Tiempo y Existencia. Enterrad...

By DulceNada

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Savanna ni se imaginaba que salir a bailar una noche con su mejor amiga y socia, Mika, sería el fin de su vid... More

1. IMPREVISTOS
2. SUEÑO DE VERANO
3. ¿PRESENTIMIENTO, DUDA O CONFUSIÓN?
4. NADIE ESTA SOLO
5. CHARLA DE CHICAS
6. ENCUENTRO
7. SÍ...NO...TAL VEZ
8. PRIMERAS IMPRESIONES
9. CUESTIONES DE OPINION
10. INESPERADO
11. VISITANTES NOCTURNOS
12. SONRIE Y MIENTE...OTRA VEZ
14. PASADO, PRESENTE Y FUTURO
15. DOBLE CITA
16. EL CRIMEN DE UN NIÑO
17. VERDADES
18. ELECCIONES
19. PREPARATIVOS
20. MASCARADA
21. DESEOS PECAMINOSOS
22. SOMBRAS DE LO INCORRECTO
23. ENREDADERA DE ESPINAS
24. A VECES REALMENTE TERRIBLES COSAS SUCEDEN A REALMENTE INCREIBLES PERSONAS
25. SORPRESAS, SORPRESAS
26. ESCAPADA
27. DOS SON COMPAÑÍA, TRES MULTITUD
28. ALQUIMIA DE EMOCIONES
29. EN COMPAÑÍA PELIGROSA
30. VISITAS DE ÚLTIMO MOMENTO
31. DOS GOTAS DE AGUA
32. CAMINO DE NO RETORNO
33. CONFLICTOS Y DILEMAS
34. IDEAS Y SENTIMIENTOS
35. ¿NUDOS O PALPITACIONES?
36. CERCA
37. CARENCIA CONTRA DESEO
38. LANA
39. CAMINOS CRUZADOS
40. LA PRUEBA DE FUEGO
41. AHORA Y SIEMPRE
42. CAFÉ CON SAL
43. AVIONES DE PAPEL
44. TERCERO INVISIBLE
45. VERDAD O PESADILLAS
46. REGRESO
47. MOSAICO DE CORAZONES ROTOS
48. REALIDADES
49. CADENA DE EVENTOS
50. ARBOL GENEALOGICO
51. HASTA EL FINAL
52. PUNTO CIEGO
53. ALTA TRAICION
54. ECLIPSE

13. EL DIABLO BAILA A NUESTRO ALREDEDOR

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By DulceNada

El enojo fue suplantado por la triste e impotente realidad. No había nada que pudiera impedir lo que estaba por ocurrir.

Tambaleándome, me senté en la cama, cayendo sin fuerzas. Sintiendo un profundo e inconsolable agujero en mi pecho. ¿Por qué volvía a suceder esto? Se suponía que habíamos escapado de toda esta mierda. ¿Cómo podía siempre volver a nosotros como un boomerang?

Rendida, doble mis piernas contra mi pecho. Ya no importaba. Porque más allá de toda pelea, le creía. Sólo no comprendía por qué suponía que yo tenía todas las respuestas.

"¿Qué debo hacer?" Supliqué una respuesta a los cielos. Nada.

¿Por qué será que cuando crees que has dejado todo atrás, te vuelve a golpear en el rostro como si jamás te hubieras alejado?

Ese Velo...

No tenía idea de a qué se refería. A menos que cuente el conocimiento recopilado de las películas sobre Halloween, lo cual no creo que ayude. Pero siempre hay un momento crucial en que lo seres que no pueden rondar en nuestro mundo porque les tocó su turno desde hace tiempo, buscan, esperan para volver. Eso era un cuento ficticio, nada real. Pero, si era cierto lo que decía, el peor de los escenarios estaba planeado para nosotros, el fin de nuestro mundo como lo conocemos. O, al menos es cómo ponen en las películas.

La toalla terminó por abrirse y deslizarse de mi cabeza. Suspirando la tomé, y me peiné hacia atrás el cabello. Mi mirada se posó en el espejo de la esquina, viéndome despeinada, sentada con la inconsolable realidad, decidí que no sería así.

Poniéndome de pie, di un vistazo a la hora en el escritorio. Debía irme a trabajar. No permitiría que alterara mi vida. Demasiado hizo.

Me cambié rápidamente, y trencé mi cabello de camino a la cocina. Alimenté a Leyla, y dejé que saliera mientras me ponía las zapatillas rojas y me tomaba una buena taza de té rojo.

Enfundé mi pobre teléfono en el bolsillo trasero de mi pantalón, y Leyla entró corriendo. Le di una palmadita, y tras cerrar la puerta, bajé trotando rápidamente los escalones sintiendo que debía alejarme de la casa.

La sentía cerniéndose sobre mí, sofocándome. Necesitaba enfocar mi mente en otra cosa, en la normalidad del día, en la gente que no tenía idea de lo extraña que se había tornado mi vida. Suspiré. Normalidad era un antónimo a mi vida, un lujo a lo que ya no podía aspirar.

-¡Ayy!-grité resbalando sobre el escalón de cemento clavándome el borde en mi trasero. Mi mano se cerró en la barandilla, y mi brazo dio un doloroso tirón con el peso de mi cuerpo cayendo.- ¡Agh! ¡Mierda!-

Cubrí con las manos mi tobillo derecho. El dolor latía por dentro. No creía que fuera grave, pero un dolor más a la lista. Lo masajeé suavemente, y agarrándome de la barandilla me puse de pie.

-¡Agh!-volví a gritar. El dolor agudo se sacudió subiendo por mi pierna, inmovilizándome. Había calculado mal. Dolía mucho.

Refunfuñando malhumorada y gimiendo de dolor, me puse de nuevo en mi camino. Más tarde me tomaría una pastilla y le pondría hielo.

Presintiendo que hoy no sería mi día, me encerré en la cocina y para todo lo demás. El trabajo es salud, y por sobre todas las cosas, una muy buena distracción. Tomé el delantal y lo até con más fuerza de la debida en mi cintura.

Por primera vez, agradecí todo el trabajo que teníamos. Mis manos no dejaban de moverse, manteniendo mi mente enterrada en la masa de Brioche. Las chicas intentaron y fallaron al entablar conversación conmigo, socavarme qué me estaba sucediendo, pero mi respuesta era una sacudida de cabeza y un bajo murmullo: "Nada", por lo que terminaron por darse por vencidas y no pude estar más agradecida. No podía, y no quería decir nada.

