él no estaba preparado para asumir la responsabilidad, hacer lo necesario, y no quería renunciar. Tuvimos que hacerlo, era la única manera. Él dio su aporte de otra forma, como tú lo harás. Todos contribuimos para un bien mayor.-dijo sonando a publicidad lava cerebros.

Era una persona siniestra y morbosa, pero con un muy obvio complejo de inferioridad. No había manera de que admitiera su avaricia y soberbia en todo esto. Él era consciente de lo que había hecho, pero jamás era su culpa. Siempre era a causa de otros que tuviera que tomar esas decisiones, no se hacía cargo, era un completo cobarde.

-Traicionar por la espalda es algo muy tuyo. Rastrero y deshonesto. Si querías pasarle por encima a tu competencia lo hubieras hecho de frente como un hombre, y no como un cobarde.- escupí, y una vez más me ganó una cachetada. Podía sentía la marca de su mano en mi cara. Sangre bajó por la esquina de mi boca, y me la lamí sonriéndome. Su rostro estaba arrugado en enfado.- Simplemente no podías contra ellos. Eran mejores que tú...Por eso mamá huyo de ti. Eres demasiado cobarde y débil para hacer las cosas cómo corresponde. Sólo sabes robar el oro de las manos de otros.- la vena en forma de relámpago, partió su frente.

-Tu madre...-masticó las palabras con mucha furia y sus labios temblaron en el inicio de una mueca de sonrisa desquiciada.- era una desgraciada. No podías confiar en ella. Ella...-acentuó con fuerza.- era la débil. ¿Cómo puedes confiar en alguien tan emocionalmente inestable como para apuntar un revolver en su sien sólo por una discusión?-

Meneé la cabeza en negativa. No había manera de que esas sarnosas palabras que salieron de su mañosa boca fueran ciertas. No podía ni intentar a empezar a engañarme. Toda palabra que salía de él era una sarta de mentiras.

-Si eso sucedió es porque la volviste loca, pero viví con ella, la conocí, no era la demente.-su mirada dura se paralizó en la mía.

Despacio su expresión gélida se rompió, y una débil pero dulce sonrisa curvó sus labios.

-Como siempre, obstinada como tu madre. Si tan sólo la hubieras conocido, lo sabrías.-eso fue como si me abofeteara de nuevo.

-¿Dónde está Aston?-pregunté de repente.

-¿Aston? Aston no existe.- se detuvo frente a dos portones enormes escoltados por dos de sus secuaces, uno de ellos era el gorila con el labio partido. Me quedé a mitad del corredor. ¿Por eso Aston no estaba con Sebastian y Sisi? ¿Porque lo había matado? Me miró sonriente, y dijo:-Vamos, quiero presentarte a unos amigos.-

Abrió ambas puertas entrando como un ganador, y le seguí detrás.

Había al menos unas cincuenta personas, todos con sus extravagantes vestidos y trajes de gala, joyas de la realeza, pelos engomados, bigotes encerados, sonrisas hipócritas y palabras vacías.

Parecía que el decorador de cenicienta había vomitado aquí. Borlas en las paredes, cortinas de lino dorado cobrizo con entramado bordado en marrón con el escudo de la flor de lis, una araña colgante de cristales que podía estar segura que eran de Swarovski. El lago de los cisnes tocaba de fondo por una banda, trayendo a la vida el vals. Las luces brillaban en el mármol lustroso rubio, formando un sol radiante y dorado. Ese diseño me era familiar, tenía la sensación de haberlo visto antes.

Colocándose en medio del salón y trayendo la atención de todos con un aplauso, dijo:

-Amigos, leales compañeros de esta dura espera, me alegra informarles que ha terminado. Hoy tengo el honor y la alegría de presentarles a mi amada y tan distanciada hija. Denle una cálida y alegre bienvenida a nuestra Lana Frankfruzzel, quien ha regresado a casa. Nunca más nos dejará, y nos iluminará al Hades que nos merecemos.- todos lo recibieron con una ovación de aplausos y risas, lanzando elogio y alabanzas sin cesar. -Hoy...- habló de nuevo y todos se callaron.- Hoy todo se termina. Ella ha decidido honrarnos con su sacrificio, ella se entregará a cambio de un próspero futuro para todos.- todos los rostros se posaron en mí.

La música volvió a tocar, y haciéndome señas con su mano para que me acercara, dijo:- Ven, quiero presentarte a la familia.-

Todos murmuraban mientras caminaba. Me sentía literalmente como dijo Sergio, dentro del avispero. Sus ojos afilados en mí, hablando bajo, examinándome como un espécimen.

Nos acercamos a una pareja. El sujeto debía tener unos treinta y tantos, corpulento, alto, una copia de Frankfruzzel. Cabello oscuro corto, estilo hombre de negocios británico. Rostro redondeado terminando en ese mentón puntiagudo herencia de su progenitor. Sin embargo, esos ojos castaños los reconocí. Eran de mamá.

