Rapsodia entre el cielo y el...

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Llegamos al mundo sin pedirlo. No elegimos nuestro destino, porque viene escrito por manos ajenas. Mientras... More

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Entrevista a Chris
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La alarma del teléfono hizo que saltara de la cama. La costumbre le hizo buscar el revólver donde siempre lo guardaba, debajo de la almohada.

Al no encontrarlo, acabó de despertar. No se encontraba en su cama, si no en una ajena. Los recuerdos de la noche anterior llagaron raudos a ponerlo al día.

Chris sacudió la cabeza y pronto encontró el revólver, sobre el suelo. No iba a perder otro de los regalos de Trevor. Especialmente uno que necesitaría cuando tuviera que enfrentar a Bracco. Revisó el teléfono y vio varias llamadas perdidas. Los mensajes de texto ni los leyó.

Era hora de marcharse. Necesitaba tomar los calmantes para el dolor, pero se detuvo un momento. Todavía podía sentir la calidez que obtuvo la noche anterior. El lecho seguía tibio.

Resopló enojado consigo mismo. ¿En qué estaba pensando? Chris se calzó a prisa sin quitarle la vista de encima al bulto envuelto en una frazada.

Si no supiera lo profundo que dormía Dominick, pensaría que estaba muerto. Desenvolvió al chico de dentro de las cobijas y le quitó su chaqueta.

Dominick ni cuenta se dio. Sólo rodó en la cama buscando abrigarse .

Chris se apartó de su lado, dándole una mirada al resto de la habitación.  Todo lo sucedido la noche anterior fue realidad.  Pasaron la noche juntos y lo único que hicieron fue dormir profundamente.

Sonrió sin quererlo. De pronto sentía ganas de reír a carcajadas pensando en la cara que pondría Bracco si se enteraba donde pasó la noche.

No, nadie debía saberlo. Lo que pasó entre ambos, se quedaría dentro de esas cuatro paredes mugrosas. Al cruzar esa puerta tendría que olvidarse  que Dominick existía.

Si alguien se enteraba, si Trevor llegaba a saber que...

Chris detuvo el tren desbocado de sus pensamientos. Dominick se volteó en la cama, parecía que iba a despertar. No, no lo hizo. Sólo se acurrucó buscando calor dentro de ese espacio helado.

Tendría que despertarlo y hacerle entender que no podía contarle a nadie que se encontraron. Advertirle no sería suficiente.  Absolutamente nadie debía saber que...

—¡Mierda! —masculló al sentir la vibración de su móvil.

Era Bracco de nuevo, jodiendo cómo era su costumbre. No le contestó. En silencio lo mandó a podrirse en la casilla de voz.

El auto se quedó afuera. ¿En qué andaba pensando? Seguro Bracco estaba esperándolo abajo para agarrarse a plomazos a esas horas de la mañana.

—¡Ey, despierta! —Rodeó la cama para tener acceso al chico y destaparlo para que dejara de dormir.

Dominick abrió los ojos al sentir el frío y su rostro se arrugó en una mueca de enojo. Hasta frunció los labios en el proceso. Acto seguido, se dio la vuelta para recuperar su sueño.

—¡Deja eso! —vociferó Chris para sacarlo del letargo.

Funcionó mejor de lo que esperaba, Dominick saltó del susto y los ojos se le abrieron más de lo normal.

¿Ahora qué? Pensó Chris. ¿Quería un besito de buenos días o qué le pasaba?

—¡Levántate de una maldita vez! —Ni esperó que lo hiciera.

Chris salió de la habitación. A pesar de la luz diurna, el departamento era bastante oscuro. Tuvo que sobreponerse al asco de caminar entre ropa sucia, polvo, envases de comida y demás basura regada por todo el suelo. Encontró una ventana cubierta por persianas polvorientas.

Con el cañón del revólver bajó una persiana para darle una mirada a la calle. El auto seguía en su sitio y no había señales de Bracco, aún.