Estaba terminando de limpiar los utensilios. Era el final de la jornada, el cartel de cerrado estaba puesto, y el movimiento como abejas, de las chicas poniendo todo en orden, barriendo, limpiando las mesas y platos era un fondo a mi espalda. Sentí un golpecito sobre mi hombro y sobresaltada me giré de golpe salpicando agua jabonosa.

-¡Ay!-gritó la voz femenina sorprendida.

-Mika...-dije sin aliento. Por lo visto todavía estaba un poco perturbada por Casper.- me asustaste de muerte.- tomé una profunda respiración con el corazón en la boca.

-¿Yo?-dijo incrédula. Limpió las gotas de agua de su blusa terracota sin hombros. Su pantaloncillo corto negro suelto también tenía nubes de espuma blanca cayendo a sus largas piernas bronceadas.- ¿y tú, qué? Mírame.-

-Lo siento tanto, Mika.-dije, y con un repasador seco la limpié. Por suerte sus sandalias griegas negras con aro dorado estaban intactas, o me castigaría por siempre.-Lo lamento de verdad.-

-Van, Van.-susurró sujetándome de la muñeca haciendo detenerme. -Van, está bien, no pasa nada. De verdad.-

Tragando saliva, me aparté de ella. Arrojé el repasador al cesto para ponerlos a lavar, y volví con los utensilios.

-Van, ¿qué pasa? ¿Sucedió algo de nuevo? No volvió, ¿verdad?- la preocupación impregnaba su voz, pero no quería hablar, mi voz me delataría. De nuevo, su mano con un brazalete de piedras cuarzo café y crema nacaradas me detuvo del brazo, volteándome a ella. Buscó mis ojos, pero mantuve mi mirada en los hilos dorados de su escote "hippies".-Van...-

Me sacudió del brazo, y negué con la cabeza, soltándome de su mano.

-No, no lo hizo.-

-¿Entonces, por qué estás así?-preguntó viéndome regresar a mi trabajo.

-Por nada. Sólo por la situación en sí.- sequé los utensilios con el repasador.

-Bueno...-dijo lentamente.- apúrate que nos tenemos que ir.-

-¿Qué?-espeté mirándola, y sus cejas se alzaron.

-La peluquería, ¿recuerdas?-dijo, pero mi mente estaba en blanco. Se rió.- Si fue idea tuya.-

Escarbé en mi cabeza, y recordé. Nuestra cita. Frotándome la frente, dije:-Sí, sí...cierto, vamos.- Cerré la canilla, y terminé de acomodar lo último.

Por suerte, en el descanso del almuerzo me había tomado una pastilla para el dolor de mi tobillo ayudándome a resistir de pie todo el día sin llamar la atención de nadie, sobre todo de Mika.

Con la tienda cerrada, me dirigí a mi coche. -Vamos en el mío.-dijo tomándome del brazo. Sin replicar, la seguí.

Estábamos sentadas con las piernas cruzadas en los sillones con el enorme barbijo cubriendo nuestros cuerpos, ya nos habían recortado las puntas, yo parecía una loca con el cabello separado con abroches, Mika se había hecho retoques de la permanente. Siendo su natural cabello lacio no le agarraba con facilidad, y fue toda una pelea para la peluquera.

Ahora se encontraba con una revista sobre su regazo, un casco de calor laser en su cabeza, proyectando una luz naranja como un fósforo prendido, hablando sobre la vestimenta que debía usar para mi cita con Catriel.

-Tienes, no, no, debes ir sexy, sin aparentar que te esforzaste pero, a la vez, debe quedar con la lengua afuera.-dijo.

La chica que me atendía, regresó llevando en sus manos un bowl pequeño negro con un pincel dentro con tintura. Se colocó detrás mío, y comenzó a pintar mis raíces.

-¿Hay alguna ropa que logre eso?-espeté riendo.

-Por supuesto que no. Es cuestión de combinar bien, y la AC-TI-TUD.-enfatizó.

-¿Ah, sí?-dije siguiéndole la corriente.

-¡Claro! Es como un pastel sin su cereza, no genera el mismo efecto e impacto.-dijo muy segura de su teoría.

Tratando de no reírme, dije: -Sí, bueno, tal vez tengas razón.-

-La tengo.- la miré en el reflejo de su espejo. Un escalofrío me recorrió cuando la fría crema tocó mi cabeza.

-Pero, yo sólo voy a divertirme relajadamente porque si me esfuerzo no lo voy a conseguir. Además, no me interesa ser sexy. El sexy no dura.- posé mis ojos en los movimientos de la chica.

-¿Cómo que no dura?-

Me encogí de hombros. -Si actúas toda sexy para atraparlo, lo más probable es que en el futuro lo dejes de ser. Así es la naturaleza del tiempo. Y te verá tal cual eres, y si sólo le gustabas por tu aspecto, entonces, no hay manera de que vaya a perdurar. Lo más seguro es que busque a otra que tenga lo que ya no tienes.- Era la triste verdad.

-¡Ay! Pero si todavía eres una niña.-exclamó. La morena que la atendía regresó a revisar el progreso del cabello de Mika. Miró dentro del casco, asintió y volvió a atender a otra cliente que había dejado con medio cabello con los ruleros puesto.

Luego de enjuagar mi pelo en un lavabo con agua tibia y secado, finalmente estaba listo. Me incliné hacia delante admirando el trabajo de la peluquera. Mis rizos se erguían desde el cuero cabelludo a las puntas en un rubio dorado hermoso.

Era todo un trabajo decolorarlo y luego teñirlo, pero ya me había acostumbrado desde chica. Antes lo hacía en casa con ayuda de mamá, ahorrando unos centavos, cuando murió, Nina en sus comienzos de estudio de peluquería y maquillaje me dio una mano, pero luego terminamos con mi cabello blanco estirándose como un elástico hasta cortarse, y con una corrida de emergencia a la peluquería, donde nos dijeron que no debíamos usar agua oxigenada de cien grados, desde entonces, decidí no recortar esa pequeña y única comodidad.

¿Por qué lo hago? Bueno, siempre veía como teñían a mamá, y yo quería copiarle, como toda niña desea. Sólo cuando cumplí los doce, me dejó hacer algunas mechas. Con el pasar de los años, cada mechón castaño cobrizo de mi cabello, se tornó rubio hasta tomar control de toda mi cabellera, y me gustaba. Maltrata bastante mi cabello, por lo que mis puntas se abren fácilmente, pero estoy muy conforme.

