La hermana de mi novio [Dispo...

By Luisebm7

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Tras superar mi etapa de rebeldía, mi vida de adolescente se convirtió en un sueño hecho realidad. Mis padres... More

Notas
La Alumna Nueva
Adiós Privilegios
Intenciones
Cuñadas
Intimidad Violada
Insatisfecha (I)
Insatisfecha (II)
Preámbulo de la Fiesta
La Fiesta (I)
La Fiesta (II)
La Fiesta (III)
*Intermedio*
¿Y ahora?
Domingo de Cine
Pena y Rabia
¿Cuánto dolor puedes aguantar?
Consuelo (I)
Consuelo (II)
¿Quién fue? (I)
*Intermedio II*
¿Quién fue? II
Daño Colateral
Paseo en patines (I)
Paseo en patines (II)
Noche de exilio
De citas y misterios (I)
De citas y misterios (II)
Cita de Amigas (II)
Cita de Amigas III
Postcita
Epílogo de Postcita
Pasión Confundida (I)
Pasión Confundida (II)
Pasión Confundida (III)
Pasión Traicionada
Epílogo de Pasión Traicionada
Distanciamiento... ¿o no? (I)
Distanciamiento... ¿o no? (II)
Distanciamiento... ¿o no? (III)
Masaje con final... ¿feliz?
Amarga Distancia
Estaca en el Corazón
Agresividad
Violencia vs. Pasión
Solo una vez...
Bye, exámenes
Entrenamiento Peligroso
Cita Encubierta
Semana Trascendental (I)
Semana Trascendental (II)
Semana Trascendental (III)
Descontrol
Disgusto Férreo
Enferma de Amor
Recuperación
El Pacto
Confesión Carnal
Corazones Abiertos
*Intermedio III*
Encuentros, travesuras y tormentos
Sometida
Pasado y Presente
Pelea y Castigo
Juego Sucio
Ante todo, placer
Tarde con Víctor
A solas con el demonio
Pre-Halloween
Halloween (I)
Halloween (II)
Halloween (III)
Planes Inesperados
Descubiertas
Regalo de Cumpleaños
Una Verdad
Cumpleaños Travieso
*Intermedio IV*
Dominada
Liberación
Cicatriz del Alma
La verdad tras el dolor
Entrenamiento... ¿en el vestuario?
Travesuras
Partido de Vóley
Paseos Memorables
Amistad Rota
Alivio para la ira
Paseo de Amigas
*Intermedio V*
Personaje Asignado
Conflicto de Intereses
Fin de Trimestre
Año Nuevo
Acoso y Amor
Infieles
Ruptura
Venganza
Disculpas
Disculpas (II)
Monstruo
Homofobia
Perdonada
La Obra
Tras el telón
Legado de rencor
Justicia
Culpable
Vuelta a la Normalidad
Vuelta a la Normalidad (II)
Feria del Amor
Feria del Amor (II)
La cara oculta de la luna
Adiós
Aceptación
Por ti
Puñalada
Eric
Eric (II)
Un San Valentín inolvidable
Corazones Rotos
Epílogo: 9 de junio
Agradecimientos
Q&A
Gala de Nominaciones
¡Feliz Halloween!
¡Noticias frescas!
¡Especial 3M de lecturas y San Valentín!
¡Concurso de memes!
¡Concurso 2!
¡Lanzamiento final de LHDMN!

Cita de Amigas (I)

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By Luisebm7

De vuelta en casa tras un día interesante en el instituto. Ansiaba que sonara el timbre de salida como nunca. Durante todo el camino estuve apresurando el paso y presionando a Laura y a Eric con la excusa de que tenía hambre. Él, por suerte, se había deshecho del zombi que lo había poseído y caminó como si tuviera ruedas en los pies. A pesar de que se respiraba otro aire en el ambiente, no hablamos demasiado, más bien todo giró en torno a Laurita y su creciente popularidad entre los chicos, exceptuando el tema del poeta, ese nos lo reservamos. Eric me dijo que hice bien en espantar al tal José, que él tenía que dar el visto bueno del chico con el que su hermana decidiera tener una cita. No sé hasta qué punto bromeaba, pero la cela más que a mí en toda nuestra relación.