Que estuviera presente era lo de menos. Las calles tenían ojos y oídos. Ese auto, aparcado en la vereda, era como un elefante en una salón.

Tenía tiempo para marcharse, pero no demasiado. La calle empezaba a despertar y el reloj era uno más de sus enemigos.

Regresó a prisa a la habitación y encontró a Dominick frotándose los ojos, sentado en la cama. Chris bufó rabioso y tomó al chico del brazo.

—Vienes conmigo, así que cállate la boca y no te despegues de mi lado.

Dominick no terminaba de despertar y ya estaba corriendo tras Chris. Salieron del departamento y bajaron las escaleras con más prisa que la que debían. Al llegar a la puerta trasera, se detuvieron. Dominick quiso protestar, no entendía que pasaba y todo  sucedía demasiado rápido.

Chris se asomó primero y al encontrar el camino libre, avanzó. Dominick quiso resistir, pero el cañón del revólver lo apuntó en la garganta.

—¿Qué carajo pasa contigo?

¿De verdad quería que le respondiera? ¿Por dónde empezar? Tal vez desde cuando se conocieron e intentó matarlo. Dominick le devolvió una mirada incrédula que Chris procedió a ignorar. Le hizo ponerse la capucha y le dijo que se mantuviera cerca a él.

Avanzaron con menos sigilo del que quería Chris. Dominick tropezaba consigo mismo y le costaba seguirle el paso. A dos cuadras de distancia se detuvieron.

Chris ordenó que lo siguiera y cruzó la calle. Dominick tuvo la tentación de tomar el camino contrario. Si lo hacía seguro iba a meterse en problemas. Así que siguió a Chris desde la acera contraria sin saber a donde se dirigían.

La pierna le dolía mucho por caminar apurado. La fractura que tuvo nunca sanó como era debido. Pero eso Chris no lo sabía y menos aún le importaba.

Por un momento casi pierde de vista a Chris. Entró a una bodega y por fin Dominick pudo descansar un poco. Casi convencido de que soñaba, se quedó esperando tranquilamente apoyado en la pared.

No podía esperar a despertar e ir en busca de Anelka. Ella seguro tenía el desayuno listo y...

Chris cruzó la calle de nuevo y Dominick todavía no despertaba de la pesadilla. Sus ojos se cruzaron con los de Chris y supo que tenía que seguirlo. Se encontraron en la esquina, cuando Chris accidentalmente dejó caer algo de su bolsillo.

Dominick lo tomó del suelo y lo alcanzó para devolvérselo. Chris recibió la caja de goma de mascar y la guardó entre su ropa. Siguió avanzando hacia otra calle.

Una dirección era lo que leyó en la envoltura de la caja. No era un sueño, era una pesadilla real. ¿Qué hacer? se preguntó cansado de caminar. Podía ir obediente a donde lo mandó o marchar de regreso donde Anelka.

La anciana seguro lo esperaba preocupada. Tenía que volver a su lado, pero su instinto le decía que no lo hiciera. Dominick conocía la zona mejor de lo que quería aceptar. No quedaba más que a unas cuadras y ya se sentía harto de andar.

Así que se tomó su tiempo. Encontró el edificio sin problemas. ¿Qué debía hacer? ¿Esperar? ¿Marcharse de una vez? Dio una vuelta buscando otra entrada o una señal, algo, cualquier cosa que le dijera qué hacer. Dominick se aceró a la puerta trasera, a espiar por la ventana empañada por la suciedad.

No tuvo que esperar por una señal. La puerta se abrió y lo absorbió dentro. Dominick se dejó arrastrar sin poder hacer nada por evitarlo.

—¿Por qué tardaste tanto?

Fue una pregunta al aire, Chris en realidad no quería una respuesta. Dominick se encogió de hombros, pero su gesto pasó desapercibido.

Chris se asomó por la ventana empañada y de un modo u otro consiguió ver a través de esta. Luego de un momento parecía convencido de que nadie los seguía.