Estaban secándole el cabello a Mika después de lavárselo también, y los rizos se le estaban alzando. Me sonrió alegre, y cuando terminamos, abandonamos el Spa.

-¿Comemos algo?- preguntó mientras caminábamos tomadas del brazo hacia su coche. Sintiéndome de mejor humor y no deseando regresar a casa todavía donde Casper podía estar "gargoleando" mi techo, dije:

-Claro.-

Eran más de las 9pm, cuando aparcó su bebé en el estacionamiento privado de nuestro restaurant favorito. Los enormes ventanales exhibían gente comiendo, riendo, charlando. La luz iluminaba el lugar proporcionando una buena vista.

Tomamos una mesa pequeña en el medio del gentío. Las risas y charlas eran tan bulliciosas y fuertes que no podía escuchar a Mika hablándome mientras nos sentábamos.

Un muchacho vestido con remera blanca con una raya vertical azul sobre su pecho y un delantal negro atado a su cadera, nos atendió. Nos pasó la carta a cada una, pero sabiéndome el menú de memoria, di mi orden. Fettuccini con salsa de crema ahumada, y Mika pidió su habitual también, soufflé de parmesano y ricota con trufas y setas silvestres, y una copa de vino blanco para ella, y yo mi favorita, agua saborizada de manzana. No deseaba tener mis sentidos alterados cuando tenía tantas cosas extrañas aconteciendo en mi vida, sobre todo cuando el alcohol no es mi mejor aliado.

Entre esperas, charlamos de cualquier cosa sin importancia, y fue relajante no pensar más que en cosas superfluas. La observé hablar entusiasmada por uno de los chicos con los que estaba saliendo. Se llamaba Tristán, y era un plato delicioso, palabras suyas. Nos sirvieron los platos de comida, y ella continuó relatándome sobre su nuevo compinche de cama mientras yo me engullí la comida. Hace días no comía, y esto estaba para chuparse los dedos.

Se había detenido en mi vereda, y yo estaba saliendo cuando su mano me tomó el antebrazo deteniéndome.

-Van...sabes que me puedes contar cualquier cosa, ¿verdad? Estoy aquí para cuidarte.-

-¿Por qué sigues diciendo eso? ¿Eres mi guardaespaldas?-

-Bueno...porque...-se veía dudosa.- no importa, pero si llegas a tener algún problemas que no puedas manejar, me lo puedes decir. No me voy a enojar. Le vamos a encontrar la solución juntas.-

-Lo sé, lo sé.-dije acariciando su mano en mi brazo, y una decisión se formó en mi corazón. Me dio una mirada preocupada.

-¿Segura?-

-Claro que sí.-contesté forzando mi mejor sonrisa. Me estudió durante un segundo, y luego me abrazó. Me bajé de su "bebé", y fui directo a casa.

Apoyándome contra la puerta tomé una larga respiración, pero no alivió el nudo en la garganta. Soltando una larga exhalación me encaminé a mi cuarto, y de inmediato me detuve.

¿Dónde estaba Leyla? No importaba que estuviera en algún lugar oculto tomándose una larga siesta. Ella siempre me daba la bienvenida. Mi sentido arácnido se activó, algo no iba bien.

Una bisagra rechinó, y la reconocí. Era la puerta de mamá, a ella no le molestaba que su puerta rechinara como un gato siendo aplastado y siempre tuve la intención de arreglarla, pero se sumó a la lista de cosas que se me pasaban de largo.

A través de las sombras de la noche pude ver la madera moverse unos centímetros y se escuchó un paso.

El miedo me paralizó. El sujeto había regresado a terminar lo que había empezado. Sabía que tenía que darme media vuelta, tomar mi teléfono y llamar a la policía, pero de hacerlo se evaporaría en el tiempo que la ayuda llegara. Debía ver su rostro, y si era posible sacarle una muestra de su ADN. Ok, eso era pedir demasiado.

Tomando bocanadas de aire silenciosas, aunque cada movimiento que hacía era como si estuviera amplificado, me armé de valor y di un paso adelante.

A medida que me acercaba a la mesa de mamá, algo blanco comenzó a asomarse por el costado. Mi mano salió disparada a mi boca sofocando un grito de miedo al ver lo que había detrás de ella.

¡Leyla!

Me arrojé de rodillas al suelo donde yacía inconsciente. Traté de buscar su pulso a través del pelaje, pero no lo encontraba. Sus párpados cerrados en su carita peluda inocente parecía que durmiera, pero la caída de su cuerpo sin fuerzas...

Lágrimas se formaron en mis ojos. ¿Por qué...por qué? Pasé mis manos por su cuerpo acariciándola.

Con rabia miré hacia el cuarto de mamá. Quien fuera que estaba aquí, le había hecho esto. Apretando los dientes me puse de pie, y sigilosamente me acerqué.

Pegué mi espalda contra la pared del marco, y contando las respiraciones empujé con mi mano la puerta. El chirrido sonó de nuevo como la canción de una película de terror.

Con el corazón a punto de saltar de mi pecho, di un paso indeciso y terminándola de empujar la puerta, me asomé.

De repente, fui arrollada por una figura negra estampándose contra mi cuerpo. Caí al suelo con él encima de mí. El peso de su cuerpo me aplastó, extrayéndome el aire.

Apoyando sus manos en mis hombros, me empujó con fuerza contra el suelo, impulsándose hacia arriba, y mi cabeza golpeó contra el duro parqué.- Agh...-

Pasó encima de mí, y con una osadía que no sabía que tenía, le sujeté del tobillo. Eso lo tomó por sorpresa, y su movimiento vaciló. Incorporándome lo tomé de la espalda del buzo negro, y lo jalé hacia atrás. Trastabilló, golpeando el suelo con su trasero.

Soltó un gruñido de dolor, y en los enredos de nuestras piernas luchamos por ponernos de pie.

Durante unos instantes nos quedamos mirándonos el uno al otro, ambos resoplando. Era una persona más baja que yo, pero la diferencia no parecía intimidarle. De forma abrupta, corrió hacia mí y me sujetó de los hombros. Lo tomé de la pechera del buzo, apartándolo, pero me empujó hasta que mi espalda impactó con fuerza la puerta del armario blanco de mamá, incrustando la perilla en mi columna.

Le di un rodillazo, y se dobló de dolor, pero no me soltó, en su lugar, su mano enguantada me tomó del cuello y golpeó mi cabeza contra la madera dejándome mareada. La oscuridad le jugaba a favor y la capucha ocultaba su rostro.