Nos sentamos para comer y tuve que disimular la risa. Eric, el adivino, se convirtió en Eric, el hambriento. Nuestra charla en el tejado del instituto debió sentarle muy bien, hasta el punto de curar su enfermedad melancólica. Recuperó el apetito que parecía haber perdido. El muy glotón se comió su plato, los restos de Laura y repitió otra ronda. Devoraba los muslos de pollo como un pordiosero de la Edad Media. En ese aspecto sí seguía guardando similitud con un zombi por la forma ansiosa en que enterraba sus dientes en la carne, derramando la grasa por su boca y sus manos, y arrancando los trozos a tiras. Llegó a repugnarme y le cedí mis restos también. Pobrecito, lo estaba matando de verdad.

Eric ya se ha marchado a trabajar y yo planeo darme una ducha.

—Laurita, me voy a duchar para quitarme la peste a comida grasienta que me dejó encima la asquerosa de Daniela —le digo junto a la puerta del baño.

—Vale, pero... dime a dónde piensas llevarme para saber qué ponerme —dice con inocencia mientras se estira un mechón de pelo.

—Es fácil. ¡Iremos a la playa! —digo con entusiasmo.

—Oh... —Su reacción no es la que esperaba. Su sonrisa ha mermado y se mira la muñequera. ¿Tan mal plan es?

—Pensé que te alegraría. Creía que te gustaba el mar.

—No es que no me guste ni que no me alegre... —Laurita agacha la cabeza y oculta la mirada como una niña con vergüenza.

—¿Y entonces? —pregunto con mucha curiosidad.

—Es que... no sé nadar, nunca aprendí —confiesa como si fuera un pecado.

—¡Qué boba eres! Eso no es un problema. Además, nunca es tarde para aprender, ¿no? Yo te enseñaré. Venga, anímate. Nos divertiremos mucho —le digo con mi mejor sonrisa y su rostro recupera su esplendor.

—Vale, voy a ponerme mi bikini. Estaré lista para cuando termines —me dice y corre a su cuarto.

Por un momento me preocupé. Sé que no me he esmerado mucho para sorprenderla, a cualquiera se le ocurriría ir a la playa, pero mi intención es que nos divirtamos, que ella tenga una tarde muy agradable. ¿Quién se hubiera imaginado que le daría vergüenza no saber nadar? Es tan linda. Pero me pregunto qué hará con su muñequera.

***

♫This world can hurt you. It cuts you deep and leaves a scar. Things fall apart, but nothing breaks like a heart...♫

Me entra una llamada mientras me desvisto en el baño. Es Claudia.

—Dime, fea —contesto.

—Madre mía, qué poca motivación para hablar con tu amiga —me dice.

—Perdona, es que estoy en el baño...

—¡Ja, ja, ja! Cochina, no quiero oír tus trompetazos.

—Boba, me estoy quitando la ropa —aclaro entre risas.

—¿A lo stripper? ¿Practicando para el viernes con Eric? —bromea Claudia.

—¡Ja, ja, ja! ¡No! Para ducharme. Tengo la grasa que me tiró Daniela incrustada en el pelo.

—Esa sí que es una cochina. Si quieres, pasamos esta tarde por su casa y le lanzamos huevos podridos —propone y sé que lo dice en serio por mucho que se ría.

—No, no. Deja que le toque a ella limpiar el patio. Ahí se acordará de mí.

—Cuenta con mi apoyo. A ver, ¿te vienes a pasear conmigo esta tarde?

—Ay, no puedo... —Podría invitarla a la playa con nosotras, pero creo que ninguna de las tres estaríamos contentas.

—¿Y eso? No me digas que te pasarás toda la tarde estudiando.

—No, es que... quedé con mi cuñada —confieso.

—¿En serio? ¿Para hacer qué? ¿La llevarás al parque como si fueras su niñera? Y deja de llamarla cuñada, que ahora mismo no lo es. —Claudia parece celosa con tanta burla.

—A ver, es un paseo para conocernos un poco más. En cierto modo seguimos siendo cuñadas, es la costumbre ya. Supongo que hablaremos sobre Eric. —Me veo en la necesidad de darle explicaciones.

