La Clase del 89' (Mycroft y t...

By MSCordoba

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Mycroft Holmes es el mejor promedio del instituto Dallington. Los valores de amistad y afecto no resultan rel... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 61,5
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Cartas
Epílogo
Nota de autora
Anuncio importante

Capítulo 15

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By MSCordoba

Era lunes por la tarde. La lluvia chocaba con estrépito contra el cristal de la ventana de la cocina. Anabeth se encontraba, como de costumbre, en la mansión de los Holmes. Miró a través del vidrio, contemplando el lúgubre paisaje con disgusto. 

"Hoy tampoco podremos jugar afuera."

Una de las pocas cosas que extrañaba de su ciudad natal era el clima. En Nueva York podía ver el sol varias veces a la semana, a diferencia de Londres que estaba nublado la mayor parte del año.

Sintió la presencia de Mycroft a sus espaldas y giró sobre sus talones.

— Estás de suerte. Con esta ya van tres seguidas. —haciendo alusión a los tres lunes consecutivos con lluvias. Era lo único que salvaba al pelirrojo de sus partidos de vóley.

— No te desanimes, querida Anabeth. Siempre podemos jugar otra partida de ajedrez.

La chica sonrió falsamente.

Quiridi Inibith... Deja de llamarme así, de lo contrario empezaré a decirte Alex. Y no, gracias. No me apetece perder por trigésima octava vez consecutiva.

Mycroft le dirige una mirada de advertencia. Odiaba ese apodo y lamentaba el día en que Anabeth lo descubrió. Un simple descuido del que ya no habría vuelta atrás.

Los adolescentes toman asiento en los sillones individuales, cara a cara. Entremedio se ubicaba una mesita de café y sobre esta, reposaba el tablero de ajedrez con las piezas perfectamente acomodadas, listas para una nueva partida.

— No tenemos que ser tan extremistas, Anne. —dijo esto último por la paz—. Y no exageres. Solo fueron catorce veces.

La chica hizo un ademán con la mano, restándole importancia al asunto. Se cruza de piernas, adoptando una mejor posición en el mullido sillón.

— ¿Y Sherlock cómo está? No lo he visto en semanas.

— Parece haber encontrado una nueva forma de entretenimiento analizando diferentes tipos de hongos de nuestro jardín.

— Genial.  

"No esperaba menos del Mini-Holmes."

— No tan genial si eso incluye el hurto de comida del refrigerador para observar su proceso de descomposición. El olor que hay ahora en su cuarto es repugnante. —aclara con aire sombrío.

— Ay déjalo. Si así se divierte qué más da. 

La chica se encoge de hombros con despreocupación. Sin poder evitarlo le echa una mirada furtiva al tablero.

— ¿Quieres volver a jugar? —fue más una afirmación que una pregunta.

Ella asiente, vencida.

— Maldita sea. No puedo mantener nada oculto contigo.

Honestamente le gustaba cuando Mycroft deducía cosas sobre las personas. Siempre le impresionó el cómo podía descubrir el estilo de vida de un completo extraño a partir de pequeños detalles. Era simplemente genial. Y, por más inconvenientes que sus deducciones llegaran a ser por momentos, simplemente no era capaz de enojarse con él por ese don tan extraordinario que poseía.

— Pido blancas.

— Como usted desee. De cualquier forma, será vencida. 

Esbozó una sonrisa arrogante. Anabeth le saca la lengua y regresa su mirada al tablero.

Dan inicio a la partida. Ella mueve primero, optando por la ofensiva. Sus movimientos eran rápidos y precisos, destinados a comer la mayor cantidad de piezas de su contrincante. Su táctica era buena, pero le faltaba sutileza.

Mycroft, por otro lado, ideaba estrategias más refinadas. Podía leer cuales serías las tres siguientes jugadas de la castaña y planear diez emboscadas diferentes, evaluando el nivel de riesgo de cada una. Su margen de error era apenas de 5%. 

Al pelirrojo le gustaba jugar a la pesca, poniendo una pieza valiosa en el camino de Anabeth, esperando que mordiera el anzuelo. Debido a esto, la castaña descuidaba la defensa y en pocas jugadas su rey quedaba desprotegido y a la deriva.

En menos de diez minutos, el tablero se había liberado de la mayor parte de sus piezas, siendo Mycroft quien llevaba la ventaja.

Finalmente, el juego acaba como era de esperarse, con el joven siendo el ganador.

— Jaque-mate. —canturrea, derribando al rey en el proceso.

Anabeth chasquea la lengua con disgusto.

— Creo que hubiese sido mejor si sacrificaba a la reina. —reflexionó, colocando las piezas en su posición original.

— Sí, si lo que querías era ganar cinco movimientos extra. Él resultado sería idéntico. —sonrió con petulancia.

— Te odio.

— Mientes.

