La Clase del 89' (Mycroft y t...

By MSCordoba

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Mycroft Holmes es el mejor promedio del instituto Dallington. Los valores de amistad y afecto no resultan rel... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 61,5
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Cartas
Epílogo
Nota de autora
Anuncio importante

Capítulo 27

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By MSCordoba

— Deme un helado de chocolate con chispas de chocolate y jarabe de chocolate. —enumeró la ojimiel mientras realizaba su pedido.

— Creo que te llamaré Fatcroft Junior.

Anabeth miró al niño de mala gana.

— ¿Algo más, señorita? —habló el heladero en un tono servicial.

— Creo que eso será todo... —dijo con malicia, observando al niño de reojo.

— Bien. Me retracto. —se cruzó de brazos, desviando la vista hacia un costado.

— Y deme otro para el niño. —se volteó hacia el menor—. ¿Qué sabor quieres, Sherlock?

— Fresa... Solo fresa.

El heladero asintió y puso manos a la obra. Anabeth pagó lo debido y en menos de dos minutos el dúo se encontraba sentado en una banca a orillas del Támesis degustando sus helados.

— Repasemos lo que tenemos. —habló la castaña, rompiendo el silencio instaurado.

Sherlock asintió en acuerdo y comenzó a narrar los hechos.

— El 9 de abril, Carl Powers sufrió una aparente muerte súbita durante una competencia de nado. Las causas del ataque aún son desconocidas.

— Su casillero fue forzado y robaron sus zapatillas. Ahora sabemos cómo desaparecieron. —añadió la joven, antes de darle otra lamida a su helado.

— El que lo hizo sabía lo que hacía.

Anabeth frunció el ceño, extrañada.

— Explícate.

— Viste las marcas en la cerradura. Eran muy leves. Solo podrías verlas si realmente las estás buscando.

— Lo que explica por qué a la policía se le pasó por alto.

Sherlock ignoró la obvia aclaración y continuó hablando.

— El alambre fue insertado con cuidado y precisión, aplicando la presión justa para que la cerradura cediera. Quien lo haya hecho tenía experiencia.

— Y, aprovechando el evento deportivo, nadie prestaría atención a un extraño merodeando por el predio. —Anabeth ladeó la cabeza, pensativa—. Pero aún hay algo que no me cuadra.

Sherlock volteó a verla.

— Sabemos que Carl murió en la alberca. Y también sabemos que alguien robó sus zapatillas. ¿Pero cuál es el hilo que conecta A con B? —Anabeth pensó con cuidado sus palabras—. Si fue asesinato, ¿qué podrían tener unas zapatillas de incriminatorio, puesto que murió en el agua? Y si solo se trata de un ladrón oportunista, ¿por qué robar unas viejas zapatillas cuando puedes llevarte el bolso completo?

— ¿Aún sigues creyendo que fue un accidente?

— Sherlock, ya te dije desde el inicio que mantendría las dos líneas de investigación abiertas. —le recordó—. Pero sí admito que este caso se está volviendo cada vez más retorcido.

El niño rodó los ojos con fastidio. Aun así, para bien o para mal, Anabeth le había ayudado mucho en su investigación con sus pequeñas colaboraciones. Quizá por eso decidió respetar su postura neutral y se abstuvo de hacer algún comentario despectivo al respecto. En su lugar, se tomó la molestia de contestar su pregunta.

— Mi teoría es que Powers fue envenenado antes de la competencia. —soltó al fin. Era la primera vez que hablaba abiertamente sobre esa posibilidad—. Y el asesino tomó las zapatillas para cubrir sus huellas. Quizá había algo incriminatorio ellas... No lo sé y me molesta no saber. Pero sí sé algo. Hay una relación entre el hurto y la muerte de Powers. El universo rara vez es perezoso. —sentenció, mordiendo el crocante cono.

Anabeth guardó silencio, reflexionando sobre las palabras del menor. A decir verdad, esa sería la única explicación posible para una causa de muerte no-natural.

— Si Powers fue envenenado, tendremos que descartar las drogas convencionales. —afirmó, más para sí misma que para su interlocutor.

— ¿Por qué estás tan segura? —preguntó con intriga.

Ahora fue el turno de Anabeth de sonreír. Su conocimiento en eventos deportivos resultaba muy útil.