—Esa niña me quiere robar a mi amiga, lo que me faltaba. Bueno, pues nada, que te diviertas con ella. —Claudia se ha enfadado, lo sé.

—Me diste tu palabra de que intentarías llevarte bien con ella. Cuando la conozcas como hago yo, verás que cambiarás de opinión.

—Si tú lo dices... Mañana hablaré con ella y veremos si nos entendemos o no.

—Que sí. Irá bien. Oye, te tengo que dejar porque tengo prisa.

—Por dios, ¡qué ansiosa! Vale, no te robo más tiempo. Igual, pásalo bien y despeja esa cabeza que por mucho ha pasado últimamente. Un beso, fea. —No creo que sonara tan ansiosa como insinúa, pero me gusta que se mantenga positiva y que me anime.

—¡Muak! Te quiero, fea.

Ahora sí, directo a la ducha para que Laurita no tenga que esperar mucho.

***

Soy consciente de que voy a la playa y que me llenaré de arena y agua salada, pero, aun así, me miro en el espejo una vez más para asegurarme de que luzco bien. Me he puesto una camiseta y un pantalón corto, ambas piezas muy veraniegas. Debajo tengo uno de mis conjuntos de traje de baño. Escogí el rojo de entre todos.

Cuando salgo del baño me encuentro directamente con la peculiar figura de Laurita. Lo primero que me salta a la vista es su sonrisa tan entusiasta. Además, lleva en la cabeza una gorra rosada clara que hace que se vea muy mona. Cubre medio cuerpo con un pareo traslúcido claro y su bikini es blanco con un estampado de rosas. Me esperaba un bañador de ese estilo por su parte, pero bueno, es evidente que la auténtica flor es ella. Carga con una mochila blanquecina a sus espaldas y oculta las manos detrás.

—Como vi que tardabas, he preparado las cosas. Llevo toallas, agua y crema solar —me dice y tiro suavemente de su gorra.

—Te veo con ganas. Estás muy chula con esa gorra —le digo y ríe.

—Y tú también. —Antes de que yo pueda reaccionar, revela lo que ocultan sus manos. Me pone una gorra negra—. Esta es para ti.

—¡Ja, ja! ¿Sí? —Me la quito para contemplarla mejor. No es una simple gorra. Tiene escrito con un permanente grueso y rosa "Laurita loves you"; además, la firma es la marca de un beso de labios rosados—. ¿Y esto? ¿Lo has preparado ahora? —pregunto maravillada. Mi sonrisa es incontenible. Puede que parezca un detalle ridículo, pero su gesto me ha tocado el corazón. Me la vuelvo a colocar con mucho orgullo.

—Sí... —Está sonrojada—. He tenido que darme prisa. Hasta me pinté los labios y luego me los limpié. ¿Te ha gustado?

La abrazo cálidamente.

—¿A ti qué te parece? —le digo al oído y oigo su risa de satisfacción—. Anda, dame eso. —Le quito la mochila.

—Puedo llevarla —dice y niego con el dedo.

—De eso nada. La que te lleva de cita soy yo y has hecho más de lo que debías.

—Vale, pero no me riñas, abuelita —bromea.

Me fijo en que no tiene su muñequera habitual, pero usa otra más discreta en su lugar. ¿Por qué será? ¿Qué es lo importante para ella, la muñequera, usar una muñequera o lo que oculta esa muñequera? Me desconcierta. No me atrevo a preguntarle, aún recuerdo su cara angelical convertida en demoníaca cuando intenté quitársela. No quiero hacer algo que estropee esta cita de amigas.

—Cojo mi cartera y unas palas para jugar, porque sí, vamos a jugar y te voy a machacar. Hoy estarás en mi terreno —digo con una inocente malicia.

—Me gusta que sueñes, así mi victoria sabrá mejor —responde la muy diablilla.

***

Las dos nos encaminamos hacia la playa. Siguiendo mi propia recomendación, buscamos un balneario apartado donde no abunde tanta gente. Todavía quedan muchos turistas y esto se abarrota de tal manera que parece un milagro encontrar un hueco en la arena. Por suerte, hay zonas que por circunstancias que desconozco se quedan más vacías. Quizás influya la lejanía de los restaurantes y hoteles de esos puntos; la gente es vaga y prefiere tener todo a un paso. La hora de la tarde también suele favorecer la aparición de estas áreas codiciadas por mí.