En silencio Dominick empezaba a darse cuenta de que estaba en un gran aprieto. Por el modo como actuaba Chris, algo sucedía y lo peor era que no sabía qué. Alguien los perseguía, pensó. ¿Quién? ¿Por qué me pasan estas cosas a mi?

Siguió a Chris por las escaleras, a pesar de que el elevador quedaba a unos pasos. De pronto el lugar le parecía familiar. No le dio demasiada importancia. Tenía cosas más importantes por las que preocuparse.

Ingresaron al departamento de Chris y este cerró la puerta por dentro. Hasta movió un mueble para bloquear la entrada. Luego se volcó a la ventana y cuando estuvo contento con lo que veía, cerró la cortina.

Dominick lo miraba desde el medio de la sala, de donde no movió desde que llegaron. Chris tenía el revólver el mano y lo devolvió a su sitio, entre su ropa.

Masculló algo que prefirió ignorar y dio una vuelta por su departamento. Dominick llevó sus ojos a la puerta. Por ahí no iba a poder salir, sin que lo note.

Chris regresó y por fin se dignó a mirarlo.

—Me daré un baño primero, luego sigues tú. Come algo mientras, debes tener hambre.

Dominick se encogió de hombros de nuevo, sin moverse de su sitio. Necesitaba una explicación urgente, antes que comida y bañarse.

—Y no se te ocurra acercarte a la salida —gritó desde el baño.

Chris desapareció tras una puerta en el corredor.   El grifo de agua era el único sonido que se dejaba escuchar en el pequeño apartamento. Las escaleras de emergencia eran su única escapatoria. Dominick avanzó cauteloso por el pasillo y a mitad de camino tuvo suficiente.

De un puntapié abrió la puerta del baño e ingresó a toda prisa. Tal como esperaba su entrada hizo a Chris saltar en la ducha y apuntarlo con su arma. Em esos instantes prefería una bala a ahogarse en incertidumbre.

Debía ser la desesperación la que lo poseía entero porque de pie frente al cañón de un arma de fuego y un sujeto que le apuntaba desnudo, Dominick volcó toda la rabia que sentía.

Abrió la boca y las palabras brotaron infructuosas. Tan furioso se encontraba que ni una sola sílaba cobraba sentido al abandonar su garganta. Dominick no se guardó nada, batía los brazos en todas las direcciones para que Chris supiera que hablaba en serio.

Desafortunadamente el mensaje era imposible de descodificar. Chris bajó el arma y frunció el ceño tanto que seguro se le caían las cejas del esfuerzo.

Por fin luego de unos minutos de deshago necesario, Dominick se marchó azotando la puerta, mascullando sílabas dispersas.

Chris lo siguió de cerca y recibió el portazo en la cara. Furibundo perdió la toalla en el proceso de perseguir a Dominick quien marchaba a trancazos hacia la entrada.

—¿Qué carajo fue todo eso? —increpó Chris tomándolo del hombro para encararlo.

Dominick bufó molesto pensando en que iba a tener que repetirle todo.

—¡Entendí que estas enojado! ¿Eso es? ¡Sólo mueve la cabeza! Sólo mueve la jodida cabeza. Sí, eso fue un sí.

Por lo menos una parte de su enojo era entendible. Dominick quería una explicación y en ese mismo instante. ¿Qué ocurría? ¿Era demasiado pedir? Tenía una teoría al respecto, pero era bastante descabellada porque involucraba a Sunny.

Necesitaba la confirmación de que esa era la razón por la que lo arrastró hasta ese lugar y ahora se encontraba de nuevo atrapado.

Chris seguía desnudo en el pasillo, de pie sobre un charco de agua. Tenía el rostro magullado y de la  herida sobre su frente era responsable.  Dominick avergonzado llevó sus ojos al suelo para quitarse la sensación de culpa. Y de paso dejar de observar descaradamente los tatuajes que cubrían el cuerpo frente a él.

—Escúchame... Tienes que quedarte aquí quieras o no. Si valoras tu  vida, vas a poner tu trasero en esa silla y vas a comer algo mientras me baño.