Vestía smoking negro y su rostro blanco me miraba con la misma aburrida expresión como la torturadora de estilete. Junto a él se encontraba una pequeña mujer contrastando con su extrema altura. La cima de su cabeza le llegaba a la mitad del pecho de él. Su cabello rizado grueso y oscuro, su rostro ovalado y rechoncho, esa nariz regordeta y labio ahora rojos vulgar, la reconocí.

-Tal vez recuerdes este lugar de tus primeros cumpleaños. –habló Frankfruzzel, y mi mirada se despegó de ellos. Sin dejar de sonreír, dijo:- Niña, quiero presentarte a tu hermano, puede que no lo reconozcas después de tantos años. Él es Emmet, y esta es su esposa, Briana.-

La intrusa. El largo vestido dorado barría el suelo, y estaba segura de que tenía unos tacones de al menos veinte centímetros, porque no la recordaba así de alta.

-Hola, un placer verte de nuevo.-canturreó con una sonrisa burlona, y con nuestras miradas trabadas se llevó la copa de champagne a los labios tomando un largo sorbo. Apreté los puños conteniéndome.

-Muy bien, Lana, ven, quiero que saludes a unas personas, te encantarán.-dijo Frankfruzzel, y abrió paso hacia otro grupo de unas cinco personas de papel. La intrusa me despidió con su mano sin dejarse de sonreír gustosamente.

Seguí a Frankfruzzel hasta un grupo de hombre y mujeres. Las dos mujeres con lujosos vestidos de raso y seda, collares de diamantes y aros de rubíes a juego, ocultando lo trastornados que todos estaban. Los tres hombres que las acompañaban, luciendo trajes sosos en comparación, llevaban medallas de distinción y honor a cada lado de sus pechos.

-Así que, tú eres nuestra estrella dorada, ¿eh?- me dijo el sujeto con esa sonrisa plástica y una mirada afilada y tan oscura que me dio escalofríos. Volvió sus ojos a Frankfruzzel. -Más vale que todo salga como has predicho, Frankfruzzel. Después de tantos años sería una pena que sólo hayan sido humos y espejos.- el tono era de broma pero había un deje amenazante. Tendría unos cuarenta, al menos veinte años más joven que Frankfruzzel, pero eso no parecía intimidarle.

-Por supuesto que saldrá tal y como lo he predicho.-respondió el pomposo.

Mi mirada se posó detrás del sujeto, donde un hombre mayor con una nariz ganchuda y un bigote tan espeso y canoso que probablemente lo había sacado de la escoba para lustrar este suelo. Junto a él había una persona que reconocí. Rostro macizo rectangular, labio inferior desigualmente más grueso que el superior, esa mirada tan clara.

Aston se encontraba junto a la pared cerca de la puerta en un grupo de amigotes de Frankfruzzel. Sus ojos se encontraron con los míos, y me sonrió. Dio un paso tentativo en mi dirección. Era un alivio, tal vez los cuatro juntos podríamos contra todo este manicomio.

Pero no comprendía, entonces, ¿por qué Frankfruzzel dijo que no existía? Quizás lo usaría en el levantamiento de alguna manera, después de todo, él también veía los espectros, sería especial de algún modo.

De repente, unas agudas y chirriantes alarmas de incendio resonaron en toda la mansión. Las risas y charlas fueron acalladas y reemplazadas por murmullos asustados y sorprendidos. Un segundo después, las luces se fueron, sucumbiéndonos en la completa oscuridad, más que por la casi inexistente luz de luna que entraba por los ventanales. Frankfruzzel se movió traspasando a la gente y gritando al aire tratando de calmar los reclamos de respuestas.

De golpe las puerta del salón se abrieron estrellándose en las paredes, y varios guardas entrajenados de negro entraron. Frankfruzzel en rápidas zancadas se dirigió a ellos. Salieron de la sala y aproveché mi oportunidad. Me moví entre la gente desesperada que corría tratando de alcanzar la puerta por donde se habían ido Frankfruzzel y los de su seguridad. Me acerqué a Aston, quien corría encontrándome a mitad de camino.

Le sujeté de la manga de la camisa y lo arrastré mezclándonos con el ganado. Nos separamos del grupo en dirección a los corredores, aunque no recordaba por cual camino habíamos venido. Su mano me sujetó de la muñeca deteniéndome.

-Espera, no creo que sea buena idea.-dijo. Su entrecejo estaba arrugado, asustado. Bueno, yo también, pero saldríamos de aquí, sólo teníamos que encontrar a los demás.

-Por acá.-dije reanudando el camino, y me siguió soltando un suspiro.

Doble en la esquina de un corredor, y me dirigí a uno de los enormes ventanales. Abrí las dos alas de cristal, y la helada ventisca nos azotó, trayendo una mezcla de lluvia con nieve. Me asomé por el rellano y aún había unos diez metros de bajada.