— Cuanto más importante es el evento, mayor control se tiene sobre los competidores. Carl había pasado a las regionales. Tuvieron que hacerle un chequeo médico y control de antidoping. Ya sabes, para descartar el uso de drogas o estupefacientes que pudieran ponerlo en ventaja por sobre el resto de la competencia.

Ahora la atención de Sherlock estaba focalizada única y exclusivamente en su persona. La chica se permitió saborear el momento.

— Por ende, si a Carl le administraron algo, no fue un veneno convencional. Hubiera saltado en los análisis.

— Necesito volver a casa. Debo revisar el expediente médico de Powers.

— Suena a que ya tienes un plan. —dijo con ánimos renovados, pero Sherlock no le respondió.

El rizado se había quedado inmóvil en su sitio con la mirada perdida en algún punto indefinido del río. Aunque sus ojos se enfocaran en las turbias aguas del Támesis, su ser se hallaba en algún rincón desconocido de su palacio metal. Anabeth comprendió que los engranajes en su mente habían vuelto a funcionar, abstrayéndolo de la realidad.

La joven aprovechó esa pequeña pausa para dar los últimos mordiscos a su helado mientras contemplaba el paisaje londinense.

Sacó un puñado de servilletas y se limpió los restos de chocolate de sus labios. Fue entonces cuando se percató que, en todo ese tiempo, el niño no había tocado su helado. Ahora ya no podía reconocerse como tal. Había pasado a ser una baba rosa que se escurría por los bordes del cono.

— Sherlock... —renegó al ver las gotas caer en la ropa del niño—. ¿Puedes terminarte ese helado de una vez? Te estás ensuciando todo.

"Más que helado, eso ya es una sopa."

El menor parpadeó un par de veces volviendo a la realidad. Bajó su cabeza hacia el cono que sostenía y el desastre pegajoso en su mano. Sin pronunciar palabra terminó su helado, o lo que quedaba de este.

Anabeth negó con la cabeza y le tendió un par de servilletas.

— Espero que eso salga con una lavada. —murmuró para sí, posando sus ojos en la tela manchada.

— No actúes como si fueras mi madre. —renegó, aceptando la servilleta.

— En realidad no me importa que te ensucies. Pero después tu hermano me reta a mí y preferiría evitarlo. —añadió, medio en broma, medio en serio.

Sherlock sonrió de lado con eso último.

— No des importancia a lo que Fatcroft te diga. Yo nunca lo hago.

Anabeth frunció los labios en una fina línea con disgusto. Siempre le molestaba que usara ese tonto apodo. Pero más allá de eso, jamás entendió a ciencia cierta porqué Sherlock siempre profesaba ese rechazo hacia su hermano mayor.

— Sherlock, ¿puedo hacerte una pregunta personal?

El niño la miró y elevó una ceja. Anabeth tomó eso como una señal para continuar.

— ¿Por qué siempre te ensañas en pelear con Mycroft? ¿O a llamarlo por esa clase de apodos?

Procuró que su voz sonara suave y modulada. No era un regaño o acusación, tan solo una simple curiosidad.

— Él cree que es mi madre. Le gusta sentir que tiene control sobre mí. —farfulló el menor. Anabeth se sorprendió al recibir una contestación honesta—. En ocasiones se vuelve muy molesto.

— ¿Hablas de cuando te obliga a hacer tus deberes, bañarte y no comer galletas antes de la cena?

El niño asintió.

"Sherlock podrá ser un genio extraordinario, pero al final del día solo es un niño. Ni más ni menos."

— Mycroft hace lo que cualquier hermano mayor haría. Solo te está cuidando. —sonrió con pesar—. A decir verdad, me gustaría tener un hermano como él.

— No sabes lo que dices. —murmuró el menor con recelo.

Anabeth suspiró.

— Tienes razón, no lo sé. —aceptó—. Pero te diré algo. ¿Sabes lo que veo cada vez que regreso del colegio?

El niño se encogió hombros.

— Una casa vacía. Mi padre recién regresa del trabajo a las 7. Es en ese momento cuando finalmente dejo de estar sola. —volteó a ver directo a los ojos del niño—. Al menos tú tienes a alguien con quien contar a solo una puerta de distancia.

Sherlock cortó el contacto visual y agachó la cabeza. La relación entre Mycroft y él siempre fue algo complicada. Jamás analizó el tema en profundidad. Simplemente se abstuvo a molestarlo en la misma medida que Mycroft lo molestaba a él. 