Si con ello pensó que se calmaría, tendría que pensarlo de nuevo. Dominick volvió a la carga, con los ojos encendidos de rabia. No necesitaba explicaciones, se marcharía sin más ni más.

—¡Ey! —Chris lo tomó de los hombros. —Pareces un jodido molino de viento en pleno tornado. Escucha bien, estas más seguro en mi departamento que en el muladar donde vives. 

Chris lo miró a los ojos. No, Chris no entendía nada.

Justo cuando empezaba a rehacer su vida esto tenía que pasar.  La ira empezaba a convertirse en una potente desesperación. Conocía esa sensación demasiado bien. Lo que seguía era resignación. No podía contra él, así que tendría que rendirse.

Dominick regresó a la cocina y se desplomó sobre  la silla. Escondió  su rostro entre sus brazos para que Chris no lo viera llorar de rabia.

Pensó en Anelka y las lágrimas brotaron sin control. Ella seguro se iba a preocupar al ver que no volvía. Si regresaba a su lado la pondría en peligro. Tendría que explicarle que por culpa de Sunny, ese tipo y todo el vecindario pensaban que tenían una relación.

Pues no, no era así. Nada más alejado de la verdad. No tenían nada ni lo harían.  Sólo podía sentir cierto cariño por Anelka. Tendría que decírselo a Chris,  que no sentía nada por él, aunque lo matara en el proceso.

De todos modos, si alguien quería lastimarlo porque pensaba que tenía algo con Chris, entonces ya estaba perdido.
***

Dejó caer la mano de cartas sobre la mesa, hacía tiempo perdió interés en el juego. De joven una adicción lo llevó a otra. Jugaba a las barajas desde que podía recordar, allá años atrás cuando el olor al mate acompañaba todas sus memorias. El abuelo le enseñó a barajar, las reglas del juego y a hacer trampa. Hasta lo dejaba beber de su mate y se hacía el que no veía nada.

Los caballos eran el vicio del abuelo. Allá en Córdoba perdió casa, trabajo y hasta la familia por apostar tanto. Solo y sin dinero llegó hasta un rincón en el Bronx donde empezó de nuevo. Poco a poco la familia que perdió se fue encontrando en la ciudad nueva. Bracco no era su nombre, era el del caballo favorito del abuelo, el que le dio el dinero suficiente para empezar de nuevo.

—Andas muy pensativo, cabrón. Mira que si apostáramos en serio ya te habría sacado hasta el hígado —bromeó Vince apagando su cigarrillo en el cenicero inundado frente a ellos.

—Mi hígado no sirve para nada. Hace tiempo lo ahogué con licor y drogas duras —replicó Bracco rascándose la barbilla—, pero ni te hagas ilusiones, mi hígado no se lo doy a nadie.

—Tu hígado está más jodido por todas las iras que te metes. Ese cabroncete no merece nada, Bracco. No sé porque tanta consideración con ese perro. Solo porque el Trébol lo mira con buenos ojos.

—Ah, prefiero esos ojos lejos de mi —murmuró Bracco y dejó las cartas a un lado—. Aunque están por todos lados.

Perdió el interés en los juegos de azar cuando conoció al Trébol. Nunca pensó que alguien pudiera intimidarlo tanto. Ni su entrenamiento militar ni el hecho que vio la muerte en la cara varias veces consiguió lo que Trevor hizo: desarmarlo por completo.

Trevor le tendió la mano cuando se encontraba sin un centavo en el bolsillo. El ejército lo dejó con algo más que heridas de guerra. El estrés post traumático, la incapacidad de encontrar un trabajo que pudiera mantenerlo a él y a sus vicios. El alcohol y las drogas se encargaron de llevarlo a la calle, reducirlo a un vulgar vagabundo. Fue cuando Trevor apareció frente a él como un flotador para quien se ahoga.

Le dio un lugar donde dormir y asearse. Una vez estuvo limpio lo hizo mirarse a un espejo. Volvió a ser él mismo, sin barba crecida y mugre encima era de nuevo un ser humano. Trevor hizo una mueca que reemplazaba su sonrisa y acto seguido le apuntó con una pistola.