Enterré mis dedos en su capucha, tomando con fuerza cuánto podía, y su cabeza se inclinó hacia atrás soltando un quejido de dolor.- ¡Agh!-

En el forcejeo su capucha resbaló hacia atrás mostrando un rostro cubierto por un pasamontañas. Parpadeé desconcertada, y ese segundo de descuido fue suficiente, volvió a golpear mi cabeza contra la madera, pero con una fuerza que me hizo ver estrellitas. Me arrojó al suelo, y casi estrello mi rostro contra la pared.

-¿Quién eres? ¿Por qué estás haciendo esto?- grité sin aliento. Se rió, y no era la risa de un hombre.

Retrocedió, y decidida a no dejarla ir, inestable me puse de pie y me estampé contra su espalda chocando contra la pared del cuarto.

-¡Aghh!-volvió a quejarse. Me aparté sujetándola del buzo. En un rápido movimiento se giró, y golpeó mi rostro con su puño arrojándome de nuevo al suelo.

Sentí un líquido caliente bajar por mi nariz, y un segundo después, un zapato duro se incrustó con fuerza en mis costillas. Caí de nuevo sobre mi costado.

Volvió a patearme riendo sin cesar. Me hice una bola en el suelo mientras su risa ascendía hasta convertirse en una carcajada espeluznante y desquiciada de una persona loca acompañando cada golpe. Sentía que todo dentro de explotaba como un saché de mayonesa.

Inesperadamente, se detuvo y soltó un grito desgarrador. La escuché forcejear con algo.

-¡Maldita, suéltame, suéltame!-gritó con fuerza.

Cada respiro que tomaba sentía que volvía a patearme. El dolor en mi nariz era en extremo agudo y penetrante, pero no se comparaba con el del resto de mi cuerpo, de seguro tendría alguna costilla rota.

Adolorida me incorporé apoyándome en mi mano derecha, y miré hacia con lo que la intrusa luchaba.

En la oscuridad y bajo el resplandor de la luna su pelaje blanco brillaba. La alegría de que estuviera viva y coleando fue incomparable. Lágrimas se asomaron por mis ojos, pero también podían ser de dolor. Su mandíbula que siempre parecía pequeña e inofensiva, se aferraba al antebrazo de la intrusa con salvaje ferocidad.

Aprovechando esa oportunidad, usando de apoyo el colchón de mamá y a pesar de sentirme desarmarme del dolor, logré ponerme de pie. Tambaleante me acerqué y de un tirón le saqué la máscara.

Se deslizó por su cabeza dejando caer unos largos y gruesos rizos negros sobre su rostro todavía ocultando su identidad. Con su mano libre le dio un golpe con su puño a Leyla, quien chilló. Lo alzó de nuevo preparándose para descargar otro golpe, y me arrojé sujetándole de la muñeca.

En su lugar enterró su puño en mis costillas, y me doblé del dolor. El aire desapareció de mis pulmones, no podía respirar, el dolor abarcaba todo mi cuerpo hasta las hebras de mi cabello. Corrió alejándose, y con paso inestable la seguí.

La sujeté del cabello, y se volteó a una velocidad inhumana estampándome de nuevo su puño en la cara. Una enorme cantidad de sangre empapó mi lengua, pero no la dejé ir. Me sujetó de las muñecas, torciéndolas tratando de librarse de mi agarre. No sé qué se me había metido, pero no la dejaría salirse con la suya.

-¡Eres igual de zorra que tu madre!-escupió mientras forcejeábamos, y la sorpresa de sus palabras me dejó fuera de combate.

¿Cómo nos conocía? ¿Cómo conocía a mamá?

Me sacudió contra la pared, y ella también se impactó, golpeando su brazo lastimado contra el marco de la puerta. Ambas soltamos un grito de dolor al aire.

Fue sólo un instante, el tenue resplandor de la luna asomándose por mi ventana expuso su identidad. Cara ovalada y rechoncha, nariz de gancho, labios finos y ojos tan oscuros como los de un tiburón.

Dio un manotazo a mis manos y finalmente se liberó. Trastabilló retrocediendo. No pudo ir muy lejos antes de que Leyla cerrara su mandíbula alrededor el tobillo.

-¡Ayyyy!-aulló de dolor cayendo al suelo de espaldas, y algo saltó de su buzo.

El blanco resplandor de la luna me dejaba reconocer la forma del objeto. Era la caja de mamá. Me arrojé a ella, y en el instante que mis dedos tocaron la caja, su pie se impactó contra mi mano derecha con tal fuerza que sentí el sonido del hueso.

- ¡Ayy!-grité, y mi rostro se torció en una mueca de dolor. Mi dedo corazón apuntaba hacia el cielo en una pose nada normal y en extremo dolorosa. Lo acuné contra mi pecho poniéndolo a resguardo. Las lágrimas bajaron por mis mejillas.

Estiré mi otra mano hacia la caja, y temblorosa la tomé.

Leyla comenzó a ladrar, y supe que se había liberado. Unas manos aparecieron intentando arrebatármela. La apreté contra mi costado tragándome el grito de dolor. Dándose cuenta de que no la soltaba, clavó sus largas uñas en mi cabello raspando mi cuero cabelludo, y jaló hacia atrás mi cabeza. Su rostro flotó encima del mío.

-No te preocupes...-dijo con voz aguda y seca entre jadeos.- lo que le pasó, será nada en comparación con lo que te espera.- sus labios se estiraron en una mueca trastornada, y rió.

El miedo, la rabia, el desconocimiento de lo que estaba sucediendo me encendió como un swich. Sin pensarlo, alcé mi mano lastimada y golpeé rostro.

Ambas gritamos de dolor:

-¡Ayyy!-

-¡Aghhh, maldita!-

El dedo se me inclinó aún más hacia atrás en una escalofriante posición. Resoplando la empujé, y trastabilló. Con la respiración agitada, volvió a arremeter contra mí, pero Leyla se interpuso y comenzó a ladrarle.

Eso la hizo contener. Llevándose el brazo al pecho se movió con cautela rodeándonos, acercándose mi cuarto.

Con una mirada psicótica, fuera de sí, dijo: -Serán buenas nuevas.- sin dejar de sonreírse se tambaleó apresuradamente desapareciendo por la puerta de mi cuarto. Leyla corrió hacia ella, pero le sujeté del pelaje con mi mano sana.

