Había llegado la semana de los exámenes finales. Dentro del salón se podía percibir el miedo y la incertidumbre de los estudiantes. Anabeth no era la excepción. A pesar de haberse preparado como era debido, se sentía como una bola de nervios.
No le preocupaban el resto de las asignaturas. Su verdadero temor era el examen de matemática. Había pasado semanas estudiando sola y junto a Mycroft. Durante ese tiempo, sus noches consistieron en hacer y rehacer cálculos una y otra vez. Su nivel de estrés era tal que apenas había probado un bocado en el desayuno debido al nudo en su estómago. Tan solo rezaba por hacer ese bendito examen de una vez por todas y así terminar con este sufrimiento.
Mycroft era el único estudiante que no parecía alterado en lo absoluto. Todos los demás estaban especulando qué temas entrarían, revisaban sus apuntes o hablaban con sus compañeros igual de nerviosos. El pelirrojo, por el contrario, tenía una expresión serena en su rostro mientras aguardaba pacientemente la llegada del profesor.
— Estás muy calmado. ¿Cómo lo haces?
Anabeth tomó asiento a su lado. El joven sonrió a medias.
— Le he dedicado el tiempo de estudio necesario a cada asignatura. Si me he preparado adecuadamente, entonces no tengo razón para estar nervioso.
— Te envidio. Yo estoy al borde de un ataque de pánico.
— Cálmate, Anabeth. Estuviste preparándote por semanas. No hay forma de que desapruebes.
— Lo intento. Juro que es lo que más anhelo en estos momentos. Pero no puedo evitar ponerme nerviosa. Tengo mucho en juego.
Mycroft volteó a verla, intentando hacer sentido a esas palabras.
— ¿A qué te refieres?
La castaña desvió la mirada, apenada.
— Siempre quise ir a una universidad de prestigio como Oxford o Cambridge. Papá y yo hablamos mucho al respecto, pero son ridículamente caras y él no puede permitirse semejante costo.
Las universidades prestaban especial atención en el rendimiento académico del alumno antes de siquiera considerar la posibilidad de otorgarle una beca. Las matemáticas siempre fueron el ancla de Anabeth. Por culpa de esa asignatura nunca pudo destacar en los mejores promedios de los años anteriores. Tenía que romper con esa mala racha de una vez por todas.
— Por ende, solo puedo intentar obtener una beca y para eso debo tener un promedio alto este año y el siguiente si quiero ser considerada una candidata decente.
El chico comprendió la situación. Por supuesto que la entendía. Él mismo había tenido que vivirla año tras año, aunque por motivos diferentes y para nada justificados como lo era una beca universitaria.
— Escucha, no tienes nada que temer. Yo mismo te preparé para ese examen y puedo dar fe en que lo pasarás sin problemas.
— Eso espero. Honestamente estoy muerta de miedo... Pero gracias. —sonó la campana, marcando así el cambio de hora—. Mierda. Tengo que volver a mi lugar. Mucha suerte.
La chica abandonó el banco, regresando a su pupitre.
— Esto no se trata de suerte, sino de capacidad. —elevó la voz para que ella lo escuchara.
El profesor entró al salón y, luego de una breve explicación, dio comienzo al examen.
***
Ese mismo día, los jóvenes se reunieron bajo el roble. Mycroft observó que el nivel de ansiedad de su amiga se había reducido drásticamente luego de la prueba. Eso era un buen augurio.
— ¡Libre al fin! —se desplomó en el césped, sintiendo como finalmente la tensión de sus hombros y del resto de su cuerpo desaparecieran con solo esas palabras—. No tendré que volver a ver esos malditos cálculos hasta el año que viene.
— Veo que ya te sientes mejor.
— Sí. Recién ahora pude comer algo. Sigo algo nerviosa porque aún tienen que darme mi calificación. Pero estoy mucho mejor que hace un par de horas.
— Te dije que no era tan terrible como creías.
— ¿Sabes? Tenías razón. Creí que sería mucho más complicado.
Mycroft sonrió a sabiendas.
— ¿Qué es lo gracioso?
— Nada. Me alegra saber que mi plan ha funcionado exitosamente.
La chica frunció el ceño.
— Holmes, me estás asustando.
— Nada perverso, en lo absoluto. La razón por la que el examen te resultó más fácil de lo esperado es porque, cuando asumí mi papel de profesor, decidí añadir ejercicios más avanzados a nuestras clases. A pesar de que estos no estuvieran dentro del examen. Sabía que cuando fueras capaz de resolverlos, no habría ninguna posibilidad de que desaprobaras.
Anabeth permaneció en silencio, asimilando las palabras del muchacho.
— Honestamente, no sé si golpearte por haberme hecho estudiar de más o besarte por ese ingenioso método de estudio. —sonrió, demostrando que solo estaba bromeando—. Gracias, en serio.
— Aun no me lo agradezcas, al menos hasta ver tu calificación.