—Hazlo — le dijo invitándolo a que tomara el arma.

No supo que hacer. Tembló al sentir la avalancha de recuerdos sepultándolo. El sonido del tambor girando lo hizo reaccionar como si acabara de activar un interruptor. Tomó el arma de manos de Trevor y lo apuntó esperando que retrocediera.

Lo siguiente sucedió tan rápido que apenas se pudo dar cuenta. Trevor, con menos estatura y volumen corporal lo derribo como si fuera un castillo de naipes.

Cayó de espaldas recibiendo el
peso de su adversario sobre su pecho. La lucha cuerpo a cuerpo fue por demás vergonzosa. Trevor anticipaba cada uno de sus movimientos y si no se lo sacaba de encima moriría en sus manos.

En ese momento no lo notó, pero al repasar los hechos se dio cuenta que ninguno de sus movimientos fue espontáneo, si no respuesta a los ataques de Trevor.

Lo manipuló como a una marioneta. Hizo que lo persiguiera sin que pudiera alcanzarlo. Jadeando como un animal, con los puños levantados se dio cuenta que había caído en una trampa.

Siguió a Trevor a donde quiso llevarlo. Como un animal de corral a enfrentar al carnicero. Bracco tragó en seco perdido en aquella memoria. Cuando se dio cuenta se encontraba en una sala oscura como una pesadilla. La puerta que se cerró tras ambos con un sonido pesado.

Una silla, una mesa pequeña eran toda la decoración. Del techo oscilaba un foco amarillo. De pronto el sonido de una explosión lo hizo lanzarse al suelo. Olor a pólvora, a tierra húmeda, a cenizas, a gasolina. El sonido de voces en todas las direcciones quebrándose en alaridos, sollozos desesperados, gritos de pánico.

Solo Trevor seguía de pie, porque solo fue sonido, pero su mente no fue capaz de notarlo. Quería salir, escapar de esa habitación olorosa a gasolina, pólvora, repleta de sonidos fuertes que resonaban de tiro de su mente. Bracco parecía un perro rabioso y acorralado. Encontró la puerta en medio del caos imaginario. No consiguió abrirla. de nada intentar abrirla.

Solo sabía reaccionar. Atacar, destruir.

Frente a sus ojos descubrió que la silla no estaba vacía. Trevor se hizo a un lado dejando ver quien la ocupaba. En ese momento su mente no registraba nada más que el miedo.

Bracco se lanzó sobre la mesa y tomó lo primero que con la mano derecha alcanzó. Con la izquierda hizo un puño y se lanzó al ataque.

Trevor sonrió y esa vez pudo ver esa maldita expresión que lo acompañaría a la tumba. Dejó que se acercara con un grito y lo recibió sonriente. Bracco clavó el puñal sobre carne trémula. Sintió el calor de la sangre, la resistencia del músculo y no se detuvo.

Tenía que hacerlo, borrar esa sonrisa. Una vez más, diez, quien sabe. Su cuerpo empapando, su rostro salpicado. Sus oídos inundados del sonido de guerra que reventaba en aquella sala.

Dejó de oír su propia voz, dejó de sentir por un momento entró. Trevor lo miraba complacido. Su rostro también manchado de sangre ajena. Sonreía como un niño. Bracco retrocedió, todavía sin poder registrar lo que sucedía. Nunca soltó el puñal, lo mantuvo siempre en alto y listo. Quería esa sonrisa, arrancársela de la cara y guardarla de recuerdo.

Los ojos pálidos de Trevor tenían un brillo nuevo. Con la sonrisa pegada en la cara descubrió el bulto sobre la silla. Un rostro conocido. Alguien que no espero volver a ver, pero a quien deseó hacer lo que hizo.

—Sabía que te gustaría tu sorpresa.

Jamás olvidaría esas palabras. Trevor lo sabía todo. La razón por la que le dieron de baja estaba frente a sus ojos desencajados.