Dándole tiempo a que se fuera y a mi respiración a que se normalizara caminé hacia la mesa de mamá y dejé la caja encima.

Leyla se lanzó de inmediato a mi cuarto. Me volteé, y la vi en dos patas contra la pared, ladrando a la luna. Eso me hizo recordar la enredadera que mamá había colocado contra mi pared sostenida por una reja. Era una escalera para los ladrones. Qué tonta había sido en no darme cuenta antes.

Miré mi mano y deseé no hacerlo. El dedo apuntaba hacia el cielo y una anilla morada rodeaba el hueso cerca de mi nudillo. El dolor...cielos, el dolor era tan penetrante e intenso.

Tendría que ir al hospital, pero no podía hacerlo sin hacer sonar algunas alarmas, y no quería nada de eso.

Alzando mi bandera de no tengo la menor idea de que está ocurriendo, de nuevo, me resigné, sabiendo que no era un simple robo, era más profundo y dudaba que la policía pudiera hacer algo, sobre todo porque un rostro bajo las sombras no era muy útil para armar un identikit.

Me desplomé contra la pared del salón sin saber cómo iba a arreglar mi mano. Cerré los ojos y tomé una profunda inhalación. El dolor me atravesó, y tosí. Lágrimas se formaron de nuevo del dolor.

Los vellos de mis brazos se pararon, y me tensé, pero ya no tenía fuerza para nada más.

-¿Qué te paso?-preguntó ese eco fantasmal que parecía resonar sólo dentro de mi cabeza.

Debía ser porque después de tanto, ya se había tornado un habitual, pero él estando aquí me sentía un gramo mejor, de cierto modo agradecida de no estar sola. Mis rodillas flaquearon, y me deslicé por la pared. -Te atacaron. -afirmó lo obvio. -¿Quién fue? ¿Espectros?-

Despacio abrí los ojos, y lo encontré a un metro. Sus farolas celestinas apuntaban al suelo mí. -¿Qu...Qué? ¿Espec...?-balbuceé sintiendo que mis sesos habían salido volando en una de las golpizas. Apoyé con cuidado mi mano "mástil" sobre mi rodilla.

-Espectros.-repitió.

Ahh, así se llaman. Leyla apareció de mi cuarto y olfateó a Casper moviéndole la cola. No sabía cómo entender su reacción.

Tragué saliva y sin aliento, dije:- No...No lo creo, se sentía bastante más...sólido, como una persona, era...era una chica.- se deslizó por el corredor, y ese movimiento hizo dar vueltas mi cabeza.

Me sujeté la frente como si eso sirviera de detener la pelota de ping pong sacudiéndose dentro de mi .

-Es por esto que los humanos son una molestia.- el fastidio de su voz me hizo alzar la mirada. Se había detenido junto a la mesita de mamá, observando hacia la puerta.

Apreté los dientes, hoy no era día para soportar nada de sus insultos. Mis labios se separaron listos para contraatacar cuando un golpe impactó en mi mano, y un dolor agudo como si me clavaran un cuchillo corrió desde mi dedo lastimado a cada fibra de mi ser.- ¡Ayyy!- mi grito atravesó el techo llegando al cielo.

Respirando agitadamente llevé mi mano a mi pecho. Un arco de pétalos secos rojos delineaba el suelo frente de mí. El canasto de mimbre ahora vacío había ido a volar al otro lado del corredor.

Con lágrimas corriendo en mi rostro, lo fulminé con la mirada.

-¿Por qué has hecho eso? ¿Estás fuera de tu mente?-gruñí mirándolo deslizarse por el cuarto.- ¿No ves que estoy lastimada? Eres un...-

-Fíjate bien.-

-Estás demente, no ves que lo tengo...-me callé sintiendo algo extraño, o me mejor, lo que no. No sentía dolor. La presión en mi dedo había desaparecido.

Bajé la mirada a mi mano. Mi dedo del medio estaba en su lugar. El golpe había acomodado el hueso. Pasmada lo moví, y más que un malestar no sentía nada en absoluto.

-Gracias.-dije conmocionada. Me había ayudado, a su retorcida manera, pero lo hizo. Algo menos de lo que ocuparme. Se detuvo abruptamente, y lentamente torció su cabeza, estudiándome.- ¿Cómo te llamas?-

-¿Importa?-

Apoyando mi mano sana en la pared, con la poca fuerza que me quedaba traté de ponerme sobre mis pies.

-A mí, sí...por favor.- dije suavemente, pero se mantuvo en un silencio sepulcral.

-Damrik.-soltó de repente.

-¿Dam...Damrik?-

-Así es.-contestó con voz grave y rasposa.

-Bueno...mnn, es un progreso de "Casper, el fantasmita" ¿no crees?- dije, y al reírme dolor cortó en mis entrañas. Llevándome una mano a las costillas, sin aliento, continué:- Muy bien...te voy a ayudar, pero sólo hasta que encuentres aquello que necesitas, que no tengo, y...sólo porque me ayudaste ahora.- esperé una respuesta, un gesto, mímica, algo, pero nada. Suspiré frustrada y cansada.- No quiero tener ninguna deuda pendiente. No quiero que luego te aparezcas y me reclames nada. ¿Entendido? Después de eso, yo...-me señalé con mi mano ya no tan herida.- ya no tengo nada que ver, ¿trato? - Esperé. El silencio se hacía eterno, y me estaba cansando de estar de pie.

-Trato. Pero debes saber que los no vivos no se rigen por las mismas reglas.-

-Mnn...Es bueno saberlo. No soy conocedora de tu mundo, apenas conozco el mío, pero...era de suponer. Nada es claro como el agua.-

-¿Pero igual confías en mí?-preguntó extrañado.

-No. No lo hago...confío en que no va a ver nada que me ligue a todo este desagradable asunto...nunca más.-

-Los humanos son tan...innecesariamente tercos y orgullosos.-dijo, y si tuviera labios lo habría visto mofarse.

Despegándome de la pared, dije:-Ok, sí, es verdad, yo también me he encontrado con la parte desagradable de la humanidad, pero no todo es así. Lo mismo con ustedes, no todos serán buenos o malo, ¿correcto?- No respondió, se atuvo a su voto de silencio.-Así que, si vamos a unir fuerzas, o como sea...no puedes insultarme de este modo...ni a la humanidad, lo cual es lo mismo, ¿está claro?-

-Da igual.-respondió el muy gruñón.

-Sabes, no es justo, porque fuiste uno de nosotros una vez.- No sabía su historia, pero podía unir puntos.