Caminamos y caminamos. El pollo aún nos repite y se nota en el agua que bebemos cada pocos metros. No sé si culpar a la grasa o a Eric, el hambriento. Espero que la comida copiosa no nos mate el ánimo. No me gusta quedarme dormida en la playa y mucho menos desperdiciar ese preciado tiempo con mi cuñada haciendo nada.

—Aquí, Laurita —indico en un balneario lejano de casa y de los hoteles, donde la arena fina y blanquecina está bastante despejada. Es el sitio ideal para plantar nuestra base.

Nos quitamos las chanclas al adentrarnos en el océano arenoso.

—¡Me quema! —se queja Laurita y salta como si lanzaran petardos a sus pies.

Es cierto que está caliente, pero tampoco es para tanto.

—Sensiblera —me burlo con cariño—. Quedémonos aquí, cerca del agua.

El aroma del mar es tan intenso y agradable, casi que puedo saborear el corazón del océano en mis pulmones. La brisa ligera también se agradece bajo este sol abrasador. Y sumando a Laurita a todo esto la playa es inigualable. Ella es la sirena, la estrella. ¡Qué ganas tengo de verla mojada!

Suelto la mochila y saco las toallas. Las extendemos entre las dos, una al lado de la otra. Una de las toallas es friki, tiene el dibujo de esa cantante virtual que le gusta, y la otra es de palmeras. Me aseguro de que queden lo más cerca posible, quiero que nos escuchemos bien cuando hablemos. Y ahora toca desvestirse. Mientras me quito el pantalón para ponerme cómoda, Laurita se desata el pareo y me mira.

—¿Qué? —le pregunto sonriente y niega con la cabeza.

Lo siguiente que me retiro es la camiseta. Enseguida me doy cuenta de que sus ojos se van directo a mi vientre.

—¡Qué tatuaje tan bonito! —Laurita se aproxima y desliza muy despacio sus dedos por mi vientre como si repasara el dibujo del botón de rosa. Desciende hasta chocar con mi bikini—. Me gusta mucho. —Presiona el elástico como si pretendiera ir más allá, cosa que me inquieta, sobre todo porque me mira fijamente a los ojos, pero desiste. Suspiro con disimulo y me percato de que mi respiración se había cortado.

—Me lo hice hace tiempo —digo. Por lo visto no lo descubrió en las duchas después de la clase de Educación Física de la semana pasada.

—Me encanta. "Aunque me marchite, siempre puedo volver a florecer" —lee la parte escrita de mi tatuaje—. Tiene un significado para ti, ¿verdad? No parece aleatorio —deduce.

—Sí, tal cual lo que pone. Hay que resplandecer en la vida, Laurita, nada de podrirse.

—¿Tanto te marchitaste? —Su pregunta tan directa roza la incomodidad porque sé el camino que está tomando.

—Hubo un tiempo en que no fui buena persona, ya lo sabes. Olvidémonos de eso. Estamos aquí para divertirnos —digo y me siento sobre la toalla—. Pongámonos crema, anda. Tú con esa piel de vampiresa que tienes no debes descuidarte.

Laurita se ríe y se acomoda a mi lado. Nos turnamos la crema de protección solar para untárnosla en la parte frontal. Esa textura fresquita y pegajosa me pone los pelos de punta, pero es necesaria para cuidarse la piel.

—¿Me echas un poco más? —me pide mi cuñada extendiendo las manos.

No sé por qué, pero me apetece ser mala. Inclino el envase sobre sus palmas y lo presiono con fuerza. Un buen chorro de crema sale disparado.

—¡Ah, Ana! Te has pasado —se queja y me río.

—Lo siento. ¿Y si me pones en la espalda? Así no la desperdiciamos —le sugiero.

—Vale, túmbate —me ordena.