-Vamos a tener que bajar por allí, es la única manera.-dije volviéndome, y negó con la cabeza. -Mira, yo también tengo miedo, pero debemos irnos. Primero debo encontrar a los demás. Tú ve. Busca ayuda, encuentra a la policía. Si no logramos salir, alguien tiene que hacer sonar la campana, ese eres tú.-

-No, no voy a dejarte.-dijo dando un paso cerca.

-Lo harás.-espeté decidida, y me volví de nuevo a la ventana. La cuestión era cómo bajar por ella. Mis ojos se posaron en las cortinas largas y gruesas llegando hasta el techo de unos cuatro metros. Tomé de la suave tela y jalé con mis manos. Se resistió, y volví intentarlo con más fuerza. Las argollas se deslizaron por el barandal, y se desplomó al suelo.

Saqué mi taco, y lo impacté contra uno de los cuadrados de cristal de la ventana. El primer golpe lo resquebrajó, y a la segunda hizo lo suyo. Despejé los vidrios puntiagudos con el zapato, y anudé la cortina a la esquina. Arrojé el resto por la ventana y sujeté de la muñeca a Aston arrastrándolo al alfeizar.

-Baja y corre por ayuda, ¿entendiste?-grité por encima de las sirenas, pero sólo se me quedó mirando con los ojos abiertos. -¡Ve!- parpadeó saliendo de su aturdimiento, y comenzó a escalar la cortina en descenso.

Guiándome por la única luz que entraba por las ventanas, me moví serpenteando por los corredores hasta encontrar las escaleras.

No había nadie, y las sirenas habían dejado de sonar. Con el corazón en la boca, mirando a cada lado, me dirigí hacia las gigantescas escalinatas contra la pared. Había puesto un pie sobre el primer escalón cuando unos brazos se cerraron alrededor de mi cuerpo jalándome hacia atrás.

Me retorcí en sus brazos, y una electricidad brotó del pequeño contacto de nuestras pieles.

-Bebé...- esa voz susurrante me hizo detener. Con el pulso acelerado, me volteé en sus brazos.

En la penumbra podía ver sus suaves ojos mirando a mí.

-Sebastian...-jadeé con lágrimas en los ojos, y rodeé su cuello con mis brazos. Su aroma mentolado me abrigó. Sus brazos me estrecharon con fuerza y me apreté a él. Soltó un gemido de dolor y di un paso atrás. -Perdón, perdón, ¿estás bien? ¿Qué te han hecho?-mi voz salió débil mientras miraba los contornos de su rostro magullado bajo el tenue resplandor.

-Estoy bien, es nada. No tienes idea de cuánto me alegra verte.- dijo, y le sonreí.

-Van...-una suave voz femenina familiar me hizo congelar. El labio partido de Sebastian se estiró en una sonrisa de lado, y giré mi rostro despacio.

Su cabello rubio brillante como el sol, resplandecía bajo la completa oscuridad.

-Sisi...- susurré, y corrí a ella. La envolví en un abrazo estrangulador. -Lo siento, lo siento tanto...-

Sus dedos se clavaban en mi espalda mientras nos abrazábamos a no poder más. -No sé lo que pasa...pero no es tu culpa. -

-Lo lamento, chicas, pero dejémoslo para más tarde. -dijo en voz baja Sebastian con apuro, acercándose a nosotras, y tomó mi mano. -Por aquí.-

Sujeté la mano de Sisi, y nos movimos por los corredores manteniéndonos pegados como figuritas a las paredes.

Los guardias se movían alrededor buscando a alguien, a quien supuse era a nosotros. Nos detuvimos en el umbral de uno de los delgados pasillos que conectaba con el corredor principal. Esto parecía plena calle principal. Tres guardas trotaron hablando por radio de la fuga de los prisioneros y la desaparición de la chica, por lo que me di por aludida.

Cuando desaparecieron dispersándose a través de varios corredores, Sebastian me dio un apretón, y con mucho sigilo bajamos la escalinata. Nos adentramos en el corredor contiguo a la escalera y nos movimos por cada uno. No tenía idea a dónde se dirigía Sebastian, pero parecía tener mejor orientación.

Estábamos llegando al final del angosto corredor cuando se detuvo abruptamente, y nosotras también lo hicimos. Un guarda corrió por el pasillo adyacente nuestro. Lo observamos desaparecer y escuchamos los pasos desvanecerse en la lejanía.

Cuando finalmente encontramos el corredor principal por donde el viento entraba a la casa escurriéndose por cada rincón, se asomó mirando si estaba despejado, y con su mano nos dijo que esperáramos.