-¿Y, tú qué sabes?-replicó con repudio.

-Nada realmente, pero tus acciones me dan a entender otra cosa. Pretendes desligarte de este mundo que te lastimó, pero que a la vez desearías ser parte todavía...¿No es por eso que le dedicaste tiempo a encontrar esa fisura?- dije dando un paso adelante, y de repente se movió velozmente hacia mí, haciéndome tambalear.

Su rostro tan negro y vacío como el abismo se cernió sobre el mío, atemorizante. Nos miramos desafiante a los ojos, pero por algún motivo extraño ya no le temía como antes. Debía ser porque me ayudó.

-Si no quieres que otra parte de tu cuerpo este fuera de su lugar, te recomiendo que cierres ese pico tuyo.- Podía verlo esperar que dijera algo que provocara que me reorganizara la anatomía, pero no pretendí molestarlo, sencillamente era la verdad, la cruda verdad, aunque no quita que duela, incluso en alguien como él.

Después de un rato observándonos en silencio, con la adrenalina y el miedo escurriéndose de mis venas y el cansancio ganando más terreno, hablé:

-¿Y, ahora...qué? ¿Qué hacemos?-

Alejándose de mí, dijo:-No tengo idea, pero creo que sería un comienzo averiguando qué te hace susceptible de vernos. Hay que conocer tus raíces.- Y...no me emocionó para nada esa idea. Desvié la mirada de sus ojos. No quería escarbar en esas cosas, y no lo haría.

-Pues...no soy nada estrafalaria. Mi mamá era hija única de abuelos que murieron...-y allí me quedé, pero viendo que sus ojos me pedían más información, agregué:- del corazón, siendo muy ancianos.- sintiéndome incómoda con su penetrante mirada inquisidora, me moví rodeándolo en dirección a mi cuarto. Mintiendo a lengua suelta, seguí con lo que les decía a todos cada vez que me preguntaban: -Papá tuvo un accidente en el trabajo, murió por inhalar humos tóxicos, y...no tengo a nadie más.-me senté en el borde de la cama. Él se movió por mi cuarto con lentitud procesando mis palabras. -No sé qué decirte, tal vez...estás equivocado, y no tiene nada que ver con mi familia.-

Se detuvo frente a la ventana. Debía tener algo con las ventanas que le gustara porque siempre las miraba. Un bostezo se abrió paso por mis labios, y supe que no aguantaría más. La mullida cama me clamaba.

Con la punta de la zapatilla empujé en el tobillo de la otra y salió volando. Continué con la otra, y el alivio fue inmediato, después de tener todo el día apresados mis dedos, era todo un placer.

Sin voltearse, dijo:- Algo debe haber, no es sólo porque sí.-

-No sé qué más decirte.- miré hacia el corredor, y la caja apareció en mi visión. Estando allí sola sobre la mesa, parecía desprotegida. Gimiendo de dolor me puse de nuevo de pie, y fui hasta ella. Existía un motivo, desconocido, por el que se la había querido llevar, y distanciaba de su aspecto o valor monetario. ¿Podía tener algo que ver con algo de esto? Me volteé regresando a mi cuarto, y di un brinco. Damrik estaba pegado a mi espalda.- ¿Puedes...Puedes no hacer eso?- jadeé tratando de recuperar el aliento.

-¿Qué cosa?- hice una mueca ante su inocente tono, y lo esquivé encaminándome a mi habitación.

-Eso de ser silencioso y...de aparecer de la nada, es molesto.- me volví, y choqué de nuevo con él. Rechiné los dientes. Sus ojos volvieron a hacer eso de refulgir, y por un segundo podía decir que le divertía molestarme.

-¿Qué es eso?-dijo mirando a la caja.

Suspirando me senté en la cama.

-Era de mamá. ¿Qué?- dije al ver su cara que parecía no tener idea del valor sentimental.- Es importante para mí.- se mantuvo en silencio un rato, y luego hizo su acto de magia y ya no estaba. Ya me acostumbraba a que hiciera eso.

Era un alivio que se fuera. Me quería dar un baño de horas, empestillarme hasta quedar inconsciente y dormir hasta el fin de los tiempos.

Dejé la caja sobre la cama, y me levanté dirigiéndome a tomar algo de ropa, cuando una figura negra apareció a mi lado sobresaltándome nuevamente. Llevándome mi mano herida al pecho, dije:- Pero qué mier...-

-¿Dijiste que era de tu mamá?- me interrumpió con voz gruesa y atolondrada.

Exhalando continúe me camino.- Aja...-murmuré tomando ropa limpia.

-Déjame verla.- exigió bruscamente.

Me volví encontrándolo de espaldas mirando fijamente a la caja, y no tuve un buen presentimiento de esto.

-No.- se volteó, y deslizándose de ese modo intimidante que sólo él tenía, se acercó. Fingiendo que no me ponía nerviosa, que no disparaba mi pulso sobre el techo, me llevé una mano a la cadera y mis costillas lo resintieron.- No quiero. La vas a romper, o algo.-

-¿Cómo la voy a romper si no la puedo tocar?-protestó con enfado.

Buen punto. Pero era igual, era de mamá y no lo quería cerca de ella.

-Igual, no quiero.- mascullé, y despacio se encorvó sobre mí hasta que sólo podía ver la luz cegadora de sus ojos.

-Dijiste que estabas dispuesta ayudarme. Dijiste...que estás en deuda conmigo.- Y mis propias palabras volvieron para morderme. Podía imaginármelo sonriéndose triunfalmente.

-Bien, te dejaré verla...- me sonreí. Dos pueden jugar. -sólo si me dices..."por favor"-

De nuevo, silencio. Observándome como su estuviera loca, y mi boca, aunque dolía como el infierno, se expandió hasta una enorme sonrisa radiante.

-¿Te parece gracioso? Te puedo doblar en dos si quisiera, ¿y aun así, quieres provocarme?- me encogí de hombros.

-No, no me es gracioso, soy muy seria...sólo es una simple palabra.- dije, pero en realidad quería fastidiarlo por todo lo que me había hecho hasta ahora. -Tómate tu tiempo, estoy con tanto dolor que añadir algo más no me hace la diferencia. Así que no tengo problema con quedarme toda la noche para ver quién cede.-

-Eres infantil.-gruñó.

-Son simples modales.- No creí que pidiera demasiado. Los segundos pasaron, y estaba convencida de que no le oiría decir alguna palabra en absoluto.