La obedezco. Me extiendo bocabajo tras quitarme la gorra y despejarme la espalda de mis cabellos. Sostengo una complaciente sonrisa. Laurita se sienta sobre mis piernas. La crema la hace resbaladiza entre sus muslos, puedo sentirlo con el roce de nuestra piel. Posa sus manos sobre mis hombros y comienza a presionar con suavidad mientras las arrastra hacia abajo. La sensación es relajante.

—¿Pero es para ponerme crema o darme un masaje? —pregunto.

—Te dije que haría que te sintieras mejor en nuestra cita. Un masaje es apropiado para la ocasión —me dice.

—Pues te lo voy a agradecer, Laurita. Me estás quitando la tensión de encima. No sabía que supieras dar masajes.

—No es que sepa, pero algún movimiento aprendí hace tiempo de los que he recibido —dice mientras continúa frotando mi espalda.

Laurita me desata la parte superior del bikini. Mis ojos como platos expresan mi exaltación, pero la dejo que siga a su ritmo. Sus manos son como olas suaves y constantes que van y vienen con la marea. Ascienden y descienden, escapándose en alguna ocasión por mis brazos y despertándome un ligero cosquilleo.

Sus agradables movimientos son sutiles conquistadores. En cada recorrido llega más lejos que en el anterior. Escapa de mi espalda hacia los costados. Penetra por parte de mi vientre, sube por mi abdomen y dibuja el borde de mis pechos. Su masaje es tan gentil y atrevido que me relajo en cuestión de segundos, me relajo tanto como me agito porque por dentro me invade el calor. Me muerdo el dedo más inmediato de mis manos bajo mi barbilla como precaución ante la posible fuga de un gemido involuntario.

—¿Te está gustando? —me pregunta inclinada sobre mí y con sus manos en mis caderas.

—S-Sí, claro. Lo haces muy bien. ¿Seguirás un poco más? —No entiendo por qué hablo con nerviosismo, es solo un masaje relajante de mi cuñada.

—Todavía queda la mejor parte —me dice a modo de susurro que me suena insinuante. No sé en dónde tengo la cabeza, pero quiero que continúe.

Laurita vierte más crema en el centro de mi espalda. Me sobrecojo y gimo levemente por la inesperada sensación de frescor. Ambas nos reímos de mi respuesta tan inocente. Ella vuelve a plasmar sus manos sobre mí. Ahora las restriega con más brío, confeccionando mis curvas hasta embestir el elástico de la parte inferior de mi bikini. ¿A dónde pretende llegar?

De un segundo a otro, sus manos desaparecen. Miro de soslayo con la intención de calmar mi incertidumbre, pero no veo nada. Sin embargo, uno de sus dedos se apoya en mi cuello y me tranquiliza, significa que continuará. Lo hace, recorre la senda de mi columna de arriba abajo. Su roce es ligero, pero lo suficiente para hacerme vibrar. No controlo la forma en que mi cuerpo se arquea empinando mi trasero. ¡Qué vergüenza! Agacho mi cabeza del todo para ocultar mis expresiones de sumisión.

Su dedo termina el recorrido en mi coxis, el punto que provoca que levite mi trasero al máximo. En ese mismo instante, siento las manos de Laurita agarrarme las nalgas. El gemido y la contracción se me escapan involuntariamente, pero los disimulo con una tos fingida. Mantengo la cabeza agachada y mordiéndome el dedo como si me lo quisiera arrancar. Laurita me va a matar. "Es solo un masaje de tu cuñada. Es solo un masaje de tu cuñada. Es solo un masaje de tu cuñada", me repito insistentemente.

Laurita ha incluido mis nalgas y el inicio de mis piernas en su trayecto. Cuando asciende hasta mis pechos deseo que regrese a mi trasero, y cuando desciende hasta este quiero que vuelva a mis pechos. Me estoy volviendo loca. Ejerce más presión con sus dedos gordos cuando sube por el final de mis muslos y se adentra en mis nalgas. Ahí me penetra ligeramente bajo el bañador. Su movimiento atrevido me abre, expone mi intimidad, la incita a recibir una tentadora visita. Ya casi puedo sentir sus dedos acercándose e invadiendo lo prohibido, mi punto débil. Mis pies inquietos son la prueba de este placentero sufrimiento.

Por si no tenía suficiente, Laurita me da un beso en la espalda.