Volviéndose, susurró: -Muy bien, allí está la salida. El problema son los guardias, pero vamos a hacer esto. Tú y Sisi esperarán aquí hasta que los guardias se vayan y luego correrán hacia fuera lo más rápido que puedan hasta que encuentren lo que sea, auto, gente.-

-¿Y tú?- me dio una mirada que incluso en la oscuridad podía ver la tragedia de su valentía.

-Yo...No te preocupes, me reuniré con ustedes después que los distraiga.- negué con la cabeza.

-No. No quiero.- acunó mi rostro entre sus cálidas manos.

-Amor, va a salir todo bien.- las lágrimas volvieron a amontonarse en mis ojos. -Vayan ustedes y las encontraré.-dijo mirando de a Sisi.

-No.-dije con voz temblorosa. Mis dedos se clavaron en su blusa intentando impedirle que se fuera.

-Las encontraré. Te lo prometo, siempre te encontraré.-susurró, y me besó.- Te amo.-

Con una última mirada suplicante, le observé retroceder. Se giró en sus pies, y se perdió en el corredor dirigiéndose directo a los de seguridad. Corrí detrás de él, pero la mano de Sisi me sujetó de la muñeca. Me volví a ella con lágrimas cayendo por mis mejillas.

-Van, debemos irnos.- negué con la cabeza. - No sé qué está pasando, pero si no nos vamos, lo que él ahora hizo, habrá sido inútil. Debemos irnos ya. Si se escapa y no nos ve, va a volver y lo atraparán.- escuchaba su lógica pero mi corazón decía otra cosa. Su mano apretó la mía.- Van, debemos hacer lo que dijo, y él vivirá. Estará bien, se nota que es de los que sobreviven. Un Rambo.- una pequeña sonrisa apareció en sus labios. Mordí mi labio debatiéndome. -Van...- asentí lentamente, y nos asomamos mirando a la entrada.

Ambas puertas de cristal estaban abiertas de par en par, dejando la lluvia entrar, y no había nadie más. Aferrándome a su mano, caminamos hacia las puertas con cuidado. Nadie nos detuvo. No sé qué había hecho Sebastian, pero había funcionado.

Nos disparamos atravesando la malla de agua helada. El ambiente tormentoso nos engulló. Estaba tan oscuro, tanto que apena podíamos ver nuestros alientos frente a nuestros rostros. El ulular del viento penetraba mis oídos cortando como un cuchillo. Las gotas eran gordas y golpeaban con fuerza, empapándonos por completo, pegando la delgada tela del vestido a mi piel. Esperaba que Sebastian los haya sorteado y ya estuviera en camino de reunirse con nosotras.

A medida que poníamos distancia entre la mansión y nosotros, la sensación desconcertante de ser tragados por ella y el aura de maldad de Frankfruzzel era cada vez más fuerte, como si él estuviera alrededor nuestro, latiendo su presencia en cada paso que nos alejábamos.

La tierra lodosa se derretía bajo mis pies descalzos. Cada raíz se enredaba en mi tobillo intentando hacerme caer. Sisi a mi lado resoplaba fuertemente esquivando también cada rama y tronco. La parcela del frondoso bosque parecía no tener fin.

Simultáneamente al horrible clima, el sol quería hacer su aparición asomándose a través de los nubarrones, pero no le dejaban. Se estaba preparando para el momento.

De repente, Sisi gritó y perdí su mano. Me giré, y la vi en el suelo.

-El tobillo...-dijo sin aliento. Tomé de su brazo pasándolo alrededor de mis hombros, y volvimos a nuestros pasos, pero con su pie mal, íbamos más lento.

De la nada, alguien corrió delante nuestro y nos detuvimos abruptamente. La oscuridad del bosque mantenía en secreto su rostro.

No pensé, sólo reaccioné. Dejé a Sisi y me puse delante de ella. El sujeto caminó hacia nosotras, y dando un paso rápido lancé mi puño al rostro.

-¡Ey!-gritó el sujeto tomando mi muñeca y suavemente giró mi brazo apresándolo detrás de mi espalda, colocándome en una posición vulnerable. Su otro brazo se curvó alrededor de mi cintura pegando mi espalda a su pecho. -¿Por qué siempre me quieres pegar?-dijo esa voz que volvía loco mi corazón e inundar de mariposas mi estómago. - Toda esa ira, bebé, enfócala de otra manera.-

Me soltó, y me giré en sus brazos. -Creí que no...-

-¿Alguna vez he roto mis promesas?-contestó, y aun en la oscura penumbra podía ver esa sonrisa presumida sólo mía.

-Más te vale que jamás.- rió, y me volví buscando a Sisi.- Tranquila, es...¿Sisi? ¿Dónde está Sisi?- mis ojos se dispararon por el denso bosque, pero no estaba por ningún lado.

-¿No estaba contigo?-preguntó Sebastian.