Anabeth rodó los ojos con diversión. Mycroft tenía un serio problema con tomar todas las frases de manera literal. El doble sentido era algo que se le escapaba con facilidad. Justificaba esto a la poca, por no decir nula, interacción con otros chicos de su edad donde las bromas e ironías era el pan de cada día.

La sonrisa de la castaña es borrada de su rostro al percibir el ruido de llaves provenientes de la puerta de entrada. Voltea curiosa en esa dirección.

— ¿Esperabas visitas? 

— Temo que no. —confesó, casi tan sorprendido como ella—. No creí que llegarían tan temprano.

Las voces de dos adultos invadieron la habitación. Un hombre alto, con pómulos marcados y cabello negro entrecano hizo su aparición junto a una mujer más baja, de rostro ovalado y ojos claros. Ambos vestían vestimentas formales y caminaban enfrascados en una conversación, cuando de pronto repararon en la extraña jovencita sentada en su sofá.

Anabeth sabía perfectamente quiénes eran, aunque solo los había visto en fotografías. Eran los padres de Mycroft. 

La mujer observó a su hijo, en busca de una explicación. Mycroft se puso de pie y los presentó.

— Madre, padre. Ella es Anabeth Smith. Anabeth, mis padres. 

La mujer es la primera en acercarse a la joven. Anabeth hace lo mismo.

— Buenas tardes, señora Holmes. Lamento esta intromisión. 

La repentina cortesía por parte de la castaña tomó a Mycroft por sorpresa. Era muy extraño escuchar ese tipo de formalidades viniendo de la castaña. Respiró aliviado al ver un gesto de aprobación por parte de su madre.

— Margaret Holmes. Un placer. —la mujer saca a flote sus modales de aristócrata, estrechando la mano que le era ofrecida.

— Siguer Holmes, un gusto. —saludó de forma amena. 

A diferencia de su esposa, el hombre se mostró mucho más cálido en el saludo. Su apretón fue firme, pero sin demasiada fuerza. Anabeth les sonrió a ambos y los cuatro volvieron a tomar asiento en los sillones de la sala.

— No esperaba que regresaran tan temprano. 

— Mi reunión se canceló por la tormenta y tu madre no pudo asistir a su club de lectura. Así que me llamó para que volviéramos juntos. Pero veo que no te hace falta nuestra compañía al parecer. —explicó el hombre con cierta gracia. 

Mycroft desvió la mirada hacia sus zapatos. Anabeth lo miró extrañada. Lucía... ¿Avergonzado? Era difícil saberlo.

— ¿Quieres algo de beber, querida? —ofreció la mujer.

— Gracias señora Holmes, pero paso.

Ella asiente, volviendo la mirada hacia su hijo mayor.

— ¿Algo que quieras contarme, jovencito? —comenta elevando una ceja inquisitiva. 

Anabeth ya había visto esa misma expresión miles de veces. Ahora sabía que ese rasgo característico de Mycroft era heredado de su madre.

— Mis disculpas. No debía haberos presentado de esta forma. Anabeth es mi compañera de estudios y... mi amiga. —la incomodidad era palpable en su rostro. Se sentía como si estuviera confesando un delito.

La chica frunció el entrecejo, sin entender el porqué de tanto misterio. Al ver la reacción de sorpresa en los señores Holmes, entonces lo comprendió. Ellos no estaban enterados de su visita.

"Creo que ni siquiera de mi mera existencia."

Hablaría con Mycroft seriamente en cuanto tuviera la oportunidad. Por ahora solo se centraría en ayudar a su amigo en esta penosa situación.

— Señora Holmes, no se enoje con él. Es mi culpa. Debí haber avisado de mi llegada. 

Mycroft y Anabeth cruzaron miradas. El chico hizo un mínimo asentimiento con la cabeza, a modo de agradecimiento. Ella no debería estar asumiendo la culpa por su pequeño desliz.

Regresaron sus miradas al frente, esperando la reacción de los adultos. 

— Oh, querida no hace falta que te disculpes. ¡Esto es maravilloso! —exclamó, juntando las palmas de sus manos—. ¡Siguer! Por fin nuestro hijo trajo una chica a casa. 

Mycroft suspiró con fastidio y llevó una mano al puente de su nariz. No era posible que su madre haya dicho eso en frente de Anabeth. Su compañera llevó una mano a su boca, en un intento por contener la risa. La cara avergonzada del pelirrojo era todo un poema. En esos momentos el chico deseaba que se lo tragara la tierra. 

— Madre, por favor, deja de humillarme. 

Hubiese preferido que lo regañaran. Al menos no se sentiría tan avergonzado como lo estaba en esos momentos.

— Ay Myc, yo no hago tal cosa. 

— Sí lo haces, madre. En este preciso momento.

La discusión entre madre e hijo se prolongó por otro rato. Finalmente es Anabeth quien decide ponerle fin, poniéndose de pie.

— Creo que será mejor que me retire.  —interviene, frenando a ambos Holmes en el acto. 