— Oh, bueno... Lástima. Tenía pensado regalarte un chocolate hoy a la salida. Pero tienes razón. Mejor esperar hasta que nos entreguen las notas.
Mycroft hizo una mueca de decepción.
— Eres muy cruel, Smith. Usando mis propias palabras en mi contra. —se cruzó de brazos en fingida ofensa.
Anabeth rio con ganas. Últimamente este tipo de bromas y actuaciones exageradas se habían vuelto más frecuentes en sus conversaciones. Al parecer Mycroft finalmente se estaba comenzando a desprender de esa máscara fría y neutral. Ahora se veía más relajado, más auténtico, más... humano.
— Ahora solo queda biología y literatura inglesa.
— Ni me lo recuerdes. —masculló ella, rodando los ojos con fastidio.
"Esta semana será eterna."
— ¿Asustada? —elevó una ceja con una sonrisa socarrona en su rostro.
— Nah. Esas no me resultan un problema. —negó con la mano, luciendo despreocupada—. Solo tengo que leer.
Anabeth llevó sus brazos detrás de su cabeza y se recostó en la hierba.
Mycroft guardó silencio. Su mente se retrotrajo a su último encuentro en el hogar de lo Smith.
Flashback.
<< Tamborileó sus dedos impacientemente sobre el asiento del auto. Ese viaje había sido el más lento que alguna vez recordara. Una vez que llegó a su destino, se apeó del vehículo y entró a la propiedad. Avanzó rápidamente hacia las escaleras, esquivando a toda su familia en el proceso.
Cuando llegó a la planta alta, hizo una parada técnica en su habitación para deshacerse de su mochila y uniforme escolar. Una vez que se cambió, caminó directamente hacia el ático en donde su madre guardaba todo su antiguo material escolar.
Prendió una pequeña bombilla que colgaba desnuda en el techo.
El lugar, a diferencia del resto de la casa, estaba cubierto por una espesa capa de polvo. Se podían ver las manchas de humedad en algunos sectores de la pared y había rastros de telarañas en cada rincón.
Mycroft avanzó, esquivando toda la chatarra que sus padres habían acumulado con el paso de los años. En ese lugar podía encontrar de todo. Desde un viejo megáfono, unos cuantos repuestos del auto, viejas herramientas, sillas plegables, hasta tablas de madera. Pero solo algo le interesaba: las cajas llenas con viejas pertenencias de Sherlock y de él.
Se arrodilló en el suelo, haciendo una mueca de desagrado al ver la tierra impregnándose en sus pantalones.
"Este lugar requiere de una limpieza a fondo. ¿Por qué mis padres se empeñarán en guardar tanta basura?"
Leyó las etiquetas: JUGUETES (SHERLY); ROPA (MYC); ÁLBUNES DE FOTOS; y la que buscaba, ESCUELA
Mycroft tomó esta última, la cual era grande y pesada, y la depositó con cuidado bajo la luz de la bombilla, donde podría examinarla con mayor atención.
Comenzó a extraer todo tipo de material escolar. Su madre había insistido que debía conservar todos sus libros de texto y carpetas por si algún día Sherlock llegara a necesitarlos.
"Cómo si mi querido hermano fuera a revisar mis carpetas. Moriría antes de consultar mi viejo material escolar... De todas formas, nunca lo necesitó." Pensó con un ápice de orgullo.
Siguió rebuscando entre los libros hasta hallar el de su interés. Pasó la mano por la portada para quitarle el polvo. En letras mayúsculas podía leerse:
QUÍMICA CUARTO AÑO, SECUNDARIA
Buscó la hoja indicada y comenzó a leer. Sus ojos se fueron abriendo a medida que leía palabra tras palabra.
Al terminar, cerró el libro de golpe y permaneció allí sentado en silencio, procesando lo que había visto. Los engranajes de su mente comenzaron a funcionar. Las palabras de Anabeth sonaron con más fuerza en su cabeza.
<< ¿Qué puedo decir? Tengo buena memoria. >>
<< Tengo buena memoria... >>
<< Buena memoria... >>
Recordaba esa sonrisa ladeada y esos ojos color miel, astutos cual zorro.
— Si es lo que creo que es, entonces tu memoria no es buena... Es extraordinaria.
Pasaron unos segundos, quizá minutos enteros, hasta que Mycroft finalmente decidió moverse, regresando todo a su lugar.
Su cuerpo se movió en automático cuando guardó la caja al estante, al apagar la luz e incluso mientras bajaba las escaleras. Su mente continuaba dentro de ese manual de química, releyendo una y otra vez el mismo párrafo. >>
Fin del Flashback.
Mycroft permaneció en silencio, pensativo. Aun no quería abordar el tema hasta estar completamente seguro de sus sospechas.
— Seguro que no. —dijo en un susurro.
Observó a su amiga, pero ella ya no lo estaba escuchando. Se había quedado dormida.