-Sí.-

-¡Aghhh!- se escuchó un grito de furia, y nuestros rostros se voltearon a la izquierda, a una Sisi corriendo con un tronco pesado hacia Sebastian, quien me empujó para que evitara el golpe y se agachó cuando le pasó encima de su cabeza. -¡Sisi! ¡Está bien, es Sebastian, es Sebastian!-grité evitando que le sacara los sesos a mi novio.

Se detuvo de inmediato, y apoyó el tronco usándolo como un bastón.

-¡Oh, mierda! -jadeó sin aliento.- Casi te dejó sin cabeza. Lo lamento.-

-No pasa nada. Mejor prevenir. Ahora, vámonos, -dijo tomando mi mano.- los sujetos en cualquier momento se darán cuenta de dónde estamos, hay que apresurarnos.-

-Ya todo se terminará, Aston fue por ayuda. Logró escaparse antes que nosotros. Si nos atrapan, la policía vendrá.-dije, y vi el alivio en su rostro.

-Bien, bien, pero no esperemos que nos atrapen de nuevo.-dijo, y asentí.

Miré a Sisi.

-Ya estoy mejor.-dijo dejando caer el tronco.

-¿Qué pasó?-preguntó Sebastian.

-Se torció el tobillo.-

-Está mucho mejor, casi no duele.-dijo, y viendo nuestros rostros dudosos, recalcó.- Honesta. Vámonos.- tomó la delantera. Rengueaba, pero iba bastante rápido.

La lluvia finalmente se había detenido por completo. Habíamos hecho una cuadra, no tenía idea en medio de dónde estábamos o cuán lejos de la civilización nos habían llevado, cuando la voz de un hombre gritó: -¡Allí están! - la mano de Sebastian apretó la mía, y le pusimos más apuro. Mis piernas no daban más, las sentía a punto de salirse. Sisi se encontraba varios metros delante de nosotros.

Mi pie se hundió en un pozo y caí al suelo enterrando mis manos en la blanda y húmeda helada tierra. Sebastian corrió a mi lado ayudándome a salir. Me era difícil moverme con el largo y pesado vestido por la lluvia.

-Tranquila, te tengo.-dijo Sebastian. Sisi trotó de regreso, pero él le gritó:-¡Corre, corre!- ella le hizo caso y retomó su andar. -¿Puedes correr?-preguntó mientras me ponía de pie.

-Sí, sí, vamos.-dije escuchando las voces cada vez más cerca, rodeándonos.

Un camino de ruta se abría delante nuestro. Sisi se había perdido a la distancia, corriendo muy a lo lejos nuestro. Por lo menos, ella se salvaría. Una pequeña esfera de luz blanca brillante a la distancia se acercaba lentamente a nosotros y podía sentir la libertad en la cara.

Inesperadamente fuimos golpeados de costado y caí sobre Sebastian. En un ágil y veloz movimiento me volteó dejándome en el suelo, y se puso de pie. Comenzó a lanzar puñetazos al enorme sujeto que nos tumbó.

Mi mano tanteó el barro buscando algún tronco. Toqué algo largo y lo suficiente grueso para impartir dolor, y levantándome con dificultad, le golpeé en la cabeza. Cayó hacia delante impactando sobre el suelo.

Corrí a Sebastian, y me sujetó de la mano. De la nada, unos brazos se cerraron alrededor de mi cintura jalándome lejos de él, y mis dedos se resbalaron de los suyos.

-¡Van!-gritó corriendo a mí.

Desaceleró el paso, y sus ojos encontraron los míos. Me dio una mirada seria, y con el mentón hizo seña hacia el costado. Dejé de forcejear, y me doblé hacia delante. Un segundo después, escuché un crujido y el quejido de dolor del sujeto.

Me abrí de sus manos, y nos dirigimos hacia la ruta. Un puño apareció tumbando a Sebastian al suelo.

-¡Sebastian!-

Un cuerpo impactó contra mí tumbándome también. Mi cara se hundió en el lodo haciéndome tragar barro y ramas. Me retorcí, pero el sujeto apoyó su rodilla en mi espalda inmovilizándome mientras sujetaba mis muñecas detrás de mi espalda con bridas.

-¡No! ¡No!- giré mi rostro y vi a Sebastian peleando con el sujeto que habíamos golpeado. -¡Sebastian!- grité aterrada al ver otro sujeto ir detrás de él y golpearle en la nuca con un caño. -¡No! ¡No! ¡Déjenlo, déjenlo!- cayó de rodillas, y el sujeto parado frente a él estampó su enorme puño de nuevo en su rostro lanzándolo hacia atrás. Incluso en la oscuridad podía ver la sangre salpicar el aire a medida que caía sobre su espalda.

Me sujetaron con fuerza de las costillas, y me alzaron del suelo. Lágrimas caían por mi rostro mezclándose con la lluvia y barro.

-No...No...-lloré.

-Llévenlo, es la única manera de controlar a la chica. Vamos.-dijo el gorila mientras uno más delgado le sujetaba las muñecas detrás de su espalda y lo arrastraba de los pies.