—¡Vale, vale! Creo que ya he sido demasiado mimada. —Me veo obligada a detener esta confusa locura.

—¿Segura? Puedo seguir todo lo que quieras —me dice y me suena tentadora. Pero no, no puedo ceder. No puedo aprovecharme de su buena voluntad.

—Sí, segurísima. No te traje a la playa para tenerte de esclava —bromeo y me ato la parte superior de mi bikini.

—Está bien. ¿Podrías ponerme un poco de crema en la espalda también? Por favor —me pide.

—Claro. Acuéstate tú ahora —digo y ríe.

—¿Me darás un masaje también? —pregunta mientras se pone bocabajo después de quitarse la gorra.

—Ya que estamos, te lo agradezco de la misma manera, pero te aviso que yo no soy tan buena dando masajes —digo y me siento encima de sus piernas como mismo hizo ella. Enseguida noto un moratón en su nalga y me río—. ¡Vaya! Parece que te dejé una marca, después de todo.

—Pues sí, eres muy mala. Me duele un poco al sentarme. Yo no he recibido ningún remedio... —Lanza su jabalina al aire. Con lo buena que ha sido conmigo, yo debería corresponderla igual, pero besarle una nalga a mi cuñada en medio de la playa sería contraproducente. Quizás si hubiéramos estado en la casa...

—Las caricias también son un buen remedio, por si no lo sabías —digo y, con mi palma cubierta de crema, voy directo a su marca.

La froto con delicadeza para que no le duela. No tardo en añadir mi otra mano a su cuerpo. A esa le encargo masajear su espalda hasta su cuello.

—Es verdad, me sienta bien. Sigue un poco más, por favor —me pide y oculta su sonriente carita bajo sus brazos.

Siendo sincera, no me entretengo mucho en su espalda. Junto mis dos manos en su trasero y las restriego ahí la mayor parte del tiempo. En el fondo tenía ganas de tocarle las nalgas con esta confianza. Poder apretujárselas y tantearlas. Son adictivas. Son sensuales. Mezclan suavidad y firmeza. Podría estar horas masajeándoselas. Además, es tentador querer averiguar cuán blanquita es su piel oculta por el bikini.

Para vengarme por la sensación que viví hace un momento por su culpa, realizo movimientos circulares de dentro hacia afuera con la intención de abrirla como me hizo ella. Seguro que nunca la han tocado ahí, en su punto más inocente. ¿Será por eso que se empieza a sobrecoger? ¿Y si hago como que se me resbala la mano bajo su bañador y la rozo por accidente para ver cómo reacciona? No, no, eso sería demasiado brusco. Si hasta sacude los pies como si estuviera nerviosa e incómoda con la situación. Pobrecita, creo que me estoy excediendo, abuso de su confianza. Tengo que parar. Es una pena, con lo que me gusta tener sus piernas atrapadas entre las mías y su adictivo trasero entre mis manos...

Un último apretón a esas envidiables nalgas y un azote.

—Ay... —se queja levemente.

—Ya está. Suficiente masaje para las dos.

Cuando me quito de encima de ella, veo a un viejo sentado en una tumbona a varios metros contemplándonos como todo un pervertido. Ni un masaje se puede dar una en paz, esto es increíble. Que sufra mirando lo que no tocará en su vida.

—Me ha gustado mucho. Eres una mentirosa, dijiste que no eras tan buena dando masajes —dice Laurita mientras se incorpora. ¡Qué amable es! Si no hice gran cosa...

—¡Anda! ¿Ya te has quemado por el sol? —resalto al percatarme de su rojez facial.

—Es el calor. Estoy acostumbrada a temperaturas más bajas —justifica y usa la gorra como abanico para ventilarse—. Si tú estás sudando también. Ese brillo que tienes no es de la crema.

—Sí, es verdad que hace calor. —Aprovecho su argumento a mi favor—. ¿Nos damos un chapuzón para refrescar?

—¡Sí! Pero en la orillita, no sea que haya tiburones —bromea y reímos.

—Sí, claro. Cuando no sea yo la que te muerda... Venga, de pie —digo y le extiendo la mano para ayudarla a levantarse.

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