Era por eso que la pregunta de la joven, a primera vista sencilla, se le hacía tan difícil de responder.

— Eres hija única, Smith. Es lógico que tengas anhelos de dejar de serlo. —habló con una voz monótona—. Pero no puedes comparar tus deseos personales con nuestra relación fraternal.

— Bueno... Tienes un buen punto. —una pequeña sonrisa tiró de la comisura de su labio—. Quizá sea por eso que te trato... de la forma en que te trato.

Sherlock elevó ambas cejas, dándose cuenta del significado de esas palabras.

— ¿Tú me ves... como un hermano?

La joven se encogió de hombros, despreocupada.

— Tal vez... —confesó—. Un hermanito engreído al que me encanta fastidiar. —sonrió de lado, adoptado esa expresión casi imposible de leer.

— Por lo menos tú no eres aburrida ni te pasas la mayor parte del día vigilando sobre mi hombro. —dijo en un susurro, cruzándose de brazos.

Al escuchar esto, la expresión de Anabeth se volvió seria. No le gustaba esa comparación. No le gustaba en lo absoluto.

"¿Qué estas insinuando, Mini-Holmes?"

La joven permaneció pensativa. ¿Realmente Sherlock estaba diciendo que la prefería a ella por sobre su propio hermano? No, eso no podía ser verdad. Debió haber malinterpretado sus palabras. Sea como sea, no iba a dejar la conversación así.

— Sherlock... Me halagas, no pienses que no. Pero lo que dijiste no está bien.

— ¿Por qué? Es la verdad. Mycroft siempre me dice qué hacer o qué no hacer. Que no tengo que decepcionar a nuestros padres y esas cosas. En cambio, tú me invitas a tomar helado.

Su voz se fue apagando conforme hablaba. Sus ojos verde-azulados se desviaron a las manos juntas sobre su regazo. Se rehusaba a mirar a la castaña sintiendo que, si lo hacía, quedaría expuesto ante ella.

Anabeth observó al muchacho y una parte de ella empatizó con su postura. Comprendía el razonamiento infantil de Sherlock. Ella siempre jugaba con él, lo molestaba y consentía. Mycroft, en cambio, era la figura responsable y estricta. No era de extrañar que quisiera pasar tiempo con ella.

— Mira, Sherlock. Entiendo cómo te sientes, pero escucha bien lo que voy a decir. —habló con tranquilidad—. Es lógico que lo veas así porque eres un niño. Pero piénsalo de esta forma: Mycroft te obliga a hacer tus tareas mientras que yo te invito un helado. A simple vista es obvio que escogerías el helado.

Anabeth se percató de que el niño la observaba por el rabillo del ojo. Le alivió saber que al menos estaba siendo escuchada.

— Pero si amplías la imagen, verás que Mycroft solo quiere que te vaya bien en tus estudios, mientras que yo... bueno... solo te hago más propenso a que se te forme una carie. —humedeció sus labios—. A lo que quiero llegar es que... Si Mycroft se porta estricto contigo, es porque te quiere y se preocupa por ti. Solo que es un idiota orgulloso y jamás lo admitirá.

Anabeth pudo ver un atisbo de sonrisa bajo esa mata de rizos negros.

— Así que la próxima vez que se ponga pesado, intenta no ser tan duro con él. ¿Sí?

— Voy a pensarlo.

Anabeth sonrió satisfecha. Viniendo de Sherlock, esa era la mejor contestación que podría obtener. Ya era una victoria.

— Con eso me doy por conforme. —comentó, feliz de ponerle punto final a aquella conversación—. Ven. Regresemos a casa. Nuestra investigación aún no ha concluido.

Sherlock no dijo nada. Solo se limitó a caminar junto a la castaña, complacido de por fin haber dejado zanjado el asunto.

Recorrieron un breve trecho hasta llegar a una avenida transitada. Anabeth detuvo un taxi y le indicó al conductor su destino.

En algún momento del viaje, el niño murmuró una única frase solo lo suficientemente alto para que Anabeth pudiera oírlo.

— Ni una palabra de esto a mi hermano. ¿Está claro?

Anabeth asintió.

— Mis labios están sellados.

***

Mansión de los Holmes; 4.30 PM.

Anabeth y Sherlock se apearon del taxi. Entraron a la casa, donde fueron recibidos por el pelirrojo.

— ¿Algún nuevo descubrimiento? —fue lo primero que dijo apenas los vio llegar.