-Camina.-me gruñó el sujeto, y regresamos a la casa.

Una vez dentro de la mansión, nos separaron.

-¡No, no se lo lleven!-las lágrimas aguaron mis gritos. Los sujetos que llevaban a Sebastian giraron a la derecha desapareciendo por uno de los corredores. - ¡No! - lloré. Me arrojaron dentro de un pequeño cuarto, y corrí hacia la puerta cuando se cerraba.- ¡Por favor, por favor!-supliqué, pero nadie me escuchó.

Golpeé mi frente contra la dura madera de la puerta. No podía ser.

Desgraciados. Moqueando, me giré buscando alrededor. Tenía que haber algo que me ayudara, pero era imposible, tenía las manos sujetas.

Caminé pensado. No había ventanas, sólo una cama grande con un horrible acolchado rojo con dorado, y una mesita de luz con un velador.

De repente, se escuchó el ruido de llaves en la cerradura. Desesperada busqué dónde esconderme, pero no había lugar alguno. Mis ojos se pegaron a la puerta, y corrí hacia la esquina. Se abrió lentamente, y me ocultó de quien entraba.

Caminó despacio dentro, y sin hacer ruido o respirar, me acerqué. Con mucha fuerza lo empujé con mi hombro, tomándolo por sorpresa. Trastabilló casi golpeando la cama, y rodeé la puerta.

Había dado un paso fuera del cuarto cuando sus brazos se torcieron en mi cuerpo, y jalaron de nuevo a dentro. Pataleé, y me retorcí con violencia. -¡Para, para!- esa voz me era familiar.-Soy yo, soy yo.- sus manos me giraron, y mis ojos se abrieron gigante.



Parpadeé confundida. -¿Aston? ¿Qué haces aquí?-se me quedó con la mirada en blanco. -¡Oh, no, te han encontrado!- el lamento se apagó. Mi mirada se deslizó por su cuerpo, y no había rastro de nada. Lluvia, barro, hojas, estaba absolutamente impecable. Algo no era correcto. -¿Cómo llegaste aquí?- pregunté con el temor a la respuesta latiendo como una bomba en mi pecho.

-Creo que lo sabes.-su voz seria y seca hizo caer mi corazón.

Sebastian había tenido razón todo este tiempo. Nos jugó como un violín y yo le di las partituras. Retrocedí, pero sus manos se apretaron en mis costillas impidiéndomelo.

-¿Por qué lo has hecho? ¿Qué te pueden dar que valga la pena entregarnos?-

-No hay nada que ellos puedan darme que quiera. Lo único que quiero ya no lo puedo tener. Ya es muy tarde.-

-Entonces...¿por qué?- su mano intentó acunar mi mejilla y me aparté saliéndome de su agarre. Nos movimos en círculos sin dejar de mirarnos. Su rostro se había suavizado. Esos ojos fantasmales miraban a mí de tal manera que me ponían la piel de gallina. Avanzó y retrocedí chocando mis piernas con el borde del colchón.

-Déjame que te explique...amor.- dijo, y me paralicé. El miedo corrió como dinamita en mis venas. Se me acercó tanto que podía ver ahora lo tan anormalmente grande era su iris abarcando casi todo lo blanco del globo ocular. - Es triste. Te conozco desde hace muchos años. Desde que me encomendaron encontrarte...Lana. Desde entonces te amé...supe que eras mía, que nos pertenecíamos. Pero no podía acercarme a ti. Te observé de lejos, como parte de mi trabajo y como mi propio placer personal. Incluso un día caminé al lado tuyo y no me viste, ni me notaste, seguiste caminando, ibas hablando con Lena, llevaban bolsas en sus manos. Te reías tan fuerte que no creí que fuera capaz de contenerme. Deseaba presentarme y empezar nuestro romance. Fue hermoso. Nuestro primer encuentro.-se me quedó mirando embelesado, y yo sólo podía pensar lo completa y desquiciadamente fuera de sus cabales como un pájaro loco estaba. El brillo en sus ojos se apagó y su mirada se entornó. Apretando los dientes, dijo:- Luego conociste a ese Catriel. No te culpo, yo no podía estar a tu lado todavía. Tus amigas te empujaron hacia él...rompiéndonos.- hizo una pausa respirando, y me sonrió. -Ya no te preocupes más, amor. Ya no son parte de nosotros.-

-¿Qué quieres decir?-pregunté horrorizada.

-Hice lo que era necesario, lo que se merecían.- negué con la cabeza.- Ellas nos hicieron esto. No debían hacerte eso. Compartimos una secreta y desenfrenada pasión. No temas, jamás te haría daño.-dijo acariciando mis brazos, y mi cuerpo reaccionó en repugnancia. Hice mi mejor esfuerzo para que no se mostrara en mi cara.- Jamás dejaría que algo te pasara, incluso planeé llevarte lejos de aquí, de toda esta...situación. Escaparnos y estar juntos para siempre. - ¿y cómo iba a hacer eso? ¿Secuestrándome?