Tuvo que pasar mucho tiempo para que Bracco pudiera regresar a ese momento y analizarlo en su mente. Fueron sus manos las que obraron, fue su cuerpo en la escena que quedó registrada en vídeo, para el deleite de Trevor. Ahora era parte de su muy macabra colección. Jamás olvidaría ese momento cuando dejó atrás la razón y se dejó manipular por quien ahora era su jefe.

En un momento creyó que le debía el haber conseguido su venganza. En realidad no le debía nada a Trevor, era este quien le debía haberle arrebatado el alma.

Desde ese día no fue el mismo. Dejó atrás la humanidad que le quedaba y pasó a convertirse en alguien nuevo. Al que no le importaba nada.

Bracco se levantó de la silla. Necesitaba un momento a solas. Vince lo notó. Tenían tiempo de conocerse y ninguno de los dos se metía en el camino del otro.

Vince recogió la baraja y se marchó dándole una palmada en la espalda como despedida. No tenían que hablar para entenderse. Sabía lo que ocurría y hasta podía saborear la ansiedad de Bracco, porque flotaba en el aire.

Chris vendría a buscarlo y tendría que acabar con él o terminar muerto. Eso no pasaría. Bracco se detuvo mirando a una pared, cayendo en la misma manía que su amante furtiva decía odiar.

Sunny llegó a su mente un momento antes de recibir su mensaje. Tenían ese tipo de relación, en la que uno sentía al otro aunque no estuviera presente.

Chris no sería problema, todavía era un cachorro de dientes afilados, pero que no sabía morder. No, se corrigió, era más bien un perro rabioso; y muerto el perro, se acaba la rabia.

***

Le prometió a Anelka que volvería. La anciana seguro estaba muy preocupada. Dominick se levantó del sillón apenas supo que era seguro hacerlo. Esperó un momento más y por fin se animó a marcharse.

No podía usar la puerta principal por temor de ser visto. Tal vez ese tipo esperaba que escapara. Así que se asomó con cautela, por la ventana. No vio nada fuera de lo normal.

Tendría que usar las escaleras de emergencia. Si es que conseguía abrir la puerta de la recámara. Cerrada, Chris se aseguró de ponerle llave antes de salir. Dominick maldijo al aire, Ni modo, la puerta principal tendría que ser.

Ni terminó de acomodar sus pensamientos cuando escuchó ruido al otro lado de la puerta. Alguien maniobraba la perilla con intenciones de ingresar. Alguien que no tenía llave e intentaba entrar sin levantar sospechas.

De algo podía estar seguro, de que tenía que esconderse y pronto. El departamento era pequeño y de escasos escondites. ¿Qué hacer? Pensó entrando en desesperación. La única salida sería la escalera de emergencia.

Dominick se quitó los zapatos a prisa y huyó a esconderse al baño. Alguien entró por la puerta de la principal y se quedó fuera. Se tardó un momento en ingresar.

Casi no hacía ruido al pisar, pero buscaba algo. Se puso a revisar las gavetas de la cocina. Con terror oyó que se acercaba. La habitación de Chris le llamó más la atención al encontrarla cerrada. Se tomó un tiempo en abrir la cerradura y entrar a husmear dentro.

Sudaba frío, no necesitaba que nadie se lo dijera. Quien quiera que fuera no tenía buenas intenciones. Dominick escuchó un gruñido seguido de una grosería y los pasos se precipitaron al baño donde estaba escondido. Agazapado dentro del mueble bajo el lavabo, no se atrevía ni a respirar.

Confiaba su única esperanza en la ventana minúscula que dejó abierta, con uno de sus zapatos al pie de esta.

Otro gruñido amargo y los pasos perdieron el sigilo. Se apresuraron a perseguirlo a donde fuera que esa ventana condujera.

Un alivio incomparable floreció en su pecho. Dominick abandonó su escondite, recogió su zapato y corrió hacia la escalera de emergencia. Cerró la puerta de la habitación de Chris y colocó una silla para trancarla. No podía salir de ese lugar, era peligroso si quiera asomarse fuera.