— De hecho, sí. —Anabeth dejó su mochila en unos de los sillones y se volvió hacia su amigo, feliz de poder borrarle esa miraba burlesca del rostro—. Sherlock descubrió que el casillero de Powers fue forzado.

Las cejas de Mycroft se elevaron considerablemente y centró su mirada en el niño.

— Marcas leves. Hecho por un profesional. —confirmó el menor.

— En ese caso, felicidades hermano mío. Solo hay un único detalle que no me queda claro. ¿Por qué tienes la camisa sucia?

Sherlock rodó los ojos. Estaba a punto de contestar de mala forma, cuando recordó su conversación con Anabeth. Abrió la boca y luego la cerró, reconsiderando sus palabras.

— Helado de fresa. —fue su única contestación—. Iré a cambiarme.

Y tan pronto como terminó de pronunciar esas palabras, salió corriendo a su cuarto.

Mycroft no pasó por alto el extraño comportamiento de su hermano. Lo conocía a la perfección. Había anticipado que Sherlock haría a un lado el asunto de una forma poco amistosa. Pero por alguna razón, se había contenido.

— ¿Qué le ocurre? —el joven se centró en su amiga quien, al contrario de él, no lucía muy sorprendida.

— Ni idea. 

El joven asintió, no muy convencido.

— ¿Te dio problemas?

— No. —Anabeth sonrió para sí—. Tuve que cargarlo sobre mi espalda porque no llegaba al casillero. Tuviste que ver su cara de "los odio a todos".

Mycroft no pudo evitar reír ante el comentario.

"De seguro habría sido una imagen digna de ver."

— Iré a ver a Sherlock. Dijo que quería revisar unas anotaciones. Creo que tiene una nueva teoría.

— Realmente te interesa el caso, ¿no es así?

Anabeth se encogió de hombros con expresión culpable.

— ¿Qué quieres que te diga? Tu hermanito me pegó lo detectivesco. —hizo una pausa, de nuevo volviendo a la seriedad—. Realmente no creo que lleguemos a atrapar a un asesino. Pero mientras tanto, ¿quién nos quita lo bailado?

Anabeth sonrió con entusiasmo y subió las escaleras, en dirección hacia el cuarto del menor.

"Estoy conviviendo con dos niños." Pensó el pelirrojo.

Mycroft negó con la cabeza y regresó a su cuarto.

Anabeth tocó dos veces antes de que el menor la dejara pasar. Lo primero que llamó su atención fue la pared cubierta con recortes de diarios y anotaciones. Notó que había muchos más papeles que la última vez. En el centro de ese collage de diarios había una única hoja blanca escrita con un grueso rotulador rojo.

En ella se leía una única palabra: <<¿VENENO?>>

— Veo que has estado ocupado. —murmuró la castaña con los ojos fijos en el mural.

Sherlock ignoró el comentario y comenzó a buscar entre los recortes hasta encontrar la hoja indicada. La leyó detenidamente y luego se la tendió a Anabeth.

— ¿Qué es esto? —tomó el trozo de papel.

— El informe clínico de Powers. Lo conseguí cuando fuimos a Scotland Yard.

— ¡Sherlock! Esto estaba dentro del expediente de Moore. ¿¡Cómo se te ocurre robarlo!? —lo miró, escandalizada.

— No es para tanto. Tienen copias del mismo. —hizo un gesto con la mano, restándole importancia al asunto.

Ella parpadeó varias veces. Luego de unos instantes, regresó su vista a la hoja.

— A ver qué dice... 

Sherlock sonrió por lo bajo. El tono de reprimenda de Anabeth fue rápidamente reemplazado por uno de curiosidad. 

A simple vista el análisis toxicológico estaba limpio. No había ningún valor por fuera de los parámetros normales. El informe reflejaba que Powers gozaba de buena salud.

— Alergia leve al maní. —leyó en voz alta—. Hmm, interesante. Pero creo que descartaremos ese.

— Ni siquiera lo consideré dentro de mis posibilidades. —girando sobre sus talones—. Iré por mi guía de venenos.

"Ni siquiera preguntaré porqué tienes una guía de venenos." 

Sus ojos se posaron en el margen de la hoja donde uno de los médicos había hecho una anotación. En esta se leía: << Presenta eczema en las plantas de los pies. >>

Anabeth permaneció pensativa observando la hoja.