No importaba. El tiempo se escurría y tenía que encontrar a Sebastian. Tenía que hacerlo. Por nosotros. Por Sebastian. Tragué con fuerza, y apagué mis emociones.

-Aston.-dije, y sus ojos se iluminaron. Su rostro se relajó en goce, casi como si hubiera tomado éxtasis.

-Ma petit, cuántos años he esperado, soñando con tus ojos mirando a los míos, cuánto tiempo he añorado por que dijeras mi nombre, pero no me llamo Aston. Es un nombre que adquirí para poder acercarme a Sergio.-dijo, y el enojo cegó de rojo mi visión. Mi pecho subía y bajaba con esfuerzo. No podía respirar, no podía pensar más que en el hecho de que nos vendió a todos. -Mi nombre real es Hadden Temps. Dilo, llámame por mi nombre. Quiero oírlo salir de tus labios.- bajó sus manos por mis brazos, y sólo quería arrancárselas y hacérselas tragar por esa boca mentirosa.

Clavando mis uñas tan fuerte en mi mano hasta que sentí sangre calentar mi piel, dije:

-Ha-Hadden. - sus fosas nasales se dilataron, excitado. La pupila había absorbido casi por completo el celeste cristalino dándole la mirada vacía de tiburón.

-Oh, Lana. Otra vez.- jadeó drogado.

-Hadden...-susurré, y acercó sus labios a los míos. Oh, no, eso no iba a pasar. -Hadden...me duele. - dije poniendo mi voz lo más débil y sumisa posible, y funcionó, se detuvo. - Me están lastimando.-

-¿Qué cosa, mi amor? Dime, ¿qué es?- dijo con la mirada desesperada.

-Mis muñecas...me duelen mucho, ¿puedes aflojarlas?-

-Sí, sí, sí, te las sacaré.-dijo con apuro, y me giró. Un segundo después sentí un tirón, y mis manos se liberaron. Bien. Paso uno, concretado.

Miré alrededor de nuevo buscando algo que sirviera de arma, pero no había nada. Me volteó, y pude sentir el cortaplumas de su mano en mi hombro.

Sus manos bajaron por mis brazos lodosos acariciando la piel expuesta del vestido, erizándome, hasta llegar a mis manos ensangrentadas y embarradas.

Se las llevó a los labios, y cerrando los ojos, las besó. El pensamiento de Sebastian me contenía de apartar de un golpe mis manos de su sarnosa boca. Cuando abrió los párpados, le di una suave sonrisa.

-¿Sergio no sabía quién eras?- pregunté.

-No, y lo lamento tanto, pero nada de eso hubiera ocurrido si no fuera por ese...amigo tuyo. Sebastian.- sus labios se fruncieron al decir su nombre. Lo miré atónita.- Si hubiera recibido el disparo a la primera, nada de eso hubiese pasado.-

-¿A qué te refieres?- mastiqué.

-No quería lastimar a Sergio, pero me vio disparando hacia la casa. Se abalanzó sobre mí. No tuve más remedio. Si tan sólo se hubiese quedado en su lugar y recibido el disparo, Sergio seguiría con vida. Sácalo de tu mente, me encargaré de que tenga su merecido y borraré todo horrible recuerdo de él en ti.-

Sus labios se estiraron en una sonrisa, y temí. Mucho.

-¿De qué hablas?-

-No hay mucho tiempo, en momentos empezará el levantamiento y la ejecución de ese gusano entrometido.- dijo sonriéndose con satisfacción.

-¿De...Sebastian?- asintió con la mirada sobre mi cuerpo. Sus ojos cachondos se movían sobre mí como si un escorpión caminara por mi piel. Me apretó contra su cuerpo, y me tensé.

-No te preocupes, haré que te olvides todo de él. Lamento no poder sacarte de esto, pero te prometo que en quince minutos lo único que pensarás es en mí.-dijo con voz ronca y rasposa.

Acercó de nuevo sus labios, y no pude contener el impulso de hacerme hacia atrás. Sus ojos me examinaron confundido, y rebusqué en mi mente. Haciendo mi mejor esfuerzo por sonreír, dije: - La-la puerta.-

Sus embriagados ojos se arrugaron al sonreír complacientemente.

-Enseguida, mi amor- mientras se dirigía a cerrar la puerta me moví alrededor de la cama manteniéndome lejos de ella.

Se volvió, y lento caminó a mí. Sus manos me tomaron de las caderas, y me giraron para que le diera la espalda a la cama. Un escalofrío de terror me recorrió al pensar en cómo iba a terminar esto.