La mujer cambia su semblante, dirigiéndose hacia ella con amabilidad.

— Claro, querida. Vuelve cuando gustes. Pero para la próxima avísanos. ¿Sí? 

— Por supuesto. —asiente con cortesía y los saluda a ambos—. Mycroft, ¿me acompañas hasta la puerta?

El joven observa a su madre quien asiente con aprobación. Comprendiendo las intenciones de su amiga, se deja arrastrar hasta la entrada donde ya no podían ser vistos ni escuchados por los adultos. Solo entonces Anabeth lo libera de su agarre y se vuelve hacia él con una mirada severa.

— Ahora... ¿Me quieres explicar por qué tus padres no estaban enterados de mi visita? —habló, en una mezcla de molestia e indignación.

Siempre había creído que Mycroft tenía el consentimiento de sus padres cuando la invitaba a su casa. Ella le había dicho eso a su padre porque lo había dado por sentado. Si este pequeño malentendido llegaba a oídos de Walter, podría meterla en problemas. 

— La primera vez que viniste aquí habíamos acordado en mantener tu visita en secreto.

La castaña hizo memoria, volviendo a ese primer ensayo de historia. Elevó ambas cejas, desconcertada.

— ¡Eso fue a principio de año! Y lo dije en su momento porque no tenía planeado volver a tu casa. ¿¡Cómo se te ocurre...?! —hace una pausa para serenarse. 

"Dios, dame paciencia."

— Hace meses que vengo a esta casa. ¿Cómo es que nunca les has dicho nada al respecto? ¡Son tus padres! 

— No lo creí relevante en nuestros diálogos de la cena. 

Anabeth se refregó el rostro con frustración.

— Eres un idiota. —habló en voz baja—. Bueno... No es como si hicieras algo ilegal. Solo diles la verdad. No creo que tengas muchos problemas al respecto.

— No es como si me quedara otra opción. 

El joven se encoje de hombros y abre la puerta. Anabeth se colgó la mochila al hombro.

— ¿Seguro que estarás bien? —añadió, ahora en un tono más compasivo.

— No lo sabré con certeza hasta que cruces esa puerta. 

— ¿Probabilidad de castigo?

— A juzgar por la reacción de mi madre, solo un 4%.

— Entonces no tienes nada de qué preocuparte. Ella misma lo dijo: "vuelve cuando gustes". No te desharás de mí tan fácil. —intentó animarlo.

— Eso sí que es una verdadera tragedia. —dijo con fingida resignación, siguiéndole el juego.

Anabeth le da un golpe suave en el hombro a modo de reproche, provocando que ambos sonrieran.

Ella sale al exterior. Larry aguardaba en la entrada, listo para llevarla. Una vez dentro del auto, se abrocha el cinturón de seguridad y saluda a su amigo desde la ventanilla. El chofer pone en marcha el motor y se aleja de la mansión.

***

Al día siguiente.

Toca la campana dando inicio a la jornada. Los chicos comienzan a dirigirse a sus respectivos salones. Anabeth se apresura para ser una de las primeras en llegar al aula. Mycroft ya se encontraba en su lugar, perfectamente erguido sobre su asiento y con su material escolar perfectamente acomodados. Listo para iniciar el día. 

La castaña deja su mochila tirada a un costado del banco y retrocede sobre sus pasos, posicionándose frente al pupitre de Mycroft.

— ¿Qué ocurrió? 

— ¿Ni siquiera un "buen día" para iniciar la mañana?

— Tenemos menos de tres minutos antes de que el salón se llene y la gente comience a murmurar. —declara con una precisión exacta—. Necesito saber.

Una sonrisa casi imperceptible se asoma por los labios del chico. Les agradaba ese lado frío y calculador de Anabeth. Incluso podría decirse que se estaba volviendo cada vez más frecuente en sus conversaciones.

— Nada en especial. Mi madre solo me dio un sermón sobre traer gente a la casa sin avisar e hicieron algunas preguntas sobre tu persona. Por fortuna no me vi en la penosa situación de afrontar un castigo. 

— Excelente. Un cargo menos en mi consciencia. 

— Temo que madre te quiere invitar a cenar en un futuro muy cercano. Intenté desligarte del compromiso, pero ahora no se le quitará la idea de la cabeza.

— Meh, puedo vivir con eso. —se encogió de hombros—. Bueno, ahí viene el profesor. Nos vemos en la hora del almuerzo.

Anabeth vuelve discretamente a su lugar. Clara y Erika ya estaban acomodadas en sus respectivos asientos.

— Con que, murmurándose cosas al oído, ¿eh? —insinúa Clara dándole pequeños codazos en el brazo.

— Cierra la boca.

La rubia sonríe sin mostrar los dientes. Le encantaba fastidiar a su amiga con ese tipo de comentarios.

El profesor de historia saluda a toda la clase. Las chicas regresan sus miradas al frente, dejando atrás la conversación.

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