-La caja...- habló de repente, y mis ojos se abrieron como platos, sorprendida. ¿En serio...lo diría? De nuevo se hizo el silencio. Murmurando tan bajo como el soplido del viento, continuó: - por favor...-

Contuve mis músculos faciales para no sonreír, sin poder creer lo que mis oídos oían.

-¿Qué?-

-La caja...-arrastró las palabras, y en tono apenas más alto, agregó:-...por favor.-

-¿Qué? No te escucho, debo tener el tímpano roto por la pelea.-

-Por favor.-gruñó esta vez fuerte y claro. Mis pómulos se alzaron en una sonrisa gigantesca que dolió, pero era el dolor del éxito.

-Por supuesto.-dije solemnemente. Pasé a su lado, y la tomé de la cama.

Después de haber pasado como lo que se sintió una eternidad, con mis brazos débiles y adoloridos extendidos hacia delante para que se tomara el tiempo de su vida examinándola, jadeé: -¿Terminaste? Porque te juro que se me está por desprender el brazo.- pero no se movió.

Cuando creí que nunca vería el final, se enderezó y exhalé aliviada pensando que se había apiadado de mí. -¿De quién dijiste que era?- suspiré estando muy equivocada.

- Mamá...-dije sin aliento.

-¿La muerta?-soltó de repente con una enorme falta de tacto.

Bajé la caja reprendiéndole con la mirada. -Escucha, Caspercito. No es "la muerta", ella falleció, ¿entendido?- sólo me miró poniéndome aún más exasperada. - Ten un poco de respeto por los que descansan en paz.-

-¿Desde cuándo tienen esto?-preguntó en lugar de disculparse.

-No lo sé, supongo que desde hace tiempo, pero la encontré hace unos días entre las cosas viejas que ya no usamos. ¿Por qué?- No entendía el repentino interés por la caja, era sólo una baratija que habrá conseguido por algún lado.

-No es algo con lo que deben jugar los humanos.-declaró, y no pude evitar rodar los ojos.

-Entonces, ¿qué es?-

Volviendo a posar los ojos en ella, dijo: -No estoy seguro, pero...por los símbolos tallados alrededor de ella, está protegida para que nadie más que su propietario lo abra.-

-Ahh...¿por eso no tiene cerradura? Con sólo el dueño la toqué se abriría, ¿algo así?-

-Algo así.-

-¿Y qué tiene?-levantó sus ojos de bombilla hacia .- Era una caja antigua que mamá compró, no significa que supiera lo que era...-

-Ella sabía exactamente para qué era.- su tono serio me hizo parpadear atontada.

-¿Por qué dices eso?-demandé dando un paso atrás, y el borde de la cama golpeó la parte de atrás de mis piernas.- No lo sabes.-

-Esos símbolos tallados sólo se usan para dos cosas y nada más.-

-¿Para qué?-pregunté no muy segura de querer oír la respuesta.

Encontrando mi mirada, dijo: -Para invocar o repeler a algo.-

Me congelé, no era cierto. Mentía. Mamá jamás habría hecho algo así, ni siquiera tenía el pie en una religión.

Meneé la cabeza incrédula. -¿Por qué bromeas con eso?-

-Tu mamá usó magia negra para proteger lo hay dentro...o, para impedir que salga.-

No estaba en ciega negación, simplemente no era factible. Que mamá usara magia negra, era simplemente como decir que Michael Jackson está de nuevo entre nosotros. No era posible.

De repente, una risa brotó desde mi pecho de lo absolutamente absurdo que sonaba. El dolor rasgó mi cuerpo y rostro, pero no podía detener la carcajada. Llevándome una mano al estómago, jadeé:

-Ok, detente de decir cualquier cosa. Mamá ni siquiera era una persona religiosa, o sea, creía en dios, pero hasta allí llegaba. Ni aunque le pagaran hubiera usado magia, mucho menos negra. Te estás confundiendo.- Di un paso al costado deslizándome de la jaula entre él y la cama, y dejé la caja sobre la mesa.

-No estoy confundido.-

-Digo, después de todo son...todas líneas y trazos, ¿cómo sabes que son de magia negra?-

-Porque yo la usaba...antes de morir.- despacio me volteé.- Antes de saber que era magia negra.-

-La...¿usabas? ¿Eras un mago?-

-No, no es como tú crees.-dijo en voz baja y gruesa, y se movió hacia la ventana. -Y, no. No era un mago. Los magos y hechiceros no existen, sólo en los cuentos de niños.-

-Muy bien, entonces...¿Qué eras?-

De espaldas y con voz lejana, dijo: -Una persona...como tú, ingenua...inocente -escupió las palabras con tal desprecio. Traté de no tomarlo muy a pecho, porque...bueno, supongo que en su lugar yo también me sentiría de la misma manera. -crédula, y muy impresionable...fui presa fácil. Para cuando me di cuenta ya era demasiado tarde.-

-y, moriste.-dije como la lógica al siguiente paso de lo que le sucedió.

Volviéndose a una velocidad inhumana, vociferó: -¡No! ¡Me asesinaron!- el tono brusco de su voz me hizo saltar. Sus ojos destellaban furia como el fuego de Prometeo, pero no le temí. Empatía por él se escabulló dentro de mí, ahora le comprendía mejor. Hizo una pausa antes de seguir, calmándose. - Y, eso no fue lo peor...-

-¿No?- musité. Sus ojos apuntaban a mí, pero parecía estar perdido en un lugar muy a la distancia.

Las flameantes llamas de sus ojos bajaron de intensidad, y dijo:-Tienes que encontrar la manera de abrirla.- Parpadeé, ok, volteemos página.

-¿Por qué? Dijiste que puede contener algo malo.-

-Yo nunca dije eso.-replicó. Sentí que la cabeza me daba vueltas, y no tenía nada que ver con la paliza que me habían dado.- Dije que esos símbolos se los usaban para proteger algo, ya sea para mantenerlo dentro, o...lejos, pero hasta que no lo abramos no podemos saberlo.-

-¿Y, si es algo malo? ¿Y se escapa cuando lo abrimos?-dije sintiendo el miedo torcer su daga en mi vientre.

-¿Crees que tu mamá guardaría algo malo dentro, y lo conservaría cerca de su hija?-

Buen punto. Incluso recuerdo esa vez que estaba mirando una película de los '90 de un grupo de chicas que jugaban la magia y como me ganó una regañada.