Caminó conmigo hasta que el colchón golpeó la parte de atrás de mis rodillas haciéndome sentar. Se arrodilló frente a mí y acunó mi mejilla acercando su rostro de nuevo. Cuando sus labios estaban tan cerca de los míos que casi se rozan, el miedo habló por mí:

-Quiero decirte algo.- sus párpados se abrieron regresándome esa mirada gélida. Forcé mi mano izquierda acariciando su asquerosa y nauseabunda mejilla, y las aletas de su nariz se abrieron cegado de lujuria y excitación. –Hadden...-susurré, y volvió a cerrar los ojos placenteramente. Estiré mi brazo libre a mi derecha sin hacer movimiento que me delatara mientras continuaba hablando. -No importa qué hayas hecho, o lo que hagas por mí...el único que me importa y el único que es dueño de mi cuerpo, alma y corazón...-abrió despacio los ojos con una sonrisa. -...es y siempre será, incluso después de muerta...de Sebastian.- su sonrisa se borró, y apretando mi mano en el velador lo golpeé en su cabeza. Soltó un grito de dolor, y cayó al suelo de espaldas.

Corrí hacia la puerta y posé mi mano en el picaporte. La abrí, pero sus brazos se apresaron alrededor de mi cuerpo jalándome de dentro. La puerta se abrió de golpe, y él la cerró de una patada.

-¡Perra!-gritó con enojo en mi oído.

-¡Déjame, enfermo!- le di un fuerte pisotón, y se quejó. Su agarre se aflojó, y me liberé. Pero me sujetó de la muñeca con fuerza bruta, volteándome, y su mano se estrelló en mi mejilla.

Con la fuerza del golpe caí sobre el colchón, y gateé sobre el, pero me sujetó de la espalda del vestido arrastrándome de regreso. Me giré, y le estampé mi pie izquierdo con fuerza en medio de su pecho. Enfurecido se abalanzó sobre mí.

Golpeé su pecho, pero sus grandes manos se esposaron alrededor de mis muñecas alzándolas sobre mi cabeza, y aplastó su cuerpo sobre el mío.

-Ahora sabrás lo que es estar con un hombre.-soltó entre dientes con malicia. Sangre caía del costado de su cabeza. El tajo en su ceja estaba abierto de nuevo y chorreaba hacia abajo un rastro brillante carmesí, adentrándose en su ojo izquierdo. Me retorcí debajo de él, pero sólo logré que hiciera más fuerza, cortándome la circulación.

-¡Ya lo he hecho y tú jamás llegarás ni al suelo donde pisa!-su mandíbula se apretó fuertemente.- Me das ganas de vomitar.- dije con rabia, y sus ojos se pusieron aún más desquiciados. Aplastó sus labios en los míos con fuerza haciéndome doler los dientes. Me sujetó las muñecas con una mano mientras intentaba alzar la falda de mi vestido, que para mi alivio el barro y la lluvia se lo hacían difícil manteniéndolo pegado a mi piel.

Enganché su labio entre mis dientes y se lo mordí con toda la fuerza posible. Su sangre brotó en mi boca, y se apartó quejándose. Levanté mi pierna y estampé de nuevo mi pie en su cuerpo. Golpeé su cadera, y su mano me soltó agarrándose donde le dolía. Le empujé del pecho con fuerza, y corrí hacia la puerta nuevamente.

No había hecho un paso cuando me sujetó de nuevo del brazo girándome. Un segundo después su puño fue directo a mi rostro. -¡Ayyy!-grité. Mi nariz vibró y sangre bajó calentando mis labios.

-¡Eres una zurcía!-escupió con rabia. Alzó su puño de nuevo para golpearme cuando de repente la puerta se abrió inmovilizándonos. Un sujeto entró y nos vio, pero no objetó nada.

Su tono muerto como todos aquí, dijo: -Lamento importunarlos. Es momento.- la mirada estaba en Aston mientras esperaba que nos pusiéramos en movimiento. De repente, tronaron las campanas, y recordé las palabras de Frankfruzzel:

"Recuerda las doceavas campanadas."

Aston se quedó quieto con la respiración agitada. Di el primer paso y caminé al sujeto esperando en la puerta. Cualquier cosa era mejor que estar con esta rata. El sujeto me dio una mirada curiosa. Me detuve a un paso de él, y me volví a Aston.

-Un verdadero hombre jamás golpea a una mujer.-dije limpiándome su sangre con el dorso de mi mano, y frunció los ojos enfadado.

Dio dos rápidas zancadas, y sin detenerse me sujetó del brazo arrastrándome fuera del cuarto. Sus dedos se clavaban en mi carne con una descomunal fuerza, pero era placentero. Había herido en su caparazón de hombría.

El sujeto de antes más otros dos, frente a Aston y yo, y otros dos a mi espalda nos escoltaron por la mansión.


(1)Manual o libro farmacológico de uso de profesionales sanitarios para consultar las indicaciones, composiciones, dosis recomendadas, efectos secundarios de medicamentos a prescribir.

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