Tal vez no sabía a ciencia cierta de qué se trataba todo el asunto y como así terminó envuelto en este. Pero quería una explicación. Chris volvería y se la tendría que dar. Y de paso el ver el modo como sacarlo, porque no estaba dispuesto a arriesgar su vida por alguien que apenas conocía. 

***

La acera se encontraba vacía y el callejón contaba con un silencio ominoso. La calle sabía que algo ocurría y nadie se animaría a intervenir.

—Te estabas tardando. Llegarías tarde a tu funeral si te dejo hacerlo.

Bracco no tuvo que voltear para notar su presencia. En otro momento seguro se jactaría  de tener ojos en la espalda. A pesar de que casi no hizo ruido al acercarse, develó su ubicación. En un futuro, si es que habría uno, tendría que ser más cuidadoso y dejar de usar el gel antibacterial que olía a un kilómetro de distancia.

—Ya vine, eso querías, ¿no? Tengo cosas que hacer, así que terminemos con esta mierda.

—Tienes la boca tan grande como los cojones para venir hasta acá. Pero no va a ser suficiente.

Sin más aviso Bracco disparó, sin intenciones de matarlo a la primera. Chris se lanzó hacia un lado, aún resintiendo sus heridas.

—Mi abuela tuerta tiene más reflejos que tú.

Otro disparo sin intenciones más que de herirlo en el orgullo. Apenas una herida superficial, sangraría un rato. Chris se apoyó contra la pared para recuperar algo de honor y esperar a Bracco quien lo embistió como un toro salvaje.

El impacto hizo que Chris volara un par de metros y aterrizara sobre el pavimento con un sonido sordo. Bracco tronó sus nudillos avanzando hacia el chico que se retorcía en el suelo.

—Carajo —murmuró Chris todavía en el suelo —está chaqueta es mi favorita cabrón, ahora tiene un maldito agujero.

Bracco sonrió ocultando su molestia. Esperaba un poco más del chico, pero acabaría decepcionándolo como tantos otros.  Le aplicó un puntapié en el costado y lo hizo rodar casi hasta chocar contra la pared

Chris aprovechó la superficie dura y se puso de pie.  Apenas podía sostenerse, de verdad tenía mucho que aprender.  Era demasiado predecible. Se apoyó contra la pared y usó ese impulso para embestirlo. Bracco lo esquivó sin problemas. Pero no contó con lo siguiente.

Antes de caer aparatosamente, Chris consiguió rasgarle la pierna con el puñal que tenía en la mano.  No era gran cosa, aunque sentía sangre resbalando por su pantorrilla hasta el talón, no era una herida grave.

Pudo serlo, pero le faltó experiencia.

Chris seguía en el suelo, peleando contra su cuerpo por levantarse. El filo del puñal quedó al descubierto.  Bracco resopló fastidiado. Potencial había, pero tal vez no suficiente.

Bracco giró hacia el chico y un dolor punzante lo acompañó. Maldijo en silencio, pero no se detuvo.  Tal vez lo subestimó y ambos sabían que era algo que no podían permitirse.

—Lo que te sobra de cojones, te falta de materia gris —apuntó Bracco acechando.

De pronto volvía a sus años en el ejército. La misma sensación de cacería regresaba a su mente. Aunque un animal herido no dejaba de ser peligroso.

Chris se incorporó, a pesar de la herida en su pierna. Bracco notó enseguida que estaba al límite de sus fuerzas y buscaba espacio entre ambos, podía leerlo con facilidad.

Era una lástima, todo ese  potencial desperdiciado, pensó lanzándose sobre su presa.  En combate cuerpo a cuerpo Bracco tenía la ventaja. Chris pesaba menos y no tenía el entrenamiento necesario.

En un momento el puñal que el chico sostenía voló lejos de ambos. Chris quedó atrapado como un insecto contra el muro que sostendría su cadaver.