"¿Qué es un eczema?"

De pronto, una idea surcó por su mente. Algo dentro de ella le dijo que esa palabra era importante. La ubicación de dicha enfermedad no podía ser una simple coincidencia. Podría ser el hilo que conectara a Carl con las zapatillas robadas.

"Tengo que saber qué diablos es esa cosa."

Sus ojos se iluminaron al recordar que Mycroft tenía una enciclopedia médica en su cuarto. Juró haberla visto una vez en el estante superior de la derecha.

Dejó el informe médico sobre el escritorio y se dirigió hacia la puerta.

— Ya regreso. 

Sin esperar una contestación, salió disparada hacia el corredor. 

***

Anabeth entró abruptamente a la habitación del pelirrojo. Sin decir nada se acercó a la biblioteca y comenzó a leer el lomo de los libros, buscando el de su interés.

— Sé que te vi por algún lado... —murmuró para sí, prestando especial atención a las gruesas enciclopedias que adornaban el estante.

— ¿Se puede saber que estás buscando?

Mycroft habló por primera vez, levantado la vista de lo que parecía ser una novela histórica. Sus ojos se posaron perezosamente en su amiga.

— Sé que tenías un libro de medicina. Color verde, letras blancas. —indicó, girando sobre sus talones—. ¿Lo cambiaste de lugar?

El joven elevó una ceja con interés.

— Sé a cuál te refieres, pero temo decirte que no se encuentra en mi poder. Lo había tomado prestado de la biblioteca para un informe de biología.

Mycroft hizo una pausa, percatándose de que ese suceso había ocurrido dos meses atrás. Eran contadas las ocasiones en las que Anabeth había entrado en sus aposentos, sin mencionar que dichas intromisiones no duraban más de dos minutos.

"¿Y aun así puedes recordar mi material de lectura con ese nivel de detalle?"

— ¿Para qué lo necesitas? Si se puede saber. —habló con parsimonia, impidiendo que su asombro y fascinación por esa memoria prodigiosa se vieran reflejados en su rostro.

— Agh, necesitaba buscar un término médico. —explicó—. De casualidad no sabrás qué es un eczema, ¿o sí?

El joven se mostró ligeramente divertido por la extrañeza de la pregunta.

— Es el término clínico que se usa para decir dermatitis en la piel o lo que se conoce ordinariamente como sarpullido. —explicó sin más.

Anabeth parpadeó varias veces, indignada.

"¿Y por qué no dijeron eso desde el principio?" Maldijo internamente. 

La castaña asintió pensativamente, ajustando ese nuevo conocimiento al contexto del caso.

— ¿Y su tratamiento consiste en...?

— La aplicación de cremas o ungüentos. Aunque también existen otras medicinas alternativas. ¿Por qué la pregunta?

— Carl Powers sufría de eczema. —meditó—. Lo que no me sorprende. El cloro de las piscinas tiende a irritar la piel.

— Mmm-Hmm. —asintió— No me sorprendería que el chico llevara alguna crema hidratante consigo. —soltó al aire, sin saber a ciencia cierta a dónde quería llegar.

Ella inclinó la cabeza, reconsiderando sus palabras.

Mycroft la observó desde la silla de su escritorio. La chica se apoyaba en un pie y luego en el otro, creando un continuo vaivén. Era típico en ella cuando necesitaba pensar en algo. Finalmente se detuvo frente a su amigo y esbozó una sonrisa de oreja a oreja con una nueva idea burbujeando en su mente.

— ¡Mycroft, eres un genio! —exclamó con emoción.

Anabeth posó ambas manos en los hombros del chico y se inclinó hacia delante para depositar un casto beso en su frente. 

Mycroft parpadeó un segundo, solo para ver a la joven salir corriendo de la habitación tan abruptamente como había entrado. Cinco segundos después logró escuchar un grito proveniente del corredor.

— ¡Sherlock! ¡Se me ha ocurrido otra teoría! —exclamó la joven entrando a la habitación de su hermanito.

Mycroft permaneció inmóvil en su lugar. Se dejó caer sobre su asiento y llevó ambas manos a su rostro con frustración, ignorando el molesto calor familiar que se acumulaba en sus mejillas.

"Maldita sea, Anabeth. Ya deja de hacer eso." Renegó para sus adentros, sintiendo como su pulso cardíaco se aceleraba.

También intentó ignorar eso.

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