-Bien...pero hay que ser cuidadosos.-

-No hay tiempo para serlo. Esta puede ser la razón por la cual tú nos ves, o ellos se sienten atraídos hacia ti. Añade el hecho de que si te la han querido robar es porque debe significar algo. Algo muy importante...y tenemos que anticiparnos a ellos.-

No muy convencida, dije: -Sí, lo sé, pero...-

-Deja de dar peros, no eres una niña.-gruñó, y no dignifiqué esa respuesta. Mirándolo irritada respiré hondo y conté hasta diez. Mi cuerpo se sacudió de dolor y no sirvió de nada.- Hay cuestiones más importante de por medio.-

Solté el aire.- Bueno...hagámoslo, pero con cuidado. Lo entiendo, de verdad que sí, el apuro de la situación, pero no por eso vamos a actuar estúpidamente.- dije, y se quedó callado observándome.

-Bien.- respondió. La oscura niebla lo cubrió, y de nuevo estaba sola.

Me quedé mirando como lo último de la nube de humo negro se desvanecía en la nada, como si nunca hubiera estado aquí.

-Los modales, fantasmita...los modales.- suspiré cansada.

Menudamente alegre, podía decir que el día había llegado a su fin. Tomé la ropa que dejé a medio salir del cajón abierto, y me metí en el baño.

Me detuve frente al espejo del lavabo, e hice lo que no quería hacer. Alcé la mirada a mi reflejo, y el cristal me respondió con una imagen horrorosa.

Mi nariz estaba hinchada y colorada con una marca granate oscuro en medio de mi tabique. Una gota gorda carmesí resbalaba de mi nariz a mi labio. Cada respiración que daba era todo un castigo, realmente sentía que la tenía rota.

Mi labio también estaba partido, enchastrado en un lío de brillante y roja sangre. Mi mejilla también estaba colorada e inflamada, latiendo de dolor. El cuello de mi remera estaba desgarrado, exponiendo la piel de mi garganta con algunos unos raspones y arañazos.

Con mucho cuidado, pasé mi brazo por la manga y luego la otra. Arrojé la remera salpicada con sangre al suelo. Iría directo a la basura. Desabroché mi jean y lo dejé caer por mis piernas, amontonándose en mis pies. Lo pateé junto a la remera, no quería volver a verlos.

Con un increíble punzante dolor en mis brazos y torso, abrí el sujetador y lo tiré al cesto de ropa. Las bragas le siguieron, y con miedo me miré.

Había hematomas morados todo alrededor de mi torso, cubriendo mis costillas y vientre. Dolía tremendamente y no podía decir si tenía algo roto. Lágrimas se amontonaron en mis ojos. No era justo.

Apretando los labios, manteniendo dentro el llanto, abrí el botiquín y tomé la tableta de pastillas. Me zampé dos de un golpe y las pasé con un largo vaso de agua.

Jadeé dejando el vaso con un fuerte estruendo en la cerámica, y me miré enfurecida al espejo.

Jamás me habían pegado, ni un apretón de muñeca como otras era víctimas de sus hermanos mayores, nada, y ahora me habían dado una paliza y no sabía por qué. Si me la encontraba de nuevo, ya vería.

Me metí dentro de la ducha y dejé que el agua tibia hiciera su trabajo. Recorrió mi cuerpo tocando cada herida, piel magullada, llevándose la sangre y rastros de malos recuerdos. La tensión en mis músculos se aflojó, y me apoyé contra la cerámica. Mi mano dolió, y la aparté de la pared.

Miré mi dedo. Gracias a Casp...no, Damrik, no necesitaba ir a urgencias y ser desmembrada con preguntas. Puede ser que después de todo no fuera tan malo, pero era todo un tema.

Luego de horas bajo el agua, comencé a sentir sueño. Yendo contra mi deseo de quedarme por siempre, cerré el grifo y me envolví en la toalla. Me vestí con el remeron gris decolorado en rosa y blanco, otro accidente de lavandería, y comencé a curarme las heridas.

Por suerte mis brazos estaban un poco mejor, pero el resto...Suspiré.

Puse un tapón de algodón con desinfectante en el orificio izquierdo de mi nariz, y pasé otro algodón en mi labio.

Me moví media muerta hacia la cocina, le serví su comida a Leyla por si quería comer, y así fue. La observé, comprobando que no estuviera herida y luego tomé unos cuantos cubos de hielo de refrigerador, y lo puse dentro de una bolsa cubierta por un repasador. La apoyé en mi labio. Dolió y quemó de frío a la vez.

Regresé al cuarto con la mente divagando de regreso en lo que aconteció.

¿La caja era lo que tanto quería la intrusa? ¿Damrik estaba en lo cierto? ¿Mamá habría sido capaz de jugar con fuego?

Me era difícil de creer, pero...una vez más, toda esta situación era de por sí difícil de descifrar, y la razón detrás de todo esto, por más que me negara, parecía estar yendo por un camino que no me gustaba.

Damrik tampoco ayudaba, decía poco o nada, parecía hallarse bajo secreto de sumario, pero aun así todos querían un pedazo de mí. Sólo que nadie era lo suficiente corajudo para decirme la verdad.

Me detuve a medio camino dentro de mi cuarto mirando a la ventana. Leyla me siguió de largo y se hizo una bola en su cucha.

Los animalitos de hule estaban esparcidos por todos lados. Mi alarma no había sido útil, bueno, no del todo, si hubiera estado en casa los habría escuchado y a Leyla no le hubiera hecho nada.

Suspiré, fui a ponerle la traba a la ventana. Mirando fuera, a la oscuridad sintiéndome acorralada e impotente, corrí la cortina de un golpe.

Moví el hielo a mi nariz y caminé hacia Leyla.

-¿Estás bien, gordi?-le pregunté agachándome y un gemido de dolor se escapó de mis labios. Acaricié su cabeza peluda y me dio una lamida en la mano, golpeteando su cola en el suelo. Las lágrimas nublaron mi visión de nuevo.

Me senté en la cama apoyándome contra la pared. Me quedé mirando hacia la cajonera, contemplando la nada, sintiendo como mi vida se evaporaba por mis dedos.

El sueño y el cansancio tomaron las riendas. Los párpados se volvieron pesados, y me deslicé por la pared hasta estar semi recostada en la cama.

Lo último que pensé antes de que las luces se apagaran, fue en cómo de impotente, desesperado y confundido debió sentirse Damrik cuando se dio cuenta de que había sido víctima del acto más cruel. 

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