—Fue un buen baile, corto, pero divertido. Lástima que tengas dos píes izquierdos, muchacho.

Chris escupió algo de sangre que le alcanzó la camisa. Bracco hizo una mueca de asco. No retrocedió, a pesar que empezaba a sentirse mareado. Apretó a su presa con más fuerza. Le rompería el cuello con sus propias manos.

El chico intentó apartarlo, pero Bracco esquivó el cabezazo a tiempo. Chris lo miraba iracundo.

—Mira que eres un mal perdedor. Tenías que aplicarte un poco, te iba a enseñar a bailar. Tango. Mi abuelo me enseñó, ese viejo era tan bueno para eso.

Chris solo le regaló una mirada que casi hace que retroceda. Bracco supo entonces, quien era el ganador de esa contienda. El mareo se convirtió en un temblor en todo el cuerpo. Se aferró a la garganta del chico con desesperación, porque perdió el aliento y el pecho empezó a dolerle. Cayó de rodillas ahogándose en tierra. El dolor en la pierna se convirtió en una quemazón. No tenía que revisarse, seguro tenía toda la piel cubierta de ronchas.

Anafilaxia, gritó su mente y se maldijo a sí mismo por ser tan descuidado. Chris lo sabía. ¿Cómo se enteró? Quizá esa interrogante quedaría en el aire. No le quedaba mucho tiempo para averiguarlo. Moriría sobre el pavimento sin saber la respuesta.

—¿Qué pasó, cabrón? ¿No dijiste que me enseñarías a bailar? Te vas a ir a bailar con las estrellas, hijo de perra.

Bracco quiso sonreír, moriría de ese modo. Con una sonrisa en los labios. Chris se le lanzó encima y lo aplastó con su cuerpo.

—Si sabes que eres alérgico a una puta avispa, deberías cargar tu auto inyector, imbécil.

Trevor no se equivocó, pensó Bracco con resignación. Ese nunca daba un paso en falso.

—Fue bien fácil averiguar que eres jodidamente alérgico al veneno de las avispas. Basta con verte saltar como perico cuando ves una.

Le quedaba poco tiempo. Moriría de ese modo tan tonto. Vaya, pensó Bracco, quien lo creería.

—Pensaste que no lo noté, pero fue bien obvio.

Recordó aquella vez, una abeja voló cerca de él y no pudo evitar su reacción. Se apartó del insecto y se aseguró de matarlo para eliminar la amenaza. Bah, y pensó que fue discreto. Las sorpresas que da la vida.

—Charlie me dio uno de tus auto inyectables antes de venir para acá. Por eso me tomé mi tiempo. —Chris le arrancó la tapa con los dientes y se lo aplicó en el muslo—. Debería clavártela en los huevos, cabrón.

Chris se apartó entonces. Bracco se incorporó como pudo. El auto inyectable le salvaría la vida, pero de la visita al hospital no se libraba. Vaya, vaya, ¿quien iba a pensarlo?

El oxígeno volvía a llenar sus pulmones y una carcajada escapó de su pecho. De pronto no podía dejar de reírse. Bracco no acababa de burlar la muerte, pero reía sin poder contenerse.

—¿Quién iba a imaginarlo? —dijo entre espasmos de tos y risa.

Bracco se puso de pie y Chris retrocedió sin bajar la guardia. Quiso felicitarlo por su buen trabajo. Sin duda lo hizo muy bien. Trevor nunca se equivocaba. Se alejó unos pasos hacia la calle. Necesitaba llamar una ambulancia, no estaba en condiciones de conducir hasta el hospital.

Las sirenas no tardaron en sonar. En la entrada del callejón divisó una figura que le devolvió la certeza de que seguía vivo. Bracco le sonrió a Trevor y hasta lo saludó con un movimiento de cabeza.

Tal como esperaba del Trébol de la Baraja, Trevor lo sabía todo y veía todo. Bracco se sintió aliviado. Por fin esos ojos tenían otra mira. Ya no tenía porque preocuparse por tenerlos sobre su espalda.

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